lunes, 9 de enero de 2017

The unknown (Capítulo VI)

Capítulo VI

- Señor, quería preguntarle una cosa. - entabló Abraham.
Se volvió, frunciendo las cejas. - Dígame, muchacho. -
- Imagino que tú vivas en esta casa desde hace mucho tiempo… Por favor, no me digas que nunca escuchaste algo o nunca viste esa cosa. - contrajo la frente, inclinando un poco la cabeza hacia adelante.
Suspiró y afinó sus labios. - Soy honesto, muchacho. Puedo haber escuchado unos ruidos, y admito algo inquietante, durante la noche y te puedo jurar que me hicieron enderezar los pelos de todo mi cuerpo, pero siempre he pensado que fuera un animal y que fuera solo mi fantasía que quisiera burlarse un poco de mí. Después de todo no habría ido afuera a controlar ni si fuera inmortal. - sacudió la cabeza, su flácida piel rebotó como si lo hubieran dado una bofetada. - Y vivía tranquilamente… hasta hora. - desvió su atención hacia arriba.
- ¿Qué sucede? - preguntó Absalom, sus férreos músculos trataban de contener o tal vez esconderé el terror que estaba probando.
- Me pareció escuchar un crujido. - indicó el techo, su brazo era musculoso, más de cuanto pudiera serlo el de un hombre de su edad.
- Estás diciendo que… - susurró Acacia, el miedo quebró su voz.
- No puedo garantizarles nada. - controló que su escopeta estuviera cargada y avanzó hacia la escalera.
- ¿Por qué no nos deja en paz? - sollozó Abilene, su nariz estaba roja como si acabara de recibir un puño en ella.
- Por hambre, porque estamos en su territorio, por… diversión, tal vez. Las razones pueden ser tantas… Ehm… Acacia, ¿verdad? - contestó Abraham, a pesar que estuviera asustado, en ese momento, parecía ser el único a controlar ese sentimiento, aparte Ace, obviamente.
- Abilene. - una voz aguda fue pellizcada por sus cuerdas vocales.
- Perdón, Abilene, lo importante ahora no es preguntaron que quiere, pero encontrar una manera para salir vivos de acá. - apretó su mandíbula.
- Creo que el muchacho tiene razón. Iré a coger la otra escopeta, por mientras les conviene coger unos cuchillos en la cocina. - aconsejó Ace y subió la escalera.
Absalom corrió hacia la cocina, junto a las chicas, pero ellas ganaron y fueron las primeras a hurgar entre los cajones, alzando un fuerte tintineo metálico. Abilene cogió un cuchillo de trinchar y Acacia un cuchillo de pan. Absalom llegó inmediatamente después, pero al buscar solo encontró los normales cuchillos para almorzar, más delgados y con la hoja consumida.
- Bueno, por lo menos es puntiagudo. - comentó, tocando con su índice la punta.
- Abraham, toma esta escopeta. - Ace se lo lanzó aún antes de bajar la escalera por completo.
El muchacho lo aferró con seguridad con ambas manos, había realmente tenido el temor de hacerlo caer y quizá, hacerle disparar un golpe.
- ¿Podría tenerla yo el arma? Sé que tal vez no sería capaz de disparar, pero me sentiría más seguro. - efectivamente esa minúscula arma no lo tranquilizaba y no se sentía para nada con el combate a corta distancia, y el cuchillo era la única cosa que se lo permitía.
- Adelante. Nunca he sabido disparar y nunca me gustaron las armas de fuego. - la ofreció a Absalom.
Intercambiaron.
- ¿No es que posees un televisor, Ace? Me daría paz si pudiera tranquilizarme con algo. En estos casos tendría gana de ver un dibujo animado, la única cosa que pudiera distraer mi mente. - dijo Abraham, de pequeño siempre había funcionado y no habría negado que lo había hecho también de grande.
- Allí está. - indicó con la escopeta. - Dentro de ese mueble, abre las puertillas. Es un poco duro, empuja hacia arriba. -
Absalom y las muchachas lo miraron algo circunspectos.
- ¿Qué? - preguntó Ace, arrugando su frente. - Oye, no soy un eremita. - los muchachos tenían razón, al fin en esa casa no había nada de tecnológico, excepto la luz artificial.
Abraham se acercó al mueble, la madera era más descolorida y bien espera. Lo abrí. Un televisor con la pantalla plana de cuarenta ocho pulgares se presentó bien elegante y terso.
- ¿Fans del futbol? - investigó Absalom, su sonrisa esperaba un sí.
- Por supuesto. - sofocó una risa.
Abraham acercó su dedo al botón de encendido, pero, antes de apretarlo, se congeló. Todos se congelaron. Ace aprisionó la escopeta, listo para disparar. Absalom abrió de par en par los ojos y miró hacia arriba, no fue tan listo de coger su arma y prepararla a disparar. Acacia hizo casi cascar su cuchillo, Abilene se llevó el suyo al pecho.
La oscuridad los celó en las tinieblas. La luz se había disuelta.

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