lunes, 30 de enero de 2017

The unknown (Capítulo IX)

Capítulo IX

- Rápido, Ace, entra. - habían llegado.
No era un tipo que se hacía comandar con facilidad, pero no objetó. Solo entró de prisa. Al fin y acabo ni un loco suicida habría esperado unos segundos más. Hurgó rápidamente adentro, ligeros fragores surgieron de ese almacén, los mismos que Ace trató de hacerlos imperceptibles o por lo menos siseos muy silenciosos, hasta que su mapa mental y su mano no acarició algo de familiar. Tres cosas familiares.
Salió y divulgó la cándida luz de su linterna hacia la escalera, un perfecto círculo se dibujó en ella y en la pared adyacente. Cuatros líneas desgarradas se habían proyectado en ella, la deforme silueta había desaparecido.
- No. - chillaron las muchachas.
- Rápido, cojan. - les entregó las linternas, inspeccionando toda la zona sobre la escalera.
Absalom asió una, encendiéndola e iluminando de inmediato detrás de Ace. Allí también non había nadie. Las chicas tomaron la otra y la dirigieron sobre el único punto donde aún gobernaba el negro de las tinieblas, hacia la cocina. Había completamente desaparecido, como un ladronzuelo.
- Es imposible. - comentó Absalom, la luz de su linterna temblaba.
- Como hizo para bajar tan rápidamente, sin hacer ruido. Estaba propio arriba de nosotros. - Ace gritó a voz baja, agitando en todas partes su haz de luz.
- Tal vez regresó arriba. Es más fácil que haya vuelto arriba que haya bajado. - intervino Acacia, iluminando el piso de arriba.
- Parece tener más sentido. - asintió Abraham, escrutando donde ella había dirigido su luz.
Sin embargo, a pesar que pudiera haber físicamente desaparecido, su presencia aún se advertía. Su aliento, su silbato, ese sonido sofocado, y en alguna manera sus ojos apuntados hacia ellos. Todos se estaban estremeciendo, algo de gélido estaba recorriendo sus cuerpos. Sus pieles estaban como una áspera pared y ninguno de ellos conseguía tomar un profundo respiro completo, sin que se quebrara. Sus corazones iban arriba abajo, como en el puenting.
- ¿Saben qué hora son? - preguntó Abraham, tragó saliva.
Absalom levantó la muñeca. - Veinte para las cuatros. -
- Dos horas y veinte, ¿eh? - comentó Ace, observando cada mínimo movimiento.
- No conseguiremos sobrevivir todo ese tiempo. - chilló Abilene, estaba abrazando Acacia.
- Debemos, Abi, no te desanime. Debemos conseguirlo. Sí o sí. - rebatí Acacia.
- Pienso sea mejor ir en uno espacio más vasto. - empezó Ace, cambiando la dirección de su linterna. - Regresamos a la cocina. -
Los cuatros asintieron e iluminaron cada espacio oscuro antes de moverse. Cada sombra que descartaban se imaginaban algo velado y ocultado vagabundear en silencio y observarlos, casi para deformar sus mentalidades, sus lucideces. Y probablemente era eso que estaba haciendo el ser, estaba jugando con su racionalidad. Hacerles perder el enlace con la realidad y la imaginación era un modo para que se aniquilaran por su propia cuenta. Quizá si realmente era ese su fin, su diversión, un modo para no ir directamente hacia el campo y esperar que su plato se sirviera por sí mismo.

lunes, 23 de enero de 2017

The unknown (Capítulo VIII)

Capítulo VIII

Lo que vieron duró un segundo, pero para ellos fue cuanto un minuto. Cuando la oscuridad volvió a reinar en la casa un escalofrío electrizante y sañudo recorrió sus cuerpos, de la punta de los pies al mechón de pelo que se asomaba más arriba del cabello. Las chicas empezaron a llorar, la locura empezó a deformar, a distorsionar sus mentes racionales. Los muchachos apretaron sus mandíbulas, para no hacerse huir algún sonido que habría podido poner en juego sus virilidades.
El anciano permaneció fijo hacia el punto donde hace un momento se encontraba el ser, aunque ahora solo el negro era lo que veía, como si hubiera los parpados sellados. Sin embargo permaneció con su mirada fija hacia allí. Quería que sus ojos se acostumbraran lo más temprano posible a la oscuridad, para poder percibir por lo menos su desnaturalizada silueta.
Levantó la escopeta y la apuntó hacia arriba, en la cumbre de la escalera. No apenas habría discernido algo, habría instantáneamente disparado. Su dedo era en el gatillo. Si alguien lo hubiera tocado, seguramente habría disparado. La tensión era desmedida.
- Señor. - susurró Abraham, había temor que ese ser lo sintiera y lo comprendiera. - ¿No posee unas linternas? ¿Velas? -
Por un pelo evitó de apretar el gatillo. - Sí, tres linternas. Dos tienen pilas nuevas, la tercera son viejas. - contestó sin perder su invisible blanco.
- ¿Y dónde están? -
- ¿Quieres ir por ellas? ¿No eras tú él que insistía en no dividirnos? - objetó Ace, su respiro era ligeramente agitado y habría empeorado si no hubiera individuado lo más pronto posible ese ignoto.
- En realidad iremos todos juntos. - dio una respuesta seca.
- Bien… El almacén se encuentra bajo la… escalera. - informó, una gota de sudor se deslizó de su frente, no hacía calor.
- ¿Qué cosa? - exclamaron todos y en silencio.
El ser siseó con un largo gruñido de parecer la vibración de un viejo celular del año dos mil. Sus garras empezaron a tamborilear la madera de la escalera, más liso y de su constitución más débil en comparación a casi toda la casa.
- Movámonos lentamente hacia el almacén entonces. - susurró Abraham sin desviar su mirada de su meta.
- Ok. - contestaron, hay quien asintió.
Aglutinados y unidos como si estuvieran esposados se movieron flemáticamente hacia la escalera. La única ventaja de ellos era sus oídos, aunque sus ojos se habrían acostumbrado fácilmente a tal oscuridad, pero los continuos destellos exteriores les habrían penalizado cada vez que lo habrían conseguido. Sin embargo, aunque poseían el oído en su parte no era para nada simple percibir la presencia de esa criatura, el repiqueteo de la lluvia, el estrépito de los truenos, sus basculantes pasos, sus respiros quebrados, todos esos fenómenos eran peculiarmente contra de ellos. Y el moderado respiro frío de ese ser era difícil de percibir, al fin se podía afirmar que era propio esa luz azul metálica del cielo que los estaba ayudando.
Estaban caminando al lado de la escalera, más prensados a la pared de frente, tal de estar lo más posible lejos de esa penetrante presencia que se insinuaba solo a través de su mirada. Lo sentían, sabían de ser acosados por sus terroríficos ojos que los apuntaban como el láser de un rifle de francotirador. Lo que más se preguntaban era la razón por la cual aún no tentara de atacar.
Llegó un relámpago y se fue como el chasquido de un segundo. La silueta se alzaba con toda su monstruosidad, los estaba observando. Los examinaba con un grande deseo ávido, como los accionistas. Sin embargo la cosa que aterrorizó más sus mentalidades ya espantada, era que su ubicación había cambiado. Su cuerpo estaba más curvo y una de sus garras estaba apoyada en la pared, como si quisiera deshacerla. Una de sus piernas se encontraba dos peldaños más abajo.
Al desaparecer del relámpago, cada movimiento suyo fue cancelado. En ese momento podía estar aún allí, encima de la escalera, observándolos, o peor… al lado de ellos.

lunes, 16 de enero de 2017

The unknown (Capítulo VII)

