lunes, 17 de abril de 2017

The unknown (Capítulo XIX)

Capítulo XIX

Estaban boca arriba. El cinturón había evitado los peores daños que habrían podido ser mortales.
- ¿Están bien? - preguntó Ace.
- Sí, hemos hecho bien a ponerse el cinturón. - asintió Abraham, mirando afuera de la ventanilla destruida. - Tenemos que salir inmediatamente de acá. - trató de quitarse el cinturón.
- ¿Y qué piensas hacer una vez afuera? - preguntó Ace, suspirando cuando percibí la presencia de ellos, uno a la vez. - Si fueron rápidos como el auto, ¿cuánto crees poderlo hacer mejor? -
- Lo sé, pero no les permitiré acabar con mi vida sin haber hecho nada para luchar - dejó el cinturón y tomó la escopeta, el anciano tenía razón, eran demasiado rápidos. - Acacia, cualquier cosa se acerque al auto, tú corta, trocea, descuartiza. -
- De acuerdo. - no sollozó, pero sus lágrimas empezaron a menguar al revés y a perderse en sus pelos.
- Me parece que vi uno de ellos. Debemos ser precisos. - afirmó Ace.
Algo se acercó. Algo rasguñó el asfalto. Estaban listo para defender su vida no apenas cualquier cosa, cualquier sombra, se habría puesto frente de su campo visivo. Ese sonido, su ruido, como si alguien estuviera cotilleando su último respiro, se prolongó hacia el interior del auto. Sombras se aproximaron a ellos, vieron unas siluetas dibujarse en el asfalto, unas garras acercarse a ellos. Abraham y Ace apretaron su escopeta hacia el pecho, el espacio no les permitía maniobrar con agilidad el arma, pero era suficiente dirigir el cañón hacia lo que habrían visto moverse frente de ellos y disparar. Mientras la muchacha habría debido solo agitar el cuchillo, obviamente con la hoja hacia el externo.
Algo se acercó a la ventanilla de Abraham, rápido y silencioso. Él disparó, pero faltó su blanco. Fue el momento de Ace, pero él también faltó su blanco. Una chispa parpadeó en el asfalto. Cuando fue el turno de Acacia, a pesar que su miedo la obligaba a hacer lo contrario, esperó que la garra del ser reflejada sobre la pista se hiciera real y concreta antes de moler su primer ataque. Un grito estridente, como descrito anteriormente, como una canción distorsionada por el tiempo, se introdujo en sus orejas.
De ese momento en adelante, ya no probaron a hacerse vivo de nuevo. Llegaron casi al punto de creer que se habían ido, pero no se dejaron transportar por ese deseo esperanzado. Permanecieron rígidos, con el corazón detenido en la mano. Volvió a latir solo cuando unos golpes sordos sonaron sobre de ellos o, por el punto de vista de ellos, debajo. El auto se sacudió como un caballo mecedor a cada fragor. Fueron contados siete, siete de ellos, pero Ace recordaba que eran ocho, sabía que no eran siete. No se habían dado cuenta que el séptimo y el octavo habían subido al unísono.
- ¿Qué cosa querrán hacer? - se preguntó Ace, su rostro estaba rojo, varias venas se habían engordado en su frente.
Y no era el único, la sangre había llegado también en las cabezas de los muchachos. De improviso un cuchillo penetró por los asientos posteriores, casi acariciando el muslo de Acacia. Gritó, obviamente que gritó. Abraham abrió de par en par los ojos y trató de mover el cañón de la escopeta hacia el asiento. Sus movimientos eran lentos.
- ¿Qué hacen? ¿Ahora también utilizan armas? - exclamó la muchacha, petrificada, su imaginación había percibido la piel de su muslo abrirse.
- No, son sus uñas. - contestó Abraham, al fin disparó un golpe.
No pudo constatar si había logrado atravesar el auto y alcanzado uno de esos monstruos. La cosa cierta era que eso no los había detenido, continuaron como si nada hubiera pasado y clavaron el auto como si fuera un alfiletero. Aguijones surgieron de todas partes, tantas veces que empezaron a herirlos, aunque milagrosamente fueron solo cortes superficiales. Todo hacía pensar que la suerte había escrito que ninguna de las garras habría conseguido penetrar la piel de uno de ellos. Sin embargo, eso era por el momento. Propio cuando Abraham sintió una punzada en su pierna, donde su piel se abrió de golpe, y una de esas uñas alcanzó casi su abdomen. Ya estaba seguro que pronto otra parte de su cuerpo habría sido la próxima víctima.
Su pierna ardía como si lo hubieran marcado con un hierro abrasador, a cualquier movimiento suyo, hasta a su respiración, sentía que su herida se abría siempre más. No habrían podido salvarse, pensó Abraham, a que habría servido luchar. Eran adversarios dignos de los superhéroes de los comics. Sí, ellas eran criaturas que solo en ese mundo podían coexistir.
- Quítense el cinturón. - gritó Ace, quitándose la suya.
Se desabrocharon de inmediato el cinturón, sus cuerpos cayeron sobre el techo, sus cabezas se inclinaron. Sucesivamente, sin dejar que el tiempo transcurriera, se tendieron y se afilaron aún más. En tiempo. Varios aguijones penetraron el auto, colmadas de huecos como una esponja vista en el microscopio. Como respuesta al ataque cogieron sus escopetas.
- Ahora, muchacho, dispara todas las balas que posees. - ordenó Ace, disparando el primer golpe.
Un grito desgarrador y deformado anunció el éxito del disparo. Uno de ellos cayó a dos metros del auto, inerte. Abraham disparó inmediatamente después y pronto también sus orejas oyeron ese inquietante sonido. Pero no hesitaron, al contrario, aprovecharon del elemento sorpresa. Dispararon bala tras balas, hasta que se quedaron sin municiones. Se miraron y tiraron el arma. Las criaturas eran ochos, pero solo cuatros gritos habían oído, tal vez cinco, y solo tres cuerpos estaban tendido en el asfalto.
Improvisamente las criaturas aún vivas, volvieron sobre del auto, eran tres, y clavaron de nuevo sus garras. Sin embargo, esta vez la intención era otra, con fuerza bruta arrancaron la carrocería del auto.

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