lunes, 25 de abril de 2016

The unexpected meeting (Capítulo I)

Capítulo I

Principalmente, en aquella landa desolada ni el mínimo ruido natural se atrevía adentrarse en aquel árido lugar, sin embargo algo de inusual ocurrió aquella noche. Una aguda y resonante alarma profanó aquel silencio mortal, proveniente de un punto en el cual se podía revelar con claridad y sin duda el paso del hombre.
Confinado por una gran verja de hierro infranqueable, había sido construida una larga y ancha carretera con varios vehículos militares estacionados en los extremos y distintos hangar en las cercanías guardaban quizás cuales vehículos aéreos de la misma clase. Gran confusión se presentaba en aquel lugar, como hormigas muertas de miedo, distintos soldados se precipitaban hacia un edificio con al menos seis pisos y armados hasta los dientes se introducían en su interno, el lugar desde el cual se originaba aquella alarma estridente.
Disparos y gritos se levantaron de aquel edificio, un fuerte temblor se difundió por toda la landa hasta al punto que un vasto sima apareció de par en par en la larga y gris carretera dividiéndola por la mitad. Hubo una fuerte explosión y un fragoroso rugido.
A pocos kilómetros más adelante un Chevrolet azul oscuro como la noche peregrinaba en una larga carretera casi sin fin, aislado de cualquier de sus semejantes. Ni siquiera un animal se podía notar en aquel baldío ambiente y muy probablemente ni un minúsculo insecto se atrevía violar la soledad de aquel lugar.
El sol extendía sus áridos rayos sobre, una vez, frío metal del auto convertido en un horno abrasador, en el cual los dos pasajeros, si no fuera por el aire acondicionado del cual estaba dotado, se habrían convertido en el pavo del día de acción de gracias. El conductor era un hombre de unos cincuenta años, aunque en apariencia mostraba muchos años menos, sus frondosos cabellos, como un carpe, castaños y crespos sin un pelo que mostrara su inminente vejez sobresaltaban por cada hueco que encontraba por el camino.
A su lado estaba una mujer más joven de él, su esposa, maquillada como si fuera una modelo, sus pelos rubio platino estaba recogidos en una cola a causa del sofocante calor que todavía se percibía a pesar del refresco del aire acondicionado.
- Que calor. - deploró la mujer.
- Lo sé, pero resiste un poco más, ya no falta mucho. - afirmó el hombre. - Si nada nos obstaculiza entre dos horas estaremos en la ciudad. -
Atizando así el destino un fragoroso temblor alcanzó la vía del auto, obligándola a serpentear como si fuera una serpiente, por consiguiente el hombre fue constreñido a detener el auto o habría estado en peligro de salirse de la pista. La pareja, sorprendida pero también intimidada, salió del auto y observó como el ambiente circundante poco a poco se desmoronaba como un castillo de arena.
En seguida una fuerte explosión violó sus tímpanos como una granada que estalla en un rango cercano y sus oídos silbaron como el silbido de los frenos de una bicicleta, mientras una gran ráfaga de aire los arrojó con un brusco empujón, como un puñetazo en la cara. Sus cuerpos volaron hacia atrás y chocaron contra el duro y abrasador asfalto colmado de varias grietas que se habían creado, casi pareciendo a un vidrio a unos pasos de hacerse añicos. Sus cabezas quedaron involucrados en aquella caída y sus conciencias desaparecieron con un dolor que se habría presentado sólo al despertar.

lunes, 18 de abril de 2016

Amnesia (Capítulo XIII)

Capítulo XIII

Ligeros y agudos sonidos alcanzaron los oídos de Paul como la leve alarma de un despertador, haciéndose siempre más fuerte, sus párpados entumecidos se levantaron con mucha dificultad y pudieron dar libre espacio a su vista nublada. A medida que su vista se despertara de aquella pesada sensación de somnolencia pudo enfocar el lugar en el cual se encontraba: su cuerpo vendado y aún anquilosado estaba acostado encima de una cama, las paredes cándidamente blancas ayudaban a identificar el lugar, y distintas máquinas se conectaban a su cuerpo a través de varios hilos.
- Buenos días. - entabló una voz.
Paul volteó la cabeza, único movimiento fácil que le fue concedido.
- Al parecer tenías razón. - sonrió el sheriff cambiando la forma con la cual le hablaba en un principio. - Lamento no haber confiado en usted, pero puede entender mi punto de vista. -
- Está… está vivo. - afirmó con voz ronca.
- No es fácil matarme. - se masajeó su herida. - Y no creo ser el único. -
- Yo… yo sólo tuve suerte. - respondió con una mueca de dolor. - Me diga una cosa… ¿finalmente lo atraparon?
- No. -
- ¿Qué? - exclamó zarandeando violentamente su cuerpo, una fuerte punzada de dolor lo recorrió. - Pero su ayudante lo tenía en sus mano, ¿cómo hizo para que se escape? - en aquel momento el dolor no era nada respecto a la noticia que acababa de oír.
- Es inútil agitarse. No fue arrestado porque no había necesidad, está muerto. Han tenido que abrir fuego para salvarle. -
Paul suspiró y sonrió, una lágrima pareció chispear sus ojos. - Al fin se acabó. Si sólo el también estuviera vivo. -
- ¿Quién? -
- Mi cuñado. Me estaba escoltando con su compañero junto con otros detenidos en otra prisión. Él también era un policía y sobretodo el único que me había creído y… y quedó involucrado en aquel incidente. -
- Lo siento. - lo observó, mortificado de aquellas desgracias que le habían pasado.
- ¿Qué haré ahora? Ya no tengo una razón para seguir viviendo. - sollozó y trató de llevar la mano izquierda frente a sus ojos. - ¿Qué significa esto? - preguntó con ojos lucientes.
- Lo siento, Paul, pero tenemos todavía que afirmar todas las evidencias para poderle exonerar. -
- Pero… -
- Es seguro que usted salga inocente. En seguida del modus operandi de aquel asesino y de lo que estaba cometiendo a los señores Anderson, coincide a la perfección con lo que ocurrió a usted y a su esposa. Además el señor Anderson fue testigo de la discusión que usted tuvo con aquel hombre y sus respuestas han afirmado que él fue el homicida, no usted, y de otras infinitas muertes. - lo actualizó. - El señor Anderson testificará en la corte, no se preocupe. -
Paul se quedó en silencio por algunos segundos, luego lo agradeció: - Bueno, cualquier cosa pase aceptaré mi destino. -
- Entre una semana lo descubriremos. - asintió el sheriff. - Apoyaré la deposición a su favor. -