Capítulo VII

- ¿La tele hizo cortocircuito? - preguntó Absalom, su voz estaba fuera de tono, como un violín tocado no tan dulcemente.
- Pero yo ni la toqué. - se disculpó Abraham, regresando hacia ellos, siguiendo mentalmente sus pasos de prima.
- ¿Un relámpago golpeó la casa? - preguntó Abilene, su voz estaba más cerca de ellos, las chicas se habían acercados más a los muchachos.
- No creo… pero puede ser. - contestó el anciano.
- Cualquier cosa fue, de seguro no fue esa cosa. - intervino Acacia y se tomó una breve pausa. - ¿Verdad? -
Absalom rio. - Sería absurdo pensar que esa cosa pudiera haber… -
Algo estalló en los pisos superiores. No era el sonido de una ventana que se pulveriza, no era el común sonido de campanillas. Era como si algo se hubiera estrellado en un muro de madera. Algo había conseguido entrar en casa. Rebotó en el piso, sobre sus cabezas. Por el sonido parecían vasos de terracota, pero fue lo que después oyeron que los hizo congelar la sangre. El piso de arriba crujió, gorjeó. Algo, alguien, estaba caminado arriba, en el cuarto de Ace. Se encontraba directamente sobre la cocina. Algo que poseía largas uñas que tictaqueaba en la madera, cuatro veces por cada paso. Un silbido y un ligero gruñido se expandieron desde arriba, descendió la escalera y los alcanzó. Abraham se petrificó, empezó a sudar frío.
- Manteémonos juntos, o estamos muertos. - entabló Abraham.
Un flash proveniente desde el externo iluminó sus rostros, por mitad, pero pudo mostrar nitidamente el terror en sus ojos.
- ¿Qué hacemos? - chilló Acacia, ninguno la veía, sentían su presencia, su miedo.
- No lo sé. - contestó Absalom, él también estaba ocultado por la oscuridad, todos lo estaban.
Otro destello los alumbró. Ninguno de ellos se estaba mirando, sus miradas, las de cada uno de ellos, estaban dirigidas hacia la escalera.
- No nos debemos dividir o nos hará afuera uno por uno. - repitió Abraham, no habría negado que se habría mojado los pantalones.
- De acuerdo. Y esta es la primera cosa, ¿pero la segunda? - preguntó histérico Absalom, estaba cansado de escuchar la misma cosa.
- ¿Disparar a primera vista? - probó el anciano.
- Excelente plan. - aprobó Absalom.
- Sí, pero no gasten las municiones, por favor. - comentó Abilene, apretando el mango del cuchillo en cada trueno o crujido que oía.
- Obviamente, señorita. - afirmó Ace, más que todo para tranquilizarla.
Un siseo se prolongó de nuevo hacia ellos, era ese sonido que parecía sofocar, las paredes parecían chirriar por la inquietud. Se advertía tan cerca. Se podía nítidamente escuchar sus uñas tamborilear con patentes golpes en el primer peldaño. Su respiro saboreaba el miedo de ellos y su mirada, como la de un asesino que se divierte con sus víctimas, como si fuera una droga, estaba fija sobre ellos.
Un tercero flash. Una silueta apareció encima de la escalera. Era alto, deformadamente alto, algo curvado, y esos largos brazos casi como su altura, probablemente eran ellas las que frustraban su espalda. Estaba de pie, casi como una persona. No era un animal y ellos lo sabían, pero ni un humano.

lunes, 9 de enero de 2017

The unknown (Capítulo VI)

