lunes, 26 de diciembre de 2016

The unknown (Capítulo IV)

Capítulo IV

- Oh, Dios mío. - gritaron la chicas, en el suelo, abrazándose entre ellos.
- A… ¡Adam! - gritó Absalom, corriendo hacia el umbral de la casa.
- ¡No! - Abraham se lanzó contra la puerta y la atrancó con su cuerpo.
- ¿Qué estás haciendo? Sal de mi camino. - gritó, la tensión había vuelto.
- Esa cosa… Fue esa cosa… No lo encontrarán vivo. - balanceó de derecha a izquierda con la cabeza. - Debemos poner barricadas en todas las entradas y esperar el amanecer. Tendremos más visibilidad, será más fácil huir. - aconsejó él, su respiro palpitaba como los caballos de un auto deportiva.
- Escúchame, tú no sabes lo que viste. Si fuera un animal salvaje lo que lo está atacando, puedo hacer algo para salvarlo. - estaba serio, pero su voz temblaba, en el fondo, celado por la parte racional de él, tenía miedo que él tuviera razón.
- Vamos, muchacho. - algo hizo clic, el anciano tenía una escopeta en la mano. - Vamos a rescatar tu amigo. Si en mi propiedad hay un peligroso animal, esta noche será la última vez que olfateará el olor de un humano. - se acercó a la puerta y posó una mano en el hombro de Abraham, pidiéndolo permiso.
- … - abrió y cerró la boca, sucesivamente se apartó.
Ace aferró el mango y empezó a girarla. Fragmentos de pequeños objetos relucientes volaron sobre el rígido piso de la casa, alzando una melodía desordenada, y una piedra voló hacia el interior, revolcando hasta alcanzar los pies, o mejor dicho, las rodillas de las muchachas. ¿Qué hicieron? Gritaron, voces estridentes y desentonadas, intensificaron aún más el terror que rodeaba esa casa, sobre todo el de Abraham.
Era una piedra viscosa y sangrienta. ¿Eso habría hecho gritar así a las muchachas? No. Esa no era una gruesa piedra, esa era una cabeza humana. Sin embargo, aún no era suficiente para explicar la razón de ese grito desesperado. Ellos gritaron así porque la cabeza era de él. De Adam.
Ace corrió hacia la ventana y con la escopeta buscó la causa del ocurrido. Nada. No individuó a nadie. Al fin no se habría hecho ver con tanta facilidad. Absalom corrió hacia la cabeza y la cogió con sus manos, la observó, la giró varias veces, sus manos se tiñeron de rojo. Probaba terror en lo que veía, pero parecía que quisiera asegurarse que no fuera ficticia o que no fuera obra de una broma de Adam. Al fin Adam era el cómico del grupo y sus bromas eran siempre bien planificados, de ser perfectos e ingeniosos.
Lamentablemente esa cosa era real. La piel era verdadera, no era una reproducción, esos ojos abiertos de par en par, donde aún se veía el terror que había probado, eran de Adam y esa sangre, esa sangre apestaba a… sangre. La reposó sobre el piso, donde la había cogido, sus manos temblaban, y sucesivamente se deslizó sombre el liso y duro piso.
Llevó las manos hacia su cabeza, desmelenándose y mancillando de sangre sus perfectos pelos lisos. - No es posible… No puede ser verdad… - sus manos descendieron de su cabello hasta los ojos, cubriéndolos.
Abilene quedó viendo la cabeza, como impactada, en estado de shock. Algo había colapsado sus nervios.
- Yo… yo les dije. Les había advertido que esa cosa era real. - entabló Abraham, su voz había vuelto ansiosamente, como si tuviera frío.
- Puede ser cualquier animal, muchacho. - comentó Ace, alejándose de la ventana, pero sin darle la espalda. - Cualquier animal. - repitió, ni él creía a las palabras pronunciada por sus labios.
- ¿Y crees que cualquier animal podría dejarte la cabeza de su víctima en casa? - se impacientó Abraham, estaba harto que nadie lo creyera.
Las muchachas seguían llorar, más que todo Acacia, la otra parecía estar paralizada, como una estatua. Era natural, era su novio. Habría podido llorar por uno cualquiera, pero no por su novio. Ese era una emoción muy menesterosa, lo que probaba en ese momento era más, era desmesurada.
- No, él tiene razón. - la voz de Absalom era como si estuviera sofocando, sus manos celaban aún su rostro.
- No pueden existir criaturas similares, no creadas por el Señor. - comentó Ace, dando al fin la espalda a la ventana, pero solo después de haberse alejado de almeno diez metros.
- Lo que sea tiene que pagarla... tiene que pagarla. - se alzó lentamente del piso y se volvió hacia Ace. - ¿Tienes otra escopeta? -
- Bueno, sí, tengo otra, pero no sé si sea una buena idea. ¿Alguna vez disparaste en tu vida? Podrías herir a alguien, si no sabes como usarla. - objetó, extendiéndole igualmente la arma. - Ah, qué importa, toma. -
Absalom la cogió y la apretó en sus manos. No se había imaginado que fuera tan pesada, como una bola de bolos.
- Apunta a tu blanco con el triángulo que se asoma de la extremidad del cañón y cuando aprietas el gatillo, aferra con seguridad el arma. Por el retroceso. - le aconsejó.
Abraham se acercó a ellos, oscilando. - Las usaremos solo para defendernos, ¿verdad? No iremos a buscarlo. Ninguna venganza, por favor. -
- Escucha, amigo, solo porque tú estás aterrado, no quieres decir que yo también lo estoy. Quédate escondido, si quieres, en cualquier parte, pero no me obstaculices. - lo indicó violentamente. - Más bien, si quieres ser de ayuda, quédate con las chicas. -
Abraham no lo miró, pero después de uno segundo reaccionó. Apretó los puños y levantó la mirada.
- Es verdad, estoy aterrorizado, más bien me estoy literalmente cagando de miedo y no te imaginas cuanto, pero no tiene nada que ver con el hecho que no quiero ir a buscarlo solo porque tengo miedo. Para nada. Estoy solo tratando de pensar racionalmente, de hacer algo más juicioso para sobrevivir. - se acercó a él, pasando cerca de la cabeza cortada, le dio una rápida mirada, su estómago se revolvió. - Piénsalo atentamente, Absalom, el bosque debe ser su casa, lo conocerá como si fuera la palma de su mano. ¿Crees que podrás vengar la muerte de tu mejor amigo? Morirás no apenas pondrás un pie afuera. -
Absalom se quedó en silencio. Sus palabras lo habían hecho razonar, tenía razón. Miró a largo el externo. La oscuridad lo cegaba, no podía ver más de dos metros. Sombras se alzaban con sus inquietantes formas detrás de los árboles, para nada inertes. Y era patente que los muchachos y los ancianos eran observados por algo. Propio entre los árboles, propio frente la casa, detrás de un árbol particularmente más antiguo, había dos ojos. Oh, ellos no los veían. No podían ver esos ojos amarillos.

lunes, 19 de diciembre de 2016

The unknown (Capítulo III)

