lunes, 20 de junio de 2016

The unexpected meeting (Capítulo IX)

Capítulo IX

Sus presencias venían igual anunciada por la inmensa luz que se alzaba de aquella lustrosa ciudad, una ciudad que ni la noche podía oscurecerla y en la cual casi ningún habitante se permitía dormir. Entre los tumultuoso y estridentes ruidos de la ciudad sin sueño y del tráfico que lo atravesaba, se diferenciaban unas agudas sirenas que daban el permiso a unos vehículos negros de traspasar aquella impenetrable corriente de autos que un cualquier vehículo no habría poseído la mínima posibilidad.
La pareja se volvió y vio como el tráfico se abría para conceder el paso a aquellos oscuros autos como la muerte. Andrew se estremeció y apretó nerviosamente la mano de su esposa, sin hacerle daño, después extrajo el chip de los pantalones. Su esposa lo miró, que idea vagaba en su mente ahora.
- ¿Qué quieres hacer? - preguntó preocupada.
Sin apartar la mirada de aquel minúsculo objeto, le dijo: - Creo que deberemos dividirnos. -
- ¿Qué? - exclamó.
- Yo voy hacia allá, con el chip, así tendrán la posibilidad de huir. - explicó, indicando una callejuela obscura. - Ve hacia aquel alquiler de choces cerca al hotel en el cual pasamos nuestras vacaciones el año pasado y alquila un auto, después espérame afuera de la ciudad. Yo me haré seguir por un rato, en seguida dejaré el chip o dentro un auto o dentro el bolsillo de una persona, de esa maniera ellos perderán algo de tiempo para encontrarlo, y los alcanzaré. -
- No, es muy peligroso. ¿Y si te atrapan? - preguntó con las lágrimas en los ojos, segura que algo habría salido mal.
- Ahora tenemos esta responsabilidad, Meredith. - le sonrió amablemente, acariciándole la mejilla con un beso. - No hay otra solución, ten cuidado, por favor. - acarició la cabeza del niño y se alejó hacia la callejuela, la oscuridad lo tragó.
- No, tu ten cuidado. - gritó ella. - Y no atreves a no presentarte. - cogió con seguridad la mano de chiquillo y continuó por el gentío.
Mientras toda la gente se volvía a curiosear que cosa hubiera llamado la atención de la autoridad, también Meredith echó un ojo detrás de su espalda y pudo ver los autos dividirse. Uno hizo marcha atrás y desapareció hacia la derecha, el segundo subió en la acera y casi atropellando unos pedestres entró en la callejuela, mientras el tercero prosiguió hacia adelante, sobrepasando la mujer, la cual nerviosamente rogó de no ser vista.
Lo estaban rodeando, aquel era la intención de ellos. Quería correr en su ayuda, hacer algo para que todo vaya bien, pero si ahora se hacía notar por ellos habría perdido la ocasión que su marido les había concedido arriesgando su vida.
- Lo siento. - pidió disculpa el chiquillo observando la mirada afligida de la mujer.
- No es tu culpa, tesoro, no permitiremos que te hagan daño. Haremos lo posible para que tú puedas tener una vida mejor. Vamos. -

- Perfecto. Están en cepo. - exclamó el hombre de negro, el cual había interrogado la pareja.
- Agente Turner, el agente Smith nos acaba de confirmar que bloqueó la única salida de la callejuela y por el momento no ha entrevisto ninguno de los tres sospechosos. - refirió el agente que manejaba, de su oreja centellaba un auricular blanco.
El agente Turner rio. - Son nuestros. -
Su plano habría funcionado, esto era seguro, si Andrew, llegado a la mitad de la callejuela, no se hubiera dado cuenta de un fuerte rayo amarillo partir la oscuridad, tanto adelante como atrás. No era estúpido, sabía quien era, o por lo menos no se habría arriesgado de proseguir hacia adelante. Nervioso y asustado miró su alrededor, su corazón latía como enloquecido, su única salvación habría sido una salida secundaria, cualquiera fuera, lo importante era hacer ganar tiempo a Meredith y al niño.
En aquel breve instante vio el reflejo de aquellos faros en una puerta de acero ocultada tras de un viejo cubo de la basura oxidado. Corrió, aferró el mango de la puerta y tiró con todas sus fuerzas. Parecía pegada, como si alguien se divirtiera a repetir su acción del otro lado. Su presencia resultaba aún ocultada por la oscuridad de aquella melancólica callejuela, como una araña negra en una pared negra, sin embargo la Diosa vendada estaba a punto de abandonarlo y pronto los agentes se habrían dado cuenta que estaba solo.
Las luces de atrás se deslizaron rápidamente en aquella callejuela, iluminando con detalle cada defecto de aquel podrido y sombrío lugar, y cuando el cubo de la basura fue completamente inundado por la luz, acentuando su herrumbre que parecían manchas de sangre, Andrew percibió aquel haz de luz como si fuera fuego en su espalda.

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