viernes, 19 de febrero de 2016

Amnesia (Capítulo IV)

Capítulo IV

Una figura femenina sonriente apareció en sus sueños, amable y cariñosa, pero aquel aspecto fue de corta duración, ya que comenzó a mutar en una figura cubierta de sangre, piel blanca y fría y ojos sin vida, un hombre sin rostro junto a ella sonreía excitado.
Afortunadamente unos largos e insistentes murmullos lo despertaron de aquella larga y gélida agonía. Abrió los ojos. Estaba sudado e innumerables escalofrío habían estremecido su cuerpo.
“Entonces, fui yo.” afirmó posando una mano en su frente.
- ¿Viste ese? - entabló una voz más allá de la puerta del pasillo.
- Sí, ayudante sheriff. - confirmó tranquilo el sheriff, como si estuviera ocupado en otra cosa.
- Me pregunto cómo se hizo esa cicatriz. - pensó el ayudante sheriff. - Cada vez que lo veo estremezco al pensar en el dolor que tuvo que soportar. -
Paul cerró los ojos. “Espero que me vuelva la memoria, no podré pasar toda mi vida en prisión, así, en este estado.”
- El señor Anderson es una calamita para atraer a esas extravagantes personas en nuestro pequeño pueblo. - comentó. - Ah, no puedo no pensar a esa cosa… que instrumento pudo crearle esa cicatriz tan serrada. -
Paul abrió de par en par los ojos y su cabeza empezó a gritar, a palpitar, como si fuera rellenada con la fuerza da infinitos recuerdo e imágenes. Vio en detalle aquella cicatriz, la misma de la cual se refería el ayudante sheriff.
La celda comenzó a girar a su alrededor y las misma imágenes que veía en su cabeza aparecieron en el cuarto como hologramas de un próximo futuro.

Aquella horrible cicatriz pertenecía a un hombre de cincuenta años, en el lado derecho de su cara, casi cubierta por sus lisos y rubios cabellos. Sonriente y gentil se había hecho apreciar tanto de él como su esposa. Había conseguido entrar en la familia tanto de pasar casi todo el tiempo con ellos: varias tareas eran los servicios que él se ofrecía hacer, pero era toda una farsa. Aquella noche se dieron cuenta.
Estaban frente a frente, desnudos y amarrados con hilo de hierro en una silla, y el hombre con una expresión opuesta a la cual ellos había conocido empezó a torturar su esposa, frente a sus ojos, sin indulgencia. Hasta los últimos alientos la mujer desangrada y en lágrimas observó su marido que, a pesar que se estuviera sacudiendo con violencia y que se había creado profundos cortes con aquella sutil cuerda, no fue capaz de liberarse y con los ojos humedecidos pudo sólo verla apagarse como una débil llama.
Como último acto el hombre golpeó Paul detrás de su nuca y él, mirándolo una vez más como para memorizar el aspecto del asesino de su esposa, perdió el conocimiento. Al despertar se encontró rodeado por dos policías, muñecas esposadas y con la acusación de haber asesinado a su misma esposa; las perfectas pruebas dejadas por el hombre con la cicatriz eran abrumadoras: huellas en el cuchillo, en el hilo de hierro y otros objetos empleados para la tortura de la mujer y para acabar con ella.
No habló. Nunca habló. Nadie lo habría creído.

Cerró enfurecido los puños y se incorporó de la cuna, la cual anunció con un fuerte escandalo su movimiento, y se acercó a las barras.
- ¡Sheriff! - gritó. - ¡Sheriff! - estremeció impetuosamente las frías barras de la celda.
- Silencio allí dentro. - tronó una voz.
- Es una emergencia, maldición, ¡sheriff! Podría ser en peligro la vida de alguien. – gritó Paul, golpeando con su pie la base de la puerta.
Pasos impacientes se acercaron a la puerta del pasillo, la cual se abrí bruscamente y lo sheriff apareció frente a él, entrecejo fruncido y algo enfadado.
- ¿Puedo saber que es lo que estás charlando? –
- Aquel hombre con la cicatriz es un asesino, no se dejen engañar. El señor Anderson podría estar en peligro. - afirmó seroso, airado y algo espantado.

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