Capítulo III

La cocina poseía una decoración rústica, la madera era el elemento que imperaba en casi toda la casa. La muchacha rubia acercó una silla a él y lo hizo sentarse, la otra se apresuró a coger un vaso de agua y se lo ofreció. El muchacho se llevó el vaso a los labios, estaban secos y rígidos. El líquido se deslizó dentro de su garganta y un grande alivio recorrió todo su cuerpo. Gimió.
- ¿Cómo te llamas? - preguntó el chico.
- Abra… - tosió. - Abraham. Me llamo Abraham. - bajó el vaso hacia la rodilla.
- Yo soy Absalom y ellas dos son Abilene y Acacia. - indicó primero la rubia y luego la morena. - El señor se llama Ace y es el propietario de la casa. -
El anciano hizo un gesto con la cabeza.
- Es un placer, aunque si me habría gustado conocerlos en otra situación. - dijo Abraham, tratando de hacer una sonrisa bizarra, pero le salió una espantada.
- Abraham, ¿qué ocurrió? ¿Quién te seguía? - preguntó Absalom, sentándose frente de él, con el respaldo hacia adelante.
Su rostro volvió a cuando había entrado en esa casa, blanco, pálido, sudado y tembloroso.
- Yo… - sus ojos abiertos de par en par se perdieron en el vacío, como si solo él pudiera ver lo que acababa de sucederle. - N… no sé qué era… ni sé que aspecto poseía, yo… yo nunca me volteé… estaba aterrizado… - su voz temblaba más de una persona desnuda en medio de una tormenta de nieve.
- ¿Pero estás seg…? -
- ¡Sí! Algo me estaba siguiendo. - interrumpió a Absalom, el cual retrocedió su cuello, pidiéndole disculpa con los ojos. - Sentía su deslizar, las plantas que venían aplastabas, sus garras pellizcar tanto el terreno como la piel rugosa y seca de los árboles y… y la cosa peor… que nunca podré olvidar… era su sonido que emanaba, como un grito sofocado, como si alguien fuera estrangulado, que acariciaba mi cuello. - su piel se vistió de varias pequeñas bolas, piel de gallina.
Las chicas permanecieron en silencio, escuchándolo, colgando de sus palabras, como niños que escuchan una historia de terror frente a una fogata, e involuntariamente se había acercado entre ellas, casi abrazándose. El muchacho, Absalom, estaba tranquilo, pero por su frente estirada, se notaba la tensión que le había procurado esa descripción. Algo lo turbó, percibí algo pesado sobre de él. El anciano, en cambio, quedó indiferente, como si hubiera vivido lo suficiente para no creer a lo que ves por primera vez.
- Podría haber sido cualquier animal salvaje, muchacho. - el anciano fue el primero a quebrar ese silencio que estaba aumentando aún más esa tensión.
- ¿Podría? - exclamó. - Ojala… - afirmó, negando lentamente con la cabeza.
- Sea como sea, todos sabemos que las sombras son buenas a hacer malas pasadas. - comentó Absalom, haciendo una mueca cómica, intentando de hacer regresar esa serenidad que se había disfumado con el impetuoso tocar del muchacho a la puerta.
Quedó un segundo en silencio. - No importa. Ahora que estoy en compañía, me siento más tranquilo, al seguro, pero no apenas será de día quiero desaparecer de este bosque. ¿Tienen un auto? - pregunto a Absalom y al anciano, no pensó de preguntar a las chicas, se dirigió involuntariamente hacia ellos dos.
- No, solo unas bicicletas. Estamos haciendo la vuelta al mundo en bicicleta y nos acampamos en cualquier lugar… - se detuvo un segundo y miró las chicas, asustado. - Oh, Dios mío. Adam. - no pudo no pensar a ese ser que había descrito Abraham.
- Se fue a coger su botella en su bici. - recordó Acacia.
- Aún no volvió. - chilló Abilene.
Un grito espeluznante rasguñó las paredes, la casa se estremeció, ese gélido grito resonó hasta repetirse en los tímpanos de los presentes. Ellos se petrificaron, los cuerpos de las muchachas sobresaltaron, fueron electrizados, como el agua fría que entra en contacto con una caria. Abraham se tapó las orejas y cerró vigorosamente los ojos, con tanta fuerza que su rostro se pintorreó de rojo.

lunes, 12 de diciembre de 2016

The unknown (Capítulo II)

Capítulo II

Hubo un breve momento de silencio, un breve momento en el cual ese sonido volvió. Más mordaz y penetrante. Un frío, pero también caliente velo de aire lo acarició en la espalda y en el cuello. Una deforme e inquietante sombra se extendió en la pared de la casa, moviéndose como un reloj roto, y unas garras largas y huesudas, casi semejantes a unos cuchillos, se acercaron a la sombra del chiquillo. El corazón de Abraham empezó a golpear la puerta, como un talado neumático.
- ¡No, no, no! ¡Abran, abran! ¡Por favor! - golpeó la puerta con su espalda, desesperado, tenía los ojos cerrados, no quería ver su muerte.
El sonido de ese ser se hizo más recio, como un grito sofocado, al fin es lo que parecía. Abrió ligeramente los parpados. Podía jurar de ver esas garras acercarse a él, casi circundar su busto, como si quisiera abrazarlo. Sus nervios colapsaron, empezó a golpear la puerta con cualquier parte de su cuerpo, hasta su cabeza. Habría preferido matarse así, por su cuenta, y tal vez lo habría conseguido. El miedo lo hacía ignorar las ligeras contusiones que se estaban creando en su frente, que pronto se habrían hecho más aparentes, hasta causarse un trauma cerebral.
Su sombra fue completamente absorbida por la del amorfo ser. Abraham molió otro golpe, con todo su cuerpo, pero cayó hacia adelante, hacia el vacío. La puerta se abrió, no por mérito de su brusco tentativo de entrar en esa tenebrosa casa que, por cuanto pudiera poseer un aspecto inquietante, era mejor de esa perturbadora floresta, de esa horrible cosa detrás de él, no, pero por mérito de su propietario, que al fin había conseguido apresurarse a recibirlo. Como dice el dicho, “más vale tarde que nunca”.
El anciano lo miró confuso, tal vez algo asustado, levemente, como si hubiera encontrado el fantasma de algún querido para él.
- ¡Rápido, rápido! - gritó el joven, arrastrándose hacia el interno, lo más posible lejos de esa negra sombra que lo había casi aferrado. - Que está esperando. ¡Muévase, cierra la puerta! -
El hombre lo escuchó, bueno, que habría debido hacer, igualmente tenía que cerrarla. Permaneció en silencio. Un silente silencio reinó por toda la casa, pero no solo allí, también afuera, por todo el bosque. No vagaba ni un mínimo susurro, un mínimo bisbiseo o murmullo. ¿Dónde estaban todos los animales de ese bosque?
El chico estaba sudando, había corrido a toda prisa, es cierto, pero el sudor era más que todo por otra razón. Su corazón, su latido era el único fragor que oía, el único ruido que rompía ese silencio, pero solo para él. Martillaba como loco, como si por un momento lo hubieran cambiado con el de un caballo. Sin embargo, a pesar de eso, consiguió a paliarlo, solo para ubicar la posición de esa horripilante y misteriosa, porque lo era, cosa.
Estaba absorto a percibir cada mínimo ruido, cualquiera pudiera recorrer esa floresta, lo importante era que fuera él a provocarlo. Hasta que una voz lo distrajo, joven, casi como la suya, pero sin esas tonalidades estridentes que a veces salían de su boca. Le hizo deslizar esa tensión como si fuera aceite. Al fin ya no estaba solo.
- ¿Qué ocurre, amigo? - entabló un chico, cabello crespo como un arbusto podado celosamente.
Abraham jadeó, volvió a emitir esos confusos y dinámicos ruidos por su boca. - ¿Qué? - balbuceó sorprendido. - ¿Pero no vieron lo que estaba detrás de mí? - los miró.
Además del muchacho, había dos chicas y el anciano que le había abierto la puerta. Los tres jóvenes negaron con la cabeza, lo miraron como si acabara de entrar un espectáculo de fenómenos.
- ¿Señor? - preguntó al anciano, aunque parecía más a una afirmación que a una pregunta.
El anciano frunció su entrecejo y lo observó sospechoso, como si quisiera entrar en su cabeza y encontrar esa respuesta que el muchacho quería escuchar. Después él también negó.
- Muchacho, no sé de qué está hablando. No he visto nadie más que usted. - su voz era bien profunda, tan profunda que pudiera doblar un antagonista de una película.
- Pero… - indicó detrás de él, sus ojos estaban rojos e hinchados. - No… no pueden… yo… algo estuvo siguiéndome por no sé cuánto tiempo y… no, no pueden decirme que me lo he inventado… yo… - se puso a llorar, solo ahora se daba cuenta que estaba a salvo.
- Oye, amigo, no le estamos diciendo que se lo inventó, pero solo que no hemos visto nadie más que a usted. - intervino el muchacho para tranquilizarlo.
Las dos chicas, tal vez conmovidas por la real desesperación de él, se acercaron. Apoyaron una mano en su espalda y lo confortaron con dulce masajes.
- Ven, toma algo. - le dijo una chica rubia, con algunas pecas en los lados de su nariz.
- Lo necesita. - aprobó la segunda muchacha, pelo negro y piel tan cándida que parecía una muñeca de porcelana.
El muchacho seguía llorando, sollozando, aunque ya no poseía lágrimas para verter. Las miró, sus ojos estaban rojos, como si hubiera estado mucho tiempo con los ojos abiertos dentro de una piscina, y lentamente asintió. Se hizo asistir por las muchachas, las cuales lo ayudaron a incorporarse y tambaleando, sus piernas estaban acabadas, alcanzó la cocina con su ayuda. El anciano y el muchacho los siguieron, sin comentar, estaban analizando lo que había sucedido o por lo menos lo que el misterioso chico afirmaba.

