lunes, 29 de agosto de 2016

An unforgettable memory (Capítulo II)

Capítulo II

Un día me encontraba frente de mi casa, en el perfecto césped precisamente podado sin un penacho de hierba fuera de su lugar, por lo menos no como mi largo cabello castaño al despertar, y me estaba entreteniendo con un juego de té de verdadera porcelana que me había regalado mi padre por mi octavo cumpleaños. Y fue en ese momento que los conocí por primera vez, jugueteando y dentellando entre ellos sus patas, y tirándose en el parque de frente como luchadores de wrestling.
- Miren. - exclamé, abandonando completamente mi juego de té.
- Vaya, vaya. - sonrió mi padre.
- Son enormes. - comentó mi madre, con su habitual delicada e incisiva voz. - Parecen lobos. -
- Por suerte no lo son. - bromeó mi padre, riéndose él solo por su chiste.
Al fin de su último carcajeo entró en casa y salió con unos restos de la cena precedente. Se arrodilló a mi lado y con un agudo silbato, pero suave como el continuo sonido del triángulo aporreado con afabilidad, los llamó.
- Apuesto que tienen hambre. - abrió la bolsita de plástica y la posó en el piso.
- ¿Crees que se acercarán? - pregunté, siguiendo con los ojos sus rebotes como grillos.
- Si tienen hambre probable, si no los dejaremos acá. Lo comerán cuando querrán. - izó un segundo silbido.
Finalmente ese apático y largo sonido alcanzó sus oídos, sus orejas vibraron como una hoja molestada por el viento y sus cuerpos se inmovilizaron después del último salto. Se volvieron e inclinaron dulcemente la cabeza hacia la derecha. Mi padre hizo oscilar una tajada de carne, llamando aún más sus atenciones. El perro negro elevó su hocico y husmeó el aire, bajándolo permaneció con la mirada firme hacia nosotros, neutro, como si la confianza non fuera parte de sus pocos vocabularios adquiridos.
El perro blanco, entonces con sombras de gris por todo el cuerpo, casi pareciendo a un dálmata al cual trataron de cancelar sus manchas negras con un borrador poco eficaz, después que constató lo que el viento transportaba en el aire, esprintó hacia adelante, sin embargo un gruñido fuerte y hercúleo, como si fuera de negación, lo paralizó.
Se volteó hacia él y contestó con un ladrido más penetrante, después se echó en el piso, dirigido hacia nosotros, hacia la fragancia que se alzaba de la bolsa, saboreando con la imaginación esos bocados de carne. Mi padre, sabiendo que nunca se habrían acercado a nosotros, tiró la tajada de carne que tenía en la mano, unos metros más cerca a ellos y muchos menos de nosotros, de los humanos. Misma raza que probablemente los habías encandilado y luego abandonados.
Una vez lanzado, el perro casi blanco retrocedió súbitamente, intimidado y sorprendido, mientras el negro corrió hacia él y se colocó a su delante, como para protegerlo. Gruñó y nos mostró sus amenazantes y tajantes dientes, frunciendo su largo hocico negro, sus ojos casi venían velados por su fuerte y predominante color de su manto. Permaneció alerto por unos minutos, después el obstinado olor que se difundía de ese objeto a unos metros de ellos, empezó a interferir con sus guardias, el blanco más que todo con su autocontrol.
El perro negro, ágilmente y juicioso, se acercó a hurtadillas hacia esa suculenta carne. Se aproximó como si el terreno debajo de él estuviera por ceder y envió en reconocimiento su hocico, sus narices se dilataban y se cerraban rápidamente, y cuando fue bastante cerca su boscosa cola empezó a moverse con ligeros espasmos de hilaridad. Finalmente su cola se agitó frenéticamente y fue propio el movimiento, la acción, que el otro esperaba, el cual con un rápido salto estuvo allí, a su lado, y arrancó una pequeña parte de esa pulposa tajada de carne. El perro negro cogió su parte.
Obviamente ni pasaron dos segundos antes que la acabaran, no me sorprendí, después de todo esa loncha no era nada en comparación a su hambre que probablemente era sin límites ni fronteras como el océano. Entonces mi padre los llamó una vez más, con uno de sus tenues silbados, y los cánidos alzaron la cabeza, lamiéndose sus exuberantes y aflautados bigotes al ver otra carne en sus manos y moviendo sus patas anteriores como un caballo a galope, como si lo quisieran incitar a dársela.
Mi padre hizo mecer otra tajada de carne, hasta que el perro blanco decretó de adentrarse en el territorio humano, a pesar de las advertencias en idioma canino del otro. Sin embargo que podía hacer, el hambre era la razón que lo estaba conduciendo, y no me refiero a la hambre que nosotros miserables humanos estamos acostumbrados a percibir a pesar de las tres comidas, tal vez más, que consumimos, pero la verdadera hambre que es como una infinita vorágine que te aniquila desde el interno, induciéndose a sorber tu misma energía.
Esa sensación era la misma que ese perro advertía y habría hecho de todo para poder comer algo, aún más ahora que sabía que no era un engaño. Su amigo era sólo más escrupuloso, pero, como su compañero, él también moría de hambre y no tenía la menor idea de cuando habría podido poseer tal ocasión, la ocasión de comer esa exquisitez. Tenía que aprovechar. Se acercaron a nosotros, en un inicio fueron raudos y precavidos, pero llegando al confín que los separaba de nuestro jardín, lo cruzaron lentamente y así conservaron sus pasos, hasta que llegaron frente a nosotros.

