lunes, 14 de noviembre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo XIII)

Capítulo XIII

- Tendríamos que detener la hemorragia, tesoro. - intervino mi madre, mi padre lo observaba en todas las partes, desorientado y asustado.
- Tienes razón. - se desabotonó la camisa. - Tra… tranquilo, Acer, irá todo bien. Es mejor si llamas a tu tío. -
- Ok, voy. - se levantó y regreso a la casa.
Yo le acaricié la frente, estaba abrasadora. Me miró por un momento, sus ojos me transmitieron el horror y el martirio que estaba probando, después miró hacia otra parte.
- Resiste, Acer. - sollocé, o tal vez solo me tembló la voz.
- No conseguirá llegar en tiempo. - murmuró mi padre mientras vendaba la herida con su camisa, Acer gruñó y gañó. - Perdóname. - una lágrima deslizó en la mejilla de mi padre.
Acer no estaba enfadado con él, sabía que cualquier cosa él hiciera era solo para salvarle su vida. Respecto al primer día que lo conocimos, ahora sí que confiaban ciegamente en nosotros. Permaneció a observarlo, tratando de soportar el dolor, pero unos gruñidos y gañidos igualmente exhaló. Sin embargo repentinamente empezó a agitarse, su mirada se movió detrás de mi espalda y trató de mover sus patas.
- Acer, por favor, quédate quieto. - dijo mi padre, apoyando su mano en el pecho de él, para pararlo.
Insistió en sus movimientos, algo estaba en el centro de su atención.
- Papá, parece que quiere algo. - le mencioné, mi voz era irreconocible hasta mis oídos.
Mi padre miró más allá de mi espalda y suspiró, triste y dolorido. - Quiere ver a Akamu. -
- ¿Cómo hacemos para moverlo? - pregunté.
- A él no podemos moverlo, traeremos Akamu hacia él. Él… ya no sufrirá si lo movemos. - se levantó, balaceándose, como si algo hubiera extraído sus fuerzas, y se dirigió hacia él.
Me acerqué más hacia Acer y lo acaricié sin parar, aunque mi brazo quiso descansar unos segundos. - En un rato tu amigo estará acá. -
Acer, muy lentamente, casi como un bradipo, llevó su lengua hacia mi mano y la acarició dos veces, después se deslizó de lado. En la misma manera en la cual la había extraída, la introdujo.
- No te esfuerces, estoy seguro que ya no falta poco para que llegué nuestro tío… - acerqué mi rostro al suyo y lo escondí entre el pelo de su cuello. - No mueras, te lo ruego, quédate con nosotros. - lloré.
- Acá estoy. - la voz de mi padre estaba ronca.
- Mi amor. - mi madre estaba con él. - Deja que Acer pueda ver Akamu. -
Sorbí por la nariz. - O.. ok. - me aparté un poco hacia mi izquierda, limpiándome la punta de la nariz con la manga de mi polo.
Mi padre se arrodilló y apoyó delicadamente Akamu en el césped, cara a cara con Acer. Él lo observó intensamente, como si esperara que un movimiento suyo traicionara su muerte. Pero no ocurrió, a pesar que él lo deseara tanto, aunque si habría cambiado su vida con la de él. Aulló, usó casi todas sus energías para emitir ese melancólico sonido para despertar su amigo. Temblaba y de vez en cuando se quebraba en el aire. Pero llegó un momento en el cual decidió rendirse y, no sé si fue fruto de mi imaginación, una lágrima se desmenuzó en su mejilla.
Mi madre salió de la casa y se acercó hacia nosotros.
- ¿Tu tío? - preguntó mi padre, estaba nervioso.
- Ha dicho que hará de todo para llegar lo antes posible, pero… tenemos solo que esperar que él resista. - creo que susurró, ya que su voz la percibió en lejanías, como si estuviera en casa.
Acer abrió la boca y empezó a lamer el hocico de Akamu, suavemente y sin fuerzas, en su maniera, al fin, lo estaba haciendo, estaba saludando por última vez su amigo, más querido y fiel que haya nunca conocido en su vida.
De improviso el sonido de las sirenas rompió ese profundo silencio que se había creado en el vecindario después del último disparo de la escopeta de ese horrible viejo, nadie había osado importunar ese silente silencio. Nadie de los vecinos había intentado de salir de sus perfectas casas, nadie probó clemencia, su deseo se había realizado sin problemas. La conmiseración no era una enseñanza que había crecido con ellos.
- Tal vez si pedimos a un policía, nos podrás escoltar rápidamente a la clínica. - dijo mi padre.
- Podemos tentar, tesoro, pero no sé cuanto podrían ayudarnos por un perro. - objetó amargamente mi madre.
- Tenemos que tentar. - alargó el brazo hacia Acer. - Resiste, pequeño. - lo cargó.
No emitió ningún gemido de dolor. En ese momento pensé que fuera valiente a mostrarse resuelto frente al dolor, pero ahora pienso y estoy segura que su mente ya no estaba racional y ya no era capaz de percibir el dolor. O cualquier cosa.
Los autos estacionaron en nuestro césped, eran tres. Los policías bajaron minuciosamente y armados de los autos, apuntando sus pistolas en todos lados.
- Creo que entró en casa. Su escopeta está allí, pero no sé cuantas armas posee en adentro. - advirtió mi padre, indicando su casa.
- De acuerdo. - asintió uno de ellos. - Aléjense de acá. -
- De acuerdo, pero necesito que uno de ustedes nos escolte a la clínica de mi tío o no sobrevivirá. - le mostró el perro entre sus brazos, como si no fuera obvio.
El policía miró el perro en sus brazos. - Señor, lo siento, pero ya está muerto. - contestó volteándose hacia sus hombres.
- No, no está muerto. Respira con dificultad, pero si puede salvarse. - mi padre luchó para no llorar frente a ellos.
- Lo siento, señor. Rápido, tres hombres pasen por atrás, dos conmigo. - ordenó.
- Oh, no. - chilló mi madre, cubriéndose la boca con las manos.
- Malditos, bastardos sin corazón. Tenías razón. - tronó mi padre, lo habría pegado si hubiera tenido las manos libres.
- Tesoro… él tiene razón. - sus manos temblaron, su voz, su cuerpo y empezó a sollozar.

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