lunes, 19 de diciembre de 2016

The unknown (Capítulo III)

Capítulo III

La cocina poseía una decoración rústica, la madera era el elemento que imperaba en casi toda la casa. La muchacha rubia acercó una silla a él y lo hizo sentarse, la otra se apresuró a coger un vaso de agua y se lo ofreció. El muchacho se llevó el vaso a los labios, estaban secos y rígidos. El líquido se deslizó dentro de su garganta y un grande alivio recorrió todo su cuerpo. Gimió.
- ¿Cómo te llamas? - preguntó el chico.
- Abra… - tosió. - Abraham. Me llamo Abraham. - bajó el vaso hacia la rodilla.
- Yo soy Absalom y ellas dos son Abilene y Acacia. - indicó primero la rubia y luego la morena. - El señor se llama Ace y es el propietario de la casa. -
El anciano hizo un gesto con la cabeza.
- Es un placer, aunque si me habría gustado conocerlos en otra situación. - dijo Abraham, tratando de hacer una sonrisa bizarra, pero le salió una espantada.
- Abraham, ¿qué ocurrió? ¿Quién te seguía? - preguntó Absalom, sentándose frente de él, con el respaldo hacia adelante.
Su rostro volvió a cuando había entrado en esa casa, blanco, pálido, sudado y tembloroso.
- Yo… - sus ojos abiertos de par en par se perdieron en el vacío, como si solo él pudiera ver lo que acababa de sucederle. - N… no sé qué era… ni sé que aspecto poseía, yo… yo nunca me volteé… estaba aterrizado… - su voz temblaba más de una persona desnuda en medio de una tormenta de nieve.
- ¿Pero estás seg…? -
- ¡Sí! Algo me estaba siguiendo. - interrumpió a Absalom, el cual retrocedió su cuello, pidiéndole disculpa con los ojos. - Sentía su deslizar, las plantas que venían aplastabas, sus garras pellizcar tanto el terreno como la piel rugosa y seca de los árboles y… y la cosa peor… que nunca podré olvidar… era su sonido que emanaba, como un grito sofocado, como si alguien fuera estrangulado, que acariciaba mi cuello. - su piel se vistió de varias pequeñas bolas, piel de gallina.
Las chicas permanecieron en silencio, escuchándolo, colgando de sus palabras, como niños que escuchan una historia de terror frente a una fogata, e involuntariamente se había acercado entre ellas, casi abrazándose. El muchacho, Absalom, estaba tranquilo, pero por su frente estirada, se notaba la tensión que le había procurado esa descripción. Algo lo turbó, percibí algo pesado sobre de él. El anciano, en cambio, quedó indiferente, como si hubiera vivido lo suficiente para no creer a lo que ves por primera vez.
- Podría haber sido cualquier animal salvaje, muchacho. - el anciano fue el primero a quebrar ese silencio que estaba aumentando aún más esa tensión.
- ¿Podría? - exclamó. - Ojala… - afirmó, negando lentamente con la cabeza.
- Sea como sea, todos sabemos que las sombras son buenas a hacer malas pasadas. - comentó Absalom, haciendo una mueca cómica, intentando de hacer regresar esa serenidad que se había disfumado con el impetuoso tocar del muchacho a la puerta.
Quedó un segundo en silencio. - No importa. Ahora que estoy en compañía, me siento más tranquilo, al seguro, pero no apenas será de día quiero desaparecer de este bosque. ¿Tienen un auto? - pregunto a Absalom y al anciano, no pensó de preguntar a las chicas, se dirigió involuntariamente hacia ellos dos.
- No, solo unas bicicletas. Estamos haciendo la vuelta al mundo en bicicleta y nos acampamos en cualquier lugar… - se detuvo un segundo y miró las chicas, asustado. - Oh, Dios mío. Adam. - no pudo no pensar a ese ser que había descrito Abraham.
- Se fue a coger su botella en su bici. - recordó Acacia.
- Aún no volvió. - chilló Abilene.
Un grito espeluznante rasguñó las paredes, la casa se estremeció, ese gélido grito resonó hasta repetirse en los tímpanos de los presentes. Ellos se petrificaron, los cuerpos de las muchachas sobresaltaron, fueron electrizados, como el agua fría que entra en contacto con una caria. Abraham se tapó las orejas y cerró vigorosamente los ojos, con tanta fuerza que su rostro se pintorreó de rojo.

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