lunes, 22 de agosto de 2016

An unforgettable memory (Capítulo I)

Capítulo uno

Después de aquellos años transcurridos como el aleteo de un colibrí, del descenso de varias hojas tintadas del color del atardecer y de todas las noches pasadas a admirar la bajada de aquellos cándidos copos de nieve cristalinos, la, ya vieja, Abbey sólo aquel día pudo ver aquel recuerdo que se había imprimido en las paredes de su corazón resurgir en su mente. Aquel recuerdo que le había extirpado tantas lagrimas que nunca más había vertido en su vida.
Era un recuerdo que había vivido unos años antes de alcanzar la adolescencia y, a pesar que hubieran transcurrido aquellos largos y extenuantes años que la habían llevado a aquella edad añeja, no conseguía entender como hubiera hecho para suprimir aquella experiencia única, la cual ni la serpenteante danza de la aurora boreal podía equiparar. Había prometido a si misma que un día lo habría contado a sus nietos, si los hubiera tenido, pero no podía imaginar que su memoria la habría traicionada.
Empero, al fin, fue suficiente sentarse en el sofá y asistir a uno de aquellas películas de animales para las familias, donde a la muerte de un perro, su amigo de cuatro patas, un rottweiler, había tratado de despertarlo cueste lo que cueste con ligeros toques de su hocico contra su pecho, aceptando finalmente su muerte y acariciándolo con consideradas lengüetadas, hasta que no se acostó a su lado hasta la llegada de sus dueños.
Podía evocar claramente que había ocurrido, cada mínimo detalle, como si estuviera sucediendo en aquel momento, propio frente a sus celestes ojos con una tonalidad más oscura respecto una vez. Hubo silencio, tres pequeños espectadores la miraron, pero nunca la interrumpieron. Ella abrió levemente la boca y…
Vivía en otra vecindad en esos tiempos, costeada por distintos parques florales donde los varios colores llamativos avergonzaban la esplendidez de un arcoíris y donde las personas gastaban mucho dinero para que nadie se atreviera a ensuciar la imagen de esa vida. Todo estaba decentemente mantenido con limpieza y orden, los cestos de la basura eran siempre usados por su papel y las praderas, como las flores y los árboles, nunca venían irrespetados. Pero en cualquier cosa que existe en este mundo, hay siempre un lado oscuro que las personas tratan de eclipsar.
Sin embargo, por cuanto hubieran tomado varias restricciones, hubo una cosa que no habían tenido en cuenta, los perros, perros callejeros. Esos fantásticos animales con cuatro patas fue la cosa peor que había ocurrido en mi vecindad, por cuanto ellos no se dieran cuenta del daño que causaban, y nos hicieron ver la verdadera natura de esas personas. No es que no los amaran, por caridad, de hecho unos de ellos poseía perros, pero de pequeña talla y mantenidos obviamente más limpio de un servicio de cubiertos de plata.
Los protagonistas de mi historia son dos particulares perros, muy astutos e inteligentes, literalmente digo, y para ser honesta podían ser considerados incluso como humanos… o mejores. Habría jurado que fueran gemelos o por lo menos hermanos. El primero era completamente negro, como la oscuridad, mientras el otro, después de un baño con abundante jabón che le hizo mi padre, se descubrió que era blanco, como si hubiera descendido del cielo.
Nunca pregunté qué raza fueran, pero había una grande posibilidad que fueran unos mestizos. Su manto era tan voluminoso, sobre todo en los muslos y en el cuello, que mis manos se hundía cada vez que los acariciaba y sus orejas vigilantes en forma de triángulo los ilustraban con apariencia de lobo. Su más grande culpa era de hurgar en la inmundicia para aplacar su indigente y miserable hambre, una vez saciada quedaban esparcido aquí y allá residuos de basura. Considerando todas las cosas parecían personas, pero no lo eran, y no pensaban en volver a poner en su lugar lo que cogían.
Esas era una de las causas que más hacía perder los estribos al vecindario y desafortunadamente, a pesar que hubiéramos empezado a comprarles de comer, el vicio permaneció, como las garrapatas, por cuanto succionaran la sangre habrían succionado aún más si habrían tenido la ocasión. Habíamos también intentado de adoptarlos, pero por cuanto amor les donamos perseveraban a vivir por la calle. Sólo ellos dos. Líberos… Y habrías sido así si… no hubieran entrado en esa vecindad, desencadenando una serie de eventos desafortunados que los llevó hacia un camino de no regreso.

