lunes, 13 de noviembre de 2017

Human error (Capítulo VII)

Capítulo VII

«¡Vamos! ¡Vamos!» rugió Andrew, machacando con insistencia el pedal.
«Rápido, señor Andrew, rápido.» gritó la profesora, aterida por el vacío que se presentaba frente a ellos.
«¿Y qué crees que estoy haciendo?» contestó seco Andrew, sus pelos se habían tendido en la frente.
Los muchachos gritaban, lloraban, los nombres de sus padres fueron llamados más veces de las que habrían pensado a ellos durante el día. Y no eran los únicos, el profesor Miller no pronunciaba el nombre de sus padres de su muerte y estaba lloriqueando como hacía casi todas las veces que veía una película dramática o un dibujo animado conmovedores.
«Profesor Miller, contrólense, por favor.» apartó la mirada del inmenso parabrisas y se volvió. «Debemos salir de acá, Andrew, por la puerta posterior.» corrió hacia la parte posterior e intentó girar el mango.
«Tienes razón, espera.» se quitó el cinturón y se levantó del asiento. «Lo hago yo, es bastante duro.»
Aferró con ambas manos el mango y empezó a girarlo hacia la izquierda. El mango empezó a rotar tan lentamente que parecía no moverse o como si Andrew ni estuviera empujando. Sin embargo, el tiempo no era amigo de ellos, por lo tanto la profesora Jones se acercó de inmediato a él, empuñó una parte del mango y junto a él empezó a empujar. El mango empezó a moverse inadvertidamente más rápido, exactamente cuando el pedazo de la pista debajo del bus empezó a desmoronarse.
«Oh, no, vamos, vamos.» Andrew apretó los dientes, varias venas se marcaron en su rostro.
El mago había llegado a la mitad.
«Falta poco.» la cara de la profesora se había hecho rojo cuanto el faro del freno del bus.
«¡Muévanse!» el profesor Miller se levantó de un respingo y corrió hacia ellos, llorando y desesperado, pero su brusco movimiento, cuando los alcanzó tirándose en su encima, ayudó para que el mango se girara por completo.
La puerta se abrió de par en par y los tres cayeron sobre el asfalto veteado por grandes líneas que se movían como serpientes. La profesora Jones se levantó y volvió nuevamente en el bus. El vehículo empezó a inclinarse hacia el vacío, la pista se estaba fraccionando y descendiendo de nivel siempre más, pero pequeños fragmentos de ella ya se estaban buceando hacia el vacío, uno tras otro. Jones se puso al lado de la puerta y ordenó a todos de bajar, no los perdió ni una vez, los contó uno por uno mientras saltaban. Andrew se había aproximado al bus y se había apoyado en el parachoques posterior, tratando que su peso impidiera al bus de precipitar en ese inmediato instante. La ayuda del profesor Miller sería de grande ayuda para ellos, pero apenas se había levantado se había marchado de prisa, sin dejar de llorar, ni por un momento y sobre todo sin dejar de pensar una sola vez a su propia vida.
Muchos de los muchachos habían logrado superar la grande brecha que separaba el sector instable del estable, habían rodeado la zona y proseguido hacia la salida, a la cual había intentado dirigirse el bus. Pero cuando los últimos diez trataron de superar esa brecha, la pista descendió de algunos metros y una pared de casi dos metros se presentó frente de ellos.
«Profesora, no podemos proseguir.» sollozó Amias, tratando de saltar una, dos, cinco veces hacia el borde del muro.
«Profesora, Abraham no quiere moverse de su asiento.» gritó Anderson, antes de bajar del bus.
«Yo me encargo de él, tú ayuda los niños.» dijo Andrew y volviéndose lentamente miró hacia adentro del bus.
«De acuerdo, voy.» bajó del bus y corrió hacia los muchachos, saltando como un gato torpe las varias grietas que se habían abierto como las fauces de un lobo.
«Vamos, Abraham, ¿qué estás haciendo?» lo llamó Andrew, repentinamente el bus se inclinó de golpe y él se obligó a empujar con todo su peso el parachoques.
«No, tengo miedo.» lloriqueó Abraham.
«Escucha, Abraham, no hay tiempo.» contestó, apretando los dientes. «Tienes solo que hacer un movimiento rápido. Levantarte y correr a toda prisa hacia la salida.» la parte posterior del bus se elevó ligeramente.
«No puedo.» balbuceó.
«Vamo…»
Un fragoroso crujido lo interrumpió, era tal cual al murmurio del estómago de una bestia famélica. La pista debajo el bus se desquebrajó, se desgarró y el vehículo se quedó sin una sólida base.

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