Como solía ser en el Día de los Muertos, en México, el alma de Baldwin se despertaba repentinamente de un eterno sueño, perezosamente, pero con unas desenfrenadas ganas de levantarse y estirar sus intangibles músculos. Abrió los ojos y como todos los años una densa y total oscuridad lo convenció que aún estuvieran cerrados, sellados con un poderoso pegamento. A diferencia de los demás, que al despertarse una cálida y refulgente luz los acogía del inframundo y los guiaba hacia el mundo de los vivos a visitar a sus seres queridos. Pero, ¿por qué Baldwin no podía percibir esa calurosa luz? Él no poseía algún amigo y su egotismo lo había convertido en un ser odiado de su única familia que lo había amado, aislándose por completo de ellos. Y ahora sentía la necesidad de verlos, de percibir su compañía, de sentirlos hablar, sobre todo de pedirle perdón por su arrogante actitud, pero sabía que ese momento nunca ocurriría. Y era esa la razón por la cual al fin solo había querido que una persona cualquiera se acercara a su tumba y, teniendo misericordia de él a ver un sepulcro tan sombrío, lúgubre y melancólico encendiera una vela, aunque la más desgastada, y la dejara descansar sobre ella. Porque esa tenue y solitaria luz sería suficiente para que su camino hacia los vivos apareciera frente a él y pudiera descender como los demás, pero, después de todos los años rogando inútilmente que sucediera, al término de ese mágico día el sueño volvía a secuestrarlo, alejándolo de esa triste esperanza.
De hecho era triste, peor aún porque lograba escuchar las joviales voces de los vivos y de los muertos a su alrededor, riéndose y disfrutando de esa reunión familiar. Oía voces femeninas, delicadas y armoniosas, y trataba de imaginar que fuera la esposa que nunca trató de buscar, pero esa ilusión duraba siempre menos porque ellas pronunciaban palabras de amor y él sabía que ninguna podría amar una persona como él. Oía voces masculinas, fervorosas y ufanas, y su imaginación volvía a engañarlo concibiéndole un hijo que jamás podría tener y al fin y al cabo sabía que sería un pésimo padre. Y de esas voces se contentaba, voces incomprensibles, un lenguaje que creía no entender y tampoco pronunciar, solo reconocer las emociones que de esas emanaban. Y simplemente, como todo los años, quería que esas velas se apagaran y ese portal se cerrara para que ese silencio tumbal pudiera volver y lo acompañara hacia su eterno sueño.
Sin embargo, después de seis años que había abandonado esa esperanza, una leve luz amarilla y rojiza destalló frente a él. Cerró un poco los ojos, al fin abiertos habían estado, y empezó a aproximarse hacia ella. Se movió lentamente, flotando en el aire, con el miedo que solo fuera una decepción, y gradualmente esa luz se hizo ligeramente más calurosa. Cuando llegó a ella, se detuvo y con inseguridad la rozó.
Unas explosiones de luces florecieron frente a él, vivos colores que habían convertido un lúgubre cementerio en un paisaje animado y vivaz y varias voces, claras y nítidas, de un idioma que él sabía perfectamente, se adentraron violentamente y dulcemente en sus oídos, melodías que danzaban en el aire. Una incontenible emoción empezó a llenar un corazón que Baldwin ya no poseía, que sin duda palpitaría frenéticamente, y sonrió. Pero, luego, cosa que después de todo era más importante, descendió su mirada hacia su sepulcro y vio un niño de pie frente de él. Baldwin bajó y se detuvo a su lado. El niño estaba hablando con él, esperanzado que lo sintiera.
Unas explosiones de luces florecieron frente a él, vivos colores que habían convertido un lúgubre cementerio en un paisaje animado y vivaz y varias voces, claras y nítidas, de un idioma que él sabía perfectamente, se adentraron violentamente y dulcemente en sus oídos, melodías que danzaban en el aire. Una incontenible emoción empezó a llenar un corazón que Baldwin ya no poseía, que sin duda palpitaría frenéticamente, y sonrió. Pero, luego, cosa que después de todo era más importante, descendió su mirada hacia su sepulcro y vio un niño de pie frente de él. Baldwin bajó y se detuvo a su lado. El niño estaba hablando con él, esperanzado que lo sintiera.
«… Todos recuerdan tu maldad, tu despreciable actitud, los errores que cometiste y ninguno ya habla de ti. Pero, yo sé que ahora te repintes y sobre todo en estas fechas te sientes abandonado. Todos cometemos errores y desafortunadamente no siempre podemos arreglarlos. Somos humanos y es lo que mejor sabemos hacer. Tú no me conoces, tal vez, pero soy tu sobrino, hijo de tu hermano, y solo quería que sepas que no estás solo y prometerte que siempre vendré a visitarte. Con el tiempo también lograré convencer a mis padres, tenemos solo que confiar, porque sé que aún te quieren. Como yo. Espero que mi voz te pueda alcanzar.»
Baldwin había oído cada palabra y esas lágrimas que descendían como copos brillantes eran la prueba. Él se acercó al niño y apoyó una mano en su pequeño hombro.
«Gracias, Marcus, me acuerdo de ti y pido disculpa si nunca me comporté como un tío debería ser, pero te prometeré una cosa, te vigilaré y a la familia de mi hermano. Es el mínimo que pueda hacer. Te agradezco un montón por tu bondad, hijo.»
El niño se volvió súbitamente hacia su hombro y abrió de par en par los ojos. Baldwin sonrió, su primera sonrisa honesta de toda su vida, y le acarició la cabeza. Luego al apagarse de ese pequeño fuego su alma disfumó en el aire como de hecho haría uno espectro y volvió en su sueño eterno, al fin apagable y sereno.
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