lunes, 5 de diciembre de 2016

The unknown (Capítulo I)

Capítulo I

“Maldición.” gritó en su cabeza, estaba desesperado, aterrorizado.
Corría. Sus pasos eran tan rápidos que apenas tocaban el suelo, pero el sonido que evocaban les daba todo otro tipo de apariencia, como si fueran pesados como piedras. La luz argéntea de la luna no era suficientemente resuelta para poder iluminar su tétrico y embrollado camino, o tal vez las ensortijadas hojas de los arboles eran tan espesas que impedían la filtración. Esa floresta, al menguar del sol, mutaba, se convertía en un lugar truculento, aterrador, un lugar en el cual quien ponía un pie en él salía turbado, traumatizado, como si hubiera entrado en la trastornada mente de un loco psicópata. Siempre si de ese bosque conseguía salir.
No eran alucinaciones, no eran miedos que el cerebro concretizaba al percibir un ruido, un bisbiseo, o al ver una silueta, una sombra moverse. Oh, no, para nada, mis queridos lectores. Y Abraham era la prueba. No estaba huyendo de algo que era solo fruto de su imaginación, no era un feroz animal nocturno confundido por algo inscribiblemente horrible. Algo lo estaba siguiendo y muy rápidamente estaba ganando terreno.
Emanaba una rara voz, era como un suspiro, un suspiro de una persona que está atrozmente sofocando. Era largo y penetrante. Su movimiento era como si se arrastrara, como una serpiente, pero también parecía a un oso que ataca. Ese mismo ruido cegaba sus dimensiones. Hasta ese momento, solo una cosa sabía Abraham, estaba cerca. Siempre más cerca. Su respiro lo acariciaba, lo rozaba detrás del cuello, estaba caliente, pero al mismo tiempo gélido, como la muerte. No habría osado voltearse, aunque sus nervios se lo imploraban. El ignoto que ocultaba esa presencia oscura ponía a dura prueba su mentalidad.
¿Cuánto tiempo estaba corriendo? Le parecía una eternidad, una larga y agonizante eternidad, aunque en verdad eran solo desde hace diez míseros minutos. Vamos, cualquiera que tuviera esa cosa detrás de él, el tiempo sería como su orientación era en ese momento, desordenado e incalculable.
Empezó a llorar, no lo habría encubierto si hubiera salido de allí vivo. Era demasiado, no podía controlar esa inquietud. Su vista temblaba como si hubiera un ataque sísmico, pero no era así, era su cerebro, su mente era como una tetera en ebullición. Su respiro era como en medio de un ataque de asma, bulloso y raudo, entre los cuales unos sollozos se agregaban al estrepito.
Estaba al punto de ceder. Estaba casi por dejar que la gravedad hiciera su deber, sus piernas estaban más pesadas respecto a antes y fuertes punzadas recorrían sus pantorrillas. Lo dijo. Pronunció la frase, “basta, ya no puedo más”, entre las lágrimas y su aliento estaba agotado. Pero cuanto disminuyó levemente su andar, una luz, tal vez el reflejo de la luna sobre un objeto metálico, evocó en él una fuerte y corajuda esperanza, al punto que se mordió la lengua e hizo petición a sus últimas fuerzas de apoyarlo todavía por poco tiempo.
Algunas veces titubeó, estuvo al punto de caer, más bien cayó, pero para no detenerse y acabar en las garras de esa monstruosidad anduvo como un chimpancé y se incorporó inmediatamente. Probablemente su andar disminuyó, pero no se arrestó. Las plantas lo torturaban, lo abofeteó en su rostro como una novia celosa, y además obstaculizaron tanto su andar como su vista.
¿Esa cosa aún lo seguía? No podía saberlo, o mejor, inquietantes ruidos aún lo estaban presando, como una bestia hambrienta, como una persona que se excita a matar por diversión. No se volvió, tenía miedo de voltearse y verlo a un paso de él. Tan pronto vio la luz más cerca, tan cerca que pudo identificar su origen. Era una casa, la luz provenía de una lumbrera cerca de la puerta principal y una luz del interno de la casa le dio un vuelco al corazón. Sus lágrimas menguaron como sangre que derrama de una garganta cortada, con la diferencia que era por alegría, por la esperanza que tal vez habría podido vivir por lo menos una noche más.
Se estrelló en la puerta, sin pararse, un trueno seco resonó en toda la floresta. Blandió el mango y trató de abrirla. Estaba cerrada a llave. Cerró el puño y empezó a tocar la puerta, a golpearla, como habría debido hacer con el amante de su ex novia. No se abría, ninguno estaba corriendo en su ayuda. El batido de sus puños aumentó de velocidad.
- ¡Ayúdenme! - gritó, su voz poseía varias tonalidad discontinua, como si sus cuerdas vocales vinieran pellizcadas por un guitarrista inexperto.
Los varios fragores que los gritos y los batidos resonaban en esa oscura y silenciosa floresta alarmaron ese ser, que mágicamente devoró en pocos instantes eso pocos metros que los separaban. Abraham paralizó sus movimientos y abrió de par en par los ojos. Su respiro se quebró en el aire. Estaba detrás de él.

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