lunes, 15 de agosto de 2016

The unexpected meeting (Último capítulo)

Capítulo XVII

Andrew se arrodilló de nuevo hacia x-4 y lo cogió entre sus brazos, se dirigió hacia el auto del agente Turner. Pasando otra vez junto a su cuerpo tendido en el piso, lo despreció por todo lo que había hecho al pobre chiquillo y lo que había causado a sus vidas. Meredith apartó su mirada hacia el cielo, los cadáveres le daban vuelta a su estómago, como si estuviera en un tiovivo a toda velocidad. En seguida habrían encontrado también el más pequeño robusto cadáver.

Fue peor. Meredith cerró los ojos, mantener los ojos abierto a pesar que viera hacia otra parte no servía a nada, era como si pudiera percibir más la presencia, como si efectivamente lo viera. Mientras Andrew se detuvo un momento y conmemoró su sacrificio.
“Nosotros nos haremos cargo de tu hermano, descansa en paz, x-5.” tomó un profundo respiro y prosiguió.
Inesperadamente algo aferró su tobillo, algo tibio, que arrestó su paso. Por un momento creyó de caerse. Se volvió y una ligera toz lo sorprendió, abrió de par en par los ojos y gritó le nombre de su esposa. Ella se volteó y con una exclamación aguda lo alcanzó.
- Coge x-4, yo me ocupo de él. - lo colocó en los brazos de la esposa y bajó hacia el caliente asfalto. - X-5, ¿me escuchas? - lo aferró con seguridad y con gran esfuerzo, porque ligero él no era, lo llevó a su pecho.
Su respiro estaba débil como el bisbiseo del mar, suficiente para anunciar su sobrevivencia y moviendo levemente sus labios, casi como si estuvieran adormecidas, murmuró una respuesta afirmativa. Andrew sonrió y acarició su cabeza, alcanzaron el auto y aún antes de entrar se volvió hacia el gentío.
- Por favor, escuchen mis palabras. No le diré que borren sus videos que han grabado, ya que es muy probable que no lo harán, pero por favor, no revelen a nadie la dirección hacia la cual iremos, al contrario, sería mejor si refieren la dirección opuesta. Gracias. - entró en el vehículo y salieron de la ciudad que ya había perdido su fragoroso estruendo.