lunes, 5 de diciembre de 2016

The unknown (Capítulo I)

Capítulo I

“Maldición.” gritó en su cabeza, estaba desesperado, aterrorizado.
Corría. Sus pasos eran tan rápidos que apenas tocaban el suelo, pero el sonido que evocaban les daba todo otro tipo de apariencia, como si fueran pesados como piedras. La luz argéntea de la luna no era suficientemente resuelta para poder iluminar su tétrico y embrollado camino, o tal vez las ensortijadas hojas de los arboles eran tan espesas que impedían la filtración. Esa floresta, al menguar del sol, mutaba, se convertía en un lugar truculento, aterrador, un lugar en el cual quien ponía un pie en él salía turbado, traumatizado, como si hubiera entrado en la trastornada mente de un loco psicópata. Siempre si de ese bosque conseguía salir.
No eran alucinaciones, no eran miedos que el cerebro concretizaba al percibir un ruido, un bisbiseo, o al ver una silueta, una sombra moverse. Oh, no, para nada, mis queridos lectores. Y Abraham era la prueba. No estaba huyendo de algo que era solo fruto de su imaginación, no era un feroz animal nocturno confundido por algo inscribiblemente horrible. Algo lo estaba siguiendo y muy rápidamente estaba ganando terreno.
Emanaba una rara voz, era como un suspiro, un suspiro de una persona que está atrozmente sofocando. Era largo y penetrante. Su movimiento era como si se arrastrara, como una serpiente, pero también parecía a un oso que ataca. Ese mismo ruido cegaba sus dimensiones. Hasta ese momento, solo una cosa sabía Abraham, estaba cerca. Siempre más cerca. Su respiro lo acariciaba, lo rozaba detrás del cuello, estaba caliente, pero al mismo tiempo gélido, como la muerte. No habría osado voltearse, aunque sus nervios se lo imploraban. El ignoto que ocultaba esa presencia oscura ponía a dura prueba su mentalidad.
¿Cuánto tiempo estaba corriendo? Le parecía una eternidad, una larga y agonizante eternidad, aunque en verdad eran solo desde hace diez míseros minutos. Vamos, cualquiera que tuviera esa cosa detrás de él, el tiempo sería como su orientación era en ese momento, desordenado e incalculable.
Empezó a llorar, no lo habría encubierto si hubiera salido de allí vivo. Era demasiado, no podía controlar esa inquietud. Su vista temblaba como si hubiera un ataque sísmico, pero no era así, era su cerebro, su mente era como una tetera en ebullición. Su respiro era como en medio de un ataque de asma, bulloso y raudo, entre los cuales unos sollozos se agregaban al estrepito.
Estaba al punto de ceder. Estaba casi por dejar que la gravedad hiciera su deber, sus piernas estaban más pesadas respecto a antes y fuertes punzadas recorrían sus pantorrillas. Lo dijo. Pronunció la frase, “basta, ya no puedo más”, entre las lágrimas y su aliento estaba agotado. Pero cuanto disminuyó levemente su andar, una luz, tal vez el reflejo de la luna sobre un objeto metálico, evocó en él una fuerte y corajuda esperanza, al punto que se mordió la lengua e hizo petición a sus últimas fuerzas de apoyarlo todavía por poco tiempo.
Algunas veces titubeó, estuvo al punto de caer, más bien cayó, pero para no detenerse y acabar en las garras de esa monstruosidad anduvo como un chimpancé y se incorporó inmediatamente. Probablemente su andar disminuyó, pero no se arrestó. Las plantas lo torturaban, lo abofeteó en su rostro como una novia celosa, y además obstaculizaron tanto su andar como su vista.
¿Esa cosa aún lo seguía? No podía saberlo, o mejor, inquietantes ruidos aún lo estaban presando, como una bestia hambrienta, como una persona que se excita a matar por diversión. No se volvió, tenía miedo de voltearse y verlo a un paso de él. Tan pronto vio la luz más cerca, tan cerca que pudo identificar su origen. Era una casa, la luz provenía de una lumbrera cerca de la puerta principal y una luz del interno de la casa le dio un vuelco al corazón. Sus lágrimas menguaron como sangre que derrama de una garganta cortada, con la diferencia que era por alegría, por la esperanza que tal vez habría podido vivir por lo menos una noche más.
Se estrelló en la puerta, sin pararse, un trueno seco resonó en toda la floresta. Blandió el mango y trató de abrirla. Estaba cerrada a llave. Cerró el puño y empezó a tocar la puerta, a golpearla, como habría debido hacer con el amante de su ex novia. No se abría, ninguno estaba corriendo en su ayuda. El batido de sus puños aumentó de velocidad.
- ¡Ayúdenme! - gritó, su voz poseía varias tonalidad discontinua, como si sus cuerdas vocales vinieran pellizcadas por un guitarrista inexperto.
Los varios fragores que los gritos y los batidos resonaban en esa oscura y silenciosa floresta alarmaron ese ser, que mágicamente devoró en pocos instantes eso pocos metros que los separaban. Abraham paralizó sus movimientos y abrió de par en par los ojos. Su respiro se quebró en el aire. Estaba detrás de él.

lunes, 28 de noviembre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo XV)

Capítulo XV

- ¿Y, chicos? ¿Cómo les fue? - entró una señora vestida con un elegante vestido rosado, parecía ser la copia exacta de la madre di Abbey.
- No se acuerda otra vez de nosotros, mamá. - contestó la niña, algo triste.
- Saben que no es su culpa, chicos, deben tener paciencia. - se acercó a ellos y los besó cada uno en la frente. - Mamá, soy yo, tu hija. -
La miró, después sonrió. - Tesoro, hola. Me sorprende como te pareces a mi madre. -
Se inclinó hacia su mejilla y la besó. - Mamá, me dicen que ya no te acuerdas de tus nietos, de mis hijos. -
- ¿Tus hijos? - preguntó.
- Sí, tal vez los recordarás cuando estaban más pequeños, pero ahora ya están grandes. Míralos bien. -
Los observó. Los observó por un buen rato y repentinamente abrió los ojos de golpe. - Oh, mis tesoros, sí, son ustedes. Reconozco sus ojos, que lindos que se hicieron. - extendió sus brazos y abrió una gran sonrisa.
Los tres niños se levantaron y fueron a abrazarla, la apretaron con todo su afecto.
- Tenemos que irnos, chicos. Saluden su abuela. -
- Adiós, abuela, te queremos. - cada uno de ellos la besaron, la abuelo sonrió.
- Yo también los quiero. - lanzó una risita y cogió su taza, saboreando otro sorbo.
Su hija se acercó a ella. - Cuídate, mamá. - la acarició la mejilla y la besó de nuevo.
- Cierto, hija mía. - le guiñó el ojo.
Salieron. Bajaron las escaleras de ese reconfortante hospicio, descendido y subido por varios ancianos aún agiles respecto a su edad bien madura, los niños, mejor dicho, la niña, contó a la madre como pasaron el día con la abuela.
- La abuela nos contó una historia triste, mamá. - narró con su delicada voz.
- ¿Cuál? - preguntó la madre sorprendida.
- De dos perros que conoció cuando era niña. - dijo.
- Sí, y la cosa curiosa que poseen el mismo nombre de nuestros… -
- Perros. - la madre concluyó la frase del más grande. - ¿En serio se acordó de ellos? - murmuró entre sí.
- Sí. - afirmaron sus hijos.
- Yo también me acuerdo la primera vez que me habló de ellos. Era pequeña, pequeña como tú. - indicó su hija. - Tengo unas fotos de ellos en la casa, en algún lugar. Tal vez en el ático, ¿quieren verlas? -
- Sí. - exclamaron los niños, emocionados de dar una confirmación a la descripción que su mente había dado a esos perros.
Dejaron el hospicio. En auto el viaje duraba una hora antes de llegar a un acogedor y apacible vecindario. Lo que los niños no sabían, o por lo menos por el momento, que un poco antes de ese vecindario, a una centenar de metros, había un pequeño cementerio de animales, engalanado con una floresta de flores radiantes. ¿Quién era el creador de esa área consagrada? Su bisabuelo, el padre de Abbey.
Si un día vendrá visitado por esos jóvenes con la mente inocua, notarán, entre distintas, una lápida que, a pesar de todos esos años, tiene apariencia de ser nuevo, como si la hubieran puesto el día anterior. Si se habrían acercado a esa lápida, habrían leído dos nombre a ellos familiares: “Acer y Akamu, los mejores perros con más humanidad de los humanos. Que puedan proseguir sus juegos en un mundo donde la crueldad no existe”.