El sol iluminaba un grande y antiguo edificio restaurado, donde a los pies de él un auto en uniforme, pulida tan a fondo que reflejaba la luz del día como un poderoso reflector, estaba estacionado en aquel momento. Un gran gentío se introdujo alrededor del auto como buitres hambrientos, impidiendo casi la apertura de las puertas y sujetando grandes objetos en sus hombros.
La puerta delantera se abrió y un policía, abriéndose paso por el gentío muerto de hambre, hizo salir un hombre con un aspecto bien conservado y celosamente peinado, un traje gris y elegante ataviaba su cuerpo. La inmensa gente entabló incalculables preguntas, casi empujándose entre sí y aproximando enormes micrófonos sobre aquel hombre. En silencio ignoró aquella manada hambrienta de noticias y prosiguió donde el policía lo estaba escoltando.
- ¿Es verdad que no fue usted quien mató a su esposa? - gritó un periodista.
- ¿Qué probó cuando volvió a ver después de cinco años el asesino de su esposa? - siguió otro.
- Se no hubiera sido por usted esa pobre familia habría vivido su misma suerte. ¿Cómo ha hecho para imaginarse lo que iba a pasar esa noche? -
El oficial lo acompañó hacia el ingreso, alejando aquellas fastidiosas preguntas que por el momento no habrían encontrado alguna respuesta, y avanzaron hasta que no encontraron un grupo de cuatros personas, sentadas en un banco de madera junto a un imponente portal del mismo material, que lo estaban esperando.
- Luces otra persona, no se te puede reconocer, Paul. - comentó el sheriff.
Paul acarició sus ya no largos y lisos pelos como antes y se masajeó su suave mentón. Sonrió y contempló las otras personas que estaban con lo sheriff.
- Ya, yo tampoco fue capaz de reconocer mi viejo aspecto. - afirmó. - Sin embargo, sí, esto era yo. -
- Te equivocas, este “eres” tú. - lo corrigió el señor Anderson. - Aún no sé cómo agradecerte, Paul. No puedo imaginar como hubiera sido si mi esposa hubiera sido matada frente de mis ojos. Y mi futura hija. - la miró y movió su mirada en el vientre casi llano de su esposa.
La señora Anderson se acarició el vientre y amablemente sonrió, su rostro presentaba todavía varios cortes en fase de recuperación y algunos moretones casi disueltos, pero sin duda tenía un aspecto mejor de aquella traumática noche; sus resplandecientes cabellos eran una evidencia.
- Llegó la hora. - anunció el ayudante del sheriff.
A aquellas palabras el corazón de Paul se comprimió como si una mano lo hubiera agarrado e impidiera su latido. Se volvió hacia el sheriff, luego hacia los señores Anderson y tomó un profundo respiro haciendo deslizar de su cuerpo toda aquella tensión.
- Tranquilízate, saldrás inocente. - lo alentó el sheriff.
- Nuestras disposiciones tendrán un buen éxito. - dijo el señor Anderson, su esposa asintió.
- De acuerdo… gracias, Will. - esbozó otra enorme sonrisa.
Todos se volvieron hacia la enorme puerta. El sheriff junto al policía que había escoltado Paul aferraron los pomos y empujaron hacia el interno. Una densa y cándida luz los invadieron como un velo soporífero y caliente y varios murmullos se levantaron desde el interno.
Paul cerró los ojos por unos segundos y distintas imágenes que habría querido finalmente olvidar empezó a surgir en su mente como viejas diapositivas. Volvió a ver lo que le había ocurrido, tan minuciosamente que pareció haber pasado justo la noche antes, y como su vida se había pulverizado en poco tiempo.
Cualquier cosa hubiera decidido el juez nada habría resucitado su esposa, ya no tenía nada que perder. Su vida acabó hace cinco años, aunque todos decían que habría salido inocente nunca habría vuelto a tener aquella vida que conservaba en sus sueños.
“Te amaré para toda mi vida.” sonrió pensando a su esposa. “Bueno… no me queda otra cosa que construirme una nueva vida, espero solo que tú puedas siempre quedarte a mí lado.”
El señor Anderson le posó una mano en su hombro. - Cuando todo habrá acabado y si querrás, podrás ir a vivir con nosotros. No tenemos ningún problema para hospedarte hasta que querrás y también podríamos darte un trabajo. - sonrió. - Habrían varias tareas que hacer en nuestra casa, pero sobre todo me gustaría que mi familia tenga más protección, mayor razón ahora que está por nacer mi hija. -
- ¿Ustedes…? ¿Ustedes tanto confiarían en mí? - preguntó, su sentimiento con el cual latía su corazón cambió.
- Claro. - sonrió.
Miró un segundo hacia abajo. - Gracias, Will… creo propio que aceptaré. - devolvió la sonrisa.
Con leve ganas de vivir que poco a poco crecía en su interno, entró en la corte y pensó que tal vez no era tan malo poder volver a tener una vida, no hubiera sido como la anterior, pero a lo mejor habría tenido un objetivo.

lunes, 11 de abril de 2016

Amnesia (Capítulo XII)

