lunes, 27 de febrero de 2017

The unknown (Capítulo XIII)

Capítulo XIII

El salón empezó a iluminarse, solo en tres puntos, los únicos que conseguían apuntar a la vez con sus linternas. Era grande, varios muebles rústicos estaban esparcidos dondequiera, también una librería a lo largo de la pared este, pero sobre todo muebles bajos, con portezuela o cajones, que servían como base para algunas fotografías, pequeños vasos, etc., y dos grandes divanes color beige colocados acomodadamente frente de una chimenea. En la parte opuesta había un escritorio bastante grande, donde estaban tendidos pequeños pedazos de madera tallados en forma de animales, objetos, vehículos. Un pasatiempo que acompañaba las solitarias jornadas de Ace, pensó Abraham.
El mismo pasadizo que empezaba en la cocina y pasaba al lado de la escalera se conectaba a través de un pequeño arco, a algunos metros de los divanes, con el salón. En resumen había tres entradas, dos arcos nominados y la puerta principal, excluyendo las ventanas tabicadas.
- Las llaves están sobre esa mesita al lado de la puerta. - indicó con la linterna.
- Bien. - respiró profundamente Absalom, observando el único punto de la cocina que podía alumbrar de esa ubicación. - Apenas coges las llaves, abre inmediatamente la puerta. -
Un gélido silbido sonó desde la cocina, casi como respuesta, y una silueta se abalanzó de un lado a otro de ella. Absalom vio solo una estela negra, una rápida sombra. Apretó nerviosamente la escopeta. No había conseguido reaccionar en tiempo.
- Maldición. - murmulló.
- ¿Qué cosa? - preguntó Abraham, algo perturbado, como si también él hubiera visto esa sombra.
- Lo he visto pasar… fue realmente veloz. - contó.
- Movámonos. - se apresuró Ace, moviéndose hacia las llaves.
Avanzaron con él. Absalom se movió de espaldas, sin voltearse, y permitió que el haz de su linterna solo apuntara la cocina. Estaba seguro que él habría pasado de nuevo por allí, al fin era ellos que quería y apenas hubiera visto algo, el mínimo grano de polvo moverse, habría reaccionado en tiempo, en anticipo si fuera posible. Su espalda golpeó la de Abraham.
- Aquí están, están en nuestras manos. - exultó Ace, cogiéndolas sin hacerlas sonar, no tenía la mínima idea de cuanto pudiera ser artero ese ser.
- Entonces movámonos, por favor. - c ontestó Absalom, estrechando inquieto la linterna, el saber que podía estar a un paso de salir de allí lo aterrorizaba más de la criatura que podía asomarse de la cocina de un momento a otro.
- Tengo solo que abrir la puerta. - hurgó en el manojo de llaves, afortunadamente solía ponerlas todas juntas. - Aquí está. - susurró.
“¿Cuándo cerró la puerta a llave?” se preguntó Abraham.
Era una puerta blindada. Tenía que hacer más o menos tres giros de llaves antes de abrirla y como si no fuera suficiente, a cada giro, hacía un fastidioso y fragoroso ruido, como el cargar de una pistola. Después tenía que quitar la cadena, una seguridad que había optado antes de blindar la puerta.
Al fin giró el mango de la puerta.
Algo se movió detrás de ellos. Bang. Absalom reaccionó.

lunes, 20 de febrero de 2017

The unknown (Capítulo XII)

Capítulo XII

- Acacia, ¿qué estás haciendo? Baja el cuchillo. - gritó Absalom, el cual se había dado cuenta de su acción solo cuando la luz de su linterna la había alumbrada durante la búsqueda del ser.
La muchacha comprimió la hoja del cuchillo en su invisible nuez de Adán. Abraham esprintó hacia ella, alargando la mano. El cuchillo abrió la piel de su garganta. Superficialmente. La había detenido en tiempo y había alejado rápidamente el arma de ella. Tal vez había sido propio ese brusco movimiento que había causado ese leve corte. Absalom corrió hacia ella y preocupado inspeccionó su herida. La escopeta se quedó desprotegida a sus pies.
- Ac… ¿Qué rayos pensabas de hacer? - se volvió hacia Abraham y lo agradeció.
- No lo podemos conseguir. Abilene, ella también murió y nosotros seremos los próximos. Como crees que nos salvaremos si aunque estando juntos alguien murió. Bajo nuestras narices. - sollozó Acacia, haciendo una mueca de dolor cuando una lágrima le acarició la herida.
- Oye, oye, no es una razón para rendirse. Piensa en nuestros padres, piensa al dolor que les darías. - dijo Absalom mirando a su alrededor, buscando algo para cubrir esa herida. - Tenemos que luchar por nuestras vidas, Ac, si amas lo que te espera en casa. -
“¿Son hermanos?” se preguntó Abraham. “No se parecen para anda, tal vez su novio.”
- Muchacho, Abraham. - lo llamó Ace sin dejar de patrullar cada esquina de esa habitación. - Adentro de ese mueble, detrás de ti, en la portezuela de izquierda, hay un licor. Usa ese para el corte y coge un paño limpio en el tercer cajón del mueble al lado de la muchacha. -
- Sí. - se apresuró él.
- Ven, hermanita, siéntate. - le secó las lágrimas con los dedos y la hizo sentar en una silla.
“Hermanita. Son hermano y hermana.”
Abraham le pasó el paño imbuido de un vodka del mil novecientos sesenta cinco. No conocía mucho los licores, pero estaba seguro que ese fuera uno de esos licores que él no habría podido nunca permitírselo. Absalom lo agradeció y empezó a purificar dulcemente la herida. Abraham en cambio cogió la linterna que había estado en la mano de él y ayudó Ace en la búsqueda.
- ¿Qué hora son? - preguntó.
- No creo que haya pasado mucho desde la última vez que me lo preguntaron, pero… - Ace levantó su muñeca. - Son las cuatros y diez. -
Los corazones de todos los presentes sobresaltaron, un salto en el infinito vacío, en el agujero negro.
- Aún falta un poco. - comentó Abraham.
- ¿Qué hacemos? Podríamos ir hacia mi auto, acá afuera. Si conseguimos cuidarnos las espaldas mutuamente, tal vez podemos lograrlo. -
- ¿Dónde se encuentra precisamente el auto? - preguntó Abraham iluminando la sala.
- En el garaje acá afuera, será como veinte pasos hacia oeste de la casa. - contestó mirando lo que había llamado la atención de él.
- No está lejos. - comentó Absalom mientras ayudaba su hermana a levantarse.
La sangre en su garganta se había casi detenido, solo algunas gotas se inflaban de ella.
- Pensaba que habría hecho alguna diferencia quedarnos en casa y permanecer unidos, pero igual uno de nosotros murió. - empezó Abraham. - Tal vez tienen razón, cojamos el auto y vámonos de este bosque de mierda. -
- Primera cosa… - se interrumpió mirando hacia el pasadizo al lado de la escalera, un murmullo seguido por un crujido había llamado su atención. -… cojo las llaves. Están en el salón. -
- Marchémonos todos juntos, entonces. - dijo Abraham.
- ¿Puedes caminar? - preguntó Absalom a Acacia.
La hermana se había lentamente recuperada, dándose cuenta de lo que habría hecho a su vida si Abraham no la hubiera detenida. Asintió. Su hermano cogió la linterna de ella y relumbró los ángulos oscuros que habrían dejado peligrosamente e indiscretamente en mano a las tinieblas. Absalom se cercioró con más seguridad que su hermana pudiera y, después de una segunda afirmación, asió la escopeta.
La posición fue igual a antes. Ace por primero, primera linterna, seguido por Acacia, después Abraham, segunda linterna, y por último Absalom, última linterna, que cerraba la cola. Se movieron como unos escolares de la guardería, saliendo de la cocina y dirigiéndose hacia el salón, llegando al arco que los unía, miraron una última vez la cocina. Pronto esa área habría estado de propiedad de la oscuridad.