lunes, 21 de noviembre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo XIV)

Capítulo XIV

- ¿Qué estás diciendo? - exclamó, miró mi madre con una expresión repleta de sufrimiento.
Empecé a llorar. No podía hablar, ni a negar ni a nombrar una vez más y para la última vez su nombre. Mi padre abrió de par en par los ojos, lágrimas se derramaban de sus ojos, sin control, sin tentar de ocultarlo Bajó su mirada y una se desplomó en sus rodillas. Sus manos apretaron el cuerpo de Acer y lo llevaron hacia su pecho. Empezó a gritar, lloraba, su habitual voz estaba deformada. Lloramos, lloramos hasta la llegada de nuestro tío, el cual, al ver los dos cadáveres de los perros, palideció y se quedó con la boca abierta.
El hecho se concluyó con la detención del viejo y su entrada en una de los automóviles. Ninguno de los vecinos había salido, ni después, cuando todo había terminado. Los dos fallecimientos fueron honorados solo por nuestras lágrimas. No les puedo decir por cuanto tiempo duró nuestra conmemoración, tal vez minutos o tal vez horas. Sus jocundos ladrados por la mañana y su presencia en nuestra familia se habrían custodiados en un recuerdo, como una foto en un álbum.

… Después de ese evento decidimos mudarnos, compramos una casa en otro vecindario, más normal y más… humano. La limpieza y el orden eran siempre la primera regla, allí también, no les digo que no, pero cualquier disconformidad era resuelto aristocráticamente. Ah… como les decía, habría sido mejor mudarnos desde un inicio… Bueno, ahora es inútil que me torture así, nada de lo que digo podrá cambiar las cosas. - dijo Abbey suspirando, con los ojos extraviado en el vacío.
Tantas arrugas delineaban su rostro, sumergido en esos recuerdos, como un vestido no planchado. Tres niños sentados frente de ella la miraban, apesadumbrados, habían llorado, sin interrumpir la historia. Se habían quedado como embrujado de esa historia. Ahora, al término de ella, había llegado el momento de las preguntas.
- Abuela, pero… ¿realmente murieron? - exclamó el niño más pequeño, de siete años, mejillas circulares y rojas.
La mujer parpadeó repentinamente, como si estuviera en un ensueño.
Hesitó antes de contestar. - Sí, tesoro, lamentablemente el mundo fue cruel con sus vidas. - asintió lentamente.
- Que feo. ¿Cómo pudo ese señor matar a los perros? Todos aman los perros. - comentó una niña, sus trenzas estaban al punto de deshacerse.
- Yo también me lo pregunté, tanta veces. Pensaba que una vez alcanzado la edad adulta lo habría podido entender, por lo menos una pequeña parte de su odio, pero me equivocaba. Hay personas que así nacen y otras que se convierten. Tal vez la soledad lo había cambiado, o tal vez todos eran así en el vecindario, putrefacto como un plátano muy maduro. - suspiró y se masajeó sus manos. - Si no fuera por él, otro había encontrado un modo para eliminar el más grande problema que ensuciaba esa impecable imagen. - se volvió, como perdida, y viendo su taza en la mesita de noche aún abrasador, la cogió y tomó un sorbo, no antes de soplar adentro.
- ¿Y es por eso que hiciste construir esa maravillosa perrera? Es mejor de un hotel de cinco estrellas. - preguntó el último nieto que aún no había hablado, era un poco más grande y una ventana en sus dientes mostraban la oscuridad de su boca.
- Ya, luché mucho para obtener un buen trabajo que me permitiera de poseer un óptimo sueldo y hacer construir esa perrera. - contestó sonriendo, como si estuviera lista de dejar ese mundo. - Lo planeé toda mi infancia, hasta que no me hice adulta y lo realicé. - levantó repentinamente su mirada y miró el vacío, como si estuviera en standby.
- ¿Abuela? - preguntó la niña.
La mujer parpadeó y descendió su mirada, lentamente, hacia ellos. Los observó por un buen rato.
- Pero que lindos niños que son. ¿Cómo se llaman? -
- Abuela, somos nosotros, tus nietos. - dijo el más pequeño.
- No, no es posible. Yo no tengo nietos. - refirió confundida, su frente aún más encarrujada, algo espantada.

lunes, 14 de noviembre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo XIII)

Capítulo XIII

- Tendríamos que detener la hemorragia, tesoro. - intervino mi madre, mi padre lo observaba en todas las partes, desorientado y asustado.
- Tienes razón. - se desabotonó la camisa. - Tra… tranquilo, Acer, irá todo bien. Es mejor si llamas a tu tío. -
- Ok, voy. - se levantó y regreso a la casa.
Yo le acaricié la frente, estaba abrasadora. Me miró por un momento, sus ojos me transmitieron el horror y el martirio que estaba probando, después miró hacia otra parte.
- Resiste, Acer. - sollocé, o tal vez solo me tembló la voz.
- No conseguirá llegar en tiempo. - murmuró mi padre mientras vendaba la herida con su camisa, Acer gruñó y gañó. - Perdóname. - una lágrima deslizó en la mejilla de mi padre.
Acer no estaba enfadado con él, sabía que cualquier cosa él hiciera era solo para salvarle su vida. Respecto al primer día que lo conocimos, ahora sí que confiaban ciegamente en nosotros. Permaneció a observarlo, tratando de soportar el dolor, pero unos gruñidos y gañidos igualmente exhaló. Sin embargo repentinamente empezó a agitarse, su mirada se movió detrás de mi espalda y trató de mover sus patas.
- Acer, por favor, quédate quieto. - dijo mi padre, apoyando su mano en el pecho de él, para pararlo.
Insistió en sus movimientos, algo estaba en el centro de su atención.
- Papá, parece que quiere algo. - le mencioné, mi voz era irreconocible hasta mis oídos.
Mi padre miró más allá de mi espalda y suspiró, triste y dolorido. - Quiere ver a Akamu. -
- ¿Cómo hacemos para moverlo? - pregunté.
- A él no podemos moverlo, traeremos Akamu hacia él. Él… ya no sufrirá si lo movemos. - se levantó, balaceándose, como si algo hubiera extraído sus fuerzas, y se dirigió hacia él.
Me acerqué más hacia Acer y lo acaricié sin parar, aunque mi brazo quiso descansar unos segundos. - En un rato tu amigo estará acá. -
Acer, muy lentamente, casi como un bradipo, llevó su lengua hacia mi mano y la acarició dos veces, después se deslizó de lado. En la misma manera en la cual la había extraída, la introdujo.
- No te esfuerces, estoy seguro que ya no falta poco para que llegué nuestro tío… - acerqué mi rostro al suyo y lo escondí entre el pelo de su cuello. - No mueras, te lo ruego, quédate con nosotros. - lloré.
- Acá estoy. - la voz de mi padre estaba ronca.
- Mi amor. - mi madre estaba con él. - Deja que Acer pueda ver Akamu. -
Sorbí por la nariz. - O.. ok. - me aparté un poco hacia mi izquierda, limpiándome la punta de la nariz con la manga de mi polo.
Mi padre se arrodilló y apoyó delicadamente Akamu en el césped, cara a cara con Acer. Él lo observó intensamente, como si esperara que un movimiento suyo traicionara su muerte. Pero no ocurrió, a pesar que él lo deseara tanto, aunque si habría cambiado su vida con la de él. Aulló, usó casi todas sus energías para emitir ese melancólico sonido para despertar su amigo. Temblaba y de vez en cuando se quebraba en el aire. Pero llegó un momento en el cual decidió rendirse y, no sé si fue fruto de mi imaginación, una lágrima se desmenuzó en su mejilla.
Mi madre salió de la casa y se acercó hacia nosotros.
- ¿Tu tío? - preguntó mi padre, estaba nervioso.
- Ha dicho que hará de todo para llegar lo antes posible, pero… tenemos solo que esperar que él resista. - creo que susurró, ya que su voz la percibió en lejanías, como si estuviera en casa.
Acer abrió la boca y empezó a lamer el hocico de Akamu, suavemente y sin fuerzas, en su maniera, al fin, lo estaba haciendo, estaba saludando por última vez su amigo, más querido y fiel que haya nunca conocido en su vida.
De improviso el sonido de las sirenas rompió ese profundo silencio que se había creado en el vecindario después del último disparo de la escopeta de ese horrible viejo, nadie había osado importunar ese silente silencio. Nadie de los vecinos había intentado de salir de sus perfectas casas, nadie probó clemencia, su deseo se había realizado sin problemas. La conmiseración no era una enseñanza que había crecido con ellos.
- Tal vez si pedimos a un policía, nos podrás escoltar rápidamente a la clínica. - dijo mi padre.
- Podemos tentar, tesoro, pero no sé cuanto podrían ayudarnos por un perro. - objetó amargamente mi madre.
- Tenemos que tentar. - alargó el brazo hacia Acer. - Resiste, pequeño. - lo cargó.
No emitió ningún gemido de dolor. En ese momento pensé que fuera valiente a mostrarse resuelto frente al dolor, pero ahora pienso y estoy segura que su mente ya no estaba racional y ya no era capaz de percibir el dolor. O cualquier cosa.
Los autos estacionaron en nuestro césped, eran tres. Los policías bajaron minuciosamente y armados de los autos, apuntando sus pistolas en todos lados.
- Creo que entró en casa. Su escopeta está allí, pero no sé cuantas armas posee en adentro. - advirtió mi padre, indicando su casa.
- De acuerdo. - asintió uno de ellos. - Aléjense de acá. -
- De acuerdo, pero necesito que uno de ustedes nos escolte a la clínica de mi tío o no sobrevivirá. - le mostró el perro entre sus brazos, como si no fuera obvio.
El policía miró el perro en sus brazos. - Señor, lo siento, pero ya está muerto. - contestó volteándose hacia sus hombres.
- No, no está muerto. Respira con dificultad, pero si puede salvarse. - mi padre luchó para no llorar frente a ellos.
- Lo siento, señor. Rápido, tres hombres pasen por atrás, dos conmigo. - ordenó.
- Oh, no. - chilló mi madre, cubriéndose la boca con las manos.
- Malditos, bastardos sin corazón. Tenías razón. - tronó mi padre, lo habría pegado si hubiera tenido las manos libres.
- Tesoro… él tiene razón. - sus manos temblaron, su voz, su cuerpo y empezó a sollozar.

