lunes, 18 de abril de 2016

Amnesia (Capítulo XIII)

Capítulo XIII

Ligeros y agudos sonidos alcanzaron los oídos de Paul como la leve alarma de un despertador, haciéndose siempre más fuerte, sus párpados entumecidos se levantaron con mucha dificultad y pudieron dar libre espacio a su vista nublada. A medida que su vista se despertara de aquella pesada sensación de somnolencia pudo enfocar el lugar en el cual se encontraba: su cuerpo vendado y aún anquilosado estaba acostado encima de una cama, las paredes cándidamente blancas ayudaban a identificar el lugar, y distintas máquinas se conectaban a su cuerpo a través de varios hilos.
- Buenos días. - entabló una voz.
Paul volteó la cabeza, único movimiento fácil que le fue concedido.
- Al parecer tenías razón. - sonrió el sheriff cambiando la forma con la cual le hablaba en un principio. - Lamento no haber confiado en usted, pero puede entender mi punto de vista. -
- Está… está vivo. - afirmó con voz ronca.
- No es fácil matarme. - se masajeó su herida. - Y no creo ser el único. -
- Yo… yo sólo tuve suerte. - respondió con una mueca de dolor. - Me diga una cosa… ¿finalmente lo atraparon?
- No. -
- ¿Qué? - exclamó zarandeando violentamente su cuerpo, una fuerte punzada de dolor lo recorrió. - Pero su ayudante lo tenía en sus mano, ¿cómo hizo para que se escape? - en aquel momento el dolor no era nada respecto a la noticia que acababa de oír.
- Es inútil agitarse. No fue arrestado porque no había necesidad, está muerto. Han tenido que abrir fuego para salvarle. -
Paul suspiró y sonrió, una lágrima pareció chispear sus ojos. - Al fin se acabó. Si sólo el también estuviera vivo. -
- ¿Quién? -
- Mi cuñado. Me estaba escoltando con su compañero junto con otros detenidos en otra prisión. Él también era un policía y sobretodo el único que me había creído y… y quedó involucrado en aquel incidente. -
- Lo siento. - lo observó, mortificado de aquellas desgracias que le habían pasado.
- ¿Qué haré ahora? Ya no tengo una razón para seguir viviendo. - sollozó y trató de llevar la mano izquierda frente a sus ojos. - ¿Qué significa esto? - preguntó con ojos lucientes.
- Lo siento, Paul, pero tenemos todavía que afirmar todas las evidencias para poderle exonerar. -
- Pero… -
- Es seguro que usted salga inocente. En seguida del modus operandi de aquel asesino y de lo que estaba cometiendo a los señores Anderson, coincide a la perfección con lo que ocurrió a usted y a su esposa. Además el señor Anderson fue testigo de la discusión que usted tuvo con aquel hombre y sus respuestas han afirmado que él fue el homicida, no usted, y de otras infinitas muertes. - lo actualizó. - El señor Anderson testificará en la corte, no se preocupe. -
Paul se quedó en silencio por algunos segundos, luego lo agradeció: - Bueno, cualquier cosa pase aceptaré mi destino. -
- Entre una semana lo descubriremos. - asintió el sheriff. - Apoyaré la deposición a su favor. -

