viernes, 12 de febrero de 2016

Amnesia (Capítulo III)

Capítulo III

“Paul.” susurró una voz entrecortada por las lágrimas.
El hombre abrió de par en par los ojos y se quedó mirando el vacío como si habría algo delante de él, una imagen anublada, pero nada de preciso. Sus recuerdos estaba en busca de su pasado y por cuanto su mente se esforzara, hasta el punto que su cabeza estaba por explotar, permanecían obscurecidos.
Unos murmullos de lejos lo percutieron de su trance y fue en aquel momento, mirando a su alrededor, que se quedó asombrado por lo que vio. Estaba tendido en un catre chirriante y poco confortable, a su izquierda había una pared inhóspita con una minúscula ventana rectangular casi cerca al techo, de la cual filtraba la luz del día, mientras a su derecha habían algunas barras que anunciaban su situación.
“¿Qué significa esto?” se dirigió hacia las barras y las agarró con fuerza. - ¿Hay alguien? - gritó.
Unos segundos después una voz le contestó. - Vaya, vaya, el bel durmiente se despertó. - empezó.
Sintió una puerta abrirse y unos pasos adentrarse por el pasillo antes de la celda. Una voz se aventuró junta a la primera y la acompañó hacia la celda del hombre sin identidad. El primero que apareció fue un hombre de cuarenta años, en uniforme, pelo corto y castaño, mismo color entintado en sus ojos y barba perfectamente afeitada; el segundo tenía los pelos negros y lisos, ojos verdes y rostro muy suave, sin pelusa.
Viendo el último hombre se quedó perplejo y le preguntó: - ¿Por qué hiciste que me arrestaran? Solo necesitaba ayuda. -
- Tenías razón, ha perdido la memoria. - comentó el oficial. - La causa debe ser esa herida en la cabeza, muestra que fue víctima de un fuerte golpe. -
El hombre se palpó delicadamente la cabeza, donde percibió un vendaje alrededor de ella.
- Ha sido medicado mientras dormías. - afirmó.
- Gracias… pero me gustaría tener una explicación respecto a esto. - señaló la celda con los dedos.
- Podría ser una noticia nueva para ti en la situación que te encuentras y para nada positiva, pero los hechos exponen que eres un prisionero fugado y has tenido la mala suerte de golpearte la cabeza durante tu fuga. - explicó.
- Pero… ¡pero esto no es posible! ¿Usted se está burlando de mí? - tronó algo irritado.
- ¿Por qué tendría que burlarme de ti? Mira tus pantalones: es un color inusual para un par normal de pantalones, ¿no? - dijo y en seguida le indicó el muslo derecho. - Si quieres más confirmación lee la escrita en tus pantalones. -
Descendió su cabeza, confundido y algo asustado por la circunstancia, e individuó una grande y bien marcada escrita que antes no había notado. Prisionero. Se quedó en blanco, como petrificado, retrocedió hasta que sus piernas cedieron a causa de la realidad de los hechos y se sentó en el catre, un chirrido fastidioso resonó en la celda.
- Esto no es posible. - susurró escondiendo su cara entre las manos.
- Lo siento, pero es la verdad. Cuando tu memoria volverá esto ya no será un problema. - relató el oficial.
- Sheriff, ¿y que hizo para merecerse esto? - preguntó el pescador.
- Bueno, señor Anderson… - observó por un momento el detenido afectado por la noticia. -… mató a su esposa y no rápidamente. Le torturó. -
El señor Anderson abrió de par en par los ojos y no fue el único, el hombre, declarado culpable, levantó la cabeza y miró desconcertado el sheriff.
- Yo… yo tenía esposa y… ¿y la maté? -
- Sí. - confirmó.
- Yo… yo no puedo recordar. - comprimió la cabeza con las manos. - Como puedo haber hecho algo así. -
- Tendríamos que hacer perder a todos ustedes la memoria para hacerles tan inofensivos. - comentó el sheriff. - De cualquier manera no es permanente, la memoria ya volverá en breve. Mientras tanto pasarás la noche aquí y mañana por la mañana verán a recogerte. - comunicó.
Él no contestó.
- Has recibido demasiadas informaciones para ser capaz de aceptarlas, te dejamos descansar. Vamos señor Anderson. - ordenó.
- Dos segundo más, si puedo. - preguntó y le sheriff asintió alejándose de la celda. - Lo siento. -
El estado en el cual se encontraba aquel hombre lo había postrado, a sus ojos parecía una persona inocua e incapaz de hacer daño a una mosca, a pesar del aspecto que tenía.
- No necesita que se disculpe, actuó racionalmente. - respondió y se tendió en el catre. - Me gustaría descansar un poco. -
El señor Anderson salió y dejó el hombre perdido en sus nuevos pensamientos, quedándose dormido con innumerables preguntas que le persiguieron también en sus sueños.

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