lunes, 7 de noviembre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo XII)

Capítulo XII

Mi padre se paralizó y levantó súbitamente las manos, su mirada estaba furibunda.
- Así, quédate en tu lugar. - giró la escopeta y disparó otro golpe hacia los perros.
Mi padre hizo un ademán a mi madre con la cabeza, ella entró inmediatamente en casa y corrió hacia el teléfono.
- Akamu, Acer, por acá, rápidos. - los llamé, mi corazón latía como los parlantes de una radio a alto volumen que a cada disparo se arrestaba.
Los perros, horrorizados y espantados, siguieron mi voz.
- Maldita mocosa. - vociferó el viejo y apuntó el arma hacia mí.
Me petrifiqué.
- Pero que te dice el cerebro, viejo estúpido enfermo. Serás acusado de homicidio y te pudrirás en la cárcel por toda tu vida. - gritó mi padre horripilado, nunca había visto el rostro de mi padre tan blanco.
Hesitó unos momentos antes de apretar el gatillo y cuanto estuve cierta que lo iba a hacer, cambió otra vez su blanco.
- Esta vez no perderé la ocasión. -
Los perros estuvieron casi cerca a los peldaños. Hubo un grande silencio. Un disparo. Un cuerpo blanco voló hacia mi izquierda, antes que pudieran adentrarse por los peldaños, y aterrizó en el jardín. Acer estaba al punto de poner una pata en la primera grada cuando se detuvo y corrió hacia Akamu. Lo oleó, lo empujó con sus patas, con el hocico, pero nada. No obtuvo ninguna respuesta. Probó de nuevo, con más fuerza, más energéticamente. Nada. Abrió la boca y un liviano y agudo murmullo salió de ella, como gañido.
- Faltas solo tú, bestia. - lo miró a través del arma.
Mi padre esprintó hacia él. Acer se volvió, sabía quien había sido, quien era el cruel asesino. Le gruñó, después él también esprintó hacia él. Cada paso suyo sus patas arrancaban mechones de hierba como si fueran hoces y su gruño se hacía más profundo y encolerizado. Porque no, probablemente ellos también conocían la palabra venganza.
Un segundo antes que el viejo pudiera disparar su última bala, mi padre se lanzó sobre de él y lo derribó al suelo. Sin embargo el golpe fue disparado. Mi respiro ahogó en un vaso de agua. Mi padre se volvió súbitamente. Mis ojos empezaron a anublarse, lloré. Vi como el cuerpo de Acer fue tumbado hacia atrás, como si hubiera recibido una vigorosa patada bajo el cuello.
- ¡No! - gritó mi padre, su voz se quebró cuando su respiro consumió todo el oxígeno de sus pulmones.
- Hice un favor a todos. - carcajeó el viejo.
Mi padre asió el cuello de su camisa y le arrojó dos coléricos puños en su cara. - Me la pagarás, maldito. -
- No. - susurré sollozando, con las palmas de mis manos empecé a secarme los ojos, estaban tan mojados que parecía que recién hubiera emergido del agua.
- ¿Qué cosa ocurrió? - exclamó mi madre saliendo de casa. - Co… Oh, dios… - no acabó la frase, no apenas vio los dos cuerpos, empezó a lloriquear.
Corrió hacia Akamu, yo la seguí. Su cándido pelo estaba manchado de sangre, un circulo tan perfecto que parecía ser una mancha obtenida desde el nacimiento en sus costillas. Su pecho no respiraba, no se movía. Sus ojos estaban abiertos, opacos y apagados, miraban hacia la casa. Estaba muerto. Y esta vez nada lo habría salvado de la muerte.
- N… o… n… o. - sollocé, el llanto me quebraba la voz, no podía respirar, estaba sofocando en mis mismas lágrimas. - Ak… mu. -
- Dios mío… Que cosa hizo. - susurró mi madre, su voz temblaba como si estuviera parlando a través un ventilador.
Se acercó a él y le acarició la cabeza, cerca de las orejas, como a él le gustaba. Unas lágrimas suyas menguaron en su hocico. Me tiré sobre su cuerpo, lo abracé y apoyé mi rostro en su voluminoso cuello, podía sentir como poco a poco el calor de su cuerpo se disipaba. Lo acaricié una infinidad de veces, imaginando que se levantara repentinamente, su inmaculado pelo estaba secando mis ojos de las lágrimas, me habría quedado allí también después de mi última lágrima vertida, hasta dormirme. Mi padre nos llamó.
- Acer está vivo. - gritó, también su voz daba seña que el llanto lo estaba persiguiendo, listo para estallar en cualquier momento. - Tenemos… No sé… Cristo, nunca he visto tanta sangre en un animal. -
Lo alcanzamos. Acer estaba tendido frente a él. Su pecho se agitaba como si tuviera un ataque de asma y sus ojos se dirigía en todos lados, medios aturdidos. En su espalda un grueso área parecía más oscura y húmedo del resto del pelo, y de allí había origen una fuente liquida escarlata que teñía unos mechones de hierba de nuestro césped.

lunes, 31 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo XI)

