lunes, 18 de diciembre de 2017

Mortal love (Capítulo II)

Capítulo II

Ese beso había sido electrizante, apenas sus labios acariciaron los suyos, como si un relámpago de verano hubiera atravesado la rueda de la fortuna y una sacudida eléctrica le hubiera enderezado el vello de sus brazos. En ese momento se le había puesto la piel de gallina. Aún se lo acordaba como si hubiera ocurrido hace unos minutos, aunque no habría podido negar que cada vez que la había besado desde entonces siempre había experimentado la misma sensación. Y al fin, desde esa simple, pero relevante cita, su relación se había más fortalecida y unos meses después, casi un año, Lucas tomó coraje y esta vez fue él a tomar la iniciativa. Había querido que se desarrollara en un local muy formal, pero conocía los gustos de ella. Eran particulares. Nada de lugares formales, debía ser algo al alcance de la mano e incluir la comida que ella deleitaba más de cualquier cosa. La pizza, en el mejor restaurante de la ciudad, la pizzería del tío Luigi. El cocinero no era italiano, ni el propietario, pero sus pizzas justificaban el nombre.
Esa noche las tinieblas del cielo eran entrecortadas por las más refulgentes estrellas que tal vez solo en un campo abierto, sin que las luces artificiales de una ciudad pudieran interferir, se podía ver.

Lucas levantó la cabeza. Era exactamente como lo era en ese momento, sin nubes en el medio.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Mortal love (Capítulo I)

Capítulo I

El gélido viento acariciaba su piel dulcemente y lánguidamente, como si fuera la mano fría y huesuda de la muerte. Un lene escalofrío recorrió su cuerpo, en su piel se formaron pequeñas bolas casi imperceptibles. Esa sensación le revocó ese recuerdo.

Fue de la primera vez en que la besó, o mejor dicho en que ella lo besó. Por alguna razón él no había sido tan valiente de tomar esa iniciativa, aunque no significara que no lo había pensado, o más bien planeado. Ya eran meses que estaba saliendo con ella y ya había llegado el momento. Sin embargo él no pudo hacerlo, sino ella. Bueno, por lo menos le había preparado el lugar. Lo había bien organizado en los pormenores más nimios, tanto que se había tardado como dos semana en pensarlo, pero al fin había encontrado la atmosfera apropiada. El beso debía suceder durante la noche, precisamente en el atardecer, desde un lugar donde se podía saborear las luces de la ciudad prevalecer poco a poco sobre el rojizo y amarillento horizonte y ver el sol desvanecer como un espectro. Con ese fin, nada sería mejor de la rueda de la fortuna y con suerte había llegado un parque de atracciones en su ciudad. Cielos, no era extraordinariamente titánica, pero era mejor que nada.

Una lágrima descendió de su mejilla.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Human error (Último capítolo)

Capítulo X

Sus cuerpos cayeron sobre la pista de la salvación como dos jamones poco madurados. El agua de la diga rebosó con belicismo y se precipitó hacia la pequeña ciudad que se encontraba bajo de ella. Los habitantes, pocos de ellos, los que se encontraban por la calle, se habían alarmado por el último rugido que se había levantado de la diga y por las calles que había sido cubiertas por un sutil velo transparente, refulgiendo las pistas con un brillo blanco. Los habitantes estaban tomando desayuno en sus casas o en algunos bares tradicionales de la ciudad cuando los vasos, los líquidos que contenían, empezaron a temblar. Todos se estremecieron, un gélido respiro acarició sus cuerpos, sus corazones sobresaltaron hasta sus gargantas.
Los primeros pensamientos que tuvieron fueron que fuera un terremoto, aunque el fenómeno estaba actuando inadvertidamente distinto de un común movimiento sísmico, y esperaron unos segundos para verificar si se detendría, antes de correr hacia afuera como si tuvieran el cuerpo en llamas. La sacudida no se detuvo y los habitantes, lo más pronto posible que pudieron, se abalanzaron hacia el externo. Y con sorpresa encontraron las calles mojadas, cubiertas de un denso estrato de agua.
Todos, hasta los niños, pensaron en la misma cosa. Un destello en sus oscuras mentes aterrorizada. Se volvieron inmediatamente hacia la diga y fue en ese momento que vieron la catástrofe que se estaba aproximando hacia ellos.
Ellos tentaron escapar, a toda máquina, pero sabían que era ya tarde y estaban suponiendo de como iba a acabar. Después de todo, la muerte es como un juego de azar, la ruleta, precisamente, el número que sale es solo un impredecible caso, uniformemente ala muerte, la vida que se lleva es solo un caprichoso caso. No existen bueno o malos, protagonista o antagonista. Y es lo que sucedió cuando ese inmenso reguero de agua, que transportaba con sí árboles, piedras, vehículos y el bus de la escuela, los arrolló a todos.
La profesora Jones y sus estudiantes vieron el desastre desde lejos, desde allí arriba. No pudieron ver con claridad, pero se lo pudieron imaginar solo con el escalofriante sonido de los gritos de los habitantes y el escándalo del agua que barría todo. Se sintieron afortunados, agradecidos que la suerte había decidido de concederles otros años más de vida, y permanecieron esperando hasta que llegaran los del servicio de emergencia. Los muchachos querían solo volver a casa y seguir llorando en los brazos de sus padres, que desde ahora, tal vez, empezarían a obedecer, mientras la profesora habría llamado inmediatamente el colegio y se tomaría unas semanas de vacaciones. Juró a si misma que nunca más pasaría sobre una diga.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Human error (Capítulo IX)

Capítulo IX

Se detuvieron frente a la pared de asfalto que se había levantado. La profesora izó a Abraham y lo ayudó a treparla, en seguida saltó y se agarró a los bordes. Probó a elevarse, pero era indudable por sus esqueléticos brazos que no poseía la mínima fuerza para izar su, asimismo, cuerpo esbelto. No podía por su cuenta y su fin sería indiscutiblemente inevitable. Sin embargo, Abraham aferró rápidamente sus brazos y empezó a tirarla hacia arriba. Se sentía culpable, sabía que por su culpa había asesinado casi literalmente el conductor del bus y no quería que sucediera también con su tutora. Afortunadamente era un chiquillo de secundaria y aunque no hubiese sido un tipo ligeramente atlético lo lograría igualmente, solo con un poco de esfuerzo y con tres venas lista para estallar.
«Gracias, vamos.» volvieron a correr.
Era una fatal cuenta atrás, la diga no permanecería intacta por mucho tiempo. La pista era ya como
una larga alfombra hecha de galletas secas, cada peso sobre ella ayudaba aún más su colapso. El agua desbordaba incansablemente y en cambio de disminuir estaba aumentando aún más, la cavidad se había alargado y seguía dilatándose como un insaciable agujero negro, hasta que un vigoroso rugido resonó en el cielo. Tembló todo, la pista se convirtió en un espectro y la diga se desmoronó por completo. La profesora y Abraham ya no percibieron una base sólida debajo de sus pies, su sentido de sobrevivencia los ordenó de saltar.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Human error (Capítulo VIII)

