lunes, 28 de noviembre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo XV)

Capítulo XV

- ¿Y, chicos? ¿Cómo les fue? - entró una señora vestida con un elegante vestido rosado, parecía ser la copia exacta de la madre di Abbey.
- No se acuerda otra vez de nosotros, mamá. - contestó la niña, algo triste.
- Saben que no es su culpa, chicos, deben tener paciencia. - se acercó a ellos y los besó cada uno en la frente. - Mamá, soy yo, tu hija. -
La miró, después sonrió. - Tesoro, hola. Me sorprende como te pareces a mi madre. -
Se inclinó hacia su mejilla y la besó. - Mamá, me dicen que ya no te acuerdas de tus nietos, de mis hijos. -
- ¿Tus hijos? - preguntó.
- Sí, tal vez los recordarás cuando estaban más pequeños, pero ahora ya están grandes. Míralos bien. -
Los observó. Los observó por un buen rato y repentinamente abrió los ojos de golpe. - Oh, mis tesoros, sí, son ustedes. Reconozco sus ojos, que lindos que se hicieron. - extendió sus brazos y abrió una gran sonrisa.
Los tres niños se levantaron y fueron a abrazarla, la apretaron con todo su afecto.
- Tenemos que irnos, chicos. Saluden su abuela. -
- Adiós, abuela, te queremos. - cada uno de ellos la besaron, la abuelo sonrió.
- Yo también los quiero. - lanzó una risita y cogió su taza, saboreando otro sorbo.
Su hija se acercó a ella. - Cuídate, mamá. - la acarició la mejilla y la besó de nuevo.
- Cierto, hija mía. - le guiñó el ojo.
Salieron. Bajaron las escaleras de ese reconfortante hospicio, descendido y subido por varios ancianos aún agiles respecto a su edad bien madura, los niños, mejor dicho, la niña, contó a la madre como pasaron el día con la abuela.
- La abuela nos contó una historia triste, mamá. - narró con su delicada voz.
- ¿Cuál? - preguntó la madre sorprendida.
- De dos perros que conoció cuando era niña. - dijo.
- Sí, y la cosa curiosa que poseen el mismo nombre de nuestros… -
- Perros. - la madre concluyó la frase del más grande. - ¿En serio se acordó de ellos? - murmuró entre sí.
- Sí. - afirmaron sus hijos.
- Yo también me acuerdo la primera vez que me habló de ellos. Era pequeña, pequeña como tú. - indicó su hija. - Tengo unas fotos de ellos en la casa, en algún lugar. Tal vez en el ático, ¿quieren verlas? -
- Sí. - exclamaron los niños, emocionados de dar una confirmación a la descripción que su mente había dado a esos perros.
Dejaron el hospicio. En auto el viaje duraba una hora antes de llegar a un acogedor y apacible vecindario. Lo que los niños no sabían, o por lo menos por el momento, que un poco antes de ese vecindario, a una centenar de metros, había un pequeño cementerio de animales, engalanado con una floresta de flores radiantes. ¿Quién era el creador de esa área consagrada? Su bisabuelo, el padre de Abbey.
Si un día vendrá visitado por esos jóvenes con la mente inocua, notarán, entre distintas, una lápida que, a pesar de todos esos años, tiene apariencia de ser nuevo, como si la hubieran puesto el día anterior. Si se habrían acercado a esa lápida, habrían leído dos nombre a ellos familiares: “Acer y Akamu, los mejores perros con más humanidad de los humanos. Que puedan proseguir sus juegos en un mundo donde la crueldad no existe”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario