lunes, 25 de septiembre de 2017

Near death (Último capítulo)

Capítulo XV

Abrió los ojos. Dos hombres se encontraban a diez metros del árbol en el cual él se encontraba, había sido el más enjuto a disparar, su arma aún estaba cotilleando un débil humo que se dispersaba en cuanto ascendía hacia el cielo. Llevaban dos chalecos que los relucía con su intenso color amarillo fluorescente, acentuado por los rayos de sol, atrás había dos grandes escritas de color rojo PATRULLA DE ESQUÍ. Alban no se había dado cuenta, tal vez por el temor de acabar en la boca de los lobos o tal vez por sus gritos y gruñidos, pero encima de sus cabezas había un helicóptero. Solo ahora sentía las hélices que giraban como si fueran una metralleta.
Los lobos desaparecieron apenas oyeron el disparo, el que estaba cerca de Alban había hecho un salto como un saltamontes, y evaporaron entre los árboles, como gacelas perseguidas por leones. Alban permaneció impactado, sus ojos estaban fijos hacia ellos, algo lúcido. Se estaba dando cuenta que se había acabado, todo lo que había debido soportar se había acabado. Su cuerpo se relajó, sus brazos volvieron a colgar como un trapo viejo, pocas gotas aún vertía su muñeca la cual saltaban en el vacío cada cinco segundos. Cerró los ojos y respiró profundamente, solo una lagrima se dispersó, haciéndose imperceptible una vez separado de su rostro.
El hombre más macizo se volvió, Alban pudo ver las grandes escritas rojas, y agitó los brazos hacia el helicóptero. Él empezó a descender, lentamente y elevó una violenta racha de viento. Los árboles empezaron a mecerse, como un ebrio que pierde el equilibrio, la nieve, algunas partes de ella, empezaron a rodar hacia Alban, hacia donde habían huido los lobos, polvo blanco se estaba levantando. Los hombres retrocedieron y se dirigieron hacia Alban.
«Todo bien, ¿señor?» preguntó el hombre esbelto.
«Sí.» su voz estaba ronca. «Un poco aturdido e… e inmovilizado.» lanzó una sonrisa.
«No se preocupes, la bajaremos de allí.»
Los árboles oscilaban con más energía, ahora el helicóptero se encontraba más cerca de él. No lograba ver sobre de él con claridad, pero pudo entrever un hombre que había empezado a descender con una cuerda. Llegó a sus piernas y de allí bajó con más ligereza, tratando de analizar la situación de Alban. Y como era bien visible, la única cosa que lo mantenía allí era esa vieja rama enroscada en su tobillo. Bajó un poco más y aseguró una cuerda en su cadera. Se acercó hacia la rama y empezó a cortarla. Tardó algunos minutos, por cuanto su aspecto fuera viejo su carnadura lo contradecía. Pero al fin la rama se partió y el cuerpo de Alban cayó por un momento en el vacío, pero gracias a la cuerda permaneció atacado al hombre. En ese instante se dio cuenta que su tobillo estaba palpitando, ardiendo, como si tuviera algo de más mordaz entre su tobillo. Aún no lo sabía, pero se lo había roto.
«Se acabó, señor. Ahora está a salvo.» refirió el hombre.
Alban sonrió y agradeció, otra lágrima se deslizó por su mejilla.
Pasaron semanas antes que pudiera volver a tener su pierna libre, y afortunadamente era el único regalo que le había donado esa aciaga aventura suya. Transcurrieron meses antes que volviera a practicar su pasatiempo preferido y, sí, poco años para que volviera al descenso de la muerte. El zorro pierde el pelo, pero no las mañas.

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