lunes, 20 de febrero de 2017

The unknown (Capítulo XII)

Capítulo XII

- Acacia, ¿qué estás haciendo? Baja el cuchillo. - gritó Absalom, el cual se había dado cuenta de su acción solo cuando la luz de su linterna la había alumbrada durante la búsqueda del ser.
La muchacha comprimió la hoja del cuchillo en su invisible nuez de Adán. Abraham esprintó hacia ella, alargando la mano. El cuchillo abrió la piel de su garganta. Superficialmente. La había detenido en tiempo y había alejado rápidamente el arma de ella. Tal vez había sido propio ese brusco movimiento que había causado ese leve corte. Absalom corrió hacia ella y preocupado inspeccionó su herida. La escopeta se quedó desprotegida a sus pies.
- Ac… ¿Qué rayos pensabas de hacer? - se volvió hacia Abraham y lo agradeció.
- No lo podemos conseguir. Abilene, ella también murió y nosotros seremos los próximos. Como crees que nos salvaremos si aunque estando juntos alguien murió. Bajo nuestras narices. - sollozó Acacia, haciendo una mueca de dolor cuando una lágrima le acarició la herida.
- Oye, oye, no es una razón para rendirse. Piensa en nuestros padres, piensa al dolor que les darías. - dijo Absalom mirando a su alrededor, buscando algo para cubrir esa herida. - Tenemos que luchar por nuestras vidas, Ac, si amas lo que te espera en casa. -
“¿Son hermanos?” se preguntó Abraham. “No se parecen para anda, tal vez su novio.”
- Muchacho, Abraham. - lo llamó Ace sin dejar de patrullar cada esquina de esa habitación. - Adentro de ese mueble, detrás de ti, en la portezuela de izquierda, hay un licor. Usa ese para el corte y coge un paño limpio en el tercer cajón del mueble al lado de la muchacha. -
- Sí. - se apresuró él.
- Ven, hermanita, siéntate. - le secó las lágrimas con los dedos y la hizo sentar en una silla.
“Hermanita. Son hermano y hermana.”
Abraham le pasó el paño imbuido de un vodka del mil novecientos sesenta cinco. No conocía mucho los licores, pero estaba seguro que ese fuera uno de esos licores que él no habría podido nunca permitírselo. Absalom lo agradeció y empezó a purificar dulcemente la herida. Abraham en cambio cogió la linterna que había estado en la mano de él y ayudó Ace en la búsqueda.
- ¿Qué hora son? - preguntó.
- No creo que haya pasado mucho desde la última vez que me lo preguntaron, pero… - Ace levantó su muñeca. - Son las cuatros y diez. -
Los corazones de todos los presentes sobresaltaron, un salto en el infinito vacío, en el agujero negro.
- Aún falta un poco. - comentó Abraham.
- ¿Qué hacemos? Podríamos ir hacia mi auto, acá afuera. Si conseguimos cuidarnos las espaldas mutuamente, tal vez podemos lograrlo. -
- ¿Dónde se encuentra precisamente el auto? - preguntó Abraham iluminando la sala.
- En el garaje acá afuera, será como veinte pasos hacia oeste de la casa. - contestó mirando lo que había llamado la atención de él.
- No está lejos. - comentó Absalom mientras ayudaba su hermana a levantarse.
La sangre en su garganta se había casi detenido, solo algunas gotas se inflaban de ella.
- Pensaba que habría hecho alguna diferencia quedarnos en casa y permanecer unidos, pero igual uno de nosotros murió. - empezó Abraham. - Tal vez tienen razón, cojamos el auto y vámonos de este bosque de mierda. -
- Primera cosa… - se interrumpió mirando hacia el pasadizo al lado de la escalera, un murmullo seguido por un crujido había llamado su atención. -… cojo las llaves. Están en el salón. -
- Marchémonos todos juntos, entonces. - dijo Abraham.
- ¿Puedes caminar? - preguntó Absalom a Acacia.
La hermana se había lentamente recuperada, dándose cuenta de lo que habría hecho a su vida si Abraham no la hubiera detenida. Asintió. Su hermano cogió la linterna de ella y relumbró los ángulos oscuros que habrían dejado peligrosamente e indiscretamente en mano a las tinieblas. Absalom se cercioró con más seguridad que su hermana pudiera y, después de una segunda afirmación, asió la escopeta.
La posición fue igual a antes. Ace por primero, primera linterna, seguido por Acacia, después Abraham, segunda linterna, y por último Absalom, última linterna, que cerraba la cola. Se movieron como unos escolares de la guardería, saliendo de la cocina y dirigiéndose hacia el salón, llegando al arco que los unía, miraron una última vez la cocina. Pronto esa área habría estado de propiedad de la oscuridad.

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