Días, meses, hasta años habían trascurrido de aquel último evento ocurrido que todos los noticiarios hablaron y que mostraron aquellos famosos filmados de aquel gentío que lo vio en persona, lo que ninguno habrían podido nunca más asistir.
En un fresco ambiente donde ni el calor puede alcanzarlo con su agonizante ardor, donde el verde es el principal color que delinea aquel límpido y limpio panorama y donde inmensas y recias montañas fanfarronean sus imponentes dimensiones. Una casita de campo, a los pies de una de aquellas rocosas montañas, yacía allí, aislada, saboreando aquella brisa que también en verano permanecía tal.
Propio en aquel momento un hombre que mostraba menos del edad que poseía salía con un saco lleno de madera de un denso bosque verde donde los arboles parecían ser siempre en el mejor momento de su vida. Sus brazos eran más forzudos de una vez y una boscosa barba como una esponja diversificaba su aspecto antecedente. A su lado estaban dos chiquillos que casi excedían su pecho, uno robusto y uno más enjuto; el primero llevaba en su espalda un saco aún más grande de lo que poseía el hombre, con una pequeña diferencia, desbordaba de pescados que aún se retorcían, mientras el segundo debía contentarse de llevar tres cañas de pescar. Una mujer con el cabello que se detenía en el mentón y disimulado con un color rojo sangre, cruzaba el umbral de aquella casa, para dar la bienvenida a sus tres hombres.
- Al fin volvieron, estaba empezando a preocuparme. - gritó Meredith balanceando su mano como si estuviera pidiendo ayuda.
- Los chiquillos han querido nadar en el río. - sonrió Andrew, su barba casi ocultaba sus blancos dientes.
- ¿Qué? - exclamó el chiquillo huesudo.
- Oye, papá, no nos acusen. - intervino el más macizo. - Eres tú que nos empujaste en el agua. -
- Ah. - sonrió Meredith sacudiendo la cabeza. - Ya me imaginaba que era una idea de él. -
- Gracias, chicos. Traicionar así a su padre, sobretodo tú, Aaron. - dijo enmarañando el pelo del muchacho robusto.
- Seguro, o seríamos siempre nosotros en meternos en problemas que tú causas. - le dirigió una mirada iracunda.
- Por lo menos podrías apoyarme. - murmuró Andrew poniendo mala cara.
El chiquillo, una vez x-4, se acercó a Meredith, sus alturas eran casi análogas. - ¿Alguna novedad? -
Meredith chilló. - Ya, como hice a olvidármelo. - lanzó una mirada malévola a Andrew. - Tengo grandes novedades, Abe. Tenemos una dirección. -
- ¿En serio? - exclamó, saltando por la felicidad.
Aaron se acercó al umbral y dejó en el piso el enorme saco de pescados. - ¿Entonces vamos a entrar en acción? -
- Afirmativo. - dijo Andrew con una voz más austera y neutra.
Entró en casa, sus familiares lo siguieron. Estallidos y estruendos se alzaron, rompiendo el silencio que sólo a la natura estaba permitido disturbar, después nuevas personas, vestidos de negro y armados hasta los dientes, por lo menos lo que no tenían poderes, se aproximaron a un auto negro como el interno de una caverna y tomaron asiento.
- ¿Listos, chicos? - preguntó Andrew introduciendo las llaves.
- Seguro. - afirmó Aaron, golpeando su puño en su palma, un fuerte tronido resonó.
- Es hora de entrar en acción. - dijo seroso Abe, pero siempre con su expresión asustada e insegura.
- Esos pobres niños al fin tendrán una vida. - dijo Meredith fingía una expresión enfadada.
- Entonces vamos. -
El motor tronó y girando a la derecha desaparecieron en el bosque, la última cosa que se pudo notar fue el fulgor de los ojos rojos retrovisores del auto, que se desvanecieron en la vegetación más densa que un cabello encrespado.

