lunes, 7 de noviembre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo XII)

Capítulo XII

Mi padre se paralizó y levantó súbitamente las manos, su mirada estaba furibunda.
- Así, quédate en tu lugar. - giró la escopeta y disparó otro golpe hacia los perros.
Mi padre hizo un ademán a mi madre con la cabeza, ella entró inmediatamente en casa y corrió hacia el teléfono.
- Akamu, Acer, por acá, rápidos. - los llamé, mi corazón latía como los parlantes de una radio a alto volumen que a cada disparo se arrestaba.
Los perros, horrorizados y espantados, siguieron mi voz.
- Maldita mocosa. - vociferó el viejo y apuntó el arma hacia mí.
Me petrifiqué.
- Pero que te dice el cerebro, viejo estúpido enfermo. Serás acusado de homicidio y te pudrirás en la cárcel por toda tu vida. - gritó mi padre horripilado, nunca había visto el rostro de mi padre tan blanco.
Hesitó unos momentos antes de apretar el gatillo y cuanto estuve cierta que lo iba a hacer, cambió otra vez su blanco.
- Esta vez no perderé la ocasión. -
Los perros estuvieron casi cerca a los peldaños. Hubo un grande silencio. Un disparo. Un cuerpo blanco voló hacia mi izquierda, antes que pudieran adentrarse por los peldaños, y aterrizó en el jardín. Acer estaba al punto de poner una pata en la primera grada cuando se detuvo y corrió hacia Akamu. Lo oleó, lo empujó con sus patas, con el hocico, pero nada. No obtuvo ninguna respuesta. Probó de nuevo, con más fuerza, más energéticamente. Nada. Abrió la boca y un liviano y agudo murmullo salió de ella, como gañido.
- Faltas solo tú, bestia. - lo miró a través del arma.
Mi padre esprintó hacia él. Acer se volvió, sabía quien había sido, quien era el cruel asesino. Le gruñó, después él también esprintó hacia él. Cada paso suyo sus patas arrancaban mechones de hierba como si fueran hoces y su gruño se hacía más profundo y encolerizado. Porque no, probablemente ellos también conocían la palabra venganza.
Un segundo antes que el viejo pudiera disparar su última bala, mi padre se lanzó sobre de él y lo derribó al suelo. Sin embargo el golpe fue disparado. Mi respiro ahogó en un vaso de agua. Mi padre se volvió súbitamente. Mis ojos empezaron a anublarse, lloré. Vi como el cuerpo de Acer fue tumbado hacia atrás, como si hubiera recibido una vigorosa patada bajo el cuello.
- ¡No! - gritó mi padre, su voz se quebró cuando su respiro consumió todo el oxígeno de sus pulmones.
- Hice un favor a todos. - carcajeó el viejo.
Mi padre asió el cuello de su camisa y le arrojó dos coléricos puños en su cara. - Me la pagarás, maldito. -
- No. - susurré sollozando, con las palmas de mis manos empecé a secarme los ojos, estaban tan mojados que parecía que recién hubiera emergido del agua.
- ¿Qué cosa ocurrió? - exclamó mi madre saliendo de casa. - Co… Oh, dios… - no acabó la frase, no apenas vio los dos cuerpos, empezó a lloriquear.
Corrió hacia Akamu, yo la seguí. Su cándido pelo estaba manchado de sangre, un circulo tan perfecto que parecía ser una mancha obtenida desde el nacimiento en sus costillas. Su pecho no respiraba, no se movía. Sus ojos estaban abiertos, opacos y apagados, miraban hacia la casa. Estaba muerto. Y esta vez nada lo habría salvado de la muerte.
- N… o… n… o. - sollocé, el llanto me quebraba la voz, no podía respirar, estaba sofocando en mis mismas lágrimas. - Ak… mu. -
- Dios mío… Que cosa hizo. - susurró mi madre, su voz temblaba como si estuviera parlando a través un ventilador.
Se acercó a él y le acarició la cabeza, cerca de las orejas, como a él le gustaba. Unas lágrimas suyas menguaron en su hocico. Me tiré sobre su cuerpo, lo abracé y apoyé mi rostro en su voluminoso cuello, podía sentir como poco a poco el calor de su cuerpo se disipaba. Lo acaricié una infinidad de veces, imaginando que se levantara repentinamente, su inmaculado pelo estaba secando mis ojos de las lágrimas, me habría quedado allí también después de mi última lágrima vertida, hasta dormirme. Mi padre nos llamó.
- Acer está vivo. - gritó, también su voz daba seña que el llanto lo estaba persiguiendo, listo para estallar en cualquier momento. - Tenemos… No sé… Cristo, nunca he visto tanta sangre en un animal. -
Lo alcanzamos. Acer estaba tendido frente a él. Su pecho se agitaba como si tuviera un ataque de asma y sus ojos se dirigía en todos lados, medios aturdidos. En su espalda un grueso área parecía más oscura y húmedo del resto del pelo, y de allí había origen una fuente liquida escarlata que teñía unos mechones de hierba de nuestro césped.

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