lunes, 17 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo IX)

Capítulo IX

Ese día el tráfico era algo de intolerable, como cuando juegas a las cartas y descubres que la carta que te servía para ganar la partida, la has tirado en la mano precedente. Pasó mucho tiempo antes que pudiéramos llegar a la clínica de nuestro tío, por cuanto lo pienso no puedo recordar el tiempo que trascurrimos en el auto antes que nuestro amigo Akamu se encontrara bajo el ojo escrupuloso del veterinario de familia.
- Mala noticias, chicos. - entabló el tío, después de sus largos e irritantes murmullos mientras analizaba el Tac de Akamu.
Nos quedamos toda la mañana allí, impacientes de recibir alguna noticias de él, y Akamu recién se despertaba de la resonancia magnética. Habían tenido que adormecerlo, nos contó nuestro tío, aunque para él, probablemente, no habría sido necesario ya que había permanecido inmóvil hasta el momento en el cual lo habían sedado, también cuando la aguja había penetrado su piel. Sin embargo, por precaución, habrían debido hacerlo.
Al anuncio de esa noticia, que todos nosotros habíamos rogado de escuchar palabras distintas, mi madre llevó sus manos a su boca y sofocó un chillido agudo, mi padre se quedó observándolo, como si hubiera perdido el oído y tratara de leer sus labios. Al contrario, yo no recuerdo exactamente lo que hice, creo que mi corazón se petrificó y por un momento el respiro me faltó. Miré mis padres e intenté leer en sus miradas… ni sé que cosa, quería solo que me dijeran que no era nada grave.
Sin embargo sus expresiones eran más descriptivas de una enciclopedia y podía leer tan claramente, como un libro ilustrativo, que no era algo de fácil de curar.
- Tiene un tumor en la médula espinal y… el problema es que es maligno. Además se ha propagado mucho, pero es operable. Complicado, pero operable. - nos referí, dirigiendo su mirada hacia Acer.
Efectivamente yo también lo había notado. Acer lo estaba observando, no había apartado su mirada de él desde cuando había salido de esa puerta blanca, la misma que él también había atravesado, y parecía poder entender las palabras que pronunciaba nuestro tío. Sus orejas se habían tenuemente tendidas sobre su cabeza como una hoja doblada y su mirada expresaba nítidamente lo que probaba. La cosa curiosa es que lo miraba con respecto, confiaba en él, tal vez porque, gracias a nuestro tío, en ese momento podía estar con nosotros.
- ¿Entonces lo puedes quitar? - preguntó mi madre, acariciando a Acer, ella también se había dado cuenta.
- Si, pero hay el noventa nueve por ciento de posibilidades que se reforme. - su mirada volvió en Hacer.
Prestaba atención a sus palabras. Sus ojos parecían vidrio con agua que fluye en él, y una minúscula gota se había escapado de ese velo ácueo y había cogido su propio camino, humedeciendo el pelo alrededor de su ojo.
- Lo operaremos hoy en la tarde. Ustedes regresen a casa. Mañana por la mañana pasen por acá, alguna cosa los llamo. - hizo un ademán con la cabeza.
- Está bien, tío, está en tus manos ahora. Gracia. - dijo mi madre, sus ojos estaban lucidos como un diamante.
- Sí, gracias de nuevo. - mi padre volvió a hablar y con ambas manos apretó la de él, pero lentamente, como si sus fuerzas fueran atomizadas a cada palabra que salió de los labios de nuestro tío.
- Vamos, tesoro. - mi madre acarició mi espalda, un movimiento que casi no percibí. - No te olvides de saludar tu tío. -
Asentí, mi cabeza estaba en otra parte. - Adiós, tío. - mi voz salió algo ronca, como si hubiera llorado por horas.
- Adiós, pequeña, no te preocupes, haré todo lo que pueda. - por un momento su cara lavó de su rostro su habitual expresión negativa.
- Gracias. - esbocé una sonrisa cordial. - Vamos, Acer. -
Acer no movió un musculo, ni sus orejas ondearon al sonido de mi voz, permaneció inerte frente al portón blanco, sentado. Nuestro tío se detuvo antes de abrir la puerta y se arrodilló delante de él, como un padre que conforta su hijo que acaba de perder la partida de futbol más importante de su vida.
- Te prometo que mañana te devolveré tu compañero de juegos, pero ahora tienes que volver a casa. No puedes quedarte acá. - lo acarició de su largo hocico hasta la cabeza, inclinándole las orejas que regresaron a su sitio como un resorte.
Hacer lo observó fijamente, tal vez trató de entender lo que le estuviera diciendo o simplemente trató de convencerlo para que se quede allí. De repente y muy tranquilamente, se levantó y acarició su mano con su hocico, lo que pensé fuera su modo de agradecerlo. En seguida se volvió hacia nosotros y gentilmente siguió nuestro paso.
Una vez en el auto, una sensación ajena, de ausencia, como si nos hubieran robado un objeto extremadamente de valor afectivo, nos asaltó, igual de una repentina hambre intratable de saciar. Era él, ese extravagante y activo perro que hoy no habría regresado a casa con nosotros, pero se habría quedado allá para luchar por su vida. Acer, durante el taciturno viaje, no desvió nunca, y cuando digo nunca insinúo literalmente a nunca, su mirada de la clínica que poco a poco disminuía, hasta desaparecer. Probablemente ni parpadeó.

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