Capítulo VIII

El bus empezó a precipitar. Andrew tenía solo dos opciones: saltar o hacer lo que nunca se imaginaría de hacer en su vida. Suspiró, no tenía otra elección.
«¡Profesora Jones!» la llamó y entró inmediatamente adentro del bus.
Corrió hacia los primeros asientos, Abraham había permanecido sentado allí, paralizado por el terror. Andrew murmuró algunas palabras incomprensibles y lo aferró rápidamente por el cuello de su polo, lo tiró hacia él y recorrió el pasadizo del bus. Abraham fue arrastrado como una bolsa de basura, probablemente nada lo recuperaría de ese trauma. Una vez llegado a la puerta posterior lo aferró con ambas manos y lo lanzó afuera, como una pelota de rugby. Abraham precipitó a toda velocidad gritando y llorando hacia el camino aún intacto y agitando los brazos como un ave que todavía no sabe volar. La profesora Jones se había acercado lo más posible al borde, en tiempo para aferrar Abraham, y si no hubiera sido por su prontitud, el sacrificio de Andrew habría sido en vano.
«¡Andrew!» gritó Jones, mientras izaba el muchacho. «¡Rápido!»
Andrew permaneció mirándola, sujetándose con la puerta posterior. Sonrió, como podía pensar ella que podría hacer un salto así, reflexionó él. Después se sentó en un asiento y cerró los ojos. Suspiró de nuevo.
“Odio los mocosos y a él lo odiaba más que a todos. ¿Entonces por qué lo salvé? Mi vida por él… Maldita conciencia.” rio, su última risa.
El bus desapareció en el vacío. La profesora Jones solo oyó como un pandillero golpea el auto de su director de su colegio con un bate de béisbol, repetidamente y velozmente. Hasta que no oyó nada más que el agua que se estaba desparramando de la diga. Mientras tanto el temblor se había vuelto más energético. La profesora se volvió hacia Abraham y empezaron a correr.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Human error (Capítulo VII)

Capítulo VII

«¡Vamos! ¡Vamos!» rugió Andrew, machacando con insistencia el pedal.
«Rápido, señor Andrew, rápido.» gritó la profesora, aterida por el vacío que se presentaba frente a ellos.
«¿Y qué crees que estoy haciendo?» contestó seco Andrew, sus pelos se habían tendido en la frente.
Los muchachos gritaban, lloraban, los nombres de sus padres fueron llamados más veces de las que habrían pensado a ellos durante el día. Y no eran los únicos, el profesor Miller no pronunciaba el nombre de sus padres de su muerte y estaba lloriqueando como hacía casi todas las veces que veía una película dramática o un dibujo animado conmovedores.
«Profesor Miller, contrólense, por favor.» apartó la mirada del inmenso parabrisas y se volvió. «Debemos salir de acá, Andrew, por la puerta posterior.» corrió hacia la parte posterior e intentó girar el mango.
«Tienes razón, espera.» se quitó el cinturón y se levantó del asiento. «Lo hago yo, es bastante duro.»
Aferró con ambas manos el mango y empezó a girarlo hacia la izquierda. El mango empezó a rotar tan lentamente que parecía no moverse o como si Andrew ni estuviera empujando. Sin embargo, el tiempo no era amigo de ellos, por lo tanto la profesora Jones se acercó de inmediato a él, empuñó una parte del mango y junto a él empezó a empujar. El mango empezó a moverse inadvertidamente más rápido, exactamente cuando el pedazo de la pista debajo del bus empezó a desmoronarse.
«Oh, no, vamos, vamos.» Andrew apretó los dientes, varias venas se marcaron en su rostro.
El mago había llegado a la mitad.
«Falta poco.» la cara de la profesora se había hecho rojo cuanto el faro del freno del bus.
«¡Muévanse!» el profesor Miller se levantó de un respingo y corrió hacia ellos, llorando y desesperado, pero su brusco movimiento, cuando los alcanzó tirándose en su encima, ayudó para que el mango se girara por completo.
La puerta se abrió de par en par y los tres cayeron sobre el asfalto veteado por grandes líneas que se movían como serpientes. La profesora Jones se levantó y volvió nuevamente en el bus. El vehículo empezó a inclinarse hacia el vacío, la pista se estaba fraccionando y descendiendo de nivel siempre más, pero pequeños fragmentos de ella ya se estaban buceando hacia el vacío, uno tras otro. Jones se puso al lado de la puerta y ordenó a todos de bajar, no los perdió ni una vez, los contó uno por uno mientras saltaban. Andrew se había aproximado al bus y se había apoyado en el parachoques posterior, tratando que su peso impidiera al bus de precipitar en ese inmediato instante. La ayuda del profesor Miller sería de grande ayuda para ellos, pero apenas se había levantado se había marchado de prisa, sin dejar de llorar, ni por un momento y sobre todo sin dejar de pensar una sola vez a su propia vida.
Muchos de los muchachos habían logrado superar la grande brecha que separaba el sector instable del estable, habían rodeado la zona y proseguido hacia la salida, a la cual había intentado dirigirse el bus. Pero cuando los últimos diez trataron de superar esa brecha, la pista descendió de algunos metros y una pared de casi dos metros se presentó frente de ellos.
«Profesora, no podemos proseguir.» sollozó Amias, tratando de saltar una, dos, cinco veces hacia el borde del muro.
«Profesora, Abraham no quiere moverse de su asiento.» gritó Anderson, antes de bajar del bus.
«Yo me encargo de él, tú ayuda los niños.» dijo Andrew y volviéndose lentamente miró hacia adentro del bus.
«De acuerdo, voy.» bajó del bus y corrió hacia los muchachos, saltando como un gato torpe las varias grietas que se habían abierto como las fauces de un lobo.
«Vamos, Abraham, ¿qué estás haciendo?» lo llamó Andrew, repentinamente el bus se inclinó de golpe y él se obligó a empujar con todo su peso el parachoques.
«No, tengo miedo.» lloriqueó Abraham.
«Escucha, Abraham, no hay tiempo.» contestó, apretando los dientes. «Tienes solo que hacer un movimiento rápido. Levantarte y correr a toda prisa hacia la salida.» la parte posterior del bus se elevó ligeramente.
«No puedo.» balbuceó.
«Vamo…»
Un fragoroso crujido lo interrumpió, era tal cual al murmurio del estómago de una bestia famélica. La pista debajo el bus se desquebrajó, se desgarró y el vehículo se quedó sin una sólida base.

viernes, 10 de noviembre de 2017

El Día de los Muertos (relato especial)

Como solía ser en el Día de los Muertos, en México, el alma de Baldwin se despertaba repentinamente de un eterno sueño, perezosamente, pero con unas desenfrenadas ganas de levantarse y estirar sus intangibles músculos. Abrió los ojos y como todos los años una densa y total oscuridad lo convenció que aún estuvieran cerrados, sellados con un poderoso pegamento. A diferencia de los demás, que al despertarse una cálida y refulgente luz los acogía del inframundo y los guiaba hacia el mundo de los vivos a visitar a sus seres queridos. Pero, ¿por qué Baldwin no podía percibir esa calurosa luz? Él no poseía algún amigo y su egotismo lo había convertido en un ser odiado de su única familia que lo había amado, aislándose por completo de ellos. Y ahora sentía la necesidad de verlos, de percibir su compañía, de sentirlos hablar, sobre todo de pedirle perdón por su arrogante actitud, pero sabía que ese momento nunca ocurriría. Y era esa la razón por la cual al fin solo había querido que una persona cualquiera se acercara a su tumba y, teniendo misericordia de él a ver un sepulcro tan sombrío, lúgubre y melancólico encendiera una vela, aunque la más desgastada, y la dejara descansar sobre ella. Porque esa tenue y solitaria luz sería suficiente para que su camino hacia los vivos apareciera frente a él y pudiera descender como los demás, pero, después de todos los años rogando inútilmente que sucediera, al término de ese mágico día el sueño volvía a secuestrarlo, alejándolo de esa triste esperanza.
De hecho era triste, peor aún porque lograba escuchar las joviales voces de los vivos y de los muertos a su alrededor, riéndose y disfrutando de esa reunión familiar. Oía voces femeninas, delicadas y armoniosas, y trataba de imaginar que fuera la esposa que nunca trató de buscar, pero esa ilusión duraba siempre menos porque ellas pronunciaban palabras de amor y él sabía que ninguna podría amar una persona como él. Oía voces masculinas, fervorosas y ufanas, y su imaginación volvía a engañarlo concibiéndole un hijo que jamás podría tener y al fin y al cabo sabía que sería un pésimo padre. Y de esas voces se contentaba, voces incomprensibles, un lenguaje que creía no entender y tampoco pronunciar, solo reconocer las emociones que de esas emanaban. Y simplemente, como todo los años, quería que esas velas se apagaran y ese portal se cerrara para que ese silencio tumbal pudiera volver y lo acompañara hacia su eterno sueño.
Sin embargo, después de seis años que había abandonado esa esperanza, una leve luz amarilla y rojiza destalló frente a él. Cerró un poco los ojos, al fin abiertos habían estado, y empezó a aproximarse hacia ella. Se movió lentamente, flotando en el aire, con el miedo que solo fuera una decepción, y gradualmente esa luz se hizo ligeramente más calurosa. Cuando llegó a ella, se detuvo y con inseguridad la rozó.
Unas explosiones de luces florecieron frente a él, vivos colores que habían convertido un lúgubre cementerio en un paisaje animado y vivaz y varias voces, claras y nítidas, de un idioma que él sabía perfectamente, se adentraron violentamente y dulcemente en sus oídos, melodías que danzaban en el aire. Una incontenible emoción empezó a llenar un corazón que Baldwin ya no poseía, que sin duda palpitaría frenéticamente, y sonrió. Pero, luego, cosa que después de todo era más importante, descendió su mirada hacia su sepulcro y vio un niño de pie frente de él. Baldwin bajó y se detuvo a su lado. El niño estaba hablando con él, esperanzado que lo sintiera.
«… Todos recuerdan tu maldad, tu despreciable actitud, los errores que cometiste y ninguno ya habla de ti. Pero, yo sé que ahora te repintes y sobre todo en estas fechas te sientes abandonado. Todos cometemos errores y desafortunadamente no siempre podemos arreglarlos. Somos humanos y es lo que mejor sabemos hacer. Tú no me conoces, tal vez, pero soy tu sobrino, hijo de tu hermano, y solo quería que sepas que no estás solo y prometerte que siempre vendré a visitarte. Con el tiempo también lograré convencer a mis padres, tenemos solo que confiar, porque sé que aún te quieren. Como yo. Espero que mi voz te pueda alcanzar.»
Baldwin había oído cada palabra y esas lágrimas que descendían como copos brillantes eran la prueba. Él se acercó al niño y apoyó una mano en su pequeño hombro.
«Gracias, Marcus, me acuerdo de ti y pido disculpa si nunca me comporté como un tío debería ser, pero te prometeré una cosa, te vigilaré y a la familia de mi hermano. Es el mínimo que pueda hacer. Te agradezco un montón por tu bondad, hijo.»
El niño se volvió súbitamente hacia su hombro y abrió de par en par los ojos. Baldwin sonrió, su primera sonrisa honesta de toda su vida, y le acarició la cabeza. Luego al apagarse de ese pequeño fuego su alma disfumó en el aire como de hecho haría uno espectro y volvió en su sueño eterno, al fin apagable y sereno.

martes, 7 de noviembre de 2017

Human error (Capítulo VI)

Capítulo VI


«¡Dé marcha atrás!» gritó el profesor, cuando estaba asustado su voz se volvía más aguda.
Andrew no lo oyó, pero no era necesario que alguien se lo dijera. Prontamente cambió la marcha y machacó el pedal del acelerador. El bus empezó a ir a toda máquina hacia atrás, todos los pasajeros sentados se golpearon la nariz sobre los asientos anteriores, los que estaban de pie cayeron de bruces. No era el momento, el peligro era inminente, pero a Andrew se le escapó una risita. Los muchachos chillaron, aterrorizados, también los que hace poco encaraban la vida con su insolencia y no se hacían mandar de nadie y de ninguno, pero ahora era solo pequeños corderos, pequeños animales indefensos.
El bus se precipitó a toda velocidad hasta que no frenó de golpe. La pista de la diga había descendido de unos metros, la vía de escape se encontraba arriba de un gigantesco peldaño. La diga rugió de nuevo y tembló como un castillo de cartas. Los profesores empezaron a desesperarse, aumentando aún más el pánico de los jóvenes, mientras Andrew actuó rápidamente y arrancó hacia adelante.
A toda velocidad siguió entre los autos, algunos de ellos habían sido abandonados por sus pasajeros y ya habían vadeado el enorme peldaño. La pista había empezado a romperse, a dividirse en varios fragmentos. Por algunos momentos el bus saltó como un cachorro baja las escaleras. Pero, al fin se acercaron más a la ruta de salida, pocos metros los separaban, cuando un pedazo de pista bajo de ellos empezó a abismarse, impidiéndolos de proseguir. Andrew dio inmediatamente marcha atrás y trató de volver sobre la parte intacta, pero el pedazo de la pista se hundió en el vacío antes que todas las ruedas del bus pudieran encontrarse sobre el asfalto, quedándose suspendidos en el borde.

lunes, 30 de octubre de 2017

Human error (Capítulo V)

Capítulo V

A la cuadragésima vez la punta del aeroplano se chocó con el cuello del conductor, la punta había sido hecha tan irrefutable que agujereó su piel y una frívola línea rojiza menguó de ese minucioso agujero. Andrew solo percibió como si un mosquito lo hubiera picado. Llevó raudamente y descortésmente la mano a su cuello y aferró con violencia el aeroplano. Lo apretó y lo dobló como si fuera una rama quebrada.
«¡Se acabó! Déjenme conducir con tranquilidad si no quieren ver sus vidas aplastadas en mi parabrisas.» vociferó reduciendo el aeroplano en una perfecta bola y tirándola hacia ellos. «El próximo que me rompe las pelotas lo echaré afuera de mi bus.»
Los muchachos se echaron a reír y volvieron con lo que estaban haciendo. Otro aeroplano volvió a despegar adentro del bus. Los gritos se hicieron aún más fuertes. Pero, Andrew no estaba bromeando, el próximo que superara la línea entre pasajero y conductor lo cogería por las orejas y lo echaría de su bus. Tal vez sin abrir la puerta, solo por la ventana. Efectivamente esa idea no le daba disgusto, en absoluto. Y propio cuando estaba a punto de volver en sí mismo, en el camino de la razón, la segunda versión del primero aeroplano chocó con su oreja derecha. Frenó de golpe y se volvió colérico.
«Les había avisado. Abraham, Anderson, vengan acá.» ordenó, pero ellos no se movieron. «No me hagan levantar, maldición.»
«Señor Andrew, no es necesario llegar hasta este punto. ¿Y además que le diríamos a los padres?» el profesor trató de disuadirlo.
«Que eduquen mejor a sus hijo, además tendrías que ser tú en vestir este papel, no yo.» se levantó. «Preparen las orejas porque les dolerá.»
Al segundo paso un rugido se levantó de bajo tierra y el bus empezó ligeramente a temblar. Todos se volvieron hacia el exterior. Un chorro de agua se zambulló hacia el vacío, hacia la pequeña ciudad, surgiendo con fuerza de esa grande cavidad que se había formado donde habían estado las grietas. Otras de ellas se estaban expandiendo, siempre más cerca de la pista y a la base de la diga.

lunes, 23 de octubre de 2017

Human error (Capítulo IV)

Capítulo IV

«Ya te lo dije, si te mueves recibes el puño.» gruñó un muchacho robusto, su cuerpo contenía más del cincuenta por ciento de grasa que de músculos, a cada palabra lavó el rostro del chiquillo más débil de la clase con escupitajos de saliva amarillentos. «Firme como una roca, te recomiendo.» tiró el puño a toda velocidad y se detuvo unos centímetros antes que su nariz se pudiera contraer hacia el interior, la piel de su brazo tembló como gelatina.
Amos, un ratón de biblioteca y un perfecto atleta en los videojuegos, cerró los ojos como si una abeja le hubiera hincado su mejilla y sobresaltó. Era lo que Amias había esperado, sabía que había permanecido inerte como una estatua, a pesar que supiera que no lo habría golpeado, pero ahora sí. Ahora lo habría hecho. Cerró de nuevo el puño y le asestó un puño sin detenerse en el brazo, el cual estaba delgado cuanto el viejo cucharón de su abuela, sin un estrato de musculo que le podría ablandar el golpe. Amias carcajeó a toda fuerza.
«Por favor, muchachos, siéntense.» gritó alguien, irreconocible, su voz no podía destacarse entre los griteríos divertidos.
«¡Está llegando!» gritó Anderson ignorando y callando el otro grito, era el rey de las bromas. «¡Cógelo!» tiró su aeroplano, hecho con el último examen del otro día.
El aeroplano se precipitó a toda velocidad, como si fuera un aeroplano real, como si una mano lo estuviera transportando hacia la otra extremidad del bus, aterrizando en las manos de su brazo derecho, Abraham. Anderson y él se lo intercambiaron una treintena de veces antes que un estremecimiento moviera el bus. Estaban entrando sobre la diga. Las grietas se habían desparramado como raíces.

lunes, 16 de octubre de 2017

Human error (Capítulo III)

Capítulo III

«Por favor, muchachos, siéntense.» gritó el profesor, tratando de distinguir su voz entre los alaridos de los jóvenes.
Sin embargo, su voz no era ni profunda ni tosca, al igual de lo que su aspecto lo describía, tanto que cualquier padre de esos estudiantes se había divertido al conocerlo la primera vez. Era delgado, esbelto, ningún vello en el rostro, solo su perfecto cabello peinado con la raya hacia la derecha, y vestido con una camisa celeste y una pajarita roja en el cuello. Decididamente ninguno lo habría tomado en serio con ese aspecto y de hecho los muchachos lo ignoraban, como si no estuviera allí, como si fuera un juguete pasado de moda. Su colega, la profesora Jones, corrió a rescatarlo, como siempre hacía, pero ya que no era ese tipo de mujer voluptuosa, con abundantes medidas y con un luminoso rostro, se quedaba sin atenciones y también ella terminaba en la repisa polvorienta de los juguetes olvidados.
Entre pocos minutos habrían pasado por la diga, al lado de un lujosísimo panorama, y por lo menos, por ese breve instante, querían que se distrajeran con él, quedando encantados y embrujados, y sobre todo callados y sentados. Probablemente pedían demasiado, al fin, después de todos esos años, se habían acostumbrado a esos tipos de muchachos y tenían conocimiento que nada los engatusaría, pero lo que no sabían era que pronto algo habría ocurrido. No sería algo de atractivo, de seductor como los profesores habían esperado, pero algo de catastrófico, de cruento y fatal que habría arrancado algunas cándidas e inocuas almas de la vida.

lunes, 9 de octubre de 2017

Human error (Capítulo II)

Capítulo II

La razón por la cual el conductor había elegido ese trabajo no era por amar a la juventud de esa nueva generación, necesitaba de dinero y ese era el único trabajo que lo había tolerado. Sin embargo, por cuanto los niños de primaria fueran más ensordecedores de otros, no había imaginado que también los de secundaria sabían desempeñar bien esa parte. Probablemente porque los muchachos de esa edad generalmente aún poseen rasgos infantiles de sus anteriores años, a pesar que estuviera en una fase más cerca de la madurez. Había quien bromeaba duramente con golpes tormentosos de sus puños, precisamente una muestra de quien es el jefe mafioso de la clase, otros que tiraban aéreos de papel de una extremidad a otra del bus, los eutrapélicos de la clase, y otros que, no obstante las varias advertencias de los profesores que habían perdido su autoridad con ellos hace tiempo y que acremente habían consentido de acompañarlos, habían permanecido de pie por todo el camino.
El conductor habría querido con todo su corazón apretar repentinamente y arrebatadamente el pedal del freno y hacerlos caer al suelo, pero su sentido común lo estaba aún reteniendo. Al fin faltaba poco al destino, debía solo vadear la diga.
Una tercera línea se separó de la primera, ese silente llanto pronto se habría hecho ligeramente más subversivo.

lunes, 2 de octubre de 2017

Human error (Capítulo I)

Capìtulo I

El ciclo de la vida, animada o inanimada que sea, siempre posee un final. El tiempo es insignificante, nada es infinito. Y la mayor parte de las veces, si un objeto con un rol importante alcanza anticipadamente su final es culpa del hombre y de su escasa atención y seguridad en construirlo, además de las manutenciones cotidianas incumplidas. Estas fueron las causas por la cual una grieta empezó a formarse en la diga de Suarez, una pequeña ciudad exiliada del bullicioso ruido y de la abyecta criminalidad de las verdaderas inmensas ciudades cuya palabra es incapaz de abarcar su ciclópea vastedad.
Esa grieta por el momento era solo una línea en zigzag de tres metros, una sola, desde lejos imperceptible, mientras de cerca tomaba la apariencia de una fresca herida cicatrizada. De ella se estaba silenciosamente derramando un transparente fluido, delicadamente y perezosamente, un llanto controlado que ninguno era capaz de darse cuenta. Un llanto que pronto habría caído a cántaros. Una segunda línea empezó a desalojarse de la primera.
Por encima de la diga había una pista de dos carriles y, aunque pocos autos las recorrían, esa era la hora más transitado, una cola de máximo veinte vehículos por carril, muchos para un lugar aislado. Y entre los varios vehículos un bus con treinta muchachos de la secundaria pronto lo habría enfilado para alcanzar el lugar elegido para su viaje escolar.
La segunda línea se alargó unos centímetros más, serpenteando. De ella empezó a discurrir otro fluido transparente.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Near death (Último capítulo)

Capítulo XV

Abrió los ojos. Dos hombres se encontraban a diez metros del árbol en el cual él se encontraba, había sido el más enjuto a disparar, su arma aún estaba cotilleando un débil humo que se dispersaba en cuanto ascendía hacia el cielo. Llevaban dos chalecos que los relucía con su intenso color amarillo fluorescente, acentuado por los rayos de sol, atrás había dos grandes escritas de color rojo PATRULLA DE ESQUÍ. Alban no se había dado cuenta, tal vez por el temor de acabar en la boca de los lobos o tal vez por sus gritos y gruñidos, pero encima de sus cabezas había un helicóptero. Solo ahora sentía las hélices que giraban como si fueran una metralleta.
Los lobos desaparecieron apenas oyeron el disparo, el que estaba cerca de Alban había hecho un salto como un saltamontes, y evaporaron entre los árboles, como gacelas perseguidas por leones. Alban permaneció impactado, sus ojos estaban fijos hacia ellos, algo lúcido. Se estaba dando cuenta que se había acabado, todo lo que había debido soportar se había acabado. Su cuerpo se relajó, sus brazos volvieron a colgar como un trapo viejo, pocas gotas aún vertía su muñeca la cual saltaban en el vacío cada cinco segundos. Cerró los ojos y respiró profundamente, solo una lagrima se dispersó, haciéndose imperceptible una vez separado de su rostro.
El hombre más macizo se volvió, Alban pudo ver las grandes escritas rojas, y agitó los brazos hacia el helicóptero. Él empezó a descender, lentamente y elevó una violenta racha de viento. Los árboles empezaron a mecerse, como un ebrio que pierde el equilibrio, la nieve, algunas partes de ella, empezaron a rodar hacia Alban, hacia donde habían huido los lobos, polvo blanco se estaba levantando. Los hombres retrocedieron y se dirigieron hacia Alban.
«Todo bien, ¿señor?» preguntó el hombre esbelto.
«Sí.» su voz estaba ronca. «Un poco aturdido e… e inmovilizado.» lanzó una sonrisa.
«No se preocupes, la bajaremos de allí.»
Los árboles oscilaban con más energía, ahora el helicóptero se encontraba más cerca de él. No lograba ver sobre de él con claridad, pero pudo entrever un hombre que había empezado a descender con una cuerda. Llegó a sus piernas y de allí bajó con más ligereza, tratando de analizar la situación de Alban. Y como era bien visible, la única cosa que lo mantenía allí era esa vieja rama enroscada en su tobillo. Bajó un poco más y aseguró una cuerda en su cadera. Se acercó hacia la rama y empezó a cortarla. Tardó algunos minutos, por cuanto su aspecto fuera viejo su carnadura lo contradecía. Pero al fin la rama se partió y el cuerpo de Alban cayó por un momento en el vacío, pero gracias a la cuerda permaneció atacado al hombre. En ese instante se dio cuenta que su tobillo estaba palpitando, ardiendo, como si tuviera algo de más mordaz entre su tobillo. Aún no lo sabía, pero se lo había roto.
«Se acabó, señor. Ahora está a salvo.» refirió el hombre.
Alban sonrió y agradeció, otra lágrima se deslizó por su mejilla.
Pasaron semanas antes que pudiera volver a tener su pierna libre, y afortunadamente era el único regalo que le había donado esa aciaga aventura suya. Transcurrieron meses antes que volviera a practicar su pasatiempo preferido y, sí, poco años para que volviera al descenso de la muerte. El zorro pierde el pelo, pero no las mañas.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Near death (Capítulo XIV)

Capítulo XIV

“Oh, no. Oh, no. ¿Y ahora qué hago?” pensó mientras trataba de izarse, sin embargo sus abdominales estaban latentes desde demasiado tiempo.
Los lobos estaban saltando uno por uno, con todas sus fuerzas, pero, y afortunadamente, lograban solo llegar hacia dos ramas bajo de él. Gotas de saliva caían en la nieve cada vez que aterrizaban y la derretía lentamente como si fueran de lava. Los caninos, apenas se dieron cuenta que era inútil, se miraron entre ellos, como si estuvieran concibiendo un plan y Alban tuvo escalofríos frente a ese intento humanoide, mayormente cuando los vio aplicarlo. Listamente, ellos, empezaron a escalar el árbol a través de las ramas, actuando como bestias humanas.
Alban se encontraba en una situación incómoda, su brazo derecho estaba bloqueado casi por completo y el libre era la mano que menos usaba en su vida diaria. Sin embargo, habría debido despertar su brazo izquierdo, su mano izquierda, y exigirle todo su apoyo. La retiró hacia su mochila y trató de coger su cuchillo. En ese instante un lobo, el más atlético entre todos, se prolongó hacia él y abrió sus fauces. Saltó. Alban alargó inmediatamente el cuchillo hacia él, la criatura apetente.
Su mano se deslizó hacia el interno de su boca, un diente se clavó en su antebrazo. Una punza lo electrocutó, sangre empezó a menguar de su brazo, el cual se habría detenido en el mismo charco de sangre que había llamado los lobos. Otra sangre goteó, de su mano, pero no era suyo. El cuchillo se había claveteado en el hocico del lobo, hacia su cráneo y lo había matado en el acto. El cuerpo del animal, ya un peso muerto, se deslizó de su mano y cayó hacia las ramas, haciendo precipitar uno de sus compañeros. El cuchillo lo siguió como si hubiera siempre pertenecido a él. También su mano izquierda resultó inutilizable.
Solo un lobo se había quedado a escalar ese viejo y arrugado árbol. Se había demorado más tiempo del otro, pero al fin y acabo lo había alcanzado, un poco más velozmente desde cuando había empezado, tal vez por la fluente sangre o por la muerte de uno de sus compañeros. Alban cerró sus brazos hacia su rostro y apretó los ojos. Ya se estaba imaginando miles de esa punzada que lo había electrocutado en el antebrazo cuando oyó un disparó.

martes, 12 de septiembre de 2017

Near death (Capítulo XIII)

