lunes, 10 de abril de 2017

The unknown (Capítulo XVIII)

Capitulo XVIII

Se acercaron al camarada caído y se volvieron hacia el auto, emanando un gruñido, un grito asfixiado. De improviso esprintaron hacia ellos, las hojas muertas en el terreno se levantaron como polvo, se movieron tan rápidamente que los habrían alcanzado antes que salieran de la floresta.
Acacia apoyó su cabeza en la gélida ventanilla, angustiada, una lágrima pareció consolarla en su mejilla, y miró hacia abajo, el auto se movía tan velozmente que el terreno lucía haber tomado el aspecto de un estante liso. Por cuanto doloroso fuera perder un mejor amigo o amiga, el lóbrego sentimiento no era equiparable al perder un familiar, un hermano. Abraham se acercó más a ella, arrastrando su trasero en el asiento, y le puso un brazo en su espalda.
- Lo siento, de verdad, lo siento. - le susurró.
La muchacha se volvió súbitamente hacia su pecho, lo abrazó y empezó a llorar. Abraham llevó su mano hacia su cabeza y dulcemente y delicadamente empezó a acariciarla.
- Sobrevivimos, muchachos, y pensó que sea solo obra de un milagro. - entabló Ace, su voz se confundía entre los sollozos ahogados de Acacia. - Tendríamos que ir directamente hacia la policía y contarle el aconte… -
Algo golpeó el costado del auto, per unos centímetro se levantó y aterrizó de nuevo en el terreno. Sus cuerpos fueron sacudidos arriba y abajo, rápidamente. Ace, el cual seguía en poseer el control del auto, empezó a mirar a través de los retrovisores. En ese instante notó no uno, no dos, pero distintas siluetas detrás de ellos.
- ¡Mierda! - exclamó Ace.
- ¿Cosa? ¿Que fue? - preguntó Abraham, mirando el lado que había recibido el golpe.
- Es imposible. - susurró.
- ¿Qué cosa? Ace, ¿qué cosa? - se acercó hacia él.
- Hay un montón, demasiados. No lo lograremos. - miraba la pista frente de él, pero sus ojos estaban extraviado hacia otra parte.
Abraham se dio cuenta. - Concéntrate, Ace, y sácanos de este maldito bosque infernal. Ahora dime, ¿montón de qué cosa? -
Cerró los ojos y los abrí. Escuchó Abraham y se concentró en la pista. - De esas criaturas… son infinitas. -
Otro golpe por atrás. La parte posterior se dobló hacia el interior, el auto hubo un brusco empuje hacia adelante. Gritaron, sus cuerpos fueron abalanzados hacia adelante. Acacia se golpeó con el asiento anterior del pasajero, mientras Abraham acabó casi en el parabrisas. Ace era el único que se había puesto el cinturón de seguridad, aunque su cuello sufrió mayores daños.
Se pusieron el cinturón de seguridad. Otro taponamiento, por la izquierda, otro por la derecha, de nuevo por atrás. Sus cuerpos venían sacudidos como si fueran bolas de una máquina de pinball, mientras el auto corría siempre más el riesgo de volcarse.
- Maldición, ¿por qué no nos dejan en paz? - gritó Ace, sus pelos se habían despeinados, acariciándole su frente.
- ¿Cuánto falta? - preguntó Abraham.
- No mucho, honestamente, ¿pero si nos seguirían hacia afuera a que serviría? - negó con la cabeza, esta vez habría querido llorar.
- Encontraremos otros autos y pediremos ayuda. - dijo Acacia, no quería escuchar frase negativas, frases que les habían llevado mala suerte.
- ¿A esta hora? - la miró levantando el entrecejo.
- Por favor, conduce y basta. - sollozó, la estaba convenciendo que no se habrían salvado.
- Ok. - asintió.
Otro golpe. El auto fue más cerca en volcarse. Había varios factores que habrían permitido el vuelque: el sendero fangoso, no habrían tenido mucha adherencia, la lluvia que estaba haciendo la vista imposible, densa como una pared, y además estaba convirtiendo el camino aún más lodoso; no solo, las ruedas estaban consumidas, Ace había debido cambiarlas el año anterior, pero obviamente no lo había hecho.
- Estamos cerca. - exclamó de repentino. - Tendríamos que desacelerar y girar para salir, cosa que les permitirá de golpearnos con más facilidad, pero al mismo tiempo si giráramos a esta velocidad nos volquearemos. -
- Haz lo que tienes que hacer, quiero solo regresar a casa. - rogó Abraham.
Cuando faltaron quince metros, frenó de golpe, el auto continuó a avanzar, deslizarse, a causa del terreno fangoso, por trece metros. Se apresuró a acelerar y a girar hacia la derecha, hacia la ciudad. Sin embargo, como había predicho, al girar, dejando el lado derecho del auto descubierto, todos esos seres se bucearon hacia él. El vehículo se levantó hacia la izquierda y al fin se volqueó. El auto se había hecho casi como un papel arrugado.

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