Capítulo XI

Sus ojos parecieron iluminarse al vernos, una pequeña mecha dentro de una cueva oscura, pero los de Acer se incendiaron como una grande pira en una isla desierta. Junto a Acer corrí hacia él, su jaula era un poco más alta de mi cabeza, me levanté de puntillas y alargué la mano, adentrándola hasta que pude. Percibí su fresco y húmedo hocico. Acer probó a levantarse en sus dos patas posteriores, pero ni él lo alcanzó. Era más probable que Akamu pudiera solo percibir su olor.
- Akamu, somos nosotros. Venimos a recogerte. - le susurré, acariciando su burdo hocico.
Algo tocó mis dedos, algo de liso y bañado, un movimiento muy flemático y perezoso. Su lengua.
- Bien, trabajo de los hombres, ahora. - el tío lanzó una mirada de confirma a mi padre y se dirigió hacia Akamu.
- Sí. - lo siguió mi padre, a mi madre le escapó una risita.
- Permiso, señorita. - me acarició dulcemente la cabeza, me aparté junto a Acer.
Abrió la jaula e introdujo sus brazos, lentamente extrajo afuera su cuerpo, como si fuera un vidrio recién fabricado, susurrándole de no agitarse. Su cuerpo parecía un muñeco de felpa, sus patas colgaban, pero unos pulsos de ellos aludían que ya tenía el control de ellos y su cabeza pendía como un péndulo a cada paso del veterinario. Lo mudó hacia los brazos de mi padre.
- Bien. Tendría que descansar por unos días, es suficiente que no haga movimientos bruscos. - advirtió nuestro tío, guiñándome el ojo.
- Gracias de nuevo, tío. - lo agradeció mi padre.
- Te recomiendo, señorita, vigila tu amiguito. Aún no puede jugar por cuanto el querrá. - me hizo ademán con los dedos.
Una vez más estábamos dejando su clínica. Por la última vez, pero no porque la buena suerte había decidido menguar sobre nosotros. Esos perros había superado cada tipo de mal con nuestro ayudo y de nuestro tío, pero en un mundo donde no hay por completo la bondad y donde las personas nunca aprenden la lección… Bueno, tal vez habríamos podido tomar algunas precauciones o simplemente mudarnos de ese vecindario de gente ficticia.
Esa semana fue la única en la cual los perros aceptaron quedarse dentro la casa de un humano, Akamu no tuvo elección y Acer pareció entender la razón, siguiéndonos sin objetar. En el momento en el cual Akamu volvió en sus pasos, ya no pusieron ni una pata en esa casa y nunca habrían tenido esa ocasión. Su ordinaria rutina había vuelto, jugaban entre ellos, corrían como si no percibieran el cansancio y… Sí, aún dejaban desparramadas por todos lados la sordidez de la inmundicia del vecindado.
Honestamente no sé cual fue la gota que hizo desbordar el vaso, si ver los jardines como un campo desinfectados de la minas o ver esas hediondas y fétidas decoraciones diseminadas dondequiera, que solo a una enjambre de moscas sería de su gustillo. Fue ese fin de semana de verano… Ah… Probablemente fue el trauma que me ha suscitado, el origen de mi olvido de eso fantásticos perros. Al fin era solo una niña y ver toda esa sangre sin que me causara ningún daño psicológico, habría sido algo deshumano. Cuanto quisiera olvidar esa inicua parte de su historia, pero como evoco el inicio, también evoco el fin.
Era casi el termine de la hora del almuerzo. Estábamos digiriendo nuestra abundante comida, como ordinariamente mi madre nos deleitaba cada día, le gustaba que concluyéramos cada comida con el estómago bien saturado, cuando unos disparos, que no oímos durante meses antes de ese día, silenció no solo nosotros, pero también todo el vecindario, congelado, como si acabara de pasar una borrasca de hielo. Unas gotas que tamborileaba en el lavabo de la cocina y los zumbidos de unas moscas que remolinaban alrededor de los platos sucios sobre la mesa del comedor, fueron los únicos sonidos que oímos antes de la próxima descarga. Por querer de mi padre me quedé en el umbral de la casa.
Akamu y Acer estaban nuevamente huyendo del vecino, el viejo y su escopeta, otra nueva. Corría tras ellos, tratando de pegarle un tiro, pero no hacía otra cosa que crear otras aberturas en nuestro jardín, al fin aparecieron tal cual a los que ellos hacía por puro divertimiento.
- ¡Maldición! Otra vez, donde encontró otra escopeta. - mi padre se movió de su trayectoria y corrió hacia él. - Detente, viejo estúpido. -
- No te metas en cosas ajenas, no te acerques. - se detuvo un segundo antes y disparó otro golpe.
- Basta o llamaré la policía. - lo amenazó, era un paso de él.
- No me jodas, señor Williams. - movió la escopeta hacia él.
Mi corazón sobresaltó, mi madre gritó.

lunes, 24 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo X)

Capítulo X

El día siguiente nos habíamos despertado al amanecer del sol, solo fue suficiente que los primeros rayos diluyeran la oscuridad del interno de la casa para que todos nosotros nos encontráramos de pie, fuera de la casa. Con nuestra sorpresa, pero ni tanto, encontramos Acer cerca del auto, como si hubiera pasado la noche allí. No apenas nos vio, su cola movió las gotas del rocío que se había formado en los hilos de hierba del nuestro césped, creando una frágil lluvia de diamantes.
Sus emociones estaban incontrolables, su ladrar nos ordenó de entrar en el auto. Mi padre cumplió sus órdenes y abrió la puerta del auto. Acer saltó adentro, entramos. Partimos inmediatamente, todos queríamos saber de los resultados que había portado la operación.
Por cuanto fuera bastante ficticio, aunque fuera mañana temprano y a esa hora solían haber, ningún vehículo obstaculizó nuestro camino. Tal vez era la señal que la buena suerte, al fin, había empezado a considerarnos. Con los principales rayos del sol, como ligeras franjas de velludo, una dulce brisa se preservaba todavía en el aire, el cual alejaba el calor sofocante, típico de verano y no de primavera, y sin un hilo de aire que entre pocos minutos se habría estacionado en nuestra ciudad. Un bálsamo que ninguno habría querido perder y que nosotros no nos perdimos, y con las ventanillas lateral abiertas, dejamos que el aire estimulada por el andar del auto nos rozara delicadamente la piel de nuestras caras.
Cuando llegamos, ese refrigerio que inicialmente nos había acompañado con amables caricias, había desaparecido de la nada y un abrazo abrasador nos dio la bienvenida de ese día. El tío se encontraba afuera del edificio, aspirando uno de sus fétidos cigarrillos a sabor de vainilla y, al vernos, bufando por la nariz una nube gris, lo tiró al suelo y nos hizo un ademán con la mano. Estacionamos.
El primero a salir fue Acer, el cual no esperó que le abrieran la puerta, pero saltó de la ventanilla abierta. Salimos, el tío estaba saludando Acer con dulces palmadas en su capo.
- Buenos días, tío. - saludaron mis padre, a mí solo me salió una sonrisa nerviosa, la espera me estaba agotando.
- ¿Cómo está? - preguntó inmediatamente mi padre, antes que pudiera contestar al saludo.
- No puedo negar que fue una operación bastante complicada, pero salió bien. Aún sigue durmiendo, más bien, probablemente se está por despertar en este momento. - nos sonrió, dos bolsa oscuras coloraron sus ojos, lo que nos hizo entender que había pasado la noche en vela. - Solo que, como ya les había dicho, no puedo reasegurarlos que no vuelva. - agregó, mirando Acer.
- Esto estará en mano de Dios, ahora. - asintió lentamente el padre, su mirada estaba al punto de perderse en el vacío
- ¿Entonces podemos verlo? - pregunté, mis voz estaba todavía algo adormecida, aún sentía el aliento de uno que recién se despierta.
- Claro, pequeñita, no hay problema. - abrió la puerta principal de su clínica y nos hizo seña de entrar.
Una aroma de café aleaba en el aire, como si perteneciera a ella, la secretaria de mi tío intentaba de eliminar su inextinguible cansancio con largos sorbos de esa energética bebida ardiente, templándola con persistentes hálitos, o así trataba, ya que sería inútil placar ese hervor suyo.
Nos dirigimos hacia el obstáculo que nunca habíamos atravesado, nosotros tres, y nuestro tío vadeó la puerta blanca, señalándonos de esperar. Los minutos pasaron, rápidos como la vida de una mariposa, aunque en esos casos solían trascurrir al contrario y al quinto minuto ya estaba afuera, frente de nosotros.
- Se está despertando, vengan, pasen. - movió sus dedos hacia sí. - Sigue algo mareado por la anestesia, creo que, más o menos, hasta la hora del almuerzo seguirá así. -
Caminaba adagio, adagio, haciéndonos de guía, por el celeste pasillo, como un cielo terso, un color tan inmaculado y casto que habría aserenado cualquiera lo recorriera. En el mismo pasadizo había varias puertas cerradas, varios cuartos, pero nuestro tío se detuvo solo después de cuatros puertas, iniciando de derecha, y la abrió. El cuarto reflejaba el mismo color del pasillo, lo mismo que me transmitía, donde los pacientes peludos de ese veterinario podían relajarse también después que la anestesia habría perdido su efecto.
Entre las diferentes columnas de las rigurosas y fría celdas, pero más acogedor de las usadas en las perreras, en una de ellas se diferenciaba un solo perro. No por su raza o tamaño, pero por su refulgente color que pintarrajeaba su jaula como una prisión que ninguno se habría negado de alojar. Entre los ladridos y aullidos de sus similares, y de los otros que ya se habían rendido de evocar sus propios dueños con esa perenne insistencia, yacía Akamu, sigiloso y aturdido. Como alguien que superó su propio límite de tolerancia del alcohol en una fiesta “inolvidable”.