lunes, 8 de agosto de 2016

The unexpected meeting (Capítulo XVI)

Capítulo XVI

Los dos se volvieron: Andrew con una expresión aliviada, jovial, como cuando el doctor se disculpa por haber confundido el cáncer con una manchita blanca en la TAC, mientras el agente estaba incrédulo y furibundo frente a las palabras de Meredith, tanto que se esprintó hacia su pistola en el suelo, sin prestar atención al brazo ya inutilizable.
Andrew cogido como un desprevenido y espantado de lo que habría ocasionado tal acción, disparó varios barridos, sin embargo su adversario estaba en movimiento y él no nunca había usado una pistola antes de aquel día. La herida en el brazo no había sido un blanco calculado y apuntado concienzudamente por él, la cabeza había sido su principal objetivo, pero por como había fétidamente manejado la pistola el brazo había sido elegido en su lugar.
Las balas volaron tanto arriba como debajo de su cuerpo, Andrew siempre había pensado que aquellas milagrosas supervivencias durante un tiroteo fueran sólo para las películas, pero no era así, al contrario, por un momento le pareció que los proyectiles doblaran como si ellos y el cuerpo del agente fueran dos imanes que se rechazan.
Al último momento el cargador exhaló su último aliento, empero el agente perduraba de pie y estaba ya empuñando su arma contra el cuerpo inerte, pero aparentemente vivo, de x-4. Cuando el loco latido del corazón de Andrew estaba rehusando de creer a lo que habría visto en un manojo de unos segundos, pero aún antes que el agente Turner pudiera presionar el gatillo, su testa se curvó hacia su derecha y su cuerpo se deslizó al piso, como desmayado.
Andrew, aunque por un momento no fue capaz de comprender lo que acababa de ocurrir, se apresuró a alcanzar su esposa y x-4. Pasando cerca al cuerpo del agente, vio una cavidad en su sien izquierda y varios salpicones que la tiznaban que indicaban que el último proyectil o uno de ellos había centrado su objetivo. Se tiró en sus rodillas y se acercó al cuerpo inmóvil como una marioneta de x-4. En su frente yacía un hueco perfectamente redondo, un color escarlata goteaba de él como un vaso repleto de agua y en su interno, un poco afuera, como si hubiera algo atascado, se entrevía algo rielar, reflejo provocado por las sabihondas luces de la ciudad.
- ¿Vivo? Dijiste que está vivo, pero es imposible. - dijo sin apartar su mirada de aquel fluente líquido que parecía vino.
- Su corazón aún palpita, no es ni débil ni fuerte. Palpita sólo rápidamente. - apoyó su mano en el pecho, pareció vibrar levemente. - Escucha, ni es necesario sentir su muñeca o apoyar la oreja en su pecho. -
Andrew acercó la mano a la de Meredith, la cual la apartó no apenas la acarició. Al tacto percibió aquel pequeño pecho vibrar como un masajista eléctrico y pudo constatar la verdad que había sido pronunciada por su esposa.
- ¿Cómo es posible? - comentó Andrew observando la expresión relajada del chiquillo, como si estuviera durmiendo, y sutilizando sus ojos acercó su rostro hacia el suyo. - No me digas que… -
Llevó un dedo hacia la cavidad y rozó algo de liso y caliente. Con el otro dedo trató de ayudarse y aferró un minúsculo objeto metálico, delicadamente como si fuera explosivo listo a estallar, después lo lanzó detrás de su espalda. Su llegada al piso fue anunciada con varios tintineos metálicos.
Examinó la herida. - El proyectil no… no consiguió penetrar el cráneo. - afirmó perdiendo su mirada en aquella cavidad que parecía sin fondo. - Es por esto que está vivo. Debe haber usado su poder al último momento. -
- ¿Y qué hacemos? - preguntó Meredith observando el niño, unas lágrimas empezaron a osificarse en sus ojos.
Andrew aprisionó la manga de su camisa y con tres fuertes tirones la rasgó. - Toma, amárralo alrededor de su cabeza, bien estrecha, pero no exageres. -
- De acuerdo. - cogió la lisa tela de la camisa con sus delicadas manos.
La acomodó en la frente de x-4 y la ciñó hacia atrás, haciendo un estrecho nudo y vacilando varias veces por temor de hacerle daño o empeorar la situación. Andrew se incorporó y miró a su alrededor en busca de una idea.
Miles de ojos estaban dirigidos hacia ellos, con estupor y escepticismo sobre lo que ya era real como la muerte, varios celulares habían capturado la incredulidad de aquel espectáculo y nadie habría debido encontrar palabras fidedignas para dar inicio a aquella historia. Nadie podía desviar tanto sus ojos como los ojos de sus aparatos eléctricos como si fueran inmovilizados por un hechizo y ningún murmullo emergía de sus labios. Ni osaban abrir boca, como si tuvieran miedo que al hablar habrían encontrado automáticamente una justificación, no necesariamente creíble, pero que pudiera dar un giro más realístico a los acontecimientos.
- Cogemos el auto del agente y alcanzamos el nuestro. Iremos a casa, pero sólo para recoger las cosas más importante que necesitaremos. Nos mudaremos donde siempre has deseado. - relevó a su esposa.
- De… de acuerdo. - aceptó sin objetar, aunque un cambio de vida así repentino nunca lo habría aceptado en otras ocasiones, aunque la meta era el lugar que siempre había soñado desde cuando era una niña.

