lunes, 29 de febrero de 2016

Amnesia (Capítulo VI)

Capítulo VI

- Deténgase acá. - ordenó Paul individuando más allá un auto de la policía estacionado antes una enorme casa.
- ¿Qué intención tienes? - preguntó el agente apagando el motor del auto.
- Recuperar mi vida. - observó las ventanas de la casa en busca de un movimiento inusual. - Y ya que estoy salvaré la vida de su sheriff. - cogió las llaves del auto y bajó.
- ¿Qué haces? No puedes dejarme de esta manera. - gritó, sacudiéndose violentamente. - ¡Oye! -
Ignoró sus gritos insonorizados por el auto y se alejó. Se aplastó junto a unos arbustos que habían sido cultivados con envidia por los vecinos de los Anderson y silenciosamente se acercó a la casa. Solo una luz resplandecía de una de las ventanas de aquel hogar envuelto por la oscuridad y allí era donde habría descubierto lo que él esperaba.
Sigilosamente se prolongó hacia la puerta principal sin preocuparse de ser visto, visto que el hombre con la cicatriz sabía que, a parte de la inesperada visita del sheriff, nadie más le habría importunado. Sin embargo, los pocos peldaños que anticipaba el portón crujían a cada paso suyo y a pesar que avanzaba a paso de caracol no conseguía disminuir aquel fastidioso ruido.
La pistola era bien empuñada por ambas manos, listas a proteger su presencia en caso fuera revelada por aquellos agudos chirridos, que en aquel momento podrían ser atronador.
Acomodó lentamente el primer pie en el descansillo marrón beige, comprobando que aquellos fastidiosos chapaleteos ya no iban a hacer un problema para él, y avanzó. Se arrestó con la oreja tendida en la puerta: ningún ruido surgió desde dentro, su presencia permanecía ocultada, a pesar de esto leves gemidos si prolongó desde la casa.
Extendió su mano hacia el mango de la puerta y la giró. La cerradura chasqueó, estaba abierta. Probablemente sólo para su oído aquel ruido pareció como una roca que desliza en un precipicio, ya que los zumbidos y los gemidos no habían intención de detenerse.
Abrió la puerta, un rastro plateado iluminó por algunos pasos el piso de mármol y sigilosamente divulgó su sombra hacia el interno. Con el mismo silencio cerró la puerta y se adentró en la oscuridad de la casa, siguiendo aquel resquicio de luz proveniente del primer cuarto de este. Sus pasos resultaban taciturnos incluso para sus orejas mientras los ruidos de aquel cuarto incrementaban cada avance suyo. Se acercó a la puerta entreabierta y prolongó su rostro.
Sin duda alguna, la luz era más densa, pero no perteneciente a aquel cuarto, más bien al siguiente, donde la puerta estaba abierta de par en par. Gritos ahogados chocaron sus tímpanos, ahora más claros, y otros chillidos más profundos y furiosos, siempre oprimidos, los acompañaron. Tenía que darse prisa.
Abrió de par en par la puerta seguro de estar a salvo de cualquier ruido infiel, pero un ligero chirrido lo contradijo. Arrestó todos sus movimientos y se quedó escuchando. Estaba tan cerca en su intento que empezó a sudar frío y tuvo temor de perder aquella ocasión que tanto había anhelado.
No obstante los gritos no parecían pararse, aquel lugar se había convertido en el cuarto de los horrores y él sabía a la perfección lo que habría encontrado. Cruzó el cuarto, su cuerpo fue iluminado por una luz blanca platino junto a la débil luz de la habitación siguiente, su sombra que copiaba cada movimiento del hombre se dividió en dos, a su espalda y a su izquierda.
Se detuvo cerca del umbral. Lentamente los objetos en el interno de aquel horrible lugar se hicieron más nítidas: muebles de maderas, sofás, sillas e incluso pequeños marcos de fotos se hicieron más detallados; al fin vio lo que presumía, los dos cuerpos victimas de aquel psicopático pasatiempo. Se escondió detrás de la pared y prolongó un ojo hacia el interno.

