lunes, 19 de septiembre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo V)

Capítulo V

Ese viejo patán, con una escobilla en lugar del cabello, encontró en la mañana su jardín rebosante de suciedad, lo cuales dimanaban un olor execrable, tan execrable que probablemente ni las moscas o las cucarachas habrían deleitado un banquete así… Bueno, tal vez algunas moscas sí.
- Malditos sacos de pulgas. - berreó a las sietes de la mañana. - Si la próxima vez los encuentro en mi propiedad los mato. Entendiste, ¿señor Williams? ¿Y dónde están esos malditos laceros de perros que hemos contratado? - tronó entrando en casa, cerró la puerta tan violentamente que percibí las vibraciones hasta mi casa.
Mi padre permaneció a observarlo, todo el tiempo que amenazó los perros, aunque por la última mirada que le dio parecía que esa advertencia fuera dirigida hacia él. Todos sabían la razón por la cual ellos estaban allí, la culpa era nuestra. Aunque probablemente nos habían visto darles de comer, ya que todos los días lo hacíamos, nuestro jardín que había permanecido aseado todos esos años, como una vez lo era también los de ellos, lo profería claramente. No apenas sorbí por la nariz, mi padre se volvió, mi madre había rodeado su brazo alrededor de mi espalda.
- Que pasa, ¿pequeña? - me preguntó, esbozó una sonrisa consoladora, sabía cuál era la causa.
- No quiero que les haga daño. - sollocé, mis ojos ya se estaban humedeciendo.
- Los está sólo asustando, pequeña mía. - apoyó dulcemente su mano sobre mi cabeza. - No creo que sea capaz de hacer algo así, es sólo un anciano con la lengua larga. -
Si hubiéramos sabido de lo que era capaz, nunca nos hubiéramos acercado a ese destino.
Cerré los ojos y los froté. - Pero… pero tarde o temprano los atrapará. -
- Conseguiremos hacerle perder ese vicio, mi amor, verás que preferirán nuestra comida que de la basura. - me guiñó el ojo, estaba tan seguro que me reaseguró un poco.
- Querido, volvieron. - entabló mi madre que se había aproximado hacia los peldaños que se asomaban al verde guisante césped.
- Bien, cogemos su ración de comida. -
Mi padre estaba al punto de entrar cuando un disparo resonó en la fría mañana de ese día, haciendo descender una agobiante y sofocante inquietud hacia nosotros y quebrando los joviales chirridos de los aves, los cuales si darles más vuelta se escabullaron de esas densas copas de los árboles del parco. Sus aleteos me estremecieron como bofetadas en mi rostro.
Nos volteamos. Los perros retrocedieron súbitamente, el proyectil había lesionado nuestro prado, salpicando algunas gotas de tierra en unas piedras planas que delineaban el sendero de la calle a nuestra casa. Las descargas de fusilería siguieron con una lenta frecuencia entre ellos, probablemente trataba de asegurarse en centrar el blanco. Mi padre zumbó hacia él, hacia el viejo, enfurecido y horrorizado de no llegar en tiempo.
No se atrevió a voltearse, sólo mi madre y yo asistimos a lo que sucedió. Aunque todo ocurrió tan apresurado, más rápido que de un parpadeo, mis lágrimas pudieron igualmente a objetar los acontecimientos. Los disparos pegaron varios tiros en nuestro jardín, tanta veces que parecía estar invadido por una familia de un topo. La puntería del viejo, por suerte, ya no era la de una vez, o lo que pasó habría sido diferente de lo que en ese momento me pareció la cosa peor que pudiera suceder.
Un instante antes que mi padre pudiera detenerlo, se alzó un cortante gañido, como los frenos no purgados de una bicicleta percibido a los lejos y la silueta del perro negro encorvarse hacia la derecha, rodando hasta alcanzar el escarpado asfalto del vecindado.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario