lunes, 27 de noviembre de 2017

Human error (Capítulo IX)

Capítulo IX

Se detuvieron frente a la pared de asfalto que se había levantado. La profesora izó a Abraham y lo ayudó a treparla, en seguida saltó y se agarró a los bordes. Probó a elevarse, pero era indudable por sus esqueléticos brazos que no poseía la mínima fuerza para izar su, asimismo, cuerpo esbelto. No podía por su cuenta y su fin sería indiscutiblemente inevitable. Sin embargo, Abraham aferró rápidamente sus brazos y empezó a tirarla hacia arriba. Se sentía culpable, sabía que por su culpa había asesinado casi literalmente el conductor del bus y no quería que sucediera también con su tutora. Afortunadamente era un chiquillo de secundaria y aunque no hubiese sido un tipo ligeramente atlético lo lograría igualmente, solo con un poco de esfuerzo y con tres venas lista para estallar.
«Gracias, vamos.» volvieron a correr.
Era una fatal cuenta atrás, la diga no permanecería intacta por mucho tiempo. La pista era ya como
una larga alfombra hecha de galletas secas, cada peso sobre ella ayudaba aún más su colapso. El agua desbordaba incansablemente y en cambio de disminuir estaba aumentando aún más, la cavidad se había alargado y seguía dilatándose como un insaciable agujero negro, hasta que un vigoroso rugido resonó en el cielo. Tembló todo, la pista se convirtió en un espectro y la diga se desmoronó por completo. La profesora y Abraham ya no percibieron una base sólida debajo de sus pies, su sentido de sobrevivencia los ordenó de saltar.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Human error (Capítulo VIII)

Capítulo VIII

El bus empezó a precipitar. Andrew tenía solo dos opciones: saltar o hacer lo que nunca se imaginaría de hacer en su vida. Suspiró, no tenía otra elección.
«¡Profesora Jones!» la llamó y entró inmediatamente adentro del bus.
Corrió hacia los primeros asientos, Abraham había permanecido sentado allí, paralizado por el terror. Andrew murmuró algunas palabras incomprensibles y lo aferró rápidamente por el cuello de su polo, lo tiró hacia él y recorrió el pasadizo del bus. Abraham fue arrastrado como una bolsa de basura, probablemente nada lo recuperaría de ese trauma. Una vez llegado a la puerta posterior lo aferró con ambas manos y lo lanzó afuera, como una pelota de rugby. Abraham precipitó a toda velocidad gritando y llorando hacia el camino aún intacto y agitando los brazos como un ave que todavía no sabe volar. La profesora Jones se había acercado lo más posible al borde, en tiempo para aferrar Abraham, y si no hubiera sido por su prontitud, el sacrificio de Andrew habría sido en vano.
«¡Andrew!» gritó Jones, mientras izaba el muchacho. «¡Rápido!»
Andrew permaneció mirándola, sujetándose con la puerta posterior. Sonrió, como podía pensar ella que podría hacer un salto así, reflexionó él. Después se sentó en un asiento y cerró los ojos. Suspiró de nuevo.
“Odio los mocosos y a él lo odiaba más que a todos. ¿Entonces por qué lo salvé? Mi vida por él… Maldita conciencia.” rio, su última risa.
El bus desapareció en el vacío. La profesora Jones solo oyó como un pandillero golpea el auto de su director de su colegio con un bate de béisbol, repetidamente y velozmente. Hasta que no oyó nada más que el agua que se estaba desparramando de la diga. Mientras tanto el temblor se había vuelto más energético. La profesora se volvió hacia Abraham y empezaron a correr.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Human error (Capítulo VII)