Capítulo VI

- Señor, quería preguntarle una cosa. - entabló Abraham.
Se volvió, frunciendo las cejas. - Dígame, muchacho. -
- Imagino que tú vivas en esta casa desde hace mucho tiempo… Por favor, no me digas que nunca escuchaste algo o nunca viste esa cosa. - contrajo la frente, inclinando un poco la cabeza hacia adelante.
Suspiró y afinó sus labios. - Soy honesto, muchacho. Puedo haber escuchado unos ruidos, y admito algo inquietante, durante la noche y te puedo jurar que me hicieron enderezar los pelos de todo mi cuerpo, pero siempre he pensado que fuera un animal y que fuera solo mi fantasía que quisiera burlarse un poco de mí. Después de todo no habría ido afuera a controlar ni si fuera inmortal. - sacudió la cabeza, su flácida piel rebotó como si lo hubieran dado una bofetada. - Y vivía tranquilamente… hasta hora. - desvió su atención hacia arriba.
- ¿Qué sucede? - preguntó Absalom, sus férreos músculos trataban de contener o tal vez esconderé el terror que estaba probando.
- Me pareció escuchar un crujido. - indicó el techo, su brazo era musculoso, más de cuanto pudiera serlo el de un hombre de su edad.
- Estás diciendo que… - susurró Acacia, el miedo quebró su voz.
- No puedo garantizarles nada. - controló que su escopeta estuviera cargada y avanzó hacia la escalera.
- ¿Por qué no nos deja en paz? - sollozó Abilene, su nariz estaba roja como si acabara de recibir un puño en ella.
- Por hambre, porque estamos en su territorio, por… diversión, tal vez. Las razones pueden ser tantas… Ehm… Acacia, ¿verdad? - contestó Abraham, a pesar que estuviera asustado, en ese momento, parecía ser el único a controlar ese sentimiento, aparte Ace, obviamente.
- Abilene. - una voz aguda fue pellizcada por sus cuerdas vocales.
- Perdón, Abilene, lo importante ahora no es preguntaron que quiere, pero encontrar una manera para salir vivos de acá. - apretó su mandíbula.
- Creo que el muchacho tiene razón. Iré a coger la otra escopeta, por mientras les conviene coger unos cuchillos en la cocina. - aconsejó Ace y subió la escalera.
Absalom corrió hacia la cocina, junto a las chicas, pero ellas ganaron y fueron las primeras a hurgar entre los cajones, alzando un fuerte tintineo metálico. Abilene cogió un cuchillo de trinchar y Acacia un cuchillo de pan. Absalom llegó inmediatamente después, pero al buscar solo encontró los normales cuchillos para almorzar, más delgados y con la hoja consumida.
- Bueno, por lo menos es puntiagudo. - comentó, tocando con su índice la punta.
- Abraham, toma esta escopeta. - Ace se lo lanzó aún antes de bajar la escalera por completo.
El muchacho lo aferró con seguridad con ambas manos, había realmente tenido el temor de hacerlo caer y quizá, hacerle disparar un golpe.
- ¿Podría tenerla yo el arma? Sé que tal vez no sería capaz de disparar, pero me sentiría más seguro. - efectivamente esa minúscula arma no lo tranquilizaba y no se sentía para nada con el combate a corta distancia, y el cuchillo era la única cosa que se lo permitía.
- Adelante. Nunca he sabido disparar y nunca me gustaron las armas de fuego. - la ofreció a Absalom.
Intercambiaron.
- ¿No es que posees un televisor, Ace? Me daría paz si pudiera tranquilizarme con algo. En estos casos tendría gana de ver un dibujo animado, la única cosa que pudiera distraer mi mente. - dijo Abraham, de pequeño siempre había funcionado y no habría negado que lo había hecho también de grande.
- Allí está. - indicó con la escopeta. - Dentro de ese mueble, abre las puertillas. Es un poco duro, empuja hacia arriba. -
Absalom y las muchachas lo miraron algo circunspectos.
- ¿Qué? - preguntó Ace, arrugando su frente. - Oye, no soy un eremita. - los muchachos tenían razón, al fin en esa casa no había nada de tecnológico, excepto la luz artificial.
Abraham se acercó al mueble, la madera era más descolorida y bien espera. Lo abrí. Un televisor con la pantalla plana de cuarenta ocho pulgares se presentó bien elegante y terso.
- ¿Fans del futbol? - investigó Absalom, su sonrisa esperaba un sí.
- Por supuesto. - sofocó una risa.
Abraham acercó su dedo al botón de encendido, pero, antes de apretarlo, se congeló. Todos se congelaron. Ace aprisionó la escopeta, listo para disparar. Absalom abrió de par en par los ojos y miró hacia arriba, no fue tan listo de coger su arma y prepararla a disparar. Acacia hizo casi cascar su cuchillo, Abilene se llevó el suyo al pecho.
La oscuridad los celó en las tinieblas. La luz se había disuelta.

