lunes, 4 de julio de 2016

The unexpected meeting (Capítulo XI)

Capítulo XI

La trayectoria de su cuerpo fue detenido sólo y únicamente por la pared del pasillo de aquel edificio, cuyo impacto, unas grietas se formaron y dejaron una nítida evidencia de su aterrizo. Andrew se deslizó hacia el piso, como mermelada untada en la pared, el cual estaba suave como la lana, aunque aquel alivio estaba lejos una milla para que su cuerpo pudiera percibirlo, sólo el dolor ardía hacia sus huesos. Con la mano apretó la moqueta roja de aquel hotel, casi inoculando sus uñas en su interno, si fuera estado más lúcido habría por cierto blasfemado de encontrar con más facilidad la salida en aquella copia exacta del otro albergue.
El aire empezó a faltarle como si sus pulmones fueran ocluidos, por una parte era cierto, ya que sus costillas se habían doblado hacia el interno como dos manos esqueléticas que se cerraban en ellos. Muy débilmente e incapaz de moverse trató de levantarse, pero como si la gravedad se hubiera concentrada toda sobre su cuerpo abollado, se desplomó otra vez.
Su único pensamiento se dirigía a su esposa y a aquel particular chiquillo y a cuanto quería concederles otros minutos en su beneficio. Como si sus pensamientos fueran escuchados como oraciones, se presentó frente a él una minúscula ocasión de cuatro patas. Más rápido de él y más de lo que le concedía su cuerpo, sacrificando el umbral del dolor que su sistema nervioso podía soportar, aferró aquel pequeño roedor con su débil mano y desató el cordón de su zapato izquierdo. Tuvo que luchar con aquel insoportable y penetrante dolor unos segundos más, como si su cuerpo fuera sujeto de una máquina de compresión, para ser más rápido de aquel chiquillo macizo. Una vez amarrado el chip en el cuerpo del ratón, lo dejo ir. El ratón no se dejó ofrecer otra ocasión y evaporó como el hilo de humo de un cigarrillo.
- Que suerte que sigues vivo, pensaba de haber exagerado. - carcajeó el niño entrando por la ventana, su tono estaba curiosamente titubeante.
- Será tu única opción si crees que hablaré. - dijo Andrew con una trémula y débil sonrisa, la falta de oxígeno rendía instable sus movimientos.
- O puedo torturarte y ver cuánto aguantan tus niervos. - dijo acercándose a él. - Nadie escuchará tus gritos, no en esta ciudad, donde nadie descansa antes que el sol del amanecer predomine en las luces de la ciudad. -
Se inclinó y algo duro como el acero aferró su cuello, izándolo del piso. Como si sus pulmones ya no fueran incapaz de recibir el oxígeno, aquella acción le privó por completo de aquellas pocas gotas de aire y su cuerpo empezó ligeramente a zarandearse.
- Escucha, no nos hagas perder más tiempo, el chip nos indicará igualmente donde se encuentra o donde está yendo y más tarde lo atraparemos. Por lo tanto sería bueno si nos haces ahorrar tiempo. - tronó, moviendo su cuerpo como si fuera una muñeca de felpa.
- Porqué creen… que deberíamos siempre traicionar… las personas que estamos protegiendo… - balbuceó, cada palabra que rayaban sus pulmones como garras de gato.
- Porque no tratar. - sus ojos ardieron de ira y apretó más fuerte su cuello.
Como cuchillo en la mantequilla las uñas del niño penetraron en el interno del cuello, facilitando también la entrada de sus sutiles dedos. Andrew habría querido gritar, pero todo aquel desahogo de dolor tuvo que manifestarlo con una expresión arrugada, su rostro se entintada de rojo, sus ojos se cerraron despóticamente, su mandíbula estaban bien sellada y una voluminosa vena en su frente latía como un corazón y parecía hasta el punto de estafar.
- Última chance, ¿dónde se encuentra? - se acercó a su orejo.
- Averígualo con el chip. - dijo con un hilo de voz. “Lo siento, Meredith, no soy bueno a mantener las promesas.”
El chiquillo le susurró algo, Andrew lo miró desconcertado y confundido, sucesivamente blandí su cuello como si fuera una espada y lo lanzó a su izquierda, con tanta fuerza bruta que su cuerpo se largó en el aire como una flecha arrojar y penetró con ímpeto en una habitación, la puerta que habría tenido que detenerlo, se pulverizó.
- Tranquilo, eso haré. Descansa en paz. - saludó y observando una especie de pequeña pantalla rectangular extraída de sus bolsillos, enfiló el mismo camino por donde había desaparecido el ratón espantado.

Meredith se detuvo repentinamente antes de entrar en el auto que había recién alquilado y se volvió hacia la dirección, seis encrucijadas más allá, donde se había separado con su marido. Su corazón empezó a latir nerviosamente como si predijera algo que ella ni había asistido y por un segundo le falto el respiro.
- Señora, ¿todo bien? - una aguda voz se introdujo entre sus pensamientos.
Meredith parpadeó y se despertó de aquel breve coma. - Sí, vamos. - encendió el motor del auto.

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