martes, 23 de febrero de 2016

Amnesia (Capítulo V)

Capítulo V

- ¿Cómo puedes acusar de esa maniera a alguien? - gruñó el sheriff. - ¿Y además no habías perdido la memoria? -
- Recuerdo todo sheriff, recuerdo esa maldita cicatriz, ¡recuerdo que hizo a mi esposa! -
Exclamó Paul con tono despreciativo.
El sheriff se echó a reír. - ¿Llegamos al punto de desplazar la culpa a otra persona? -
- Escúchame, no espero que usted me crea, nadie me ha creído en todos estos años, pero, le ruego, haga un favor al señor Anderson, vigila ese hombre. - dijo sin parpadear.
- ¿Y por qué tendría que escucharte? -
- Porque no le estoy pidiendo nada a cambio, nada que pueda cambiar mi situación. - afirmó.
El sheriff se quedó algunos segundos en silencio y movió por un instante su mirada hacia abajo. - No me infundía confianza desde cuando lo he visto y todavía no me la inspira… De acuerdo, lo haré, pero no para hacerte un favor. - lo indicó. - Pero, para la seguridad del señor Anderson. - añadí y salió.
- Controle si su teléfono funciona, si no hay señal quiere decir que su vida ya está en las garras de ese hombre. - gritó.
Regresó en el catre y se quedó en silencio a pensar. Pensamientos colmados de venganza se realizaban en su mente y esperaban solo el momento oportuno para cumplirse. Una sola ocasión, la misma ocasión que parecía presentarse aquella noche, tenía solo que aprovechar del momento.
- Me dirijo a la casa de los Anderson, tu quédate acá y cuidado con él. - ordinó a su ayudante.
- ¿Ha pasado algo? - se alarmó.
- Su teléfono parece desconectado, voy solo para un control normal. -
- ¿Se alarma por poco? - preguntó confundido el ayudante.
- Nomás tengo poca confianza en el huésped del señor Anderson. Quédate y vigílalo. - repitió.
- Ok. - asintió.
Los pensamientos de Paul, encarcelado injustamente, se interrumpieron y se incorporó súbitamente. El juego de aquel hombre ya había empezado.
- No vaya solo, sheriff. No podrás detenerlo. - gritó Paul.
El sheriff ignoró su advertencia y cerró la puerta frente a aquellos gritos insistentes. Paul lo oyó y furioso pateó la puerta de la celda.
“Maldita sea, se hará matar y él se librará por los pelos como siempre.” cerró su mandíbula. - Oiga, ayudante de sheriff. -
- Cállate, escoria. - tronó el ayudante.
- Me siento mal, tengo un fuerte calambre estomacal. - mintió.
La puerta del pasillo se abrió y unos pies encerrados en dos pares de mocasines negros se pararon frente de la celda.
- ¿Y? ¿Qué te duele? - preguntó desinteresado.
- El estómago… no puedo… - murmuró inclinado, casi tocando el suelo con la cabeza.
Cuando el ayudante fue suficientemente cerca a las barras, Paul se incorporó súbitamente, agarró el cuello de su uniforme y con fuerza bruta lo tiró hacia adentro. Su rostro tintineó con el fierro de las barras, los ojos se voltearon hacia atrás y su cuerpo se deslizó al suelo.
Paul alargó sus manos a la funda y aferró el ramo lleno de llaves, luego varios intentos agotadores consiguió encontrar aquella para su liberación. Salió de aquel pasillo que ya había memorizado en su mente y se dirigió hacia la salida, sin embargo antes de empuñar el mango de la puerta se detuvo. ¿Dónde se habría ido si no tenía idea de donde vivía el señor Anderson?
Regresó hacia el ayudante, lo tomó en su espalda y salió. Individuando el único auto exiliado entró y esposó el oficial al volante, después de lo cual asió su pistola y lo despertó bruscamente.
- ¡Vamos, despierta! - entabló impaciente.
El ayudante lentamente se percutió y murmuró algo ininteligible. Abrió los ojos, un fuerte dolor a la nariz le estalló dolorosamente y trató de llevarse la mano hacia el área angustiado, pero algo lo detuvo.
- ¿Qué demonios… - arrojó de nuevo su mano.
- Enciende el auto. - ordenó Paul.
El ayudante se volvió. - ¿Qué? ¿Qué estás haciendo? -
- No me haga preguntas y llévame a la casa de los Anderson. - gesticuló con la pistola.
- ¿Y qué te hace pensar que lo haré? -
- No creo que usted tenga muchas opciones, amigo - posó el cañón de la pistola en su sien.
El ayudante rumoreó otras palabras indescifrables y encendió el motor, en menos de un segundo ya se estaban dirigiendo hacia aquella hora tanto deseada, pronto habría vengado su esposa.

viernes, 19 de febrero de 2016

Amnesia (Capítulo IV)

Capítulo IV

Una figura femenina sonriente apareció en sus sueños, amable y cariñosa, pero aquel aspecto fue de corta duración, ya que comenzó a mutar en una figura cubierta de sangre, piel blanca y fría y ojos sin vida, un hombre sin rostro junto a ella sonreía excitado.
Afortunadamente unos largos e insistentes murmullos lo despertaron de aquella larga y gélida agonía. Abrió los ojos. Estaba sudado e innumerables escalofrío habían estremecido su cuerpo.
“Entonces, fui yo.” afirmó posando una mano en su frente.
- ¿Viste ese? - entabló una voz más allá de la puerta del pasillo.
- Sí, ayudante sheriff. - confirmó tranquilo el sheriff, como si estuviera ocupado en otra cosa.
- Me pregunto cómo se hizo esa cicatriz. - pensó el ayudante sheriff. - Cada vez que lo veo estremezco al pensar en el dolor que tuvo que soportar. -
Paul cerró los ojos. “Espero que me vuelva la memoria, no podré pasar toda mi vida en prisión, así, en este estado.”
- El señor Anderson es una calamita para atraer a esas extravagantes personas en nuestro pequeño pueblo. - comentó. - Ah, no puedo no pensar a esa cosa… que instrumento pudo crearle esa cicatriz tan serrada. -
Paul abrió de par en par los ojos y su cabeza empezó a gritar, a palpitar, como si fuera rellenada con la fuerza da infinitos recuerdo e imágenes. Vio en detalle aquella cicatriz, la misma de la cual se refería el ayudante sheriff.
La celda comenzó a girar a su alrededor y las misma imágenes que veía en su cabeza aparecieron en el cuarto como hologramas de un próximo futuro.

Aquella horrible cicatriz pertenecía a un hombre de cincuenta años, en el lado derecho de su cara, casi cubierta por sus lisos y rubios cabellos. Sonriente y gentil se había hecho apreciar tanto de él como su esposa. Había conseguido entrar en la familia tanto de pasar casi todo el tiempo con ellos: varias tareas eran los servicios que él se ofrecía hacer, pero era toda una farsa. Aquella noche se dieron cuenta.
Estaban frente a frente, desnudos y amarrados con hilo de hierro en una silla, y el hombre con una expresión opuesta a la cual ellos había conocido empezó a torturar su esposa, frente a sus ojos, sin indulgencia. Hasta los últimos alientos la mujer desangrada y en lágrimas observó su marido que, a pesar que se estuviera sacudiendo con violencia y que se había creado profundos cortes con aquella sutil cuerda, no fue capaz de liberarse y con los ojos humedecidos pudo sólo verla apagarse como una débil llama.
Como último acto el hombre golpeó Paul detrás de su nuca y él, mirándolo una vez más como para memorizar el aspecto del asesino de su esposa, perdió el conocimiento. Al despertar se encontró rodeado por dos policías, muñecas esposadas y con la acusación de haber asesinado a su misma esposa; las perfectas pruebas dejadas por el hombre con la cicatriz eran abrumadoras: huellas en el cuchillo, en el hilo de hierro y otros objetos empleados para la tortura de la mujer y para acabar con ella.
No habló. Nunca habló. Nadie lo habría creído.