Capítulo VII

«¡Vamos! ¡Vamos!» rugió Andrew, machacando con insistencia el pedal.
«Rápido, señor Andrew, rápido.» gritó la profesora, aterida por el vacío que se presentaba frente a ellos.
«¿Y qué crees que estoy haciendo?» contestó seco Andrew, sus pelos se habían tendido en la frente.
Los muchachos gritaban, lloraban, los nombres de sus padres fueron llamados más veces de las que habrían pensado a ellos durante el día. Y no eran los únicos, el profesor Miller no pronunciaba el nombre de sus padres de su muerte y estaba lloriqueando como hacía casi todas las veces que veía una película dramática o un dibujo animado conmovedores.
«Profesor Miller, contrólense, por favor.» apartó la mirada del inmenso parabrisas y se volvió. «Debemos salir de acá, Andrew, por la puerta posterior.» corrió hacia la parte posterior e intentó girar el mango.
«Tienes razón, espera.» se quitó el cinturón y se levantó del asiento. «Lo hago yo, es bastante duro.»
Aferró con ambas manos el mango y empezó a girarlo hacia la izquierda. El mango empezó a rotar tan lentamente que parecía no moverse o como si Andrew ni estuviera empujando. Sin embargo, el tiempo no era amigo de ellos, por lo tanto la profesora Jones se acercó de inmediato a él, empuñó una parte del mango y junto a él empezó a empujar. El mango empezó a moverse inadvertidamente más rápido, exactamente cuando el pedazo de la pista debajo del bus empezó a desmoronarse.
«Oh, no, vamos, vamos.» Andrew apretó los dientes, varias venas se marcaron en su rostro.
El mago había llegado a la mitad.
«Falta poco.» la cara de la profesora se había hecho rojo cuanto el faro del freno del bus.
«¡Muévanse!» el profesor Miller se levantó de un respingo y corrió hacia ellos, llorando y desesperado, pero su brusco movimiento, cuando los alcanzó tirándose en su encima, ayudó para que el mango se girara por completo.
La puerta se abrió de par en par y los tres cayeron sobre el asfalto veteado por grandes líneas que se movían como serpientes. La profesora Jones se levantó y volvió nuevamente en el bus. El vehículo empezó a inclinarse hacia el vacío, la pista se estaba fraccionando y descendiendo de nivel siempre más, pero pequeños fragmentos de ella ya se estaban buceando hacia el vacío, uno tras otro. Jones se puso al lado de la puerta y ordenó a todos de bajar, no los perdió ni una vez, los contó uno por uno mientras saltaban. Andrew se había aproximado al bus y se había apoyado en el parachoques posterior, tratando que su peso impidiera al bus de precipitar en ese inmediato instante. La ayuda del profesor Miller sería de grande ayuda para ellos, pero apenas se había levantado se había marchado de prisa, sin dejar de llorar, ni por un momento y sobre todo sin dejar de pensar una sola vez a su propia vida.
Muchos de los muchachos habían logrado superar la grande brecha que separaba el sector instable del estable, habían rodeado la zona y proseguido hacia la salida, a la cual había intentado dirigirse el bus. Pero cuando los últimos diez trataron de superar esa brecha, la pista descendió de algunos metros y una pared de casi dos metros se presentó frente de ellos.
«Profesora, no podemos proseguir.» sollozó Amias, tratando de saltar una, dos, cinco veces hacia el borde del muro.
«Profesora, Abraham no quiere moverse de su asiento.» gritó Anderson, antes de bajar del bus.
«Yo me encargo de él, tú ayuda los niños.» dijo Andrew y volviéndose lentamente miró hacia adentro del bus.
«De acuerdo, voy.» bajó del bus y corrió hacia los muchachos, saltando como un gato torpe las varias grietas que se habían abierto como las fauces de un lobo.
«Vamos, Abraham, ¿qué estás haciendo?» lo llamó Andrew, repentinamente el bus se inclinó de golpe y él se obligó a empujar con todo su peso el parachoques.
«No, tengo miedo.» lloriqueó Abraham.
«Escucha, Abraham, no hay tiempo.» contestó, apretando los dientes. «Tienes solo que hacer un movimiento rápido. Levantarte y correr a toda prisa hacia la salida.» la parte posterior del bus se elevó ligeramente.
«No puedo.» balbuceó.
«Vamo…»
Un fragoroso crujido lo interrumpió, era tal cual al murmurio del estómago de una bestia famélica. La pista debajo el bus se desquebrajó, se desgarró y el vehículo se quedó sin una sólida base.

viernes, 10 de noviembre de 2017

El Día de los Muertos (relato especial)