Capítulo XIII

Los ruidos volvieron a penetrar en sus oídos, lentamente y como si estuviera encerrado en una cúpula de vidrio. Abrió los ojos, perezosamente. Su vista estaba ofuscada, su lucidez estaba aturdida, trastornada. Cualquier cosa tratara de ver la veía como si hubiera ingerido una botella de vodka de un solo trago y además se encontraba boca abajo, su tobillo se había quedado enganchado en una rama de apariencia de una larga mano de algún mago centenario. Algo de húmedo estaba deslizando por su cabello, un líquido que le acariciaba constantemente su oreja izquierda. La roció, era un poco caliente, y sus dedos se tiñeron de rojo. Volvió a cerrar los ojos y a abrirlos. Intentó llegar hacia la fuente, pero sus movimientos desorientados e holgazaneados obligaron su mano a caer rápidamente hacia abajo y volviera a estar colgando como las mangas de un polo tendido a secar.
En ese momento un zumbido, un ronquido, llamó su atención, hacia abajo. Por lo que podía moverse, levantó su cabeza, hacia abajo, y trató de enfocar siempre más su vista. Como si hubiera visto un escalofriante fantasma su desorientación se eclipsó de improviso y abrió ligeramente de par en par los ojos. De hecho aún veía los objetos anublados, no obstante eso, lo que vio abajo le fue más nítido de un terso vidrio.
Un aullido lo congeló, varios aullidos. Su sangre había dibujado un perfecto círculo en la nieve, como la luz del semáforo, encendida y bien aurífera. Los lobos habían sido llamados por ese deleitable líquido ferroso y además ya habían individuado donde se encontrara la carne, fresca y viva. Los lobos lo miraron y gruñeron de nuevo. Y, para atizar más el fuego, la rama empezó a chasquear.

martes, 5 de septiembre de 2017

Near death (Capítulo XII)

Capítulo XII

Su cuerpo precipitó a una velocidad increíble, como si en su mochila hubiera repentinamente aparecido tres bolas de boliche. El aire se hizo aún más gélida y mordaz, mientras caía su cuerpo era brutalmente acariciado por él, probablemente tratando de ralentizar su caída, pero cualquier ser inteligente sabía que habría sido en vano. Se había dado la vuelta, el vacío, asombrosamente más cerca, estaba frente sus ojos. Los árboles habían crecido en una maniera prodigiosa, como si hubieran tomado ese mágico líquido que hacía agrandar el cuerpo de Alice, y ahora podía darse cuenta que la mayoría de ellos estaban más desvestidos de un periquito recién nacido. Una cosa él lo sabía, lo que habría ralentizado dolorosamente su caída probablemente habrían sido esas ramas secas, más de las que estaban atiborradas con hojas verdes.
Su cuerpo se estaba confiadamente acercando hacia el suelo, hacia los árboles, habría querido gritar, pero ese ímpetu, ese poderoso aire gélido que iba contra de él lo asfixiaba, impedía cada grito suyo. Sus ojos se habrían afinados aún más, adelgazado como los de un asiático si no hubiera sido por su lentes de esquí. Su piel se agitaba como si fuera una hoja bofetada por el viento y su boca, cuando la abría involuntariamente, desorbitaba por completo a causa del chorro de aire. Por otra prospectiva, a Alban le habría dado la impresión se ser un perro con la cabeza fuera de la ventanilla.
Pero, al fin de cuentas no habría tenido el tiempo de pensar a esas alegorías, como él había visto antes no se había encontrado tan lejos del suelo. Tal vez para sobrevivir sí, pero para acabar remachado como una hamburguesa no. La cuestión era si las ramas de los árboles habrían podido impedir ese fin, si lo habrían logrado. Alban cerró los ojos y se cubrió el rostro, había llegado el momento.
Su cuerpo fue rebotado impetuosamente por todas partes, cosas duras, férrea golpearon varias zonas de su cuerpo. Su estómago, sus brazos en lugar de su cabeza, sus piernas, los pies, era tal cual a una escaramuza de unos estudiantes, obviamente él era la víctima, el saco de boxeo. No sabía si aún estaba precipitando a toda velocidad o si su caída se había un poco retrasado, sus ojos estaban bien sellados. Su cuerpo ardía, percibía varios moretones que ya se habían formado en su cuerpo y afortunadamente debía agradecer de nuevo su ropa de esquí. Sin embargo, repentinamente, un golpe seco y solido chocó con la única parte desnuda de su cuerpo, detrás de su cabeza y su conocimiento se esfumó como una pequeña llama sofocada.

lunes, 28 de agosto de 2017

Near death (Capítulo XI)

Capítulo XI

“Maldita… ¿Y ahora?” bajó su mirada, no había ni una pequeña piedra.
Era cierto que había bajado de unos metros, pero aún no era suficiente. Los árboles estaban un poco más nítidos, ahora podía individuar sus ramas. Cerró los ojos y respiró lentamente. Pensó y pensó. Debía haber una solución, algo que pudiera hacer para salir de esa situación, pero más lo pensaba, más su cuerpo había encontrado el tiempo de detenerse y descansar y una increíble extenuación agredí su cuerpo. Sus manos empezaron a temblar, sus músculos a estirarse, como si algo lo estuviera tirando por los brazos contra su voluntad, como una tortura medieval. Sus rodillas tentaban de doblarse cada segundo, como si estuviera por sentarse sobre una silla ilusoria, pero Alban lograba, por el momento, interrumpir ese desenfrenado deseo. Sin embargo, sus manos eran otro asunto, de vez en cuando sentía que estaban para abrirse y deslizarse a lo largo de su cadera, él cerraba con más fuerza, pero por cuanto las cerraba las sentía siempre más débiles, más flojas, como si estuvieran impugnando algo de imaginario.
Se puso a la escucha. Tal vez los del rescate estaban cerca, pero ningún vehículo o gritos se percibían en las cercanías. Habría podido resistir todavía un poco más, un par de horas, pero después ya no lo habría podido asegurar. Y, aunque habría querido soportar, después habría llegado la noche y la temperatura habría descendido aún más. Probablemente sus manos se habrían congelado a la pared y él se habría quedado dolorosamente a salvo de caer.
Miró de nuevo hacia abajo. Por alguna razón, no obstante hubiera pensado de aguantar un poco más, su principal idea seguía seduciéndolo, como un vaso de chocolate caliente. Salta, le decía su consciencia. Pero, ¿él la habría escuchado? Suspiró. Sí, no podía estar colgado como un mono. Debía solo darse un enorme empujón y basta, aunque estuviera sin energías. Dobló los brazos y probó a empujarse, pero se detuvo inmediatamente. Su corazón empezó a latir como si fuera un tren.
“No, al diablo, tengo que hacerlo.”
Dobló de nuevo los brazos y se dio un brusco empujón con las manos, inmediatamente después también con los pies.

lunes, 21 de agosto de 2017

Near death (Capítulo X)

Capítulo X

Suspiró, jadeando. Su corazón latía frenéticamente, de su punto de vista aún estaba precipitando. Un dolor alucinante se estaba adueñándose de su brazo, de su mano y sangre empezó a menguar de su muñeca. Esas agudas piedras habían logrado penetrar hasta la piel, arrancándole tanto los guantes como el inicio de las mangas de su casaca. Sin embargo, ese dolor no era el solo, proseguía en la parte inferior de su cuerpo, en sus piernas, pero sobre todo en sus rodillas. Allí había acumulado todos los impactos. Se había sorprendido que sus huesos no hubieran salido de su piel como un lapicero que perfora una hoja mojada. Y exactamente en ese punto algo lo estaba martillando, un martillo eléctrico, el martillo de Thor, pero sabía que a pesar de ese dolor nada habría sido en comparación de lo que habría encontrado si su cuerpo hubiera seguido cayendo y hubiera alcanzado el fondo. Estaba agradecido de ese dolor que sentía, incluso agradeció al ser divino.
Sin embargo aún no estaba a salvo, las preguntas permanecían en su mente. ¿Y ahora? ¿Qué habría hecho? Su teléfono murió, la única cosa que sabía era que habían enviado una patrulla de rescate, pero, ¿su cuerpo habría resistido antes de cansarse completamente y precipitar de nuevo? ¿Y esta vez sin posibilidad de frenar su caída?
Miró hacia abajo. Había descendido muchos metros, los árboles ahora eran más detallados, menos blancos, y una repentina e imprudente idea le electrocutó la mente. Era una locura, pero lo pensó. Saltar. Asintió y lo decidió antes que pudiera cambiar idea. Obviamente no lo habría hecho de esa altura, debía solo descender otros metros y luego saltar hacia los árboles. Los troncos habrían dolorosamente ralentizado su caída. No era una idea segura, estaba consciente de eso, pero tarde o temprano habría de nuevo continuado a caer y su vida habría estado igualmente en peligro.
La temperatura había bajado, hacía más frío de antes, literalmente se congelaba, pero igualmente decidió sacarse las botas. Ser más ágil era lo que más le servía en ese momento. Agarró con las manos las piedras más cercas de su cadera y con una mano intentó alcanzar sus botas. No fu una acción fácil, era complicado cuanto desactivar una bomba en los últimos segundos, con la presión de estar por estallar y morir en menos de un segundo, pero al fin lo logró y los lanzó hacia el vacío. Le llevó menos de un minuto antes que un estruendo anunciara su llegada.
Sus medias eran gruesas, blancas y robustas, como si llevara cinco pares, pero no obstante eso no era lo suficiente para preservarlo de esa gélida pared. Al fin empezó a descender, delicadamente y asegurándose anticipadamente que las piedras estuviera fijamente bien estacionada a la pared. Si hubiera estado precavido esa idea se habría convertido en una idea impávida y gallarda, siempre si seguía con precaución.
Sin embargo, por alguna razón, el destino volvió a interponerse en su camino. A un cierto punto de la bajada sus pies no lograron tocar nada que se asomara de esa áspera pared. Las piedras, las protuberancias habían acabado y su estómago había anunciado puntualmente la hora de almuerzo con un ligero murmullo, exactamente como un reloj suizo.

lunes, 14 de agosto de 2017

Near death (Capítulo IX)

Capítulo IX

Extendió sus brazos hacia el alto, debía aferrar cualquier piedra, y es por eso que utilizó ambas manos. Estaba consciente de cual era el precio de pagar y lo aceptó, su vida era más importante. Su celular deslizó de sus manos, rebotó varias veces a lo largo de la pared, como una pelota de tenis, y se perdió en el vacío. El mismo fin que se estaba aproximando hacia él.
Su cuerpo rozó por toda la pared, su casaca se arrancó, varios cortes se abrieron en él, y no solo, pero también en su rostro, en sus mejillas. Percibió dos cosas: frío y calor, y un fuerte picor. Su mano aferró improvisamente una piedra, fue rápido, un segundo, su alivio duró un segundo, después la roca cedió apenas su cuerpo lo alcanzó y su cuerpo siguió a precipitar. Su casaca había tomado una apariencia espeluznante, cortes groseros se habían creado en cada ángulo, excepto su espalda, la cual había estado a salvo. Sin embargo, y por suerte suya, la casaca era lo suficientemente gruesa e acolchada de impedirle que se crearan cortes dolorosos en su piel, mientras abolladuras y contusiones, probablemente la ruptura de algún hueso, bueno, eso nada lo habría evitado.
Empero, no obstante el dolor en sus manos y sus brazos, los alargó de nuevo y trató de impedir nuevamente su caída. Usó también los pies. Sin embargo, las piedras seguían partiéndose, desmoronándose, y todas las veces que sucedía advertía la piel de sus dedos abrirse, como si fueran arrancados como guantes, y, aún peor, sus huesos despegarse de su mano. Por un momento, por una broma de su lucidez, había visto sus dedos quedar colgados en una de las piedras. Cerró los ojos. Nunca había resistido a tanto dolor, esa era la primera vez, pero, tal vez a causa de la muerte inminente, sus brazos, sus manos, permanecieron prolongados hacia arriba.
Sin embargo, al contrario de como le estaba yendo a sus manos, con sus pies estaba ganando más puntos. Cada vez que una roca se desintegraba durante el camino, la caída mortal, su andar ralentizaba siempre más hasta que su cuerpo dejó, milagrosamente, de caer.

lunes, 7 de agosto de 2017

Near death (Capítulo VIII)

Capítulo VIII

No era mucho, habitualmente para que una llamada sea dignamente debía por lo menos haber tres líneas. Tres de cinco, mientras él tenía solo una. Suspiró. Igualmente estaba algo contento, aliviado, una parte de esa angustiosa y porfiada tensión se había deslizado de su cuerpo, como gotas de sudor. Sin embargo, suspiró de nuevo, largo y tumultuoso. Habría debido descender un poco más para que la señal fuera perfecta.
Miró hacia abajo. Era alto, altísimo. Los árboles de esa prospectiva lucían como unos brócolis, los mismos vegetales detestados por los niños y, francamente, él también probaba una cierta antipatía en comerlos. Sin embargo, estaba afortunado que la pared fuera llena de esas protuberancias, descender habría podido ser más fácil que difícil. El único lampante problema era que no sabía como moverse.
Por primero las cosas más importantes, las cosas que debía poner a salvo. Llevó el teléfono a sus labios y lo apretó dulcemente entre ella, como una gata con sus cachorros. Bajó la mano hacia una piedra que estaba más o menos cerca de su cadera, así hizo con la otra, y por consiguiente prosiguió con los pies, muy apaciblemente y ágilmente. No que hubiera otra opción, con esas engorrosas botas debía serlo, además de constatar que esas piedras mantuvieran su peso. Había bajado solo unos metros, las botas eran pésimas de usar para escalar o descender una montaña. Era una grande desventaja, para él mortal. Eran rígidas, duras, no podía inclinarlas hacia adelante, solo las puntas, pero ligeramente, si no quería involucrar toda la pierna.
Sus movimientos eran tal cual a los de un robot, un robot con los pies de veinte kilos cada uno. Obviamente eligió las piedras más seguras, era patente, y cuando al fin vio en la pantalla, la parte que no era cubierta por sus labios y que con un poco de esfuerzo podía individuar, la señal que había vuelto a manifestarse decentemente se detuvo.
Suspiró, estaba cansado. Los metros no habían sido mucho recorridos por él, sin embargo, a causa de sus lentos y pesados movimientos y algunos obstáculos encontrados, su mente lo había engañado y para él era como si hubiera recorrido más metros de lo que eran. Estaba sudando, a pesar del gélido frio que rodeaba en esa altura. Volvió a intentarlo. Tomó su celular y marcó el número. Contestaron inmediatamente y gracias al número de su celular lo reconocieron rápidamente, mayores informaciones fueron solicitadas por ellos, informándolo que los rescates ya había sido enviado. Sin embargo, propio cuando estaba a punto de pedirle el nombre, las piedras bajo de sus pies cedieron y su cuerpo precipitó hacia abajo.