lunes, 13 de febrero de 2017

The unknown (Capítulo XI)

Capítulo XI

La muchacha estaba levitando sobre sus cabezas, de su pecho escurría una inmensa cantidad de sangre, tanto que su polo blanco de encaje en el profuso escote se había impregnado de ese denso y compacto líquido que la sobrecargaba. Obviamente no era un truco de magia mal salido, algo emergía de su estómago. Una garra de cuatros largos y huesudos dedos, o uñas, detalle que en ese momento era difícil de examinar, era vestida por el sangre como si fuera un guante de piel carmesí. Detrás de ella había una grande silueta tendida en el techo, como un lagarto en espera de algún mosquito. Levantaron sus linternas.
Su movimiento fue más súbito de ellos. Con un único movimiento rápido, lanzó el cuerpo de Abilene hacia el anciano y los muchachos, aún con el corazón latiendo. Sus ligeros latidos eran suficientes para mostrar que estuviera aún con vida. Dos linternas cayeron en el piso, la luz que quedó, que habría podido alumbrar por fin el ser, tanto para darle una forma concreta, real, y que tal vez habría disminuido el terror que probaban, habría sido suficiente si no hubiera sido canalizada hacia la dirección en la cual cayó el cuerpo de Abilene, ocultando una vez más el ser detrás de la oscuridad.
Abraham y Absalom cayeron hacia atrás, sus cabezas estuvieron en riesgo de sufrir serios daños, mientras Ace pensó de quitarse en tiempo, pero la velocidad con la cual había sido lanzado lo anticipó y lo empujó, haciéndolo deslizar dulcemente en el piso. El cuerpo rebotó en ellos como una pelota desinflada y acabó en la rígida madera del piso, rociando aún más sangre de lo que ya había perdido. El piso se envileció de sangre, como si hubiera crecido del moho rojizo, y se hubiera expandida velozmente. El cadáver se quedó como una araña encogida.
- Mierda. - gritó Absalom.
Abraham retrocedió, empujándose con los pies, pateando como loco.
- Ilumina arriba, muchacha, rápido. - tronó Ace, levantándose y mirando hacia el techo.
La muchacha sobresaltó, abriendo de par en par los ojos se acordó que el ser aún estaba propio encima de ellos y levantó el haz de luz. El techo volvió relumbrante como si fuera de día, pero ninguna silueta, nada de negro y espeluznante les esperaba. Había desaparecido de nuevo.
- Oh, Dios mío, oh, Dios mío. - cuchicheó Acacia, su cuerpo temblaba, su mente había alcanzado el límite.
Abraham se quedó a mirar el cuerpo retorcido de Abilene, estaba muerta, la cual ya era irreconocible. La sangre le había modificado la expresión, la última que había podido exteriorizar. Aterrada y con los dos orificios abiertos de par en par, boca y ojos, como si la hubieran paralizada con una especie de brujería.
- Seremos los próximos. - parloteó Acacia, la luz de la linterna ya no era estable.
Se deslizó de su mano, como el cuchillo. Sus manos se ciñeron en su cabeza y se acurrucó en sí. Quería rendirse, quería que el ser la matara en ese momento y no deber esperar su repentina hora. No sin saber por donde habría sido atacada.
De improviso alejó la mano de sus lisos pelos y aferró el cuchillo. Lo llevó rápidamente hacia su garganta. Lo habría hecho. Estaba lista para quitarse la vida con sus mismas manos, en cambio de acabar en sus garras y terminar como su amiga, que por su rostro se notaba que había sufrido tanto que quemar viva habría sido mejor.

lunes, 6 de febrero de 2017

The unknown (Capítulo X)

Capítulo X

Se establecieron en la cocina, se dispusieron alrededor de una alacena modular ubicado en el centro de ella, la encimera era de mármol, liso como un espejo, y apuntaron el haz de sus luces hacia las entradas. Eran tres, un arco, que comunicaba la sala con la cocina, otro en el pasadizo con la cocina y una puerta que llevaba probablemente a una despensa. Las ventanas estaban bien atrincheradas, obviamente habría podido entrar como había hecho en el piso de arriba, pero el ruido que habría provocado lo habría anunciado en tiempo.
- Esta espera nos matará a todos. - dijo Absalom, mordiéndose las uñas, era un pequeño vicio desde cuando era un niño. - ¿Por qué no acabamos con esa cosa y vamos a eliminarlo? Sin dividirnos, obviamente. - lanzó una mirada a Abraham.
- Podría ser una idea efectivamente, pero no sabemos dónde está. ¿Y si mientras vamos nos ataca por detrás? Ustedes poseen una escopeta, pero nosotros solo estos cuchillos. - objetó Acacia, se había hecho más resoluta de la última vez que había llorado, para Adam, probablemente se había dado cuenta que si se hacía influenciar tan fácilmente no habría sobrevivido.
- Podemos pensar a una buena alineación, una decente técnica para que en alguna manera no seamos una presa fácil, para no hacernos mostrar indefensos. - declaró Abraham.
- ¿Cuál? - todos colgaban de sus labios, hasta Ace estaba interesado a su futura idea.
- Veamos… Tenemos dos escopeta, por lo tantos si disponemos uno adelante y uno atrás tendríamos más defensa de los ataques a lo lejos. - explicó dibujando su plan en el aire. - Y nosotros completaríamos el círculo. Las paredes a los lados nos tutelarán, seremos más vulnerables cuando encontraremos cuartos, puertas o ventanas, cualquier espacio vacío. -
- Bueno, para evitar que nos ataque con más facilidad, podría funcionar. - aprobó Ace.
- Entonces, en serio, matémoslo, así podríamos al fin estar a salvo. Por favor. - comentó Absalom, más que todo rogó.
Los destellos siguieron apareciendo y apareciendo, pero eran ligeramente menos perceptibles de antes y seguramente ya no limitaba su vista. La lluvia había dejado de menguar y esos necios repiqueteos, como el tocar insistente de un testigo de Jehová a la puerta, habían cesado. Y es por eso que pensaron que, probablemente, era por esa razón por la cual ese sonido, ese escalofriante sonido, que salía de la boca de ese ser se sintiera tan cercano, como si estuviera sobre sus cabezas.
- ¿Quién se ubica hacia adelante? - preguntó Absalom.
- Alguien que sepa disparar, preferiblemente. - esta vez fue Abraham a lanzar una mirada hacia Absalom.
- Hacía antes a decir mi nombre, muchacho. - Ace se puso adelante.
Abraham se colocó a la izquierda de él, hacia atrás, con la intención de formar un círculo oval con quien habría seguido después de él. Los chicos se volvieron hacia las chicas, contrajeron la frente. Y asimismo se comportò Acacia, pero solo porque no conseguía comprender esas miradas. Se volvió hacia Abilene y solo en esa manera su expresión imitó la de ellos.
No estaba. Había desaparecido silenciosamente, como un rata. Y la cosa peor era que nadie se había dado cuenta, ni ella, Acacia, la cual había estado a su lado todo ese tiempo, más de ellos. No se habría movido por su cuenta y no habría podido ser obra de ese ser. Todos se habrían dado cuenta.
- ¡Abilene! - gritó Acacia, su mirada estaba aterrorizada.
- ¿Cómo diablo es posible? - gritó Absalom, apuntando la escopeta hacia todos lados.
Abraham sacudió su cabeza, rápidamente.
- Si esto es posible, ya estamos muertos. - murmulló Ace, su mano temblaba ligeramente.
- Abilene, Abilene. ¿Dónde estás? - la llamó ella, sin moverse de su lugar, el terror había vuelto en ella.
A la tercera llamada, cuando todos empezaron a llamarla, una densa gota, caliente y espesa, cayó del techo y humedeció la espalda izquierda de Acacia. La miró y la acarició, sus dedos se matizaron de rojo. Su mano empezó a temblar y lánguidamente levantó la cabeza. Desorbitó sus ojos.