viernes, 10 de noviembre de 2017

El Día de los Muertos (relato especial)

Como solía ser en el Día de los Muertos, en México, el alma de Baldwin se despertaba repentinamente de un eterno sueño, perezosamente, pero con unas desenfrenadas ganas de levantarse y estirar sus intangibles músculos. Abrió los ojos y como todos los años una densa y total oscuridad lo convenció que aún estuvieran cerrados, sellados con un poderoso pegamento. A diferencia de los demás, que al despertarse una cálida y refulgente luz los acogía del inframundo y los guiaba hacia el mundo de los vivos a visitar a sus seres queridos. Pero, ¿por qué Baldwin no podía percibir esa calurosa luz? Él no poseía algún amigo y su egotismo lo había convertido en un ser odiado de su única familia que lo había amado, aislándose por completo de ellos. Y ahora sentía la necesidad de verlos, de percibir su compañía, de sentirlos hablar, sobre todo de pedirle perdón por su arrogante actitud, pero sabía que ese momento nunca ocurriría. Y era esa la razón por la cual al fin solo había querido que una persona cualquiera se acercara a su tumba y, teniendo misericordia de él a ver un sepulcro tan sombrío, lúgubre y melancólico encendiera una vela, aunque la más desgastada, y la dejara descansar sobre ella. Porque esa tenue y solitaria luz sería suficiente para que su camino hacia los vivos apareciera frente a él y pudiera descender como los demás, pero, después de todos los años rogando inútilmente que sucediera, al término de ese mágico día el sueño volvía a secuestrarlo, alejándolo de esa triste esperanza.
De hecho era triste, peor aún porque lograba escuchar las joviales voces de los vivos y de los muertos a su alrededor, riéndose y disfrutando de esa reunión familiar. Oía voces femeninas, delicadas y armoniosas, y trataba de imaginar que fuera la esposa que nunca trató de buscar, pero esa ilusión duraba siempre menos porque ellas pronunciaban palabras de amor y él sabía que ninguna podría amar una persona como él. Oía voces masculinas, fervorosas y ufanas, y su imaginación volvía a engañarlo concibiéndole un hijo que jamás podría tener y al fin y al cabo sabía que sería un pésimo padre. Y de esas voces se contentaba, voces incomprensibles, un lenguaje que creía no entender y tampoco pronunciar, solo reconocer las emociones que de esas emanaban. Y simplemente, como todo los años, quería que esas velas se apagaran y ese portal se cerrara para que ese silencio tumbal pudiera volver y lo acompañara hacia su eterno sueño.
Sin embargo, después de seis años que había abandonado esa esperanza, una leve luz amarilla y rojiza destalló frente a él. Cerró un poco los ojos, al fin abiertos habían estado, y empezó a aproximarse hacia ella. Se movió lentamente, flotando en el aire, con el miedo que solo fuera una decepción, y gradualmente esa luz se hizo ligeramente más calurosa. Cuando llegó a ella, se detuvo y con inseguridad la rozó.
Unas explosiones de luces florecieron frente a él, vivos colores que habían convertido un lúgubre cementerio en un paisaje animado y vivaz y varias voces, claras y nítidas, de un idioma que él sabía perfectamente, se adentraron violentamente y dulcemente en sus oídos, melodías que danzaban en el aire. Una incontenible emoción empezó a llenar un corazón que Baldwin ya no poseía, que sin duda palpitaría frenéticamente, y sonrió. Pero, luego, cosa que después de todo era más importante, descendió su mirada hacia su sepulcro y vio un niño de pie frente de él. Baldwin bajó y se detuvo a su lado. El niño estaba hablando con él, esperanzado que lo sintiera.
«… Todos recuerdan tu maldad, tu despreciable actitud, los errores que cometiste y ninguno ya habla de ti. Pero, yo sé que ahora te repintes y sobre todo en estas fechas te sientes abandonado. Todos cometemos errores y desafortunadamente no siempre podemos arreglarlos. Somos humanos y es lo que mejor sabemos hacer. Tú no me conoces, tal vez, pero soy tu sobrino, hijo de tu hermano, y solo quería que sepas que no estás solo y prometerte que siempre vendré a visitarte. Con el tiempo también lograré convencer a mis padres, tenemos solo que confiar, porque sé que aún te quieren. Como yo. Espero que mi voz te pueda alcanzar.»
Baldwin había oído cada palabra y esas lágrimas que descendían como copos brillantes eran la prueba. Él se acercó al niño y apoyó una mano en su pequeño hombro.
«Gracias, Marcus, me acuerdo de ti y pido disculpa si nunca me comporté como un tío debería ser, pero te prometeré una cosa, te vigilaré y a la familia de mi hermano. Es el mínimo que pueda hacer. Te agradezco un montón por tu bondad, hijo.»
El niño se volvió súbitamente hacia su hombro y abrió de par en par los ojos. Baldwin sonrió, su primera sonrisa honesta de toda su vida, y le acarició la cabeza. Luego al apagarse de ese pequeño fuego su alma disfumó en el aire como de hecho haría uno espectro y volvió en su sueño eterno, al fin apagable y sereno.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario