lunes, 21 de marzo de 2016

Amnesia (Capítulo IX)

Capítulo IX

Gritos, gemidos y llantos penetraron en su mente, abriendo su conciencia. Oía varias personas a su alrededor y una gran punzada caliente en el pecho que incitaba su frente a contraerse. Abrió los ojos.
Un hombre impregnado de sangre estaba a su lado, su rostro estaba oculto, pero su uniforme identificaba perfectamente su identidad. Lentamente y con muecas de dolor volvió su cabeza e individuó las dos víctimas aún atadas en aquellas rígidas e incomodas sillas de madera. Enfocó al máximo su vista y lo que vio estremeció su cuerpo, le pareció revivir un frío e aterrador deja vu.
La mujer estaba en un estado miserable, había sido torturada como carne de ganado y como si no bastara aún seguía bajo el operado del hombre con la cicatriz. Había sido objeto de tanto sufrimiento que su mentalidad estaba como anestesiada, ni un ruido chirriante provenía de su boca y sus ojos estaban casi completamente hacía atrás.
Al contrario, el único que emitía aquellos desesperados ruidos que lo había despertado era el señor Anderson, el cual trataba de liberarse con todas sus fuerzas de su cautiverio y fútil seguía, a pesar que el alambre de fierro que ceñía su cuerpo le creaba sutiles lesiones penetrándole casi dentro la piel. No podía soportar de ver la mujer que había casado en aquel estado y como si no bastara ver su cuerpo atacado por repentinos espasmos casi continuos, a causa de las heridas.
- No puedo creer que mis planes fueron interrumpido dos veces. - empezó el hombre con la cicatriz. - Al principio tenía la intención de echar la culpa del homicidio al sheriff en tu lugar, señor Anderson, después de su fabulosa entrada, pero ese honor corresponderá a ese detenido, la historia será más creíble. -
Sintiendo aquella voz áspera y al mismo tiempo profunda Paul se estremeció y lo despreció aún más, aunque la fuerte punzada en el pecho llamaba más su atención. Sin emitir ningún sonido de dolor se llevó la mano al corazón, donde entró en contacto con algo húmedo y caliente y luego percibió una pequeña cavidad casi cerca de su órgano vital, cuyo tacto le fulminó el sistema nervioso.
Empero por cuánto habría querido gritar o tener algunas convulsiones sin frenos, mantuvo su cuerpo y sólo apretó con fuerza los dientes. Seguro de donde estuviera y que estuviera siguiendo su horripilante acción, buscó la pistola que había llevado con sí mismo, pero en vano la encontró. Para empeorar las cosas el hombre con la cicatriz había dejado de hablar y entumecido creyó de haber sido descubierto.
Poco a poco, casi como si no se moviera, se volvió de nuevo donde había dejado la desafortunada pareja, seguro de encontrar los ojos del hombre con la cicatriz apuntados sobre de él, pero ni el cuerpo se encontraba en las proximidades. Había desaparecido.
Con los ojos casi sellados hurgó toda la habitación y comprobando que no se encontrara en aquellas cercanías se incorporó, pidiendo un grande esfuerzo a su cuerpo. Con una mano restañó su herida y tambaleando se acercó al señor Anderson, echando un ojo en las proximidades en busca de su pistola. Una vez cerca le quitó la mordaza de su boca.
- Señor Anderson. - susurró. - Soy yo, trataré de liberarle y necesitaré su ayuda para detener ese hombre. -
El señor Anderson asintió y esperó ansiosamente para poder acabar con aquellas atrocidades. Paul asió la primera extremidad del alambre, cerca de los brazos, y trató de desligarlo. El hilo estaba tan enredado como si unas serpientes hubieran decidido pasar la noche en su cuerpo y la empresa de desatarlo parecía ardua. Solo por él ya estaba perdiendo bastante tiempo y quizás cuánto tiempo más tenía a su disposición.
Bajo el sufrimiento del señor Anderson Paul había conseguido solo aflojar el brazo izquierdo, nada más que el brazo y propio en aquel momento alguien lo sorprendió detrás de él.
- Al parecer, hoy no es día para mi relajante pasatiempo. - entabló una voz a su espalda.
Paul se arrestó, sesgado hacia el señor Anderson y cerró sus puños. - Y será la última. - comentó.
El hombre con la cicatriz se echó a reír. - ¿Qué cosa te lo hace pensar? -
- Pondré fin a tus acciones, yo mismo pondré fin a tus acciones. - respondió bajo.
- ¿Quién demonios eres para poder aludir estas frases? - preguntó carcajeando.
- Mataste mi esposa, maldito. -
- ¡No puedo creerlo! - exclamó con asombro. - Eres una de mis victimas… es perfecto, si los indicios prueban que tú eres el culpable del homicidio la historia se mantendrán perfectamente. - carcajeó fragorosamente.
- ¡No! - se incorporó y se volvió. - Esta vez serás tú el único vero asesino, tu identidad será revelada. - afirmó.
Corrió súbitamente hacia la derecha mientras un disparo le acarició el brazo. Demolió la puerta que se encontraba cerca de él, la única además de la que había entrado y se adentró en la oscuridad del cuarto que seguía. Oyó otros disparos acompañarlo y en seguida soló los pasos del desquiciado asesino.

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