lunes, 4 de diciembre de 2017

Human error (Último capítolo)

Capítulo X

Sus cuerpos cayeron sobre la pista de la salvación como dos jamones poco madurados. El agua de la diga rebosó con belicismo y se precipitó hacia la pequeña ciudad que se encontraba bajo de ella. Los habitantes, pocos de ellos, los que se encontraban por la calle, se habían alarmado por el último rugido que se había levantado de la diga y por las calles que había sido cubiertas por un sutil velo transparente, refulgiendo las pistas con un brillo blanco. Los habitantes estaban tomando desayuno en sus casas o en algunos bares tradicionales de la ciudad cuando los vasos, los líquidos que contenían, empezaron a temblar. Todos se estremecieron, un gélido respiro acarició sus cuerpos, sus corazones sobresaltaron hasta sus gargantas.
Los primeros pensamientos que tuvieron fueron que fuera un terremoto, aunque el fenómeno estaba actuando inadvertidamente distinto de un común movimiento sísmico, y esperaron unos segundos para verificar si se detendría, antes de correr hacia afuera como si tuvieran el cuerpo en llamas. La sacudida no se detuvo y los habitantes, lo más pronto posible que pudieron, se abalanzaron hacia el externo. Y con sorpresa encontraron las calles mojadas, cubiertas de un denso estrato de agua.
Todos, hasta los niños, pensaron en la misma cosa. Un destello en sus oscuras mentes aterrorizada. Se volvieron inmediatamente hacia la diga y fue en ese momento que vieron la catástrofe que se estaba aproximando hacia ellos.
Ellos tentaron escapar, a toda máquina, pero sabían que era ya tarde y estaban suponiendo de como iba a acabar. Después de todo, la muerte es como un juego de azar, la ruleta, precisamente, el número que sale es solo un impredecible caso, uniformemente ala muerte, la vida que se lleva es solo un caprichoso caso. No existen bueno o malos, protagonista o antagonista. Y es lo que sucedió cuando ese inmenso reguero de agua, que transportaba con sí árboles, piedras, vehículos y el bus de la escuela, los arrolló a todos.
La profesora Jones y sus estudiantes vieron el desastre desde lejos, desde allí arriba. No pudieron ver con claridad, pero se lo pudieron imaginar solo con el escalofriante sonido de los gritos de los habitantes y el escándalo del agua que barría todo. Se sintieron afortunados, agradecidos que la suerte había decidido de concederles otros años más de vida, y permanecieron esperando hasta que llegaran los del servicio de emergencia. Los muchachos querían solo volver a casa y seguir llorando en los brazos de sus padres, que desde ahora, tal vez, empezarían a obedecer, mientras la profesora habría llamado inmediatamente el colegio y se tomaría unas semanas de vacaciones. Juró a si misma que nunca más pasaría sobre una diga.

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