lunes, 23 de enero de 2017

The unknown (Capítulo VIII)

Capítulo VIII

Lo que vieron duró un segundo, pero para ellos fue cuanto un minuto. Cuando la oscuridad volvió a reinar en la casa un escalofrío electrizante y sañudo recorrió sus cuerpos, de la punta de los pies al mechón de pelo que se asomaba más arriba del cabello. Las chicas empezaron a llorar, la locura empezó a deformar, a distorsionar sus mentes racionales. Los muchachos apretaron sus mandíbulas, para no hacerse huir algún sonido que habría podido poner en juego sus virilidades.
El anciano permaneció fijo hacia el punto donde hace un momento se encontraba el ser, aunque ahora solo el negro era lo que veía, como si hubiera los parpados sellados. Sin embargo permaneció con su mirada fija hacia allí. Quería que sus ojos se acostumbraran lo más temprano posible a la oscuridad, para poder percibir por lo menos su desnaturalizada silueta.
Levantó la escopeta y la apuntó hacia arriba, en la cumbre de la escalera. No apenas habría discernido algo, habría instantáneamente disparado. Su dedo era en el gatillo. Si alguien lo hubiera tocado, seguramente habría disparado. La tensión era desmedida.
- Señor. - susurró Abraham, había temor que ese ser lo sintiera y lo comprendiera. - ¿No posee unas linternas? ¿Velas? -
Por un pelo evitó de apretar el gatillo. - Sí, tres linternas. Dos tienen pilas nuevas, la tercera son viejas. - contestó sin perder su invisible blanco.
- ¿Y dónde están? -
- ¿Quieres ir por ellas? ¿No eras tú él que insistía en no dividirnos? - objetó Ace, su respiro era ligeramente agitado y habría empeorado si no hubiera individuado lo más pronto posible ese ignoto.
- En realidad iremos todos juntos. - dio una respuesta seca.
- Bien… El almacén se encuentra bajo la… escalera. - informó, una gota de sudor se deslizó de su frente, no hacía calor.
- ¿Qué cosa? - exclamaron todos y en silencio.
El ser siseó con un largo gruñido de parecer la vibración de un viejo celular del año dos mil. Sus garras empezaron a tamborilear la madera de la escalera, más liso y de su constitución más débil en comparación a casi toda la casa.
- Movámonos lentamente hacia el almacén entonces. - susurró Abraham sin desviar su mirada de su meta.
- Ok. - contestaron, hay quien asintió.
Aglutinados y unidos como si estuvieran esposados se movieron flemáticamente hacia la escalera. La única ventaja de ellos era sus oídos, aunque sus ojos se habrían acostumbrado fácilmente a tal oscuridad, pero los continuos destellos exteriores les habrían penalizado cada vez que lo habrían conseguido. Sin embargo, aunque poseían el oído en su parte no era para nada simple percibir la presencia de esa criatura, el repiqueteo de la lluvia, el estrépito de los truenos, sus basculantes pasos, sus respiros quebrados, todos esos fenómenos eran peculiarmente contra de ellos. Y el moderado respiro frío de ese ser era difícil de percibir, al fin se podía afirmar que era propio esa luz azul metálica del cielo que los estaba ayudando.
Estaban caminando al lado de la escalera, más prensados a la pared de frente, tal de estar lo más posible lejos de esa penetrante presencia que se insinuaba solo a través de su mirada. Lo sentían, sabían de ser acosados por sus terroríficos ojos que los apuntaban como el láser de un rifle de francotirador. Lo que más se preguntaban era la razón por la cual aún no tentara de atacar.
Llegó un relámpago y se fue como el chasquido de un segundo. La silueta se alzaba con toda su monstruosidad, los estaba observando. Los examinaba con un grande deseo ávido, como los accionistas. Sin embargo la cosa que aterrorizó más sus mentalidades ya espantada, era que su ubicación había cambiado. Su cuerpo estaba más curvo y una de sus garras estaba apoyada en la pared, como si quisiera deshacerla. Una de sus piernas se encontraba dos peldaños más abajo.
Al desaparecer del relámpago, cada movimiento suyo fue cancelado. En ese momento podía estar aún allí, encima de la escalera, observándolos, o peor… al lado de ellos.

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