lunes, 21 de agosto de 2017

Near death (Capítulo X)

Capítulo X

Suspiró, jadeando. Su corazón latía frenéticamente, de su punto de vista aún estaba precipitando. Un dolor alucinante se estaba adueñándose de su brazo, de su mano y sangre empezó a menguar de su muñeca. Esas agudas piedras habían logrado penetrar hasta la piel, arrancándole tanto los guantes como el inicio de las mangas de su casaca. Sin embargo, ese dolor no era el solo, proseguía en la parte inferior de su cuerpo, en sus piernas, pero sobre todo en sus rodillas. Allí había acumulado todos los impactos. Se había sorprendido que sus huesos no hubieran salido de su piel como un lapicero que perfora una hoja mojada. Y exactamente en ese punto algo lo estaba martillando, un martillo eléctrico, el martillo de Thor, pero sabía que a pesar de ese dolor nada habría sido en comparación de lo que habría encontrado si su cuerpo hubiera seguido cayendo y hubiera alcanzado el fondo. Estaba agradecido de ese dolor que sentía, incluso agradeció al ser divino.
Sin embargo aún no estaba a salvo, las preguntas permanecían en su mente. ¿Y ahora? ¿Qué habría hecho? Su teléfono murió, la única cosa que sabía era que habían enviado una patrulla de rescate, pero, ¿su cuerpo habría resistido antes de cansarse completamente y precipitar de nuevo? ¿Y esta vez sin posibilidad de frenar su caída?
Miró hacia abajo. Había descendido muchos metros, los árboles ahora eran más detallados, menos blancos, y una repentina e imprudente idea le electrocutó la mente. Era una locura, pero lo pensó. Saltar. Asintió y lo decidió antes que pudiera cambiar idea. Obviamente no lo habría hecho de esa altura, debía solo descender otros metros y luego saltar hacia los árboles. Los troncos habrían dolorosamente ralentizado su caída. No era una idea segura, estaba consciente de eso, pero tarde o temprano habría de nuevo continuado a caer y su vida habría estado igualmente en peligro.
La temperatura había bajado, hacía más frío de antes, literalmente se congelaba, pero igualmente decidió sacarse las botas. Ser más ágil era lo que más le servía en ese momento. Agarró con las manos las piedras más cercas de su cadera y con una mano intentó alcanzar sus botas. No fu una acción fácil, era complicado cuanto desactivar una bomba en los últimos segundos, con la presión de estar por estallar y morir en menos de un segundo, pero al fin lo logró y los lanzó hacia el vacío. Le llevó menos de un minuto antes que un estruendo anunciara su llegada.
Sus medias eran gruesas, blancas y robustas, como si llevara cinco pares, pero no obstante eso no era lo suficiente para preservarlo de esa gélida pared. Al fin empezó a descender, delicadamente y asegurándose anticipadamente que las piedras estuviera fijamente bien estacionada a la pared. Si hubiera estado precavido esa idea se habría convertido en una idea impávida y gallarda, siempre si seguía con precaución.
Sin embargo, por alguna razón, el destino volvió a interponerse en su camino. A un cierto punto de la bajada sus pies no lograron tocar nada que se asomara de esa áspera pared. Las piedras, las protuberancias habían acabado y su estómago había anunciado puntualmente la hora de almuerzo con un ligero murmullo, exactamente como un reloj suizo.

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