martes, 23 de febrero de 2016

Amnesia (Capítulo V)

Capítulo V

- ¿Cómo puedes acusar de esa maniera a alguien? - gruñó el sheriff. - ¿Y además no habías perdido la memoria? -
- Recuerdo todo sheriff, recuerdo esa maldita cicatriz, ¡recuerdo que hizo a mi esposa! -
Exclamó Paul con tono despreciativo.
El sheriff se echó a reír. - ¿Llegamos al punto de desplazar la culpa a otra persona? -
- Escúchame, no espero que usted me crea, nadie me ha creído en todos estos años, pero, le ruego, haga un favor al señor Anderson, vigila ese hombre. - dijo sin parpadear.
- ¿Y por qué tendría que escucharte? -
- Porque no le estoy pidiendo nada a cambio, nada que pueda cambiar mi situación. - afirmó.
El sheriff se quedó algunos segundos en silencio y movió por un instante su mirada hacia abajo. - No me infundía confianza desde cuando lo he visto y todavía no me la inspira… De acuerdo, lo haré, pero no para hacerte un favor. - lo indicó. - Pero, para la seguridad del señor Anderson. - añadí y salió.
- Controle si su teléfono funciona, si no hay señal quiere decir que su vida ya está en las garras de ese hombre. - gritó.
Regresó en el catre y se quedó en silencio a pensar. Pensamientos colmados de venganza se realizaban en su mente y esperaban solo el momento oportuno para cumplirse. Una sola ocasión, la misma ocasión que parecía presentarse aquella noche, tenía solo que aprovechar del momento.
- Me dirijo a la casa de los Anderson, tu quédate acá y cuidado con él. - ordinó a su ayudante.
- ¿Ha pasado algo? - se alarmó.
- Su teléfono parece desconectado, voy solo para un control normal. -
- ¿Se alarma por poco? - preguntó confundido el ayudante.
- Nomás tengo poca confianza en el huésped del señor Anderson. Quédate y vigílalo. - repitió.
- Ok. - asintió.
Los pensamientos de Paul, encarcelado injustamente, se interrumpieron y se incorporó súbitamente. El juego de aquel hombre ya había empezado.
- No vaya solo, sheriff. No podrás detenerlo. - gritó Paul.
El sheriff ignoró su advertencia y cerró la puerta frente a aquellos gritos insistentes. Paul lo oyó y furioso pateó la puerta de la celda.
“Maldita sea, se hará matar y él se librará por los pelos como siempre.” cerró su mandíbula. - Oiga, ayudante de sheriff. -
- Cállate, escoria. - tronó el ayudante.
- Me siento mal, tengo un fuerte calambre estomacal. - mintió.
La puerta del pasillo se abrió y unos pies encerrados en dos pares de mocasines negros se pararon frente de la celda.
- ¿Y? ¿Qué te duele? - preguntó desinteresado.
- El estómago… no puedo… - murmuró inclinado, casi tocando el suelo con la cabeza.
Cuando el ayudante fue suficientemente cerca a las barras, Paul se incorporó súbitamente, agarró el cuello de su uniforme y con fuerza bruta lo tiró hacia adentro. Su rostro tintineó con el fierro de las barras, los ojos se voltearon hacia atrás y su cuerpo se deslizó al suelo.
Paul alargó sus manos a la funda y aferró el ramo lleno de llaves, luego varios intentos agotadores consiguió encontrar aquella para su liberación. Salió de aquel pasillo que ya había memorizado en su mente y se dirigió hacia la salida, sin embargo antes de empuñar el mango de la puerta se detuvo. ¿Dónde se habría ido si no tenía idea de donde vivía el señor Anderson?
Regresó hacia el ayudante, lo tomó en su espalda y salió. Individuando el único auto exiliado entró y esposó el oficial al volante, después de lo cual asió su pistola y lo despertó bruscamente.
- ¡Vamos, despierta! - entabló impaciente.
El ayudante lentamente se percutió y murmuró algo ininteligible. Abrió los ojos, un fuerte dolor a la nariz le estalló dolorosamente y trató de llevarse la mano hacia el área angustiado, pero algo lo detuvo.
- ¿Qué demonios… - arrojó de nuevo su mano.
- Enciende el auto. - ordenó Paul.
El ayudante se volvió. - ¿Qué? ¿Qué estás haciendo? -
- No me haga preguntas y llévame a la casa de los Anderson. - gesticuló con la pistola.
- ¿Y qué te hace pensar que lo haré? -
- No creo que usted tenga muchas opciones, amigo - posó el cañón de la pistola en su sien.
El ayudante rumoreó otras palabras indescifrables y encendió el motor, en menos de un segundo ya se estaban dirigiendo hacia aquella hora tanto deseada, pronto habría vengado su esposa.

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