Capítulo XII 

Ningún disparo resonó. El hombre probó varias veces en su intento, sin embargo el gatillo parecía obstruido. Paul rápidamente le aprisionó la muñeca y la batió en el frío piso, su mano soltó el arma y se deslizó unos metros de ellos.
Con grande furia le molió otro puño en su rostro desfigurado y con una sonrisa satisfecha dijo: - Te lo dije, no moriré antes de haberme vengado. Y la próxima vez cerciórate que no tenga el seguro. - afirmó con otro puño.
El hombre con la cicatriz, como si aquellos golpes hubieran sido ligeros como bofetadas, con mayor rapidez levantó el brazo e introdujo dos dedos dentro la herida de Paul. Aquella pequeña cavidad empezó arderle inmensamente, creía que su cuerpo estuviera incendiado aunque ninguna llama revoloteaba danzando en él.
Paul gritó y apretó los dientes, su cuerpo no respondìa a sus mandos y poco a poco se quedó inmóvil, excepto algunas convulsiones de dolor. Con aquella ocasión el hombre tendido en el suelo lo sacó de su encima y lo empujó. Paul se quedó inerte en el suelo, casi sin conciencia y con gran jadeo. El hombre con la cicatriz recogió la pistola y con la otra mano agarró los cabellos de aquella pobre víctima empapada de sudor. Lo arrastró por el suelo rígido y gélido de la casa hasta que no llegó frente a sus otras víctimas.
Con toda su fuerza levantó casi en el aire el cuerpo de Paul y lo lanzó sobre el cadáver del sheriff. Se volvió y regresó frente a la señora Anderson, la cual ya estaba a un paso de la muerte, le quedaba solo un hilo de vida.
- He perdido demasiado tiempo. - quitó el seguro de la pistola y la colocó gentilmente en el sien manchado de sangre de la señora. - Gracias de la junta. - se volvió hacia Paul.
- ¡No! - gritó el señor Anderson. - Mátame a mí en su lugar. -
- No te preocupes, a ti también te mataré, pero si quieres anticiparla… - cambió blanco.
- No… o. - susurró la señora Anderson, una lágrimas pareció limpiarle su mejilla tiznada de sangre.
- Señor Anderson, el decoro, ¿no es mejor dar precedencia a las mujeres? - volteó la pistola.
Su índice empezó a ceñir el gatillo cuanto algo lo golpeó y lo hizo caer en el suelo. Un peso casi muerto rodeaba el hombre con la cicatriz, como una serpiente y su presa, aunque sus fuerzas eran débiles como un sople de aire.
- Tengo que matarte, entonces. - tronó.
El hombre empezó a golpear la cabeza de Paul con el mango de la pistola y él, por cuanto quería resistir, comenzó poco a poco a dejar el agarre. Una vez libre con sus movimientos el hombre dirigió el cañón de la pistola hacia Paul, el cual, entorpecido por aquellos recientes golpes sufridos cruelmente, lo aferró y trató de dominar la fuerza del hombre con la cicatriz, intentando de mover la pistola hacia su pecho. A su desventaja, además, se agregaba también su herida y la cantidad de sangre que había perdido hasta ahora.
Por lo tanto, trastornado por el dolor y aturdido por la falta de hemoglobina fue empujado hacia atrás con la rodilla y, no pudiendo llamar en su ayuda otra energía más, aquel fue su último acto de héroe. El hombre con la cicatriz se incorporó, aún más furioso, y levantando la mano que tenía la pistola apuntó el rostro de Paul. Apretó sus dientes con una desagradable mueca.
- Ya me cansaste. - apretó el gatillo.
Un disparo resonó en las orejas de todos los presentes, un ruido bestial que se explayó hacia sus mentes y dejó intuir lo que acababa de ocurrir. El cuerpo de Paul se prolongó por completo hacia atrás y se quedó tendido en el suelo.
El hombre con la cicatriz hizo un paso hacia adelante, luego retrocedió. Su cuerpo instable trataba dirigirse hacia Paul, pero algo lo detenía. Luchaba por respirar y un líquido rojizo menguaba por sus labios.
- ¡Suelta el arma! - tronó una voz en el umbral de la habitación.
Paul, con el corazón casi inmóvil, se volvió hacia aquel hombre que acababa de entrar y con los ojos aterrorizados de lo que había escapado, individuó otras personas detrás de él. Aliviado y con el corazón que poco a poco volvía a latir en su sitio, reconoció la persona que lo había salvado.
- N… no creía… estar tan feliz de verte… arreste ese hombre… el… -
Una fuerte presión cubrió el cuerpo de Paul, aquel cuerpo trastornado y herido por aquella rígida pelea. Oyó unos pasos acercarse a él y a alguien farfullar unas palabras, pero el silencio prevaleció aquellos sonidos.

lunes, 4 de abril de 2016

Amnesia (Capítulo XI)