martes, 3 de enero de 2017

Carta de disculpa

No habría sido necesario llegar en esta situación para abrir mis ojos, estoy consciente de eso. Les pido disculpa, unas disculpas desde mi corazón. Lo sé, es algo irónico vista mi situación, pero soy honesto. Yo en mi vida siempre he sido una persona irascible, viciada, arrogante, ustedes lo sabían, lo veían, pero a pesar de eso seguían queriéndome. Lamento mucho que para todas las navidades me haya comportado así. Siempre he rechazado los regalos que me compraban, tanto de ustedes, padres míos, como de mis tíos y abuelos. No les puedo dar una explicación bien justificada, solo les puedo decir que tenía un pretexto un poco esnob, una concepción de valor más orientada hacia el precio que al regalo mismo.

Aun no entiendo porque, pero yo solo quería regalos lujosos, videojuegos y videoconsolas que recién salían en el mercado, cualquier otra cosa que me compraban, que me donaban, ni la miraba, ni la consideraba. He cometido muchos errores, sobre todo respecto a eso, pero ustedes también. No debían contentarme cambiando inmediatamente el regalo con el que quería o darme directamente el dinero para comprarlo. Esa fue su única culpa, así nunca habría podido cambiar. Tenían solo que quitármelos y dejarme sin nada, otros niños habrían aceptado con más amor sus dones.

Ya es tarde, lo sé, pero al fin me di cuenta. Esos regalos que para mí no poseían valor, ningún significado, ahora lo sé, no importaba el precio, debajo de esos objetos materiales solo había amor, honesto y puro amor. El afecto que ustedes tenían para mí. Lamento no haberlos agradecido como debía hacer, como se merecían.

Llegado a este punto de mi vida ni sé que hacer con todos esos regalos costosos que pululan en mi cuarto, todos esos videojuegos, esos juguetes… Como mi último acto de redención donaré todos mis juegos, todos, ni uno se quedará en esa casa, a los niños que lamentablemente no han podido pasar una navidad como la que yo repelía, que no han podido recibir ni un pequeño regalo.

No lo estoy haciendo para salvar mi vida, ya sé como terminará esto. No estoy apreciando esos regalos que debía apreciar para que suceda un milagro. Es solo una disculpa para ustedes, para mi familia. No los odio, odio solo a mí mismo. Los quiero un montón y aunque nunca se los es dicho es la verdad. 

Me lo merecía, por cuanto me pueda hacer mal, me lo merecía. Mi pobre abuelo siempre me lo decía, me había avisado, uno cosecha lo que siembra. Y es realmente sarcástico, siempre quise regalos que costaban una fortuna y acá llegamos. Necesito de un corazón nuevo, pero el trasplante es muy caro para poderlo recibir, y estamos en los días de navidad. Dos contra dos. Tal vez era solo eso que necesitaba, un corazón nuevo para poder amar los que me rodean, o más bien un cerebro nuevo.

Esta carta es probable que la leerán cuando ya estaré muerto, porque si no yo mismo me habría desempeñado para hacerle ver que he cambiado. Bueno, que más puedo decirles, gracias por todo su amor. Un día nos volveremos a encontrar, espero más tarde que temprano obviamente, y que sigan pasando esas navidades con esas risas y alegría que solía arruinar. Los quiero.

lunes, 2 de enero de 2017

The unknown (Capítulo V)