Cerró enfurecido los puños y se incorporó de la cuna, la cual anunció con un fuerte escandalo su movimiento, y se acercó a las barras.
- ¡Sheriff! - gritó. - ¡Sheriff! - estremeció impetuosamente las frías barras de la celda.
- Silencio allí dentro. - tronó una voz.
- Es una emergencia, maldición, ¡sheriff! Podría ser en peligro la vida de alguien. – gritó Paul, golpeando con su pie la base de la puerta.
Pasos impacientes se acercaron a la puerta del pasillo, la cual se abrí bruscamente y lo sheriff apareció frente a él, entrecejo fruncido y algo enfadado.
- ¿Puedo saber que es lo que estás charlando? –
- Aquel hombre con la cicatriz es un asesino, no se dejen engañar. El señor Anderson podría estar en peligro. - afirmó seroso, airado y algo espantado.

viernes, 12 de febrero de 2016

Amnesia (Capítulo III)

Capítulo III

“Paul.” susurró una voz entrecortada por las lágrimas.
El hombre abrió de par en par los ojos y se quedó mirando el vacío como si habría algo delante de él, una imagen anublada, pero nada de preciso. Sus recuerdos estaba en busca de su pasado y por cuanto su mente se esforzara, hasta el punto que su cabeza estaba por explotar, permanecían obscurecidos.
Unos murmullos de lejos lo percutieron de su trance y fue en aquel momento, mirando a su alrededor, que se quedó asombrado por lo que vio. Estaba tendido en un catre chirriante y poco confortable, a su izquierda había una pared inhóspita con una minúscula ventana rectangular casi cerca al techo, de la cual filtraba la luz del día, mientras a su derecha habían algunas barras que anunciaban su situación.
“¿Qué significa esto?” se dirigió hacia las barras y las agarró con fuerza. - ¿Hay alguien? - gritó.
Unos segundos después una voz le contestó. - Vaya, vaya, el bel durmiente se despertó. - empezó.
Sintió una puerta abrirse y unos pasos adentrarse por el pasillo antes de la celda. Una voz se aventuró junta a la primera y la acompañó hacia la celda del hombre sin identidad. El primero que apareció fue un hombre de cuarenta años, en uniforme, pelo corto y castaño, mismo color entintado en sus ojos y barba perfectamente afeitada; el segundo tenía los pelos negros y lisos, ojos verdes y rostro muy suave, sin pelusa.
Viendo el último hombre se quedó perplejo y le preguntó: - ¿Por qué hiciste que me arrestaran? Solo necesitaba ayuda. -
- Tenías razón, ha perdido la memoria. - comentó el oficial. - La causa debe ser esa herida en la cabeza, muestra que fue víctima de un fuerte golpe. -
El hombre se palpó delicadamente la cabeza, donde percibió un vendaje alrededor de ella.
- Ha sido medicado mientras dormías. - afirmó.
- Gracias… pero me gustaría tener una explicación respecto a esto. - señaló la celda con los dedos.
- Podría ser una noticia nueva para ti en la situación que te encuentras y para nada positiva, pero los hechos exponen que eres un prisionero fugado y has tenido la mala suerte de golpearte la cabeza durante tu fuga. - explicó.
- Pero… ¡pero esto no es posible! ¿Usted se está burlando de mí? - tronó algo irritado.
- ¿Por qué tendría que burlarme de ti? Mira tus pantalones: es un color inusual para un par normal de pantalones, ¿no? - dijo y en seguida le indicó el muslo derecho. - Si quieres más confirmación lee la escrita en tus pantalones. -
Descendió su cabeza, confundido y algo asustado por la circunstancia, e individuó una grande y bien marcada escrita que antes no había notado. Prisionero. Se quedó en blanco, como petrificado, retrocedió hasta que sus piernas cedieron a causa de la realidad de los hechos y se sentó en el catre, un chirrido fastidioso resonó en la celda.
- Esto no es posible. - susurró escondiendo su cara entre las manos.
- Lo siento, pero es la verdad. Cuando tu memoria volverá esto ya no será un problema. - relató el oficial.
- Sheriff, ¿y que hizo para merecerse esto? - preguntó el pescador.
- Bueno, señor Anderson… - observó por un momento el detenido afectado por la noticia. -… mató a su esposa y no rápidamente. Le torturó. -
El señor Anderson abrió de par en par los ojos y no fue el único, el hombre, declarado culpable, levantó la cabeza y miró desconcertado el sheriff.
- Yo… yo tenía esposa y… ¿y la maté? -
- Sí. - confirmó.
- Yo… yo no puedo recordar. - comprimió la cabeza con las manos. - Como puedo haber hecho algo así. -
- Tendríamos que hacer perder a todos ustedes la memoria para hacerles tan inofensivos. - comentó el sheriff. - De cualquier manera no es permanente, la memoria ya volverá en breve. Mientras tanto pasarás la noche aquí y mañana por la mañana verán a recogerte. - comunicó.
Él no contestó.
- Has recibido demasiadas informaciones para ser capaz de aceptarlas, te dejamos descansar. Vamos señor Anderson. - ordenó.
- Dos segundo más, si puedo. - preguntó y le sheriff asintió alejándose de la celda. - Lo siento. -
El estado en el cual se encontraba aquel hombre lo había postrado, a sus ojos parecía una persona inocua e incapaz de hacer daño a una mosca, a pesar del aspecto que tenía.
- No necesita que se disculpe, actuó racionalmente. - respondió y se tendió en el catre. - Me gustaría descansar un poco. -
El señor Anderson salió y dejó el hombre perdido en sus nuevos pensamientos, quedándose dormido con innumerables preguntas que le persiguieron también en sus sueños.

