lunes, 28 de marzo de 2016

Amnesia (Capítulo X)

Capítulo X

La oscuridad ocultaba ambas presencias, pero no permitía fácilmente sus movimientos. A ciegas empezó a buscar un escondite o una posible salida ya que, seguramente, el hombre con la cicatriz habría pronto encendido la luz.
- ¿Crees que puedes huir o esconderte? - exclamó.
Paul no contestó y caminando cerca a las paredes del cuarto acarició algo redondo frío y liso. En aquel preciso momento oyó un ligero chasquido y la luz iluminó el cuarto, Paul estaba cerrando silenciosamente la puerta y giraba lentamente el mango.
- Es inútil que te escondas, sal afuera. - ordenó.
Mientras tanto Paul encendió la luz del cuarto en el cual se encontraba y la cocina de los Anderson, celosamente ordenada, apareció frente a sus ojos. Apresuradamente se acercó hacia algunos cajones y hurgó a través de ellos, perseverando su silencio. Asió un cuchillo y miró a su alrededor.
Pocas opciones le quedaban: salir por la ventana y en seguida pedir ayuda al ayudante del sheriff, acelerando de tal manera el hombre con la cicatriz con sus acciones y darle el tiempo de huir, o encararlo. Ya no había mucho tiempo, aquel ser inexorable se estaba acercando, Paul corrió hacia la siguiente puerta, la abrió y encendió la luz, luego volvió atrás y se niveló en la pared al lado de la puerta por la cual estaba por entrar.
La puerta se abrió destempladamente y tropezó el cuerpo de Paul, el cual en silencio absorbió el golpe. El hombre con la cicatriz entró en el cuarto. Sus pasos de repente se aturdieron y como respuesta Paul prensó con vigor el mango del cuchillo.
El hombre de la cicatriz se rio. - Es inútil que te escondas, te encontraré. No arruinaras mis planes. - dijo en una monótona.
Lo escuchó alejarse de unos metros de la puerta, tal vez se estaba dirigiendo al próximo cuarto, pensó Paul, y apretó aún más fuerte el cuchillo, dispuesto a esprintar hacia él, pero el hombre empezó a desternillarse y congeló los movimientos de Paul. Sudoroso y nervioso se imaginó que volviera atrás y la puerta que lo estaba ocultando abrirse de repente.
- ¿Crees de verdad que me puedes engañar? - tronó. - Apuesto que estas escondido aquí dentro, la puerta abierta no me despistará. -
“Maldita sea.” se mordió la lengua.
- Los muebles que pueden celar tu cuerpo son solo dos y se esto no es… - algo gorjeó. -… tienes que estar acá. -
“Agua… ah.” se llevó la mano en el pecho.
- Sé que estás aquí, en alguna parte. - gruñó.
Auscultó sus furibundos pasos moverse por la habitación y no parecían darse por vencido hasta su descubrimiento. Percibía ira, pura ira, solo en sus movimientos y por algunos respiros latosos suyos. Paul no tenía idea de que hacer, no podía salir de su escondite, su arma de fuego era más selectivo respecto a la suya, y ni respirar muy fuerte o la puerta se hubiera movido a causa de su pecho demasiado cerca de ella.
El pecho, el pecho era la única desventaja. A causa de él su respiro estaba muy deteriorado y algunas veces perdía el control. Justo en aquel momento el mal agüero envolvió sus brazos alrededor de él, su respiro se hizo más trabajoso y con ligeras convulsiones su cuerpo se chocó con la puerta, la cual se movió y anunció su movimiento con un perfecto silbido agudo.
Se cubrió la boca y enmudeció su respiro. Permaneció en silencio, los pasos del hombre se habían detenido y sus ojos inertes observaban la puerta. Con una sonrisa satisfecha levantó la pistola y apuntó a la altura de pie. Disparo un golpe. El proyectil penetró la pétrea madera de la puerta, divulgando unas astillas, y la traspasó.

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