lunes, 1 de agosto de 2016

The unexpected meeting (Capítulo XV)

Capítulo XV

“Habrías sido muy cegado por la violencia, hermano mío. Perdóname, pero no tenía otra opción.” cerró los ojos, apresurando una lagrima a alejarse de su fuente de origen.
Si ahora huía de allí, tal vez Meredith, por lo menos ella, se habría salvado y, sin volverse a ver si estuviera en buena salud o si hubiera sus delicados y cuidadosos ojos dirigidos hacia él, los mismo que había empezado a idolatrar, prosiguió hacia la salida más cerca de la ciudad acelerando sus pasos, a pesar que tuviera una pierna obstaculizada y aturdida por el dolor como la articulación de un robot no lubrificado.
- Párate donde estás, x-4. - una brusca y acida voz interrumpió su momento de fuga que había tanto esperado, aunque no así.
Al sonido de aquella voz, de aquel tono, el endeble niño se estremeció y su cuerpo fue percutido como una barra de metal golpeada con un similar suyo, su respiro empezó a faltarle. Se volvió a sacudidas, como un reloj con la batería agotada.
- S… señor Turner. - su voz sobresaltó como si tuviera el hipo.
- No creía que uno con ese poder pudiera crearme tanto de esos problemas como me has provocado. - dijo rechinando los diente como un lobo enfurecido y presionando una especie de pistola. - Todos ellos, mocoso, todo el trabajo que hemos sudado en estos años… todos los riesgos… y… y tú arruinaste todo en un sólo día. - tronó colérico, escupiendo unas gotas de saliva.
- Yo quería sólo mi libertad, señor. No puede ser tan sádico conmigo. - lo observó con una mirada muy postrada donde se podía reflejar toda la consternación que había pasado.
- ¿Sádico? Oh, no, yo los querías, a todos ustedes, tenía un futuro para nosotros, pero por culpa de tu estúpido idealismo murieron todos. Hasta tu hermano, mi mejor experimento. - gritó, sus pelo se habían deslizado en su frente, el efecto del gel se había lógicamente acabado como si aquel liquido gelatinoso no pudiera contener su ira.
- Podrá volver a empezar sus experimentos, crear sus armas humanas, pero déjame ir. - suplicó, una segunda lagrima se resbaló por su rostro y saltó hacia el vacío una vez que llegó en el mentón.
- Cierto, es lo que haremos. - bajó el arma y sonrió malévolamente cuando x-4 pareció liberarse de una tensión que se había creado durante el dialogo. - Pero no te dejaremos escapar y tampoco te llevaré conmigo. Tienes que pagar por todo lo que tuve que soportar, por mis hombres que he perdido, por mis experimentos, el dinero. Di tu última oración, x-4. Esta noche tu file será eliminado. - cerró un ojo y apuntó la pistola hacia su frente.
X-4 levanto las manos mientras el gatillo fue apretado por el agente, la bala salió con un chisporroteo, haciendo relucir una luz dorada y dejando un hilo de humo ascender por el cañón de la pistola. Zumbó como un taladro a toda velocidad, agujereando el aire y creando minúsculos y largos pétalos de aire que se podía ver sólo con el ojo de un microscopio.
La bala pulverizó algo de invisible, por un breve momento algo brilló como varios pedazos de vidrio hecho añicos, y en menos de un segundo la cabeza del niño retrocedió súbitamente hacia atrás. Su cuerpo se deslizó en sus rodillas y se concluyó en el húmedo y mojado asfalto, el cual era sujeto de una insólita e irreal lluvia turbulenta que había empezado desde pocos minutos. Sin embargo algo más había ocurrido, el agente Turner parpadeó.
Se volteó hacia su auto, su brazo salpicaba un líquido rojo oscuro y pendía como si fuera privo de huesos, como un hilo de hierba. Su pistola cayó y rebotó en la calle. Sus ojos estaban pasmado y lentamente abrió la boca como mueca de ira y dos venas se agrandaron cerca de sus sienes.
- Me había dicho que habías muerto. - tronó el agente, tapando la herida con la otra mano.
- Seguramente unos huesos rotos, pero muerto no, vamos. - contestó con una ligera sonrisa de escarnio. - Creo que no era tan cruel tu forzudo experimento. -
- ¿Qué quieres decir? -
- Que no me mató, más bien me llevó en su auto para poderlo ayudar a deshacerse de ustedes. - dijo apartándose y dejando que la mirada del agente pudiera ver su hombre que conducía con un hueco en la frente.
- ¿De qué diablos hablas? Si realmente quería matarnos, lo habría podido hacer en cualquier momento. - gritó airado, el sangre estaba manchando su traje negro.
- Te aseguro que lo habría hecho, si hubiera querido. No sé si te diste cuenta, tal vez no con toda esta confusión, pero dos hombres suyos que estaban con él no volvieron. Y no fue obra mía. He visto sus cuerpos sin vidas con el cuello en una posición bastante deshumana. - reveló frunciendo la nariz por la repulsión. - Ese niño no era estúpido, no los habría matado sin antes encontrar su hermano o sin arriesgarse de ser matado con una bala en la cabeza. Era astuto y habría hecho las cosas con calma, sin suscitar sospecho. Sólo que su hermano no lo sabía. - se volvió y miró los cuerpos inertes de los dos chiquillos.
El rostro del agente estaba furibundo, cabreado, había debido matarlo cuando todo había empezado ir mal. Después de todo dos en menos no habría hecho diferencia. Repentinamente empezó a reírse, descargando toda su frustración, casi de parecer a una persona enloquecida.
- Por lo menos ahora están en el infierno, no moriré inútilmente. Dispara, ¿qué esperas? Aunque me mates, loro seguirán el programa. Yo sólo era un supervisor de esa sede, no el autor. - dijo carcajeando, quitando la mano de su herida. - Esta vez no repetirán el mismo error, serán más despiadados. -
Andrew afiló sus ojos. - Haré que todo el mundo sepa de sus experimentos, la noticia hará revuelo. En alguna manera serán detenidos. - prensó la pistola y la mantuvo firme.
- Nadie te creerá. - rio aún más fuerte, como si hubiera un micrófono en el cuello de la camisa y unos parlantes cerca a las orejas de Andrew. - El gobernó te enterrará antes que puedas escapar. -
- Andrew. - gritó Meredith, que entretanto se había dirigido hacia x-4. - Está vivo. -