lunes, 17 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo IX)

Capítulo IX

Ese día el tráfico era algo de intolerable, como cuando juegas a las cartas y descubres que la carta que te servía para ganar la partida, la has tirado en la mano precedente. Pasó mucho tiempo antes que pudiéramos llegar a la clínica de nuestro tío, por cuanto lo pienso no puedo recordar el tiempo que trascurrimos en el auto antes que nuestro amigo Akamu se encontrara bajo el ojo escrupuloso del veterinario de familia.
- Mala noticias, chicos. - entabló el tío, después de sus largos e irritantes murmullos mientras analizaba el Tac de Akamu.
Nos quedamos toda la mañana allí, impacientes de recibir alguna noticias de él, y Akamu recién se despertaba de la resonancia magnética. Habían tenido que adormecerlo, nos contó nuestro tío, aunque para él, probablemente, no habría sido necesario ya que había permanecido inmóvil hasta el momento en el cual lo habían sedado, también cuando la aguja había penetrado su piel. Sin embargo, por precaución, habrían debido hacerlo.
Al anuncio de esa noticia, que todos nosotros habíamos rogado de escuchar palabras distintas, mi madre llevó sus manos a su boca y sofocó un chillido agudo, mi padre se quedó observándolo, como si hubiera perdido el oído y tratara de leer sus labios. Al contrario, yo no recuerdo exactamente lo que hice, creo que mi corazón se petrificó y por un momento el respiro me faltó. Miré mis padres e intenté leer en sus miradas… ni sé que cosa, quería solo que me dijeran que no era nada grave.
Sin embargo sus expresiones eran más descriptivas de una enciclopedia y podía leer tan claramente, como un libro ilustrativo, que no era algo de fácil de curar.
- Tiene un tumor en la médula espinal y… el problema es que es maligno. Además se ha propagado mucho, pero es operable. Complicado, pero operable. - nos referí, dirigiendo su mirada hacia Acer.
Efectivamente yo también lo había notado. Acer lo estaba observando, no había apartado su mirada de él desde cuando había salido de esa puerta blanca, la misma que él también había atravesado, y parecía poder entender las palabras que pronunciaba nuestro tío. Sus orejas se habían tenuemente tendidas sobre su cabeza como una hoja doblada y su mirada expresaba nítidamente lo que probaba. La cosa curiosa es que lo miraba con respecto, confiaba en él, tal vez porque, gracias a nuestro tío, en ese momento podía estar con nosotros.
- ¿Entonces lo puedes quitar? - preguntó mi madre, acariciando a Acer, ella también se había dado cuenta.
- Si, pero hay el noventa nueve por ciento de posibilidades que se reforme. - su mirada volvió en Hacer.
Prestaba atención a sus palabras. Sus ojos parecían vidrio con agua que fluye en él, y una minúscula gota se había escapado de ese velo ácueo y había cogido su propio camino, humedeciendo el pelo alrededor de su ojo.
- Lo operaremos hoy en la tarde. Ustedes regresen a casa. Mañana por la mañana pasen por acá, alguna cosa los llamo. - hizo un ademán con la cabeza.
- Está bien, tío, está en tus manos ahora. Gracia. - dijo mi madre, sus ojos estaban lucidos como un diamante.
- Sí, gracias de nuevo. - mi padre volvió a hablar y con ambas manos apretó la de él, pero lentamente, como si sus fuerzas fueran atomizadas a cada palabra que salió de los labios de nuestro tío.
- Vamos, tesoro. - mi madre acarició mi espalda, un movimiento que casi no percibí. - No te olvides de saludar tu tío. -
Asentí, mi cabeza estaba en otra parte. - Adiós, tío. - mi voz salió algo ronca, como si hubiera llorado por horas.
- Adiós, pequeña, no te preocupes, haré todo lo que pueda. - por un momento su cara lavó de su rostro su habitual expresión negativa.
- Gracias. - esbocé una sonrisa cordial. - Vamos, Acer. -
Acer no movió un musculo, ni sus orejas ondearon al sonido de mi voz, permaneció inerte frente al portón blanco, sentado. Nuestro tío se detuvo antes de abrir la puerta y se arrodilló delante de él, como un padre que conforta su hijo que acaba de perder la partida de futbol más importante de su vida.
- Te prometo que mañana te devolveré tu compañero de juegos, pero ahora tienes que volver a casa. No puedes quedarte acá. - lo acarició de su largo hocico hasta la cabeza, inclinándole las orejas que regresaron a su sitio como un resorte.
Hacer lo observó fijamente, tal vez trató de entender lo que le estuviera diciendo o simplemente trató de convencerlo para que se quede allí. De repente y muy tranquilamente, se levantó y acarició su mano con su hocico, lo que pensé fuera su modo de agradecerlo. En seguida se volvió hacia nosotros y gentilmente siguió nuestro paso.
Una vez en el auto, una sensación ajena, de ausencia, como si nos hubieran robado un objeto extremadamente de valor afectivo, nos asaltó, igual de una repentina hambre intratable de saciar. Era él, ese extravagante y activo perro que hoy no habría regresado a casa con nosotros, pero se habría quedado allá para luchar por su vida. Acer, durante el taciturno viaje, no desvió nunca, y cuando digo nunca insinúo literalmente a nunca, su mirada de la clínica que poco a poco disminuía, hasta desaparecer. Probablemente ni parpadeó.

jueves, 13 de octubre de 2016

ANUNCIO IMPORTANTE

Elements - El regreso de la oscuridad sojuzgada

Una anómala tormenta lleva Josh y sus amigos hacia otro sistema, otros mundos. Perdidos y separados descubrirán que los poderes y la magia existen y que una grande carga agobia en los hombros de ellos. Sus destinos cambiarán, de simples humanos se convertirán en electo de los elementos. ¿Por qué? Porque el mal surgirá de nuevo de la oscuridad y varias adversidades  tratarán de obstaculizarlos. Nuestros protagonistas tendrán que permanecer fuertes y superarlas si querrán reunirse de nuevo, para luego prepararse a enfrentar algo peor de la oscuridad. Algo que afectará psicológicamente el protagonista.

lunes, 10 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo VIII)

