lunes, 31 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo XI)

Capítulo XI

Sus ojos parecieron iluminarse al vernos, una pequeña mecha dentro de una cueva oscura, pero los de Acer se incendiaron como una grande pira en una isla desierta. Junto a Acer corrí hacia él, su jaula era un poco más alta de mi cabeza, me levanté de puntillas y alargué la mano, adentrándola hasta que pude. Percibí su fresco y húmedo hocico. Acer probó a levantarse en sus dos patas posteriores, pero ni él lo alcanzó. Era más probable que Akamu pudiera solo percibir su olor.
- Akamu, somos nosotros. Venimos a recogerte. - le susurré, acariciando su burdo hocico.
Algo tocó mis dedos, algo de liso y bañado, un movimiento muy flemático y perezoso. Su lengua.
- Bien, trabajo de los hombres, ahora. - el tío lanzó una mirada de confirma a mi padre y se dirigió hacia Akamu.
- Sí. - lo siguió mi padre, a mi madre le escapó una risita.
- Permiso, señorita. - me acarició dulcemente la cabeza, me aparté junto a Acer.
Abrió la jaula e introdujo sus brazos, lentamente extrajo afuera su cuerpo, como si fuera un vidrio recién fabricado, susurrándole de no agitarse. Su cuerpo parecía un muñeco de felpa, sus patas colgaban, pero unos pulsos de ellos aludían que ya tenía el control de ellos y su cabeza pendía como un péndulo a cada paso del veterinario. Lo mudó hacia los brazos de mi padre.
- Bien. Tendría que descansar por unos días, es suficiente que no haga movimientos bruscos. - advirtió nuestro tío, guiñándome el ojo.
- Gracias de nuevo, tío. - lo agradeció mi padre.
- Te recomiendo, señorita, vigila tu amiguito. Aún no puede jugar por cuanto el querrá. - me hizo ademán con los dedos.
Una vez más estábamos dejando su clínica. Por la última vez, pero no porque la buena suerte había decidido menguar sobre nosotros. Esos perros había superado cada tipo de mal con nuestro ayudo y de nuestro tío, pero en un mundo donde no hay por completo la bondad y donde las personas nunca aprenden la lección… Bueno, tal vez habríamos podido tomar algunas precauciones o simplemente mudarnos de ese vecindario de gente ficticia.
Esa semana fue la única en la cual los perros aceptaron quedarse dentro la casa de un humano, Akamu no tuvo elección y Acer pareció entender la razón, siguiéndonos sin objetar. En el momento en el cual Akamu volvió en sus pasos, ya no pusieron ni una pata en esa casa y nunca habrían tenido esa ocasión. Su ordinaria rutina había vuelto, jugaban entre ellos, corrían como si no percibieran el cansancio y… Sí, aún dejaban desparramadas por todos lados la sordidez de la inmundicia del vecindado.
Honestamente no sé cual fue la gota que hizo desbordar el vaso, si ver los jardines como un campo desinfectados de la minas o ver esas hediondas y fétidas decoraciones diseminadas dondequiera, que solo a una enjambre de moscas sería de su gustillo. Fue ese fin de semana de verano… Ah… Probablemente fue el trauma que me ha suscitado, el origen de mi olvido de eso fantásticos perros. Al fin era solo una niña y ver toda esa sangre sin que me causara ningún daño psicológico, habría sido algo deshumano. Cuanto quisiera olvidar esa inicua parte de su historia, pero como evoco el inicio, también evoco el fin.
Era casi el termine de la hora del almuerzo. Estábamos digiriendo nuestra abundante comida, como ordinariamente mi madre nos deleitaba cada día, le gustaba que concluyéramos cada comida con el estómago bien saturado, cuando unos disparos, que no oímos durante meses antes de ese día, silenció no solo nosotros, pero también todo el vecindario, congelado, como si acabara de pasar una borrasca de hielo. Unas gotas que tamborileaba en el lavabo de la cocina y los zumbidos de unas moscas que remolinaban alrededor de los platos sucios sobre la mesa del comedor, fueron los únicos sonidos que oímos antes de la próxima descarga. Por querer de mi padre me quedé en el umbral de la casa.
Akamu y Acer estaban nuevamente huyendo del vecino, el viejo y su escopeta, otra nueva. Corría tras ellos, tratando de pegarle un tiro, pero no hacía otra cosa que crear otras aberturas en nuestro jardín, al fin aparecieron tal cual a los que ellos hacía por puro divertimiento.
- ¡Maldición! Otra vez, donde encontró otra escopeta. - mi padre se movió de su trayectoria y corrió hacia él. - Detente, viejo estúpido. -
- No te metas en cosas ajenas, no te acerques. - se detuvo un segundo antes y disparó otro golpe.
- Basta o llamaré la policía. - lo amenazó, era un paso de él.
- No me jodas, señor Williams. - movió la escopeta hacia él.
Mi corazón sobresaltó, mi madre gritó.

