lunes, 14 de agosto de 2017

Near death (Capítulo IX)

Capítulo IX

Extendió sus brazos hacia el alto, debía aferrar cualquier piedra, y es por eso que utilizó ambas manos. Estaba consciente de cual era el precio de pagar y lo aceptó, su vida era más importante. Su celular deslizó de sus manos, rebotó varias veces a lo largo de la pared, como una pelota de tenis, y se perdió en el vacío. El mismo fin que se estaba aproximando hacia él.
Su cuerpo rozó por toda la pared, su casaca se arrancó, varios cortes se abrieron en él, y no solo, pero también en su rostro, en sus mejillas. Percibió dos cosas: frío y calor, y un fuerte picor. Su mano aferró improvisamente una piedra, fue rápido, un segundo, su alivio duró un segundo, después la roca cedió apenas su cuerpo lo alcanzó y su cuerpo siguió a precipitar. Su casaca había tomado una apariencia espeluznante, cortes groseros se habían creado en cada ángulo, excepto su espalda, la cual había estado a salvo. Sin embargo, y por suerte suya, la casaca era lo suficientemente gruesa e acolchada de impedirle que se crearan cortes dolorosos en su piel, mientras abolladuras y contusiones, probablemente la ruptura de algún hueso, bueno, eso nada lo habría evitado.
Empero, no obstante el dolor en sus manos y sus brazos, los alargó de nuevo y trató de impedir nuevamente su caída. Usó también los pies. Sin embargo, las piedras seguían partiéndose, desmoronándose, y todas las veces que sucedía advertía la piel de sus dedos abrirse, como si fueran arrancados como guantes, y, aún peor, sus huesos despegarse de su mano. Por un momento, por una broma de su lucidez, había visto sus dedos quedar colgados en una de las piedras. Cerró los ojos. Nunca había resistido a tanto dolor, esa era la primera vez, pero, tal vez a causa de la muerte inminente, sus brazos, sus manos, permanecieron prolongados hacia arriba.
Sin embargo, al contrario de como le estaba yendo a sus manos, con sus pies estaba ganando más puntos. Cada vez que una roca se desintegraba durante el camino, la caída mortal, su andar ralentizaba siempre más hasta que su cuerpo dejó, milagrosamente, de caer.

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