lunes, 5 de septiembre de 2016

An unforgettable memory (Capítulo III)

Capítulo III

Sus ojos cruzaron cada uno de nosotros: se podía entrever la vivacidad de ellos encerrados en sus vítreos ojos marrones, casi de parecer los de un peluche, y al mismo tiempo el espanto controlado y reservado con firmeza. Mi padre alargó la mano con la tajada de carne, ellos desconfiaron de su movimiento con un ligero gruñido que alzó por mitad sus labios superiores, mostrando sus cándidos dientes, y aproximaron flemáticamente sus hocicos hacia la mano.
- Querido, cuidado. - se puso nerviosa mi madre, no confiaba mucho de los animales, especialmente cuando acentuaban los dientes.
- Tranquila, no me harán nada. - la reaseguró.
Cuando estuvieron lo suficiente cerca, el perro negro, con una formidable velocidad, le arrancó de su mano el pedazo de carne y retrocedió de unos metros. Mi padre parpadeó dos veces, no se había dado cuenta. El perro dejó la carne en el piso y permitió que su amigo se alimentara en su lugar.
- Oye, mira que también hay para ti. - lo advirtió mi padre, mientras cogía otra tajada de carne del plato. - Toma. -
El perro negro lo miró inquieto, desorientado, tal vez no podía entender porque tanto amor por dos perros como ellos, tal vez habían tenido una experiencia que les había tallado en sus mentes un cartel con escrito: “HUMANOS, PELIGRO”, por lo tanto era difícil para ellos bajar la guardia. Pero, como decía antes, el hambre era una buena razón para probar a hacerlo. Llevó otra vez su hocico hacia la mano de mi padre y pausadamente aferró la carne con los dientes, la hizo deslizar dentro su boca y se echó junto a su amigo.
- Como son lindos. - comenté, frenando la gana de acariciarlos.
- Ya, quizás que raza son. - pensó a voz alta mi padre, sin apartar la mirada de ellos.
- De acuerdo, son fantásticos, pero no acostumbrémoslos a darles de comer o se quedarán en las cercanías. Ya sabes que los vecinos no quieren ver perros de la calle en el vecindario. - aseveró mi madre que no se había movido del pórtico de casa.
- Lo sé, tesoro, sin embargo como puedo no nutrirlos, míralos, apuesto que bajo de todo ese voluminoso pelo son huesudos. - contestó, escrutándolos con mirada amedrentadora. - Y por como se comportaron al inicio, estoy seguro que no reciben algo de afecto desde mucho tiempo. Con un poco de paciencia verás que se dejaran también acariciar. - se aproximó levemente hacia ellos.
- Querido. - disentí con tono delicado y cortés, casi como si estuviera acostumbrada a sus irreflexivas decisiones.
El perro negro, captando su movimiento, erizó el pelo como un gato y rechinó los dientes. Mi padre, con apatía a su reacción, aunque una gota de sudor se deslizó por su frente, hizo proseguir su mano hasta que advirtió el cálido y perturbado aliento del perro. Sus narices empezaron a valuar su olor, sin nunca silenciar sus perfectos dientes, y levemente su postura cambió, como si se despojara de una fuerte tención, empezando a celar su impecable y hostil dentadura.
De repente, con un raudo movimiento, fue empujado hacia el piso y el cuerpo del perro blanco lo inmovilizó. Nosotras gritamos, mi madre se incorporó con un chillido y se abalanzó inmediatamente hacia el tubo del agua que usábamos para regar el césped, yo permanecí mirándolos, un metro más atrás por el salto de terror que hice, hasta que algo de diferentes sosegó el latido de mi corazón.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario