lunes, 3 de octubre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo VII)

Capítulo VII

- El proyectil salió y, afortunadamente, no dañó ningún órgano vital, solo el musculo de su espalda. Nada que el tiempo no pueda curar. - anunció esbozando una sonrisa y elevando aún más frunces en los ángulos de su boca.
Era una de esas sonrisas que se necesitaba actuar frente a semejantes noticias, una sonrisa que no se imprimía fácilmente en su rostro de piedra, sin embargo se notaba sus prácticas.
Mi padre suspiró profundamente. - Menos mal. Ya no podía aguantar más tiempo esperando. -
- Gracias, tío, que alivio. - exclamó mi madre, había tenido todas las manos unidas entre ellas, en manera de oración.
El perro blanco empezó a mover la cola, como si hubiera entendido las palabras del tío, no, él había entendido. Probablemente nuestras expresiones, nuestros comportamientos y nuestros tonos de voz fueron evidencias para que él pudiera comprender el significado, pero en todos casos parecía que supiera la razón.
- Entonces podrá regresar a jugar con su amigo. - afirmé con una sonrisa que solía delinear en mi rostro al abrir los regalos de navidad que había pedido a Papá Noel.
- Bueno, será algo doloroso en un inicio, pero sí. - declaró acariciándome la cabeza, no había tenido el tiempo de peinarme después de lo que había ocurrido, ninguno había pensado de hacerse decente antes de salir.
- Esperen solo que se despierte y será suyo. -
- En realidad, tío, no sé como agradecerte, estábamos tan preocupados. - mi madre se levantó de la silla y fue a abrazarlo, fue la única vez que vi el tío enrojecerse ligeramente.
- No seas tonta, querida sobrina. - la reprochó dulcemente, haciendo volver su rígida expresión.
- ¿Cuánto te debemos? - preguntó mi padre, sabía que no lo habría dejado nunca pagar, pero era incómodo para él abusar de sus servicios e irse sin saldar.
- Nada, hijo. - sacudió livianamente la cabeza, sus ojos cerrados.
- No puedes hacernos salir de acá sin haber pagado nada. - protestó llevando la mano hacia los bolsillos posteriores de su pantalón. - No. - golpeó ligeramente en los bolsillos, por la prisa no había cogido su billetera.
El tío carcajeó. - Mira, hijo mío, el destino habla claramente. - sus arrugas fueron aún más acentuado. - Me pagarás ocupándote de mi sobrina, solo esto te pido. Bien, voy a ver como está el paciente. - desapareció nuevamente tras de esa puerta.
Trascurrieron otros largos minutos antes que pudiéramos ver el perro negro, salió de la sala aún medio adormecido y aturdido, tambaleando hacia nosotros. Su amigo se acercó a él, jovial, al punto que la acción de su cola podía mover su abultado trasero. Lo llenó de besos. Mi padre se inclinó hacia él y muy delicadamente, como si fuera el objeto más frágil de este mundo, lo cogió en sus brazos. Antes de poder finalmente salir de la clínica, mi padre se aseguró aún más si no quería ser pagado y, después de una mirada iracunda, mostrando dos ojos vivaces y jóvenes a diferencia de su edad, mi madre lo empujó afuera, antes que pudiera a hacer la misma pregunta.
Al fin regresamos a casa, el viaje pareció más corto de la ida, probablemente porque adentro del auto aireaba solo tranquilidad y serenidad, los pavores y las aflicciones habían sido abandonados en la clínica. Los cuatros estábamos más relajados, como cuando por los pelos no eres atrapado por tus padres a hacer algo que ni siquiera habrías tenido que pensarlo. El quinto aún no era capaz de reaccionar o de pensar lucidamente, pero, por cierto, él también sabía que el peor ya había pasado.
Aunque, por cuanto me haga mal evocar estos recuerdos, el peor aún tenía que presentarse en nuestra familia. Honestamente, nunca entendí porque la mala suerte los había designado como fichas de su diversión.

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