viernes, 5 de febrero de 2016

Amnesia (Capítulo II)

Capítulo II

- No quería asustarle, necesito ayuda. - se disculpó educadamente.
- D… dime… - asintió aterrorizado.
- Acabo de despertarme en este bosque y… tengo un vacío en la cabeza, no sé quién soy y donde me encuentro. - explicó. - Por suerte encontré usted. -
- Está dicien… ¿perdió la memoria? - preguntó pasmado.
- Sí, y si no es mucha molestia, ¿podría acompañarme al hospital más cercano que hay? -
El hombre se quedó mirándolo inseguro sobre qué hacer y con la mirada hacia abajo tomó la decisión más humana. Ya que su caña estaba perdida se inclinó hacia el suelo y cogió su maletín con cada pieza de cebo, miró otra vez el hombre y asintió con la cabeza.
- De acuerdo… le ayudaré. Cerca de aquí hay un pequeño pueblo donde vivo con mi esposa, no tendrá un gran hospital, pero podrán ayudarle con su problema. - esbozó una sonrisa.
- Gracias. - afirmó con expresión agradecida.
- El carro está por acá, sígueme. - se adentró en el bosque.
El amante de la pesca prosiguió delante de él, en silencio y observando con el rabillo del ojo cualquier acción brusca de aquel desconocido, temiendo por su vida. Empero el único pensamiento que rondaba en su mente sin recuerdos de aquel hombre se relacionaba sólo a su identidad.
Llegaron a una berlina rojo oscura estacionada bajo la sombra refrescante de un grande y antiguo roble y el pescador, dudando, le invitó entrar. Dispuesto sus equipo de pesca y una vez dentro el auto, partieron.
Por el camino y aquellas curvas molestas los mareos del hombre empezaron a aumentar cada vez más fuerte, como se estuviera dentro de una centrifuga, se agarró con fuerza al auto, esperando que podría disminuir el efecto, y cerrando los ojos alguna imágenes aparecieron en su cabeza.
Cada recuerdo le cruzaba frente a él con una frecuencia de un segundo y no parecía seguir un orden sensible: vio una furgoneta azul oscuro, un hombre herido, una casa besada por el sol, una mujer solar que salía de ella y otro hombre con una escalofriante cicatriz. Ultima breve diapositivas, la misma mujer cubierta de sangre.
Abrió los ojos por unos momentos, asustado y sudoroso, y en seguida perdió el conocimiento, oscureciendo aquel hermoso día luminoso.