lunes, 24 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo X)

Capítulo X

El día siguiente nos habíamos despertado al amanecer del sol, solo fue suficiente que los primeros rayos diluyeran la oscuridad del interno de la casa para que todos nosotros nos encontráramos de pie, fuera de la casa. Con nuestra sorpresa, pero ni tanto, encontramos Acer cerca del auto, como si hubiera pasado la noche allí. No apenas nos vio, su cola movió las gotas del rocío que se había formado en los hilos de hierba del nuestro césped, creando una frágil lluvia de diamantes.
Sus emociones estaban incontrolables, su ladrar nos ordenó de entrar en el auto. Mi padre cumplió sus órdenes y abrió la puerta del auto. Acer saltó adentro, entramos. Partimos inmediatamente, todos queríamos saber de los resultados que había portado la operación.
Por cuanto fuera bastante ficticio, aunque fuera mañana temprano y a esa hora solían haber, ningún vehículo obstaculizó nuestro camino. Tal vez era la señal que la buena suerte, al fin, había empezado a considerarnos. Con los principales rayos del sol, como ligeras franjas de velludo, una dulce brisa se preservaba todavía en el aire, el cual alejaba el calor sofocante, típico de verano y no de primavera, y sin un hilo de aire que entre pocos minutos se habría estacionado en nuestra ciudad. Un bálsamo que ninguno habría querido perder y que nosotros no nos perdimos, y con las ventanillas lateral abiertas, dejamos que el aire estimulada por el andar del auto nos rozara delicadamente la piel de nuestras caras.
Cuando llegamos, ese refrigerio que inicialmente nos había acompañado con amables caricias, había desaparecido de la nada y un abrazo abrasador nos dio la bienvenida de ese día. El tío se encontraba afuera del edificio, aspirando uno de sus fétidos cigarrillos a sabor de vainilla y, al vernos, bufando por la nariz una nube gris, lo tiró al suelo y nos hizo un ademán con la mano. Estacionamos.
El primero a salir fue Acer, el cual no esperó que le abrieran la puerta, pero saltó de la ventanilla abierta. Salimos, el tío estaba saludando Acer con dulces palmadas en su capo.
- Buenos días, tío. - saludaron mis padre, a mí solo me salió una sonrisa nerviosa, la espera me estaba agotando.
- ¿Cómo está? - preguntó inmediatamente mi padre, antes que pudiera contestar al saludo.
- No puedo negar que fue una operación bastante complicada, pero salió bien. Aún sigue durmiendo, más bien, probablemente se está por despertar en este momento. - nos sonrió, dos bolsa oscuras coloraron sus ojos, lo que nos hizo entender que había pasado la noche en vela. - Solo que, como ya les había dicho, no puedo reasegurarlos que no vuelva. - agregó, mirando Acer.
- Esto estará en mano de Dios, ahora. - asintió lentamente el padre, su mirada estaba al punto de perderse en el vacío
- ¿Entonces podemos verlo? - pregunté, mis voz estaba todavía algo adormecida, aún sentía el aliento de uno que recién se despierta.
- Claro, pequeñita, no hay problema. - abrió la puerta principal de su clínica y nos hizo seña de entrar.
Una aroma de café aleaba en el aire, como si perteneciera a ella, la secretaria de mi tío intentaba de eliminar su inextinguible cansancio con largos sorbos de esa energética bebida ardiente, templándola con persistentes hálitos, o así trataba, ya que sería inútil placar ese hervor suyo.
Nos dirigimos hacia el obstáculo que nunca habíamos atravesado, nosotros tres, y nuestro tío vadeó la puerta blanca, señalándonos de esperar. Los minutos pasaron, rápidos como la vida de una mariposa, aunque en esos casos solían trascurrir al contrario y al quinto minuto ya estaba afuera, frente de nosotros.
- Se está despertando, vengan, pasen. - movió sus dedos hacia sí. - Sigue algo mareado por la anestesia, creo que, más o menos, hasta la hora del almuerzo seguirá así. -
Caminaba adagio, adagio, haciéndonos de guía, por el celeste pasillo, como un cielo terso, un color tan inmaculado y casto que habría aserenado cualquiera lo recorriera. En el mismo pasadizo había varias puertas cerradas, varios cuartos, pero nuestro tío se detuvo solo después de cuatros puertas, iniciando de derecha, y la abrió. El cuarto reflejaba el mismo color del pasillo, lo mismo que me transmitía, donde los pacientes peludos de ese veterinario podían relajarse también después que la anestesia habría perdido su efecto.
Entre las diferentes columnas de las rigurosas y fría celdas, pero más acogedor de las usadas en las perreras, en una de ellas se diferenciaba un solo perro. No por su raza o tamaño, pero por su refulgente color que pintarrajeaba su jaula como una prisión que ninguno se habría negado de alojar. Entre los ladridos y aullidos de sus similares, y de los otros que ya se habían rendido de evocar sus propios dueños con esa perenne insistencia, yacía Akamu, sigiloso y aturdido. Como alguien que superó su propio límite de tolerancia del alcohol en una fiesta “inolvidable”.

lunes, 17 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo IX)

Capítulo IX

Ese día el tráfico era algo de intolerable, como cuando juegas a las cartas y descubres que la carta que te servía para ganar la partida, la has tirado en la mano precedente. Pasó mucho tiempo antes que pudiéramos llegar a la clínica de nuestro tío, por cuanto lo pienso no puedo recordar el tiempo que trascurrimos en el auto antes que nuestro amigo Akamu se encontrara bajo el ojo escrupuloso del veterinario de familia.
- Mala noticias, chicos. - entabló el tío, después de sus largos e irritantes murmullos mientras analizaba el Tac de Akamu.
Nos quedamos toda la mañana allí, impacientes de recibir alguna noticias de él, y Akamu recién se despertaba de la resonancia magnética. Habían tenido que adormecerlo, nos contó nuestro tío, aunque para él, probablemente, no habría sido necesario ya que había permanecido inmóvil hasta el momento en el cual lo habían sedado, también cuando la aguja había penetrado su piel. Sin embargo, por precaución, habrían debido hacerlo.
Al anuncio de esa noticia, que todos nosotros habíamos rogado de escuchar palabras distintas, mi madre llevó sus manos a su boca y sofocó un chillido agudo, mi padre se quedó observándolo, como si hubiera perdido el oído y tratara de leer sus labios. Al contrario, yo no recuerdo exactamente lo que hice, creo que mi corazón se petrificó y por un momento el respiro me faltó. Miré mis padres e intenté leer en sus miradas… ni sé que cosa, quería solo que me dijeran que no era nada grave.
Sin embargo sus expresiones eran más descriptivas de una enciclopedia y podía leer tan claramente, como un libro ilustrativo, que no era algo de fácil de curar.
- Tiene un tumor en la médula espinal y… el problema es que es maligno. Además se ha propagado mucho, pero es operable. Complicado, pero operable. - nos referí, dirigiendo su mirada hacia Acer.
Efectivamente yo también lo había notado. Acer lo estaba observando, no había apartado su mirada de él desde cuando había salido de esa puerta blanca, la misma que él también había atravesado, y parecía poder entender las palabras que pronunciaba nuestro tío. Sus orejas se habían tenuemente tendidas sobre su cabeza como una hoja doblada y su mirada expresaba nítidamente lo que probaba. La cosa curiosa es que lo miraba con respecto, confiaba en él, tal vez porque, gracias a nuestro tío, en ese momento podía estar con nosotros.
- ¿Entonces lo puedes quitar? - preguntó mi madre, acariciando a Acer, ella también se había dado cuenta.
- Si, pero hay el noventa nueve por ciento de posibilidades que se reforme. - su mirada volvió en Hacer.
Prestaba atención a sus palabras. Sus ojos parecían vidrio con agua que fluye en él, y una minúscula gota se había escapado de ese velo ácueo y había cogido su propio camino, humedeciendo el pelo alrededor de su ojo.
- Lo operaremos hoy en la tarde. Ustedes regresen a casa. Mañana por la mañana pasen por acá, alguna cosa los llamo. - hizo un ademán con la cabeza.
- Está bien, tío, está en tus manos ahora. Gracia. - dijo mi madre, sus ojos estaban lucidos como un diamante.
- Sí, gracias de nuevo. - mi padre volvió a hablar y con ambas manos apretó la de él, pero lentamente, como si sus fuerzas fueran atomizadas a cada palabra que salió de los labios de nuestro tío.
- Vamos, tesoro. - mi madre acarició mi espalda, un movimiento que casi no percibí. - No te olvides de saludar tu tío. -
Asentí, mi cabeza estaba en otra parte. - Adiós, tío. - mi voz salió algo ronca, como si hubiera llorado por horas.
- Adiós, pequeña, no te preocupes, haré todo lo que pueda. - por un momento su cara lavó de su rostro su habitual expresión negativa.
- Gracias. - esbocé una sonrisa cordial. - Vamos, Acer. -
Acer no movió un musculo, ni sus orejas ondearon al sonido de mi voz, permaneció inerte frente al portón blanco, sentado. Nuestro tío se detuvo antes de abrir la puerta y se arrodilló delante de él, como un padre que conforta su hijo que acaba de perder la partida de futbol más importante de su vida.
- Te prometo que mañana te devolveré tu compañero de juegos, pero ahora tienes que volver a casa. No puedes quedarte acá. - lo acarició de su largo hocico hasta la cabeza, inclinándole las orejas que regresaron a su sitio como un resorte.
Hacer lo observó fijamente, tal vez trató de entender lo que le estuviera diciendo o simplemente trató de convencerlo para que se quede allí. De repente y muy tranquilamente, se levantó y acarició su mano con su hocico, lo que pensé fuera su modo de agradecerlo. En seguida se volvió hacia nosotros y gentilmente siguió nuestro paso.
Una vez en el auto, una sensación ajena, de ausencia, como si nos hubieran robado un objeto extremadamente de valor afectivo, nos asaltó, igual de una repentina hambre intratable de saciar. Era él, ese extravagante y activo perro que hoy no habría regresado a casa con nosotros, pero se habría quedado allá para luchar por su vida. Acer, durante el taciturno viaje, no desvió nunca, y cuando digo nunca insinúo literalmente a nunca, su mirada de la clínica que poco a poco disminuía, hasta desaparecer. Probablemente ni parpadeó.