Capítulo V

Suspiró. - ¿A quién quiero engañar? Ni sé si seré capaz de disparar. - bajó el arma y lo pasó a Ace, él hizo un ademán negativo con la cabeza.
- Quédate con ella, nos servirá para defendernos. El muchacho tiene razón. No podemos ir a enfrentarlo en su hábitat. Sería un suicidio. - concordó él. - Tratemos de sobrevivir, por lo menos hasta el amanecer del sol. -
- Gracias. - Abraham relajó sus hombros, era una sensación realmente liberadora, ustedes mismo lo habría probado si solo hubiera vivido una tal experiencia.
- No me agradezcas, muchacho, yo también valoro mi vida. - afirmó el anciano.
Abraham estaba a punto de hacerle una pregunta, cuando las dos chicas empezaron a gritar, espantando todos los presentes con sus agudos chillidos. Todos se volvieron hacia ellos, los ojos del sexo masculino estaban abiertos de par en par y su piel estaba estirada como si estuvieran clavados hacia atrás.
- ¿Qué ocurre? - exclamó Absalom, su voz se interrumpió durante la pregunta, como si hubiera tragado repentinamente un insecto.
Las muchachas indicaron detrás de ellos, más allá de la ventana, sus índices se movían como las agujas de un reloj roto. Los tres tragaron saliva, tal vez el viejo no, pero los dos muchachos sí y descaradamente. Se volvieron como un viejo portón oxidado, hasta que se encontraron frente de la ventana. Lo que vieron los paralizó, como si hubieran ingerido una pequeña cantidad del tubocurarina.
Una deforme sombra de tres metros, encorvada un poco hacia adelante, con brazos ahusados y largos casi su altura, esbeltos como ramas desnutridas, con garras sutiles como espadas de esgrima, estaba frente a ellos, afuera de la ventana. Observándolos en silencio. Sus ojos relucía de un amarillo dorado, un amarillo lúgubre.
- Oh, Dios mío. - comentó Absalom.
- Por todos los santos. - Ace aferró la escopeta de las manos de Absalom y apuntó a la criatura.
De esa oscura sombra, algo centelleó, en forma de media luna, con las extremidades hacia el alto. Sin duda era una sonrisa. Si se observaba atentamente, se podían notar pequeños mondadientes amarillentos y puntiagudos en ella. Era su boca, sus dientes.
- Está... está sonriendo. - balbuceó Abraham, retrocediendo de unos pasos.
- Se… ¿se está divirtiendo? - preguntó Absalom, estaba confundido, aterrorizado, ahora sabía que cosa había probado el pobre Abraham.
- Su divertimiento se acaba en este momento. - Ace cerró un ojo y apretó el gatillo.
Disparó. Había apuntado a la cabeza. Los proyectiles zumbaron por toda la casa, cruzaron la ventana rota, aumentando aún más el daño, y prosiguieron hacia su inquietante blanco. La cosa levantó rápidamente sus largos brazos y unió sus garras frente de sí, como un escudo. Algo chispeó en ellas, las balas cayeron en el suelo.
El ser separó las garras y les mostró una sonrisa aún más abierta, deshumana. Un estruendo tronó en el bosque, seguido por un cándido destello celeste. La silueta avanzó de unos pasos, lentamente y letificado. Ace se estremeció, estaba espantado, apuntó de nuevo y disparó sin dilación. Un segundo destallo, las balas penetraron el encarrujado cuerpo de ese antiguo árbol. La criatura había desaparecido.
- Increíble. - comentó Ace, bajando el arma. - ¿Qué diablo es esa cosa? -
- Ya no estoy muy seguro que podremos resistir hasta el amanecer. - murmuró Absalom, sin apartar los ojos del árbol.
- Tenemos que atrancar la ventana rota, no debe absolutamente entrar en casa. - dijo Abraham, mirando su alrededor. - La mesa podría funcionar. -
- No es necesario, todas las ventanas poseen sus persianas. Cerrémosla todas y acuérdense de poner el seguro. - dijo Ace y desapareció hacia el piso superior.
- De acuerdo, nosotros cerramos las de abajo. - asintió Absalom. - Abilene, Acacia, si ustedes también nos ayudan, haremos antes. ¿Lo lograrán? -
- Sí. - confirmó Acacia, estaba llorando, las últimas lágrimas.
La otra muchacha, en cambio, permaneció en silencio. Solo siguió su amiga, sin hablar.
Cinco minutos después se reunieron en la cocina, todos, en el mismo punto donde se había separados. Algo tamborileó el techo de la casa. Había empezado a llover, las luz de los relámpagos penetraban cada diez segundo dentro la casa a través de las fisuras de las persianas, ilustrando rayas celestes en el piso de madera. Atmosfera conforme a lo que estaban enfrentando. Escena pertinente a una película de terror.