El sol iluminaba un grande y antiguo edificio restaurado, donde a los pies de él un auto en uniforme, pulida tan a fondo que reflejaba la luz del día como un poderoso reflector, estaba estacionado en aquel momento. Un gran gentío se introdujo alrededor del auto como buitres hambrientos, impidiendo casi la apertura de las puertas y sujetando grandes objetos en sus hombros.
La puerta delantera se abrió y un policía, abriéndose paso por el gentío muerto de hambre, hizo salir un hombre con un aspecto bien conservado y celosamente peinado, un traje gris y elegante ataviaba su cuerpo. La inmensa gente entabló incalculables preguntas, casi empujándose entre sí y aproximando enormes micrófonos sobre aquel hombre. En silencio ignoró aquella manada hambrienta de noticias y prosiguió donde el policía lo estaba escoltando.
- ¿Es verdad que no fue usted quien mató a su esposa? - gritó un periodista.
- ¿Qué probó cuando volvió a ver después de cinco años el asesino de su esposa? - siguió otro.
- Se no hubiera sido por usted esa pobre familia habría vivido su misma suerte. ¿Cómo ha hecho para imaginarse lo que iba a pasar esa noche? -
El oficial lo acompañó hacia el ingreso, alejando aquellas fastidiosas preguntas que por el momento no habrían encontrado alguna respuesta, y avanzaron hasta que no encontraron un grupo de cuatros personas, sentadas en un banco de madera junto a un imponente portal del mismo material, que lo estaban esperando.
- Luces otra persona, no se te puede reconocer, Paul. - comentó el sheriff.
Paul acarició sus ya no largos y lisos pelos como antes y se masajeó su suave mentón. Sonrió y contempló las otras personas que estaban con lo sheriff.
- Ya, yo tampoco fue capaz de reconocer mi viejo aspecto. - afirmó. - Sin embargo, sí, esto era yo. -
- Te equivocas, este “eres” tú. - lo corrigió el señor Anderson. - Aún no sé cómo agradecerte, Paul. No puedo imaginar como hubiera sido si mi esposa hubiera sido matada frente de mis ojos. Y mi futura hija. - la miró y movió su mirada en el vientre casi llano de su esposa.
La señora Anderson se acarició el vientre y amablemente sonrió, su rostro presentaba todavía varios cortes en fase de recuperación y algunos moretones casi disueltos, pero sin duda tenía un aspecto mejor de aquella traumática noche; sus resplandecientes cabellos eran una evidencia.
- Llegó la hora. - anunció el ayudante del sheriff.
A aquellas palabras el corazón de Paul se comprimió como si una mano lo hubiera agarrado e impidiera su latido. Se volvió hacia el sheriff, luego hacia los señores Anderson y tomó un profundo respiro haciendo deslizar de su cuerpo toda aquella tensión.
- Tranquilízate, saldrás inocente. - lo alentó el sheriff.
- Nuestras disposiciones tendrán un buen éxito. - dijo el señor Anderson, su esposa asintió.
- De acuerdo… gracias, Will. - esbozó otra enorme sonrisa.
Todos se volvieron hacia la enorme puerta. El sheriff junto al policía que había escoltado Paul aferraron los pomos y empujaron hacia el interno. Una densa y cándida luz los invadieron como un velo soporífero y caliente y varios murmullos se levantaron desde el interno.
Paul cerró los ojos por unos segundos y distintas imágenes que habría querido finalmente olvidar empezó a surgir en su mente como viejas diapositivas. Volvió a ver lo que le había ocurrido, tan minuciosamente que pareció haber pasado justo la noche antes, y como su vida se había pulverizado en poco tiempo.
Cualquier cosa hubiera decidido el juez nada habría resucitado su esposa, ya no tenía nada que perder. Su vida acabó hace cinco años, aunque todos decían que habría salido inocente nunca habría vuelto a tener aquella vida que conservaba en sus sueños.
“Te amaré para toda mi vida.” sonrió pensando a su esposa. “Bueno… no me queda otra cosa que construirme una nueva vida, espero solo que tú puedas siempre quedarte a mí lado.”
El señor Anderson le posó una mano en su hombro. - Cuando todo habrá acabado y si querrás, podrás ir a vivir con nosotros. No tenemos ningún problema para hospedarte hasta que querrás y también podríamos darte un trabajo. - sonrió. - Habrían varias tareas que hacer en nuestra casa, pero sobre todo me gustaría que mi familia tenga más protección, mayor razón ahora que está por nacer mi hija. -
- ¿Ustedes…? ¿Ustedes tanto confiarían en mí? - preguntó, su sentimiento con el cual latía su corazón cambió.
- Claro. - sonrió.
Miró un segundo hacia abajo. - Gracias, Will… creo propio que aceptaré. - devolvió la sonrisa.
Con leve ganas de vivir que poco a poco crecía en su interno, entró en la corte y pensó que tal vez no era tan malo poder volver a tener una vida, no hubiera sido como la anterior, pero a lo mejor habría tenido un objetivo.

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