jueves, 13 de octubre de 2016

ANUNCIO IMPORTANTE

Elements - El regreso de la oscuridad sojuzgada

Una anómala tormenta lleva Josh y sus amigos hacia otro sistema, otros mundos. Perdidos y separados descubrirán que los poderes y la magia existen y que una grande carga agobia en los hombros de ellos. Sus destinos cambiarán, de simples humanos se convertirán en electo de los elementos. ¿Por qué? Porque el mal surgirá de nuevo de la oscuridad y varias adversidades  tratarán de obstaculizarlos. Nuestros protagonistas tendrán que permanecer fuertes y superarlas si querrán reunirse de nuevo, para luego prepararse a enfrentar algo peor de la oscuridad. Algo que afectará psicológicamente el protagonista.

lunes, 10 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo VIII)

Capítulo VIII

Ese día, el invierno más gélido que haya percibido, recién terminaba, la nieve se estaba convirtiendo en savia para plantas, las flores se despertaban de su largo letargo, sacudiéndose de los últimos residuos de ese cándido manto, y los aves empezaban a anunciar en una monótona el alcance de la primavera. El sol nos irradiaba el día y al fin nos escaldaba de esa rígida estación. Los mismos rayos penetraron la casi transparente cortina celeste, que parecían ese ligerísimo foulard de mi madre, y llegaron a besar mi rostro. Era suficiente para despertarme, lo sé, pero perezosamente me volteé hacia el otro lado, celando mi cara de esa opresiva luz. No pasó mucho tiempo para que mi respiro se rehiciera pesante.
- Abbey, el desayuno. - gritó mi madre, cuando quería estar seguro que la escuchen su voz cambiaba de intensa a áspera.
Lancé un extenso y acústico murmullo.
- No te esperaremos, ¿eh? Comerás lo que sobra y siempre si sobra algo, ya conoces a tu padre. - estaba propio bajo de mi cuarto.
Un frenético ladrido y con un ingrediente de divertimiento atravesó el vidrio de mi ventana, que el agente de bienes raíces nos había cerciorado más de una vez que era antisonoro. Abrí los ojos y salté afuera de la cama. Eran ellos, Acer y Akamu, respectivamente el perro negro y blanco. Me cambié en menos de diez segundos, ya estaba abajo, por las escaleras, saltando de un paso a otro. Me abalancé por la cocina, mi madre me regañó de tomar mi desayuno, pero yo proseguí hacia la puerta principal. Antes de salir, oí mi padre reírse entre dientes y mi madre reprobarlo, diciéndole de no consentirme de hacer todo lo que quiera.
Estaba afuera, al externo. El aire era deleitosa, ni calor ni frío. Miré a mi alrededor, alegrada y muy probablemente con una grande sonrisa imprimida en mi jovencísima cara sin un pliego. Sin embargo mi sonrisa se ocultó al ver que había algo que no cuadraba y pronto me di cuenta que ese ladrido no era de diversión, pero de alerta, de terror. Acer daba vueltas alrededor de su amigo, aullando como si quisiera incitarlo, pero él estaba casi por completo en el piso, sus patas posteriores estaban blandas, como si estuvieran sin huesos, y con las anteriores trataba de arrastrarse.
Akamu parecía no entender, sus ojos expresaban el pánico, su sencilla mente no podía comprender lo que en un segundo después descubrimos, sus tempestuosos y borrascosos movimientos, como si fuera sujeto de varias sacudidas eléctricas, trataban en todas formas de incorporar su cuerpo, pero los resultados eran más que negativos. Al fin se detuvo, jadeando.
- ¡Papá! - grité aterrada.
Mi padre no esperó que lo llamara más de dos veces, estaba ya allí, con mi madre.
- ¿Qué ocurre? - exclamó preocupado.
- Le pasa algo a Akamu, no puede levantarse. Está alli que... intenta arrastrar su cuerpo. - indiqué, mi mano estaba retemblando cuanto mi voz.
Lo miró. - Oye, muchacho, ven acá. - silbó y produjo un ruido seco con la boca.
El perro no estaba muy convencido de intentarlo otra vez, como si tuviera miedo de descubrir que no hubiera sido solo una fraude de su mente, pero una horrible realidad. Sin embargo lo hizo. A la segunda seña lo intentó, trató de incorporarse, a caminar hacia él. Pero como él mismo temía la parte posterior de su cuerpo no cooperó y, permaneciendo en el suelo, empezó a arrastrarse. Mi padre se descoloró y corrió hacia él. La escena era algo como si tu corazón estuviera sofocando.
- Oye, muchacho. ¿Qué te está sucediendo? - le preguntó, como si pudiera obtener una respuesta. - Debemos llevarlo a tu tío. -
- De acuerdo, cojo las llaves. - se adelantó mi madre.
- Y mi billetera. -
- Ok. -
Mi padre lo asió en sus brazos y un viejo recuerdo se proyectó en mi mente. - Maldita sea, espero que no sea una cosa grave. -
- Lo curará, ¿cierto? - pregunté mientras lo seguía, junto a Acer, el más preocupado.
- Seguro, tesoro. Es su trabajo, ya habrá tenido casos parecidos. -
Un doble sonido agudo hizo ondear las orejas de los perros. - Vamos. - dijo mi madre.
Le abrí rápidamente la puerta del auto y de nuevo, pero en situaciones distintas, los canes ocuparon los asientos. Esta vez era Acer el angustiado, inquieto, más de cuanto pudiéramos estar nosotros. Acercó su hocico a las patas, tratando de comprender el problema que para él era abstruso. Pero aunque lo hubiera entendido, no habría podido hacer nada para ayudarlo.
Acaricié Akamu, tratando de aliviarlo: - Verás que irá todo bien. - dije, mi voz salió como un susurro.
Él aproximó su hocico hacia mi mano y muy perezosamente, como si no tuviera ganas, la acarició con su lisa y húmeda lengua rosada. Eso era demasiado funesto de soportar. Ese perro ignoraba lo que le estaba sucediendo, pero a pesar de eso parecía aceptarlo. Únicamente era el “porque” que se preguntaba.
“Quiero correr, pero no puedo. ¿Por qué?” simulé sus pensamientos.