Como solía ser en el Día de los Muertos, en México, el alma de Baldwin se despertaba repentinamente de un eterno sueño, perezosamente, pero con unas desenfrenadas ganas de levantarse y estirar sus intangibles músculos. Abrió los ojos y como todos los años una densa y total oscuridad lo convenció que aún estuvieran cerrados, sellados con un poderoso pegamento. A diferencia de los demás, que al despertarse una cálida y refulgente luz los acogía del inframundo y los guiaba hacia el mundo de los vivos a visitar a sus seres queridos. Pero, ¿por qué Baldwin no podía percibir esa calurosa luz? Él no poseía algún amigo y su egotismo lo había convertido en un ser odiado de su única familia que lo había amado, aislándose por completo de ellos. Y ahora sentía la necesidad de verlos, de percibir su compañía, de sentirlos hablar, sobre todo de pedirle perdón por su arrogante actitud, pero sabía que ese momento nunca ocurriría. Y era esa la razón por la cual al fin solo había querido que una persona cualquiera se acercara a su tumba y, teniendo misericordia de él a ver un sepulcro tan sombrío, lúgubre y melancólico encendiera una vela, aunque la más desgastada, y la dejara descansar sobre ella. Porque esa tenue y solitaria luz sería suficiente para que su camino hacia los vivos apareciera frente a él y pudiera descender como los demás, pero, después de todos los años rogando inútilmente que sucediera, al término de ese mágico día el sueño volvía a secuestrarlo, alejándolo de esa triste esperanza.
De hecho era triste, peor aún porque lograba escuchar las joviales voces de los vivos y de los muertos a su alrededor, riéndose y disfrutando de esa reunión familiar. Oía voces femeninas, delicadas y armoniosas, y trataba de imaginar que fuera la esposa que nunca trató de buscar, pero esa ilusión duraba siempre menos porque ellas pronunciaban palabras de amor y él sabía que ninguna podría amar una persona como él. Oía voces masculinas, fervorosas y ufanas, y su imaginación volvía a engañarlo concibiéndole un hijo que jamás podría tener y al fin y al cabo sabía que sería un pésimo padre. Y de esas voces se contentaba, voces incomprensibles, un lenguaje que creía no entender y tampoco pronunciar, solo reconocer las emociones que de esas emanaban. Y simplemente, como todo los años, quería que esas velas se apagaran y ese portal se cerrara para que ese silencio tumbal pudiera volver y lo acompañara hacia su eterno sueño.
Sin embargo, después de seis años que había abandonado esa esperanza, una leve luz amarilla y rojiza destalló frente a él. Cerró un poco los ojos, al fin abiertos habían estado, y empezó a aproximarse hacia ella. Se movió lentamente, flotando en el aire, con el miedo que solo fuera una decepción, y gradualmente esa luz se hizo ligeramente más calurosa. Cuando llegó a ella, se detuvo y con inseguridad la rozó.
Unas explosiones de luces florecieron frente a él, vivos colores que habían convertido un lúgubre cementerio en un paisaje animado y vivaz y varias voces, claras y nítidas, de un idioma que él sabía perfectamente, se adentraron violentamente y dulcemente en sus oídos, melodías que danzaban en el aire. Una incontenible emoción empezó a llenar un corazón que Baldwin ya no poseía, que sin duda palpitaría frenéticamente, y sonrió. Pero, luego, cosa que después de todo era más importante, descendió su mirada hacia su sepulcro y vio un niño de pie frente de él. Baldwin bajó y se detuvo a su lado. El niño estaba hablando con él, esperanzado que lo sintiera.
«… Todos recuerdan tu maldad, tu despreciable actitud, los errores que cometiste y ninguno ya habla de ti. Pero, yo sé que ahora te repintes y sobre todo en estas fechas te sientes abandonado. Todos cometemos errores y desafortunadamente no siempre podemos arreglarlos. Somos humanos y es lo que mejor sabemos hacer. Tú no me conoces, tal vez, pero soy tu sobrino, hijo de tu hermano, y solo quería que sepas que no estás solo y prometerte que siempre vendré a visitarte. Con el tiempo también lograré convencer a mis padres, tenemos solo que confiar, porque sé que aún te quieren. Como yo. Espero que mi voz te pueda alcanzar.»
Baldwin había oído cada palabra y esas lágrimas que descendían como copos brillantes eran la prueba. Él se acercó al niño y apoyó una mano en su pequeño hombro.
«Gracias, Marcus, me acuerdo de ti y pido disculpa si nunca me comporté como un tío debería ser, pero te prometeré una cosa, te vigilaré y a la familia de mi hermano. Es el mínimo que pueda hacer. Te agradezco un montón por tu bondad, hijo.»
El niño se volvió súbitamente hacia su hombro y abrió de par en par los ojos. Baldwin sonrió, su primera sonrisa honesta de toda su vida, y le acarició la cabeza. Luego al apagarse de ese pequeño fuego su alma disfumó en el aire como de hecho haría uno espectro y volvió en su sueño eterno, al fin apagable y sereno.

martes, 7 de noviembre de 2017

Human error (Capítulo VI)

Capítulo VI


«¡Dé marcha atrás!» gritó el profesor, cuando estaba asustado su voz se volvía más aguda.
Andrew no lo oyó, pero no era necesario que alguien se lo dijera. Prontamente cambió la marcha y machacó el pedal del acelerador. El bus empezó a ir a toda máquina hacia atrás, todos los pasajeros sentados se golpearon la nariz sobre los asientos anteriores, los que estaban de pie cayeron de bruces. No era el momento, el peligro era inminente, pero a Andrew se le escapó una risita. Los muchachos chillaron, aterrorizados, también los que hace poco encaraban la vida con su insolencia y no se hacían mandar de nadie y de ninguno, pero ahora era solo pequeños corderos, pequeños animales indefensos.
El bus se precipitó a toda velocidad hasta que no frenó de golpe. La pista de la diga había descendido de unos metros, la vía de escape se encontraba arriba de un gigantesco peldaño. La diga rugió de nuevo y tembló como un castillo de cartas. Los profesores empezaron a desesperarse, aumentando aún más el pánico de los jóvenes, mientras Andrew actuó rápidamente y arrancó hacia adelante.
A toda velocidad siguió entre los autos, algunos de ellos habían sido abandonados por sus pasajeros y ya habían vadeado el enorme peldaño. La pista había empezado a romperse, a dividirse en varios fragmentos. Por algunos momentos el bus saltó como un cachorro baja las escaleras. Pero, al fin se acercaron más a la ruta de salida, pocos metros los separaban, cuando un pedazo de pista bajo de ellos empezó a abismarse, impidiéndolos de proseguir. Andrew dio inmediatamente marcha atrás y trató de volver sobre la parte intacta, pero el pedazo de la pista se hundió en el vacío antes que todas las ruedas del bus pudieran encontrarse sobre el asfalto, quedándose suspendidos en el borde.