Capítulo VIII

Ese día, el invierno más gélido que haya percibido, recién terminaba, la nieve se estaba convirtiendo en savia para plantas, las flores se despertaban de su largo letargo, sacudiéndose de los últimos residuos de ese cándido manto, y los aves empezaban a anunciar en una monótona el alcance de la primavera. El sol nos irradiaba el día y al fin nos escaldaba de esa rígida estación. Los mismos rayos penetraron la casi transparente cortina celeste, que parecían ese ligerísimo foulard de mi madre, y llegaron a besar mi rostro. Era suficiente para despertarme, lo sé, pero perezosamente me volteé hacia el otro lado, celando mi cara de esa opresiva luz. No pasó mucho tiempo para que mi respiro se rehiciera pesante.
- Abbey, el desayuno. - gritó mi madre, cuando quería estar seguro que la escuchen su voz cambiaba de intensa a áspera.
Lancé un extenso y acústico murmullo.
- No te esperaremos, ¿eh? Comerás lo que sobra y siempre si sobra algo, ya conoces a tu padre. - estaba propio bajo de mi cuarto.
Un frenético ladrido y con un ingrediente de divertimiento atravesó el vidrio de mi ventana, que el agente de bienes raíces nos había cerciorado más de una vez que era antisonoro. Abrí los ojos y salté afuera de la cama. Eran ellos, Acer y Akamu, respectivamente el perro negro y blanco. Me cambié en menos de diez segundos, ya estaba abajo, por las escaleras, saltando de un paso a otro. Me abalancé por la cocina, mi madre me regañó de tomar mi desayuno, pero yo proseguí hacia la puerta principal. Antes de salir, oí mi padre reírse entre dientes y mi madre reprobarlo, diciéndole de no consentirme de hacer todo lo que quiera.
Estaba afuera, al externo. El aire era deleitosa, ni calor ni frío. Miré a mi alrededor, alegrada y muy probablemente con una grande sonrisa imprimida en mi jovencísima cara sin un pliego. Sin embargo mi sonrisa se ocultó al ver que había algo que no cuadraba y pronto me di cuenta que ese ladrido no era de diversión, pero de alerta, de terror. Acer daba vueltas alrededor de su amigo, aullando como si quisiera incitarlo, pero él estaba casi por completo en el piso, sus patas posteriores estaban blandas, como si estuvieran sin huesos, y con las anteriores trataba de arrastrarse.
Akamu parecía no entender, sus ojos expresaban el pánico, su sencilla mente no podía comprender lo que en un segundo después descubrimos, sus tempestuosos y borrascosos movimientos, como si fuera sujeto de varias sacudidas eléctricas, trataban en todas formas de incorporar su cuerpo, pero los resultados eran más que negativos. Al fin se detuvo, jadeando.
- ¡Papá! - grité aterrada.
Mi padre no esperó que lo llamara más de dos veces, estaba ya allí, con mi madre.
- ¿Qué ocurre? - exclamó preocupado.
- Le pasa algo a Akamu, no puede levantarse. Está alli que... intenta arrastrar su cuerpo. - indiqué, mi mano estaba retemblando cuanto mi voz.
Lo miró. - Oye, muchacho, ven acá. - silbó y produjo un ruido seco con la boca.
El perro no estaba muy convencido de intentarlo otra vez, como si tuviera miedo de descubrir que no hubiera sido solo una fraude de su mente, pero una horrible realidad. Sin embargo lo hizo. A la segunda seña lo intentó, trató de incorporarse, a caminar hacia él. Pero como él mismo temía la parte posterior de su cuerpo no cooperó y, permaneciendo en el suelo, empezó a arrastrarse. Mi padre se descoloró y corrió hacia él. La escena era algo como si tu corazón estuviera sofocando.
- Oye, muchacho. ¿Qué te está sucediendo? - le preguntó, como si pudiera obtener una respuesta. - Debemos llevarlo a tu tío. -
- De acuerdo, cojo las llaves. - se adelantó mi madre.
- Y mi billetera. -
- Ok. -
Mi padre lo asió en sus brazos y un viejo recuerdo se proyectó en mi mente. - Maldita sea, espero que no sea una cosa grave. -
- Lo curará, ¿cierto? - pregunté mientras lo seguía, junto a Acer, el más preocupado.
- Seguro, tesoro. Es su trabajo, ya habrá tenido casos parecidos. -
Un doble sonido agudo hizo ondear las orejas de los perros. - Vamos. - dijo mi madre.
Le abrí rápidamente la puerta del auto y de nuevo, pero en situaciones distintas, los canes ocuparon los asientos. Esta vez era Acer el angustiado, inquieto, más de cuanto pudiéramos estar nosotros. Acercó su hocico a las patas, tratando de comprender el problema que para él era abstruso. Pero aunque lo hubiera entendido, no habría podido hacer nada para ayudarlo.
Acaricié Akamu, tratando de aliviarlo: - Verás que irá todo bien. - dije, mi voz salió como un susurro.
Él aproximó su hocico hacia mi mano y muy perezosamente, como si no tuviera ganas, la acarició con su lisa y húmeda lengua rosada. Eso era demasiado funesto de soportar. Ese perro ignoraba lo que le estaba sucediendo, pero a pesar de eso parecía aceptarlo. Únicamente era el “porque” que se preguntaba.
“Quiero correr, pero no puedo. ¿Por qué?” simulé sus pensamientos.

lunes, 3 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo VII)

Capítulo VII

- El proyectil salió y, afortunadamente, no dañó ningún órgano vital, solo el musculo de su espalda. Nada que el tiempo no pueda curar. - anunció esbozando una sonrisa y elevando aún más frunces en los ángulos de su boca.
Era una de esas sonrisas que se necesitaba actuar frente a semejantes noticias, una sonrisa que no se imprimía fácilmente en su rostro de piedra, sin embargo se notaba sus prácticas.
Mi padre suspiró profundamente. - Menos mal. Ya no podía aguantar más tiempo esperando. -
- Gracias, tío, que alivio. - exclamó mi madre, había tenido todas las manos unidas entre ellas, en manera de oración.
El perro blanco empezó a mover la cola, como si hubiera entendido las palabras del tío, no, él había entendido. Probablemente nuestras expresiones, nuestros comportamientos y nuestros tonos de voz fueron evidencias para que él pudiera comprender el significado, pero en todos casos parecía que supiera la razón.
- Entonces podrá regresar a jugar con su amigo. - afirmé con una sonrisa que solía delinear en mi rostro al abrir los regalos de navidad que había pedido a Papá Noel.
- Bueno, será algo doloroso en un inicio, pero sí. - declaró acariciándome la cabeza, no había tenido el tiempo de peinarme después de lo que había ocurrido, ninguno había pensado de hacerse decente antes de salir.
- Esperen solo que se despierte y será suyo. -
- En realidad, tío, no sé como agradecerte, estábamos tan preocupados. - mi madre se levantó de la silla y fue a abrazarlo, fue la única vez que vi el tío enrojecerse ligeramente.
- No seas tonta, querida sobrina. - la reprochó dulcemente, haciendo volver su rígida expresión.
- ¿Cuánto te debemos? - preguntó mi padre, sabía que no lo habría dejado nunca pagar, pero era incómodo para él abusar de sus servicios e irse sin saldar.
- Nada, hijo. - sacudió livianamente la cabeza, sus ojos cerrados.
- No puedes hacernos salir de acá sin haber pagado nada. - protestó llevando la mano hacia los bolsillos posteriores de su pantalón. - No. - golpeó ligeramente en los bolsillos, por la prisa no había cogido su billetera.
El tío carcajeó. - Mira, hijo mío, el destino habla claramente. - sus arrugas fueron aún más acentuado. - Me pagarás ocupándote de mi sobrina, solo esto te pido. Bien, voy a ver como está el paciente. - desapareció nuevamente tras de esa puerta.
Trascurrieron otros largos minutos antes que pudiéramos ver el perro negro, salió de la sala aún medio adormecido y aturdido, tambaleando hacia nosotros. Su amigo se acercó a él, jovial, al punto que la acción de su cola podía mover su abultado trasero. Lo llenó de besos. Mi padre se inclinó hacia él y muy delicadamente, como si fuera el objeto más frágil de este mundo, lo cogió en sus brazos. Antes de poder finalmente salir de la clínica, mi padre se aseguró aún más si no quería ser pagado y, después de una mirada iracunda, mostrando dos ojos vivaces y jóvenes a diferencia de su edad, mi madre lo empujó afuera, antes que pudiera a hacer la misma pregunta.
Al fin regresamos a casa, el viaje pareció más corto de la ida, probablemente porque adentro del auto aireaba solo tranquilidad y serenidad, los pavores y las aflicciones habían sido abandonados en la clínica. Los cuatros estábamos más relajados, como cuando por los pelos no eres atrapado por tus padres a hacer algo que ni siquiera habrías tenido que pensarlo. El quinto aún no era capaz de reaccionar o de pensar lucidamente, pero, por cierto, él también sabía que el peor ya había pasado.
Aunque, por cuanto me haga mal evocar estos recuerdos, el peor aún tenía que presentarse en nuestra familia. Honestamente, nunca entendí porque la mala suerte los había designado como fichas de su diversión.