lunes, 3 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo VII)

Capítulo VII

- El proyectil salió y, afortunadamente, no dañó ningún órgano vital, solo el musculo de su espalda. Nada que el tiempo no pueda curar. - anunció esbozando una sonrisa y elevando aún más frunces en los ángulos de su boca.
Era una de esas sonrisas que se necesitaba actuar frente a semejantes noticias, una sonrisa que no se imprimía fácilmente en su rostro de piedra, sin embargo se notaba sus prácticas.
Mi padre suspiró profundamente. - Menos mal. Ya no podía aguantar más tiempo esperando. -
- Gracias, tío, que alivio. - exclamó mi madre, había tenido todas las manos unidas entre ellas, en manera de oración.
El perro blanco empezó a mover la cola, como si hubiera entendido las palabras del tío, no, él había entendido. Probablemente nuestras expresiones, nuestros comportamientos y nuestros tonos de voz fueron evidencias para que él pudiera comprender el significado, pero en todos casos parecía que supiera la razón.
- Entonces podrá regresar a jugar con su amigo. - afirmé con una sonrisa que solía delinear en mi rostro al abrir los regalos de navidad que había pedido a Papá Noel.
- Bueno, será algo doloroso en un inicio, pero sí. - declaró acariciándome la cabeza, no había tenido el tiempo de peinarme después de lo que había ocurrido, ninguno había pensado de hacerse decente antes de salir.
- Esperen solo que se despierte y será suyo. -
- En realidad, tío, no sé como agradecerte, estábamos tan preocupados. - mi madre se levantó de la silla y fue a abrazarlo, fue la única vez que vi el tío enrojecerse ligeramente.
- No seas tonta, querida sobrina. - la reprochó dulcemente, haciendo volver su rígida expresión.
- ¿Cuánto te debemos? - preguntó mi padre, sabía que no lo habría dejado nunca pagar, pero era incómodo para él abusar de sus servicios e irse sin saldar.
- Nada, hijo. - sacudió livianamente la cabeza, sus ojos cerrados.
- No puedes hacernos salir de acá sin haber pagado nada. - protestó llevando la mano hacia los bolsillos posteriores de su pantalón. - No. - golpeó ligeramente en los bolsillos, por la prisa no había cogido su billetera.
El tío carcajeó. - Mira, hijo mío, el destino habla claramente. - sus arrugas fueron aún más acentuado. - Me pagarás ocupándote de mi sobrina, solo esto te pido. Bien, voy a ver como está el paciente. - desapareció nuevamente tras de esa puerta.
Trascurrieron otros largos minutos antes que pudiéramos ver el perro negro, salió de la sala aún medio adormecido y aturdido, tambaleando hacia nosotros. Su amigo se acercó a él, jovial, al punto que la acción de su cola podía mover su abultado trasero. Lo llenó de besos. Mi padre se inclinó hacia él y muy delicadamente, como si fuera el objeto más frágil de este mundo, lo cogió en sus brazos. Antes de poder finalmente salir de la clínica, mi padre se aseguró aún más si no quería ser pagado y, después de una mirada iracunda, mostrando dos ojos vivaces y jóvenes a diferencia de su edad, mi madre lo empujó afuera, antes que pudiera a hacer la misma pregunta.
Al fin regresamos a casa, el viaje pareció más corto de la ida, probablemente porque adentro del auto aireaba solo tranquilidad y serenidad, los pavores y las aflicciones habían sido abandonados en la clínica. Los cuatros estábamos más relajados, como cuando por los pelos no eres atrapado por tus padres a hacer algo que ni siquiera habrías tenido que pensarlo. El quinto aún no era capaz de reaccionar o de pensar lucidamente, pero, por cierto, él también sabía que el peor ya había pasado.
Aunque, por cuanto me haga mal evocar estos recuerdos, el peor aún tenía que presentarse en nuestra familia. Honestamente, nunca entendí porque la mala suerte los había designado como fichas de su diversión.