lunes, 12 de diciembre de 2016

The unknown (Capítulo II)

Capítulo II

Hubo un breve momento de silencio, un breve momento en el cual ese sonido volvió. Más mordaz y penetrante. Un frío, pero también caliente velo de aire lo acarició en la espalda y en el cuello. Una deforme e inquietante sombra se extendió en la pared de la casa, moviéndose como un reloj roto, y unas garras largas y huesudas, casi semejantes a unos cuchillos, se acercaron a la sombra del chiquillo. El corazón de Abraham empezó a golpear la puerta, como un talado neumático.
- ¡No, no, no! ¡Abran, abran! ¡Por favor! - golpeó la puerta con su espalda, desesperado, tenía los ojos cerrados, no quería ver su muerte.
El sonido de ese ser se hizo más recio, como un grito sofocado, al fin es lo que parecía. Abrió ligeramente los parpados. Podía jurar de ver esas garras acercarse a él, casi circundar su busto, como si quisiera abrazarlo. Sus nervios colapsaron, empezó a golpear la puerta con cualquier parte de su cuerpo, hasta su cabeza. Habría preferido matarse así, por su cuenta, y tal vez lo habría conseguido. El miedo lo hacía ignorar las ligeras contusiones que se estaban creando en su frente, que pronto se habrían hecho más aparentes, hasta causarse un trauma cerebral.
Su sombra fue completamente absorbida por la del amorfo ser. Abraham molió otro golpe, con todo su cuerpo, pero cayó hacia adelante, hacia el vacío. La puerta se abrió, no por mérito de su brusco tentativo de entrar en esa tenebrosa casa que, por cuanto pudiera poseer un aspecto inquietante, era mejor de esa perturbadora floresta, de esa horrible cosa detrás de él, no, pero por mérito de su propietario, que al fin había conseguido apresurarse a recibirlo. Como dice el dicho, “más vale tarde que nunca”.
El anciano lo miró confuso, tal vez algo asustado, levemente, como si hubiera encontrado el fantasma de algún querido para él.
- ¡Rápido, rápido! - gritó el joven, arrastrándose hacia el interno, lo más posible lejos de esa negra sombra que lo había casi aferrado. - Que está esperando. ¡Muévase, cierra la puerta! -
El hombre lo escuchó, bueno, que habría debido hacer, igualmente tenía que cerrarla. Permaneció en silencio. Un silente silencio reinó por toda la casa, pero no solo allí, también afuera, por todo el bosque. No vagaba ni un mínimo susurro, un mínimo bisbiseo o murmullo. ¿Dónde estaban todos los animales de ese bosque?
El chico estaba sudando, había corrido a toda prisa, es cierto, pero el sudor era más que todo por otra razón. Su corazón, su latido era el único fragor que oía, el único ruido que rompía ese silencio, pero solo para él. Martillaba como loco, como si por un momento lo hubieran cambiado con el de un caballo. Sin embargo, a pesar de eso, consiguió a paliarlo, solo para ubicar la posición de esa horripilante y misteriosa, porque lo era, cosa.
Estaba absorto a percibir cada mínimo ruido, cualquiera pudiera recorrer esa floresta, lo importante era que fuera él a provocarlo. Hasta que una voz lo distrajo, joven, casi como la suya, pero sin esas tonalidades estridentes que a veces salían de su boca. Le hizo deslizar esa tensión como si fuera aceite. Al fin ya no estaba solo.
- ¿Qué ocurre, amigo? - entabló un chico, cabello crespo como un arbusto podado celosamente.
Abraham jadeó, volvió a emitir esos confusos y dinámicos ruidos por su boca. - ¿Qué? - balbuceó sorprendido. - ¿Pero no vieron lo que estaba detrás de mí? - los miró.
Además del muchacho, había dos chicas y el anciano que le había abierto la puerta. Los tres jóvenes negaron con la cabeza, lo miraron como si acabara de entrar un espectáculo de fenómenos.
- ¿Señor? - preguntó al anciano, aunque parecía más a una afirmación que a una pregunta.
El anciano frunció su entrecejo y lo observó sospechoso, como si quisiera entrar en su cabeza y encontrar esa respuesta que el muchacho quería escuchar. Después él también negó.
- Muchacho, no sé de qué está hablando. No he visto nadie más que usted. - su voz era bien profunda, tan profunda que pudiera doblar un antagonista de una película.
- Pero… - indicó detrás de él, sus ojos estaban rojos e hinchados. - No… no pueden… yo… algo estuvo siguiéndome por no sé cuánto tiempo y… no, no pueden decirme que me lo he inventado… yo… - se puso a llorar, solo ahora se daba cuenta que estaba a salvo.
- Oye, amigo, no le estamos diciendo que se lo inventó, pero solo que no hemos visto nadie más que a usted. - intervino el muchacho para tranquilizarlo.
Las dos chicas, tal vez conmovidas por la real desesperación de él, se acercaron. Apoyaron una mano en su espalda y lo confortaron con dulce masajes.
- Ven, toma algo. - le dijo una chica rubia, con algunas pecas en los lados de su nariz.
- Lo necesita. - aprobó la segunda muchacha, pelo negro y piel tan cándida que parecía una muñeca de porcelana.
El muchacho seguía llorando, sollozando, aunque ya no poseía lágrimas para verter. Las miró, sus ojos estaban rojos, como si hubiera estado mucho tiempo con los ojos abiertos dentro de una piscina, y lentamente asintió. Se hizo asistir por las muchachas, las cuales lo ayudaron a incorporarse y tambaleando, sus piernas estaban acabadas, alcanzó la cocina con su ayuda. El anciano y el muchacho los siguieron, sin comentar, estaban analizando lo que había sucedido o por lo menos lo que el misterioso chico afirmaba.

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