lunes, 30 de octubre de 2017

Human error (Capítulo V)

Capítulo V

A la cuadragésima vez la punta del aeroplano se chocó con el cuello del conductor, la punta había sido hecha tan irrefutable que agujereó su piel y una frívola línea rojiza menguó de ese minucioso agujero. Andrew solo percibió como si un mosquito lo hubiera picado. Llevó raudamente y descortésmente la mano a su cuello y aferró con violencia el aeroplano. Lo apretó y lo dobló como si fuera una rama quebrada.
«¡Se acabó! Déjenme conducir con tranquilidad si no quieren ver sus vidas aplastadas en mi parabrisas.» vociferó reduciendo el aeroplano en una perfecta bola y tirándola hacia ellos. «El próximo que me rompe las pelotas lo echaré afuera de mi bus.»
Los muchachos se echaron a reír y volvieron con lo que estaban haciendo. Otro aeroplano volvió a despegar adentro del bus. Los gritos se hicieron aún más fuertes. Pero, Andrew no estaba bromeando, el próximo que superara la línea entre pasajero y conductor lo cogería por las orejas y lo echaría de su bus. Tal vez sin abrir la puerta, solo por la ventana. Efectivamente esa idea no le daba disgusto, en absoluto. Y propio cuando estaba a punto de volver en sí mismo, en el camino de la razón, la segunda versión del primero aeroplano chocó con su oreja derecha. Frenó de golpe y se volvió colérico.
«Les había avisado. Abraham, Anderson, vengan acá.» ordenó, pero ellos no se movieron. «No me hagan levantar, maldición.»
«Señor Andrew, no es necesario llegar hasta este punto. ¿Y además que le diríamos a los padres?» el profesor trató de disuadirlo.
«Que eduquen mejor a sus hijo, además tendrías que ser tú en vestir este papel, no yo.» se levantó. «Preparen las orejas porque les dolerá.»
Al segundo paso un rugido se levantó de bajo tierra y el bus empezó ligeramente a temblar. Todos se volvieron hacia el exterior. Un chorro de agua se zambulló hacia el vacío, hacia la pequeña ciudad, surgiendo con fuerza de esa grande cavidad que se había formado donde habían estado las grietas. Otras de ellas se estaban expandiendo, siempre más cerca de la pista y a la base de la diga.

lunes, 23 de octubre de 2017

Human error (Capítulo IV)

Capítulo IV

«Ya te lo dije, si te mueves recibes el puño.» gruñó un muchacho robusto, su cuerpo contenía más del cincuenta por ciento de grasa que de músculos, a cada palabra lavó el rostro del chiquillo más débil de la clase con escupitajos de saliva amarillentos. «Firme como una roca, te recomiendo.» tiró el puño a toda velocidad y se detuvo unos centímetros antes que su nariz se pudiera contraer hacia el interior, la piel de su brazo tembló como gelatina.
Amos, un ratón de biblioteca y un perfecto atleta en los videojuegos, cerró los ojos como si una abeja le hubiera hincado su mejilla y sobresaltó. Era lo que Amias había esperado, sabía que había permanecido inerte como una estatua, a pesar que supiera que no lo habría golpeado, pero ahora sí. Ahora lo habría hecho. Cerró de nuevo el puño y le asestó un puño sin detenerse en el brazo, el cual estaba delgado cuanto el viejo cucharón de su abuela, sin un estrato de musculo que le podría ablandar el golpe. Amias carcajeó a toda fuerza.
«Por favor, muchachos, siéntense.» gritó alguien, irreconocible, su voz no podía destacarse entre los griteríos divertidos.
«¡Está llegando!» gritó Anderson ignorando y callando el otro grito, era el rey de las bromas. «¡Cógelo!» tiró su aeroplano, hecho con el último examen del otro día.
El aeroplano se precipitó a toda velocidad, como si fuera un aeroplano real, como si una mano lo estuviera transportando hacia la otra extremidad del bus, aterrizando en las manos de su brazo derecho, Abraham. Anderson y él se lo intercambiaron una treintena de veces antes que un estremecimiento moviera el bus. Estaban entrando sobre la diga. Las grietas se habían desparramado como raíces.

lunes, 16 de octubre de 2017

Human error (Capítulo III)

Capítulo III

«Por favor, muchachos, siéntense.» gritó el profesor, tratando de distinguir su voz entre los alaridos de los jóvenes.
Sin embargo, su voz no era ni profunda ni tosca, al igual de lo que su aspecto lo describía, tanto que cualquier padre de esos estudiantes se había divertido al conocerlo la primera vez. Era delgado, esbelto, ningún vello en el rostro, solo su perfecto cabello peinado con la raya hacia la derecha, y vestido con una camisa celeste y una pajarita roja en el cuello. Decididamente ninguno lo habría tomado en serio con ese aspecto y de hecho los muchachos lo ignoraban, como si no estuviera allí, como si fuera un juguete pasado de moda. Su colega, la profesora Jones, corrió a rescatarlo, como siempre hacía, pero ya que no era ese tipo de mujer voluptuosa, con abundantes medidas y con un luminoso rostro, se quedaba sin atenciones y también ella terminaba en la repisa polvorienta de los juguetes olvidados.
Entre pocos minutos habrían pasado por la diga, al lado de un lujosísimo panorama, y por lo menos, por ese breve instante, querían que se distrajeran con él, quedando encantados y embrujados, y sobre todo callados y sentados. Probablemente pedían demasiado, al fin, después de todos esos años, se habían acostumbrado a esos tipos de muchachos y tenían conocimiento que nada los engatusaría, pero lo que no sabían era que pronto algo habría ocurrido. No sería algo de atractivo, de seductor como los profesores habían esperado, pero algo de catastrófico, de cruento y fatal que habría arrancado algunas cándidas e inocuas almas de la vida.

lunes, 9 de octubre de 2017

Human error (Capítulo II)

Capítulo II

La razón por la cual el conductor había elegido ese trabajo no era por amar a la juventud de esa nueva generación, necesitaba de dinero y ese era el único trabajo que lo había tolerado. Sin embargo, por cuanto los niños de primaria fueran más ensordecedores de otros, no había imaginado que también los de secundaria sabían desempeñar bien esa parte. Probablemente porque los muchachos de esa edad generalmente aún poseen rasgos infantiles de sus anteriores años, a pesar que estuviera en una fase más cerca de la madurez. Había quien bromeaba duramente con golpes tormentosos de sus puños, precisamente una muestra de quien es el jefe mafioso de la clase, otros que tiraban aéreos de papel de una extremidad a otra del bus, los eutrapélicos de la clase, y otros que, no obstante las varias advertencias de los profesores que habían perdido su autoridad con ellos hace tiempo y que acremente habían consentido de acompañarlos, habían permanecido de pie por todo el camino.
El conductor habría querido con todo su corazón apretar repentinamente y arrebatadamente el pedal del freno y hacerlos caer al suelo, pero su sentido común lo estaba aún reteniendo. Al fin faltaba poco al destino, debía solo vadear la diga.
Una tercera línea se separó de la primera, ese silente llanto pronto se habría hecho ligeramente más subversivo.

lunes, 2 de octubre de 2017

Human error (Capítulo I)

Capìtulo I

El ciclo de la vida, animada o inanimada que sea, siempre posee un final. El tiempo es insignificante, nada es infinito. Y la mayor parte de las veces, si un objeto con un rol importante alcanza anticipadamente su final es culpa del hombre y de su escasa atención y seguridad en construirlo, además de las manutenciones cotidianas incumplidas. Estas fueron las causas por la cual una grieta empezó a formarse en la diga de Suarez, una pequeña ciudad exiliada del bullicioso ruido y de la abyecta criminalidad de las verdaderas inmensas ciudades cuya palabra es incapaz de abarcar su ciclópea vastedad.
Esa grieta por el momento era solo una línea en zigzag de tres metros, una sola, desde lejos imperceptible, mientras de cerca tomaba la apariencia de una fresca herida cicatrizada. De ella se estaba silenciosamente derramando un transparente fluido, delicadamente y perezosamente, un llanto controlado que ninguno era capaz de darse cuenta. Un llanto que pronto habría caído a cántaros. Una segunda línea empezó a desalojarse de la primera.
Por encima de la diga había una pista de dos carriles y, aunque pocos autos las recorrían, esa era la hora más transitado, una cola de máximo veinte vehículos por carril, muchos para un lugar aislado. Y entre los varios vehículos un bus con treinta muchachos de la secundaria pronto lo habría enfilado para alcanzar el lugar elegido para su viaje escolar.
La segunda línea se alargó unos centímetros más, serpenteando. De ella empezó a discurrir otro fluido transparente.