martes, 27 de junio de 2017

Near death (Capítulo V)

Capítulo V

Afortunadamente, en cambio de caer como una piedra tirada en un lago, se deslizó hacia atrás, lentamente. Su cuerpo rozó por la pared, algo lo rasguñó, varias rocas se asomaban de ella. Protuberancia de las cuales habría podido aferrarse, las mismas que los alpinistas usaban para trepar. En otra ocasión habría gozado de ese momento, pero al fin es lo que hizo, tal vez para sobrevivir, pero apenas tuvo la ocasión agarró una de esas piedras. Propio dos metros más bajo de esa curva fatal.
Los guantes habían preservado la incolumidad de sus manos y era una ventaja para él, ya que esas protuberancias, además de ser gélidas y escabrosas, eran más cortante de un cuchillo bien afilado. Esa pared, la única cosa que en ese momento lo separaba de la muerte, era como un mar de hojas de afeitar y su saco y su pantalón habían sido las primeras víctimas. Debajo de sus pies individuó otras dos rocas, las cuales usó como suporto, y se aplanó inmediatamente contra la pared. Estaba realmente helada y áspera, como la parte verde de una esponja.
Había logrado salvarse, estaba consciente de eso. Su respiro ahora estaba jadeante, su corazón latía sin intención de ralentizar. Estaba probando la verdadera adrenalina del extremo, tal vez de la muerte, y estaba verdaderamente aterrorizado.

lunes, 19 de junio de 2017

Near death (Capítulo IV)

Capítulo IV

Exactamente después de esa estrecha curva algo de aguzado había sido colocado por el querer del destino en esa desolada y sedosa landa blanca. Apenas viró, su esquí derecho se colisionó en ese objeto contundente y, por la velocidad que había tomado, se rompió por la mitad. Alban cayó sobre la nieve, afortunadamente había sido un golpe blando, una suerte que fue breve, porque su cuerpo empezó a rodar hacia el descenso, hacia el precipicio, como un niño que está jugando. Pero no era un juego, era algo peor. 
Percibió varios golpes, blandos y férreos, en todas partes. Sus piernas, sus brazos, su espalda, pero afortunadamente los brazos protegieron su cabeza, hasta que, de improviso, no sintió nada. Abrió inmediatamente los ojos, miró su alrededor y luego hacia abajo. Su vista se anubló. Una infinidad de metros se mostraron debajo de él, si hubiera caído su cuerpo se habría aplastado como un tomate muy maduro o quebrado como un huevo. Su corazón latía fuera de control, la batería de un rockero. Su mano estaba aferrando con seguridad uno de los bastones de los esquís gracias al cual había detenido su caída, su cuerpo estaba colgando de la cintura para abajo hacia el vacío. 
Pensó a su abuelo, al fin él tenía razón. No podía seguir retando el destino y salir siempre ganador. Este tipo de pasatiempo había cambiado, ahora se había transformado en un desafío contra la muerte. ¿Por qué mencionar eso? Oh, bueno, porque en el momento que trató de izarse el bastón se rompió y su cuerpo empezó a deslizarse hacia abajo. Pronto su cuerpo fue arrastrado hacia abajo, como si algo lo estuviera jalando por los tobillos. Agitó las manos, trató de izarse, pero se deslizaba siempre más hacia abajo. En menos de un segundo solo las manos permanecieron en vista, después desapareció en el vacío. Hacia el fin.

jueves, 15 de junio de 2017

El susurro del viento (Relato especial)

El susurro del viento

Ese día se había dirigido hacia un alto promontorio que se erguía hacia el sempiterno cielo, el mismo donde había tenido su primera cita, donde había admirado ese hermoso, felpudo, colorido y cautivante atardecer. Allí se encontraba después de años, de pie, viendo la misma novelera manifestación. Se habría quedado horas viendo ese cielo, pero algo más la distrajo.
El viento le acarició su rostro, de su sien a su cuello, pasando por su mejilla. Esa abstracta caricia le revocó esa cálida mano que siempre le había tocado de tal manera e instintivamente se volvió hacia atrás, impulsivamente y diestramente. Por unos momentos había pensado que él estuviera detrás suyo, pero al voltearse solo vio una landa verde y desolada. Su única compañía era los árboles que danzaban armoniosamente movidos por el viento. Se volvió. Quería llorar, de nuevo. Solo ella sabía cuánto lo extrañaba y no entendía porque la muerte se lo había llevado tan pronto, porque su huesudo dedo había rociado el destino de su novio.
Pero, era por eso que ahora ella se encontraba allí y la decisión de acabar con su vida era más determinada de cuánto lo hubiera estado su respuesta al casarse con él. Después de todo ella solo quería volver a estar junto a él, cueste lo que cueste, a pesar del precio. Se acercó al borde del promontorio con pasos intrépidos y firmes, observando ese cielo rosado y naranjado, y se detuvo solo cuando su pie derecho roció el vacío. Entonces levantó aún más su mirada hacia arriba y sonrió dulcemente.
«Al fin estaremos de nuevo juntos.»
Cerró los ojos e inclinó su cuerpo hacia adelante, dejando que su ligero peso hiciera el resto. Percibió su cuerpo irse hacia el vacío, un escalofrío la recorrió, pero antes que sus pies dejaran esa sólida base su cuerpo fue delicadamente empujado hacia atrás por el viento, dos manos invisibles. Se desplomó sobre su trasero en el verde y blando suelo, sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a llorar, gritando con toda la voz que tenía. Empero, no era por el miedo a la muerte, por haber estado cerca de cometer el suicidio o porque le dolió al caerse hacia atrás que había empezado a llorar. No. La causa había sido una voz, a ella más familiar de su misma voz, que se había introducido dulcemente en sus oídos, en su mente, y le había susurrado: «Todavía es temprano para ti, amor mío, vive tu vida y cuando será tu hora nos volveremos a encontrar. Yo te esperaré siempre. Te amo.»
Y el viento volvió a acariciarle de la misma manera que él había siempre hecho.