lunes, 10 de julio de 2017

Near death (Capítulo VII)

Capítulo VII

Una cruz centellaba en el icono de la señal del celular. Alban despotricó, no era el tipo que lo hacía, pero su situación lo estaba torturando. Levantó aún más el teléfono, hasta donde podía, siempre lentamente y apilado a la pared. La mano que agarraba con seguridad la roca estaba empezando a hacerse rígida, sus músculos estaban pulsando, los único a salvo eran sus piernas que, por el momento, aún no estaban solicitando algún descanso.
Sin embargo no recibió ninguna respuesta positiva. Desde el alto nada. Lo bajó y trató de alejarlo hacia el externo, pero solo donde aún podía verlo. Misma respuesta. La señal había desaparecido, como sus ganas de recorrer nuevamente esa bajada. Lo acercó de nuevo y despotricó por última vez, casi llorando.
Su mano estaba gritando auxilio, la podía escuchar, como si un hormigueo eléctrico la estuviera acariciando, agrediendo. Cambió mano. Un alivio la sacudió, un alivio adolorido. La abrió y cerró varias veces hasta que su mano no volvió a la mitad de su agilidad. De una cosa se había dado cuenta, sus guantes no estaban desempeñando su papel principal, su mano se había en gran parte endurecida a causa del perenne contacto con la gélida pared rocosa.
Con la misma retomó su celular que había momentáneamente dejado en el bolsillo de su abrigo y, antes de volver a mirar la pantalla, rogó como tres veces que regresara la señal. Sin embargo, apenas la miró, volvió a ver esa fastidiosa cruz centellear como si fueran las flechas de un auto. No dijo nada, no usó palabrotas, lanzó un largo y profundo suspiro de suportación. Pero aún tenía otra posibilidad. Descendió su mano hacia su cadera, sin mover otra parte del cuerpo, el miedo de caer era mucho cuanto los ductos de un hormiguero. Cerró los ojos y los dirigió lentamente hacia abajo, abriéndolos. Obviamente no se olvidó de rezar de nuevo. No era seguro que fuera completamente ateo, pero tampoco había afirmado que no creyera en alguien divino, pero de una cosa estaba más seguro, por cómo habría acabado todo, en esa ocasión, habría decidido en que creer.
No movió el teléfono, ni un milímetro hacia arriba, ni un milímetro hacia abajo, solo lo inclinó un poco hacia él. Cerró su mandíbula, mantuvo el respiro y miró con seguridad. Su corazón giró en sí mismo por tres veces, había señal. Una línea.

martes, 4 de julio de 2017

Near death (Capítulo VI)

Capítulo VI

«Esto no es posible.» exclamó, estaba aterrorizado, es cierto, pero también estaba enfurecido. «¿Por qué me haces esto?» preguntó hacia el cielo, como si pudiera recibir una respuesta.
Bajó la cabeza e intentó individuar lo que le esperaba abajo, pero lo que vio fue solo el casi vacío que concluía ese escarpado precipicio, con una desmesurada vastedad de cándidos árboles y seguramente algunas piedras que le habrían pulverizado el cráneo. Levantó la cabeza y se oprimió aún más hacia el muro, golpeando su sien en él como si fuera una almohada, pero no lo era, y cerró los ojos como si una abeja de dimensiones ciclópeas lo hubiera picado.
«Dios santo.» estaba al punto de llorar. «¿Cómo salgo de esta situación?»
No tenía la más pálida idea y como si no bastara pensaba que por cualquier movimiento él hiciera lo habría arrastrado hacia su fosa. Se dio una bofetada, con la imaginación, debía calmarse y reflexionar. Buscar una manera para salvarse. Cosa había traído consigo, pensó, y su mente dibujó varios objetos. Una botella de agua, un libro, por cuanto fuera una rara acostumbre adoraba echarse en la nieve y relajarse con un buen libro, otro par de guantes, zapatos extra, unas barritas energéticas y…
“¿Cómo pude olvidarme?” se dio otra bofetada ficticia. “Mi celular.”
Permaneció inerte, observando sus manos que envolvían esas gélidas piedras, las cuales gracias a sus guantes percibía menos. Tomó unos fuertes respiros y apretó con más fuerza la roca de su mano izquierda, luego alejó la otra y, presionándose más hacia la pared, trató de alcanzar el cierre. Después de ligeras sacudidas consiguió a abrir una abertura e introdujo adentro su mano.
“La botella, ah, tal vez… No, es mi libro.” empezó a hurgar delicadamente. “Un momento, ¿dónde diablos están mis llaves? Maldición, acá están, casi me da un infarto. Oh, lo encontré.”
Delicados como había sido sus movimientos extrajo su celular y se lo llevó cerca de su rostro. La batería estaba casi descargada, pero para una llamada era suficiente. Sin embargo, la señal estaba pésima, dudaba entre una línea o ninguna. Suspiró. Levantó un poco más la mano, unos centímetros sobre su cabeza, y una línea se paralizó en la figura de la señal. Paralizó cada movimiento suyo y empezó a marcar los números, flemáticamente. Y por último, para que siguiera con esa señal, puso el altavoz.
«Nueve uno uno, ¿cuál es la emergencia?»
«Estoy bloqueado en un barranco, en la pared. No sé por cuanto aún podré resistir. Me encuentro en la montaña Softywhite, la montaña de los turistas, si no la conocen es famosa por sus pistas…» gritó.
«Señor, repita el lugar. La señal está mala.»
«Dios… Por favor. En la montaña Softywhite, en el precipicio del pendiente de la muerte. Se encuentra…»
«Softywhi…» la llamada se concluyó.
«¿Aló? Oh, no. ¿Aló? ¿Aló?» miró la pantalla. «Maldición, pero si no lo he movido.»
Una cruz centellaba ansiosamente en el icono de la señal. Había completamente desaparecido.

martes, 27 de junio de 2017

Near death (Capítulo V)

Capítulo V

Afortunadamente, en cambio de caer como una piedra tirada en un lago, se deslizó hacia atrás, lentamente. Su cuerpo rozó por la pared, algo lo rasguñó, varias rocas se asomaban de ella. Protuberancia de las cuales habría podido aferrarse, las mismas que los alpinistas usaban para trepar. En otra ocasión habría gozado de ese momento, pero al fin es lo que hizo, tal vez para sobrevivir, pero apenas tuvo la ocasión agarró una de esas piedras. Propio dos metros más bajo de esa curva fatal.
Los guantes habían preservado la incolumidad de sus manos y era una ventaja para él, ya que esas protuberancias, además de ser gélidas y escabrosas, eran más cortante de un cuchillo bien afilado. Esa pared, la única cosa que en ese momento lo separaba de la muerte, era como un mar de hojas de afeitar y su saco y su pantalón habían sido las primeras víctimas. Debajo de sus pies individuó otras dos rocas, las cuales usó como suporto, y se aplanó inmediatamente contra la pared. Estaba realmente helada y áspera, como la parte verde de una esponja.
Había logrado salvarse, estaba consciente de eso. Su respiro ahora estaba jadeante, su corazón latía sin intención de ralentizar. Estaba probando la verdadera adrenalina del extremo, tal vez de la muerte, y estaba verdaderamente aterrorizado.