lunes, 4 de abril de 2016

Amnesia (Capítulo XI)

Capítulo XI

Silencio. El hombre con la cicatriz esperó y esperó, pero no sucedió nada.
Se volvió hacia el otro cuarto: - De verdad fue por allá. - dijo con tono ácido y se alejó.
Paul, inmóvil e inerte, esperó que se había ido y una vez seguro apartó la puerta. Examinó sus piernas, el proyectil había pasado casi acariciando sus pantalones. Suspiró e apagó la luz, dejando que la oscuridad ocultara su presencia agraciada por los milagros.
- Oye, maldito. Al fin te dejaste engañar como un estúpido. - gritó.
El hombre con la cicatriz ralentizó y sus pasos se sintieron acercarse a toda prisa hacia que alcanzó el umbral del cuarto obscurecido.
- ¿Crees que la oscuridad pueda celarte del destino que escribí para ti? - exclamó.
Con una mano buscó el interruptor, moviéndola a ciegas, mientras con la otra apretujaba con firmeza la pistola, la cual ya se estaba adentrando en las tinieblas negras como la brea. Lo que no sabía era que Paul no se había escondido, pero que estaba justo cerca de él, oculto por aquel velo negro.
Con rápida acción, penalizando su herida, insertó el cuchillo en la mano que estaba tanteando la pared en busca del interruptor y la bloqueó como un cuadro colgado con solidez. El hombre gritó y empezó a disparar sin un objetivo fijo.
Cada disparo el cuarto se iluminaba con destellos provocados como por flash que se genera con la cámara fotográfica y a cada frecuencia se notaba el cuerpo de Paul moverse en la oscuridad y agacharse en el suelo esquivando con suerte aquellos proyectiles que desfilaban el aire sin una meta.
De repente la pistola terminó su tarea, estaba sin cartuchos. El hombre la lanzó con la esperanza de golpear su verdadero blanco, pero sin tener una vista nítida golpeó el gélido suelo de mármol. Al primer tintineo de metal Paul se movió súbitamente hacia delante y se arrojó hacia el hombre, el cual trataba de liberarse de aquella acre inmovilidad.
Con el cuchillo aún clavado en la mano, Paul lo atropello y cayeron ambos en el suelo. El hombre gritó como enloquecido, el origen era algo de escalofriante: el cuchillo seguía plantado en la pared, pero no había rastro de la mano, solo una raya de sangre mostraba su pase.
Debido a la violencia con la cual lo había empujado en el suelo, el cuchillo, fijo e bien clavado en la pared, había despedazado la mano del hombre convirtiéndola en algo de indescriptible, algo ajeno. Paul no se hizo detener por aquella escena repugnante y empezó a invadir aquel rostro pálido y sufriente que tanto había odiado con furiosos puños, los cuales anhelaban solo venganza.
Después de varios golpes empezó a llorar, sus lágrimas se deslizaron en su rostro como el aceite y bañaron la cara sangrante del hombre con la cicatriz. Cada golpe le aparecía el rostro sonriente de su esposa que poco a poco venía deformada y entristecida por el encuentro de aquel, como había aparecido la primera vez, caballero.
- Eres un maldito. - gritó, su voz quebrada disminuyó aquel grito furioso. - Mataste a la única cosa maravillosa que me había pasado en mi vida. -
El hombre empezó a carcajear mostrando sus dientes teñidos de sangre y ultrajando los sentimientos de Paul.
- E… eres tú que me has traído a tu casa. - escupió sangre. - Tú permitiste la muerte de tu esposa, no hiciste nada para evitarlo.
Una ardiente energía se atizó dentro de Paul, explotó como un volcán en erupción. Sus puños habrían querido pulverizarse en los huesos de aquel rostro desfigurado, sin embargo no podía matarlo, tenía que pagar. Aquel hombre tenía ser incriminado por todos los homicidios que había cometido, no él y todas aquellas personas caídas en su red.
El hombre con la cicatriz lo observó divertido y le mostró una sonrisa enfática roja carmesí. Paul en aquel momento no comprendió, pero cuando percibió algo presionarle a su estómago se petrificó. Tenía la pistola del ayudante del sheriff que él había traído con sí.
- No… no quería matarte. - tosió más sangre. - Habrías sido el culpable adecuo de los homicidios de esta casa, pero ahora ya me cansaste. -
- No moriré. - dijo Paul por lo bajo. - No moriré sin vengar la muerte de mi esposa. -
El hombre con la cicatriz carcajeó. - Quizás qué pensará tu esposa entonces. Salúdamela. - apretó el gatillo.

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