lunes, 18 de septiembre de 2017

Near death (Capítulo XIV)

Capítulo XIV

“Oh, no. Oh, no. ¿Y ahora qué hago?” pensó mientras trataba de izarse, sin embargo sus abdominales estaban latentes desde demasiado tiempo.
Los lobos estaban saltando uno por uno, con todas sus fuerzas, pero, y afortunadamente, lograban solo llegar hacia dos ramas bajo de él. Gotas de saliva caían en la nieve cada vez que aterrizaban y la derretía lentamente como si fueran de lava. Los caninos, apenas se dieron cuenta que era inútil, se miraron entre ellos, como si estuvieran concibiendo un plan y Alban tuvo escalofríos frente a ese intento humanoide, mayormente cuando los vio aplicarlo. Listamente, ellos, empezaron a escalar el árbol a través de las ramas, actuando como bestias humanas.
Alban se encontraba en una situación incómoda, su brazo derecho estaba bloqueado casi por completo y el libre era la mano que menos usaba en su vida diaria. Sin embargo, habría debido despertar su brazo izquierdo, su mano izquierda, y exigirle todo su apoyo. La retiró hacia su mochila y trató de coger su cuchillo. En ese instante un lobo, el más atlético entre todos, se prolongó hacia él y abrió sus fauces. Saltó. Alban alargó inmediatamente el cuchillo hacia él, la criatura apetente.
Su mano se deslizó hacia el interno de su boca, un diente se clavó en su antebrazo. Una punza lo electrocutó, sangre empezó a menguar de su brazo, el cual se habría detenido en el mismo charco de sangre que había llamado los lobos. Otra sangre goteó, de su mano, pero no era suyo. El cuchillo se había claveteado en el hocico del lobo, hacia su cráneo y lo había matado en el acto. El cuerpo del animal, ya un peso muerto, se deslizó de su mano y cayó hacia las ramas, haciendo precipitar uno de sus compañeros. El cuchillo lo siguió como si hubiera siempre pertenecido a él. También su mano izquierda resultó inutilizable.
Solo un lobo se había quedado a escalar ese viejo y arrugado árbol. Se había demorado más tiempo del otro, pero al fin y acabo lo había alcanzado, un poco más velozmente desde cuando había empezado, tal vez por la fluente sangre o por la muerte de uno de sus compañeros. Alban cerró sus brazos hacia su rostro y apretó los ojos. Ya se estaba imaginando miles de esa punzada que lo había electrocutado en el antebrazo cuando oyó un disparó.

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