Capítulo XI

Silencio. El hombre con la cicatriz esperó y esperó, pero no sucedió nada.
Se volvió hacia el otro cuarto: - De verdad fue por allá. - dijo con tono ácido y se alejó.
Paul, inmóvil e inerte, esperó que se había ido y una vez seguro apartó la puerta. Examinó sus piernas, el proyectil había pasado casi acariciando sus pantalones. Suspiró e apagó la luz, dejando que la oscuridad ocultara su presencia agraciada por los milagros.
- Oye, maldito. Al fin te dejaste engañar como un estúpido. - gritó.
El hombre con la cicatriz ralentizó y sus pasos se sintieron acercarse a toda prisa hacia que alcanzó el umbral del cuarto obscurecido.
- ¿Crees que la oscuridad pueda celarte del destino que escribí para ti? - exclamó.
Con una mano buscó el interruptor, moviéndola a ciegas, mientras con la otra apretujaba con firmeza la pistola, la cual ya se estaba adentrando en las tinieblas negras como la brea. Lo que no sabía era que Paul no se había escondido, pero que estaba justo cerca de él, oculto por aquel velo negro.
Con rápida acción, penalizando su herida, insertó el cuchillo en la mano que estaba tanteando la pared en busca del interruptor y la bloqueó como un cuadro colgado con solidez. El hombre gritó y empezó a disparar sin un objetivo fijo.
Cada disparo el cuarto se iluminaba con destellos provocados como por flash que se genera con la cámara fotográfica y a cada frecuencia se notaba el cuerpo de Paul moverse en la oscuridad y agacharse en el suelo esquivando con suerte aquellos proyectiles que desfilaban el aire sin una meta.
De repente la pistola terminó su tarea, estaba sin cartuchos. El hombre la lanzó con la esperanza de golpear su verdadero blanco, pero sin tener una vista nítida golpeó el gélido suelo de mármol. Al primer tintineo de metal Paul se movió súbitamente hacia delante y se arrojó hacia el hombre, el cual trataba de liberarse de aquella acre inmovilidad.
Con el cuchillo aún clavado en la mano, Paul lo atropello y cayeron ambos en el suelo. El hombre gritó como enloquecido, el origen era algo de escalofriante: el cuchillo seguía plantado en la pared, pero no había rastro de la mano, solo una raya de sangre mostraba su pase.
Debido a la violencia con la cual lo había empujado en el suelo, el cuchillo, fijo e bien clavado en la pared, había despedazado la mano del hombre convirtiéndola en algo de indescriptible, algo ajeno. Paul no se hizo detener por aquella escena repugnante y empezó a invadir aquel rostro pálido y sufriente que tanto había odiado con furiosos puños, los cuales anhelaban solo venganza.
Después de varios golpes empezó a llorar, sus lágrimas se deslizaron en su rostro como el aceite y bañaron la cara sangrante del hombre con la cicatriz. Cada golpe le aparecía el rostro sonriente de su esposa que poco a poco venía deformada y entristecida por el encuentro de aquel, como había aparecido la primera vez, caballero.
- Eres un maldito. - gritó, su voz quebrada disminuyó aquel grito furioso. - Mataste a la única cosa maravillosa que me había pasado en mi vida. -
El hombre empezó a carcajear mostrando sus dientes teñidos de sangre y ultrajando los sentimientos de Paul.
- E… eres tú que me has traído a tu casa. - escupió sangre. - Tú permitiste la muerte de tu esposa, no hiciste nada para evitarlo.
Una ardiente energía se atizó dentro de Paul, explotó como un volcán en erupción. Sus puños habrían querido pulverizarse en los huesos de aquel rostro desfigurado, sin embargo no podía matarlo, tenía que pagar. Aquel hombre tenía ser incriminado por todos los homicidios que había cometido, no él y todas aquellas personas caídas en su red.
El hombre con la cicatriz lo observó divertido y le mostró una sonrisa enfática roja carmesí. Paul en aquel momento no comprendió, pero cuando percibió algo presionarle a su estómago se petrificó. Tenía la pistola del ayudante del sheriff que él había traído con sí.
- No… no quería matarte. - tosió más sangre. - Habrías sido el culpable adecuo de los homicidios de esta casa, pero ahora ya me cansaste. -
- No moriré. - dijo Paul por lo bajo. - No moriré sin vengar la muerte de mi esposa. -
El hombre con la cicatriz carcajeó. - Quizás qué pensará tu esposa entonces. Salúdamela. - apretó el gatillo.