lunes, 21 de noviembre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo XIV)

Capítulo XIV

- ¿Qué estás diciendo? - exclamó, miró mi madre con una expresión repleta de sufrimiento.
Empecé a llorar. No podía hablar, ni a negar ni a nombrar una vez más y para la última vez su nombre. Mi padre abrió de par en par los ojos, lágrimas se derramaban de sus ojos, sin control, sin tentar de ocultarlo Bajó su mirada y una se desplomó en sus rodillas. Sus manos apretaron el cuerpo de Acer y lo llevaron hacia su pecho. Empezó a gritar, lloraba, su habitual voz estaba deformada. Lloramos, lloramos hasta la llegada de nuestro tío, el cual, al ver los dos cadáveres de los perros, palideció y se quedó con la boca abierta.
El hecho se concluyó con la detención del viejo y su entrada en una de los automóviles. Ninguno de los vecinos había salido, ni después, cuando todo había terminado. Los dos fallecimientos fueron honorados solo por nuestras lágrimas. No les puedo decir por cuanto tiempo duró nuestra conmemoración, tal vez minutos o tal vez horas. Sus jocundos ladrados por la mañana y su presencia en nuestra familia se habrían custodiados en un recuerdo, como una foto en un álbum.

… Después de ese evento decidimos mudarnos, compramos una casa en otro vecindario, más normal y más… humano. La limpieza y el orden eran siempre la primera regla, allí también, no les digo que no, pero cualquier disconformidad era resuelto aristocráticamente. Ah… como les decía, habría sido mejor mudarnos desde un inicio… Bueno, ahora es inútil que me torture así, nada de lo que digo podrá cambiar las cosas. - dijo Abbey suspirando, con los ojos extraviado en el vacío.
Tantas arrugas delineaban su rostro, sumergido en esos recuerdos, como un vestido no planchado. Tres niños sentados frente de ella la miraban, apesadumbrados, habían llorado, sin interrumpir la historia. Se habían quedado como embrujado de esa historia. Ahora, al término de ella, había llegado el momento de las preguntas.
- Abuela, pero… ¿realmente murieron? - exclamó el niño más pequeño, de siete años, mejillas circulares y rojas.
La mujer parpadeó repentinamente, como si estuviera en un ensueño.
Hesitó antes de contestar. - Sí, tesoro, lamentablemente el mundo fue cruel con sus vidas. - asintió lentamente.
- Que feo. ¿Cómo pudo ese señor matar a los perros? Todos aman los perros. - comentó una niña, sus trenzas estaban al punto de deshacerse.
- Yo también me lo pregunté, tanta veces. Pensaba que una vez alcanzado la edad adulta lo habría podido entender, por lo menos una pequeña parte de su odio, pero me equivocaba. Hay personas que así nacen y otras que se convierten. Tal vez la soledad lo había cambiado, o tal vez todos eran así en el vecindario, putrefacto como un plátano muy maduro. - suspiró y se masajeó sus manos. - Si no fuera por él, otro había encontrado un modo para eliminar el más grande problema que ensuciaba esa impecable imagen. - se volvió, como perdida, y viendo su taza en la mesita de noche aún abrasador, la cogió y tomó un sorbo, no antes de soplar adentro.
- ¿Y es por eso que hiciste construir esa maravillosa perrera? Es mejor de un hotel de cinco estrellas. - preguntó el último nieto que aún no había hablado, era un poco más grande y una ventana en sus dientes mostraban la oscuridad de su boca.
- Ya, luché mucho para obtener un buen trabajo que me permitiera de poseer un óptimo sueldo y hacer construir esa perrera. - contestó sonriendo, como si estuviera lista de dejar ese mundo. - Lo planeé toda mi infancia, hasta que no me hice adulta y lo realicé. - levantó repentinamente su mirada y miró el vacío, como si estuviera en standby.
- ¿Abuela? - preguntó la niña.
La mujer parpadeó y descendió su mirada, lentamente, hacia ellos. Los observó por un buen rato.
- Pero que lindos niños que son. ¿Cómo se llaman? -
- Abuela, somos nosotros, tus nietos. - dijo el más pequeño.
- No, no es posible. Yo no tengo nietos. - refirió confundida, su frente aún más encarrujada, algo espantada.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario